– ¿Y el disfraz?
– Los franceses nos han ayudado. Sus espías nos han buscado un maquillador. También llevaba micrófonos para grabar la conversación, pero Peter Lyon tenía otros planes.
– ¿Era él? -preguntó Sam-. ¿El del abrigo verde?
Malone asintió.
– Al parecer, él también anda detrás de Ashby. Has hecho un buen trabajo al tirar la bomba de humo.
– Henrik ha estado aquí -le dijo Stephanie.
– ¿Está muy molesto?
– Está dolido, Cotton. No piensa con claridad.
Malone debía hablar con su amigo, pero no había tenido un momento libre en todo el día. Buscó su teléfono móvil, que había silenciado antes de subirse al barco turístico, y vio más llamadas perdidas de Henrik y tres de un número que reconoció. Era el doctor Joseph Murad. Malone pulsó la tecla de rellamada. El profesor respondió al primer tono.
– Lo tengo -dijo Murad-. Lo he descubierto.
– ¿Conoce el paradero?
– Eso creo.
– ¿Ha llamado a Henrik?
– Acabo de hacerlo. No daba con usted, así que lo he llamado a él. Quiere que me reúna con él.
– No puede hacer eso, profesor. Dígame dónde y yo me ocuparé de ello.
15.40 h
Ashby fue obligado a salir de la lancha a punta de pistola cerca de la Île Saint Germain, al sur del casco antiguo. Ahora sabía que el hombre que le retenía era Peter Lyon y que el del barco turístico probablemente fuese un agente estadounidense. En la calle los esperaba un carro, en cuyo interior había dos hombres. Lyon hizo un gesto y salieron. Uno de ellos abrió la puerta trasera y sacó a Caroline.
– El señor Guildhall no vendrá con nosotros -dijo Lyon-. Me temo que ya no nos causará más molestias.
Sabía lo que eso significaba.
– No había necesidad de matarlo.
Lyon soltó una carcajada.
– Al contrario. Era la única opción.
La situación acababa de pasar de grave a desesperada. Obviamente, Lyon había estado controlando todos los movimientos de Ashby y sabía dónde podía encontrar a Caroline y Guildhall.
Ashby detectó el temor incontenible en las encantadoras facciones de Caroline. Él también estaba asustado.
Lyon lo empujó y susurró:
– Creí que tal vez necesitaría usted a la señorita Dodd. Esa es la única razón por la que sigue con vida. Le sugiero que no desaproveche la oportunidad que le he brindado a ella.
– ¿Quiere el tesoro?
– ¿Y quién no?
– Ayer por la noche me dijo en Londres que esas cosas no le interesaban.
– Es una fuente de riqueza que los gobiernos desconocen, no contabilizada. Podría hacer muchas cosas con eso y no tendría que tratar con estafadores como usted.
Se hallaban al otro lado de una transitada calle, con el carro estacionado entre unos árboles descoloridos por el invierno. No había nadie en los alrededores. La zona estaba ocupada mayoritariamente por un centro comercial y unas instalaciones dedicadas a la reparación de barcos que habían cerrado por vacaciones. Lyon sacó de nuevo la pistola de debajo de su abrigo y enroscó el silenciador en el cañón.
– Métela en el auto -ordenó Lyon cuando se acercaban.
Caroline recibió un empujón y cayó en el asiento trasero. Lyon se acercó a la puerta abierta, metió el brazo dentro y le apuntó con la pistola.
– No, por favor -dijo Caroline entrecortadamente.
– Cállate -exclamó Lyon.
Caroline rompió a llorar.
– Lord Ashby -dijo Lyon-. Y usted también, señorita Dodd. Se lo voy a preguntar solo una vez. Si no obtengo una respuesta sincera, clara y concisa de inmediato, dispararé. ¿Entendido?
Ashby no dijo nada.
Lyon lo miró directamente a los ojos.
– No le he oído, Lord Ashby.
– No hay nada que oír.
– Dígame dónde está el tesoro -exigió Lyon.
Cuando Ashby había dejado a Caroline un rato antes, todavía andaba enfrascada en los detalles, aunque al menos había determinado un punto de partida. Esperaba, por el bien de los dos, que ahora supiese mucho más.
– Está en la catedral, en Saint-Denis -respondió ella al instante.
– ¿Sabe dónde? -preguntó Lyon con los ojos clavados en Ashby y apuntando todavía al interior del auto.
– Creo que sí, pero tengo que ir allí para cerciorarme. Tengo que verlo. Acabo de descubrir todo esto…
Lyon retiró el brazo y bajó la pistola.
– Por su bien, espero que pueda concretar el lugar.
Ashby permaneció inmóvil.
Lyon le apuntó con la pistola.
– Su turno. Le haré dos preguntas y quiero respuestas claras. ¿Tiene línea de comunicación directa con los estadounidenses?
Aquella era fácil. Ashby asintió.
– ¿Tiene teléfono?
Asintió de nuevo.
– Déme el teléfono móvil y el número.
Malone estaba con Sam, tratando de adivinar qué rumbo tomarían los acontecimientos, cuando sonó el teléfono móvil de Stephanie. Ella miró la pantalla y dijo:
– Es Ashby.
Malone no era tan ingenuo.
– Al parecer, Lyon quiere hablar contigo.
Stephanie activó el altavoz.
– Tengo entendido que es usted quien está al mando -dijo una voz masculina.
– Si nada ha cambiado desde la última vez… -respondió ella.
– ¿Estuvo en Londres ayer por la noche?
– Sí, era yo.
– ¿Le ha gustado el espectáculo de hoy?
– Lo hemos pasado muy bien persiguiéndolo.
Lyon se echó a reír.
– Me he asegurado de que estuviese entretenida para poder ocuparme de lord Ashby. No es de fiar, como estoy convencido de que ya sabrá.
– Él probablemente piense lo mismo de usted en estos momentos.
– Debería estar agradecida, le he hecho un favor. Le permití que escuchara mi conversación con Ashby en Westminster. Aparecí en la visita guiada de Jack el Destripador para que pudiera seguirme. Dejé las torres en miniatura para que las encontrara. Incluso ataqué a su agente. ¿Qué más necesitaba? Si no hubiera sido por mí, jamás hubiera sabido que la torre era el verdadero blanco de Ashby. Supuse que encontraría la forma de impedirlo.
– Y si no lo hubiéramos hecho, ¿qué importaba? Aun así hubiese tenido su dinero y habría podido encargarse de su siguiente trabajo.
– Tenía fe en usted.
– Supongo que no esperará sacar nada de esto.
– Por Dios, no. Simplemente no quería ver triunfar al cretino de Ashby.
Malone se dio cuenta de que estaban siendo testigos de la despreciable arrogancia de Peter Lyon. No tenía bastante con ir un paso por delante de sus perseguidores; necesitaba restregárselo por la cara.
– Tengo otra información para usted -dijo Lyon-. Y esta vez es cierta, no es una pista falsa. Los fanáticos franceses a los que había que culpar de toda esta empresa pusieron una condición a su participación, una condición que no le he mencionado a lord Ashby. Son separatistas, y están indignados por el trato injusto que les ha procurado el gobierno francés. Desprecian sus numerosas regulaciones opresivas, que consideran racistas. También están hartos de protestas. Al parecer no les sirven de mucho y varias de sus mezquitas han sido clausuradas en París durante los últimos años como castigo por su activismo. A cambio de ayudarme en los Inválidos, quieren enviar un mensaje más contundente.
A Malone no le gustó lo que oía.
– Está a punto de producirse un atentado suicida -anunció Lyon.
Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Malone.
– Durante los oficios de Navidad, en una iglesia de París. Les pareció apropiado, ya que cada día les cierran sus centros de culto.
Había literalmente cientos de iglesias en París.
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