Mastroianni la agarró del brazo.
– No tiene por qué hacerme de sirvienta.
A ella le disgustó su tono y su forma de agarrarla, pero no se resistió. Por el contrario, sonrió y dijo en italiano:
– Es usted mi invitado. Es lo correcto.
Él la soltó.
Larocque solo había contratado para el reactor a dos pilotos, que se encontraban en la cabina, motivo por el cual ella había servido la comida. Guardó los platos sucios en la cocina y en una pequeña nevera encontró los postres, dos exquisitos pasteles de chocolate. Eran los favoritos de Mastroianni, según le habían dicho, y los compró en el restaurante de Manhattan que habían visitado la noche anterior.
La expresión de Mastroianni cambió cuando le puso delante aquella delicia. Larocque se sentó frente a él.
– Que le gustemos yo o mis compañías, Robert, es irrelevante para nuestra conversación. Esto es una propuesta de negocios que me pareció que podía interesarle. Me he esmerado en mis elecciones. Ya han sido elegidas cinco personas. Yo soy la sexta. Usted sería la séptima.
Mastroianni señaló la torta.
– Anoche me preguntaba de qué estarían hablando usted y el garçon antes de irnos.
Estaba ignorándola, jugando a su propio juego.
– Vi lo mucho que había disfrutado con el postre.
Mastroianni cogió un cubierto de plata de ley. Al parecer, su disgusto personal hacia ella no era extensible a la comida, al reactor o a la posibilidad de ganar dinero.
– ¿Puedo contarle una historia? -preguntó Larocque-. Trata sobre Egipto. De cuando el entonces general Napoleón Bonaparte invadió el país en 1798.
Mastroianni asintió mientras saboreaba el rico chocolate.
– Dudo que aceptara un no por respuesta, así que, adelante.
Napoleón dirigiópersonalmente a la columna de soldados franceses el segundo día de su marcha hacia el sur. Se encontraban cerca de El Beidah,a tan solo unas horas de distancia del siguiente pueblo. El día era caluroso y soleado,como todos los que lo habían precedido. El día anterior,losárabes habían atacado despiadadamente a su avanzada. El general Desaix evitópor poco ser capturado,pero un capitán murióy otro adjutant général cayóprisionero. Se exigióun rescate,pero losárabes se quedaron con el botín y al final dispararon al cautivo en la cabeza. Egipto estaba demostrando ser una tierra traicionera,fácil de conquistar pero difícil de dominar,y la resistencia parecía ir en aumento.
Más adelante,en los márgenes del polvoriento camino,vio a una mujer con el rostro ensangrentado. En un brazo acunaba a un bebé,pero el otro lo tenía extendido,como si quisiera defenderse,palpando el aire que tenía ante sí.¿Quéhacía en aquel desierto abrasador?
Napoleón se acercóa ella y gracias a un intérprete supo que su marido le había atravesado ambos ojos.Él no daba crédito a lo que oía.¿Por qué? Ella no se atrevía a protestar y simplemente suplicaba que alguien se hiciese cargo de su hijo,que parecía moribundo. Napoleón ordenóque tanto a ella como al bebéles procuraran agua y pan.
De pronto,un hombre apareciópor detrás de una duna cercana,enfurecido y lleno de odio. Los soldados se pusieron en guardia. El hombre echóa correr y arrebatóel pan y el agua a la mujer.
– ¡No lo hagan! - gritó -. Esta mujer ha perdido su honor y mancillado el mío. Ese niño es mi desgracia. Es fruto de su pecado.
Napoleón desmontóy dijo:
– Estáusted loco, monsieur. Demente.
– Soy su marido y tengo derecho a hacer lo que me plazca.
Antes de que Napoleón pudiera responder,una daga asomóbajo la túnica del hombre,que atestóuna puñalada mortal a su esposa. Luego llegaron unos momentos de confusión,en los que el hombre agarróal bebé,lo alzóen vilo y lo arrojóal suelo.
Se escuchóun disparo y el pecho de aquel hombre estalló,tras lo cual el cuerpo se desplomósobre laárida tierra. El capitán Le Mireur,que cabalgaba detrás de Napoleón,había puesto fin al espectáculo.
Todos los soldados se mostraron conmocionados por lo que acababan de presenciar. El propio Napoleón tuvo dificultades para ocultar su consternación. Después de unos momentos de tensión,ordenóque la columna siguiera adelante,pero antes de volver a montar en su caballo,advirtióque algo había caído por debajo de la túnica del hombre. Era un rollo de papiro atado con una cuerda. El emperador lo recogióde la arena.
Napoleón ordenóacampar en la casa de recreo de uno de sus oponentes más acérrimos,un egipcio que había huido al desierto con su ejército mameluco meses atrás y que había dejado todas sus posesiones para disfrute de los franceses. Tumbado sobre sedosas alfombras cubiertas de cojines de terciopelo,el general seguía atribulado por la atroz muestra de inhumanidad que había presenciado en el camino del desierto.
Más tarde le dijeron que el hombre había hecho mal en apuñalar a su esposa,pero que si Dios hubiese querido perdonarla por su infidelidad,ya la habrían acogido en algún hogar,en el que habría vivido de la caridad. Puesto que eso no había ocurrido,la leyárabe no habría castigado al marido por sus dos asesinatos.
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