– Henrik asesinó a dos hombres ayer por la noche. Uno de ellos estuvo implicado en la muerte de Cai.
– No puedo reprochárselo. Tampoco voy a interferir, excepto si Ashby corre peligro.
– ¿Qué planea el Club de París?
– Eso es lo único que Ashby no nos ha revelado todavía. Tan solo que ocurrirá y pronto, en cuestión de días. Supongo que es su manera de continuar siendo valioso.
– Entonces, ¿quiénes son los dos muertos del museo?
– Trabajan para Eliza Larocque. La otra mujer, la de la bata azul, los delató y reaccionaron exageradamente.
– Qué locos están los franceses.
– Esto no va bien.
– No es culpa mía.
– El Servicio Secreto ha vigilado este museo durante más de un mes -Stephanie dudó unos instantes-. Sin problemas.
– La chica de la bata azul lo empezó todo.
– Durante el vuelo me enteré de que Eliza Larocque ha estado investigando la página web de GreedWatch. Imagino que eso explica por qué esos dos seguían a tu hombre, Foddrell.
– ¿Dónde está Sam?
– Lo han apresado. Lo he visto por las cámaras de seguridad.
– ¿La policía?
Stephanie negó con la cabeza.
– La chica de la bata azul.
– Deberías haberle ayudado.
– Se las arreglará.
Malone conocía bien a Stephanie. Trabajaron juntos mucho tiempo. Él había sido uno de los doce abogados y agentes originales del Magellan Billet, contratado personalmente por ella. Así que su siguiente pregunta era sencilla:
– Lo sabes todo sobre ella, ¿no es cierto?
– No exactamente. No tenía ni idea de cuáles eran sus intenciones, pero me alegro mucho de que lo hiciera.
La mujer condujo a Sam a la planta baja por la misma escalera que había utilizado para llegar hasta el último piso. Una vez allí, los dos descendieron hasta el frigidarium , donde los aguardaba Jimmy Foddrell. Juntos pasaron por un pasadizo abovedado bloqueado por una puerta de hierro que la mujer abrió con una llave.
A Sam le inquietaba un poco la pistola. Nunca le habían apuntado tan de cerca, de forma tan directa, y la amenaza de salir herido jamás había sido tan inmediata. Aun así, sentía que no corría peligro. Por el contrario, quizá estuviese en el buen camino.
Decidió seguirlo. Quería ser un agente de verdad.
“Entonces debes actuar como tal -se dijo a sí mismo-. Improvisa. Eso es lo que haría Malone”.
Foddrell volvió a cerrar la puerta. Las paredes de ladrillo y piedra medían quince metros. La luz se filtraba por unas ventanas situadas en lo alto, cerca del techo abovedado, y el lugar era gélido, con la apariencia y la atmósfera de una mazmorra. Se estaban realizando reformas, como anunciaba el andamio apoyado en una de las toscas paredes.
– Si quieres puedes irte -le dijo la mujer-. Pero necesito hablar contigo.
– ¿Quién eres?
– Meagan Morrison. La página GreedWatch es mía.
– ¿No es de él? -preguntó señalando a Foddrell.
Meagan negó con la cabeza.
– Toda mía.
– ¿Y qué hace él aquí?
La mujer pareció meditar qué y cuánto decir.
– Quería que vieras que no estoy loca. Me persiguen. Llevan semanas vigilándome. Michael trabaja conmigo en la página. Inventé el nombre de Foddrell y lo utilicé a él como señuelo.
– ¿Así que nos has traído a Malone y a mí hasta aquí? -preguntó al hombre al que Meagan había llamado Michael.
– La verdad es que ha sido bastante fácil.
En efecto, lo había sido.
– Trabajo aquí, en el museo -dijo la mujer-. Cuando me enviaste un correo diciendo que querías reunirte conmigo, me alegré. Los dos tipos que han sido tiroteados han estado siguiendo a Michael durante dos semanas. Si te lo hubiese dicho, no me habrías creído, así que te lo he demostrado. Cada día vienen hombres a vigilarme, pero creen que no me doy cuenta.
– Tengo gente que puede ayudarte.
Sus ojos brillaron de ira.
– No quiero gente. De hecho, probablemente sean los tuyos los que también me vigilan. FBI, Servicio Secreto. ¿Quién sabe? Yo quiero tratar contigo -Meagan hizo una pausa-. Tú y yo -el enojo despareció de su voz- estamos de acuerdo en todo.
Sam se sintió paralizado por su sinceridad, así como por la atractiva y herida mirada de su rostro, pero se vio obligado a decir:
– Ahí dentro ha habido un tiroteo. Uno de los vigilantes ha resultado herido de gravedad.
– Y lo lamento, pero esto no lo empecé yo.
– En realidad sí, cuando has gritado a esos dos tipos.
Meagan era menuda, de pecho abundante y cintura esbelta, y susceptible. Sus apasionados ojos azules centelleaban con un deleite casi diabólico; era dominante y segura de sí misma. En realidad era él quien estaba tenso; le sudaban las manos y evitaba a toda costa demostrar su ansiedad, así que adoptó una postura despreocupada y sopesó sus opciones.
– Sam -dijo Meagan con un tono más suave-. Necesito hablar contigo en privado. Esa gente ha estado siguiendo a Michael, no a mí. A los otros, los estadounidenses que me vigilan, los acabamos de evitar saliendo de aquí.
– ¿Son ellos los que han disparado a estos dos?
Meagan se encogió de hombros.
– ¿Quién si no?
– Quiero saber quién envió a los dos tipos a los que seguimos hasta aquí. ¿Para quién trabajan?
Ella lo miró con una expresión de descaro. Sam se sintió escrutado. Una parte de él sentía rechazo y la otra deseaba impresionar a Meagan.
– Ven conmigo y te lo enseñaré.
Malone escuchó las explicaciones de Stephanie sobre GreedWatch.
– La dirige la mujer que empezó esta refriega, Meagan Morrison. Es una estadounidense que estudió económicas en la Sorbona. Te tendió una trampa enviando al otro joven. Foddrell es un seudónimo que Morrison utiliza para gestionar la página.
– Engañado por un idiota que come riñones para almorzar. La historia de mi vida.
Stephanie se echó a reír.
– Me alegro de que cayeras en la trampa. Así ha sido más sencillo que contactáramos. Daniels me dijo que Sam lleva más de un año comunicándose con GreedWatch. Le pidieron que lo dejara, pero no escuchó. El Servicio Secreto, a través de su sede en París, ha vigilado la página y a la propia Morrison durante los últimos meses. Es una mujer astuta. El tipo que te trajo hasta aquí figura como el webmaster oficial. En las dos últimas semanas ha sido vigilado por Eliza Larocque, según ha averiguado el Servicio Secreto.
– Nada de esto me dice por qué estás aquí ni por qué sabes todo esto.
– Creemos que esa página está al corriente de cierta información privilegiada y, al parecer, Larocque también.
– Supongo que no has venido hasta aquí para hablarme de una página web. ¿Qué está pasando en realidad?
– Peter Lyon.
Malone conocía al surafricano. Era uno de los hombres más buscados del mundo. Estaba metido en negocios de armamento ilícito, asesinatos políticos, terrorismo y cualquier cosa que deseara el cliente. Se autodefinía como un mediador del caos. Cuando Malone se retiró dos años antes, se le atribuían al menos una docena de atentados y centenares de muertes.
– ¿Sigue activo? -preguntó.
– Más que nunca. Ashby se ha reunido con él. Larocque planea algo que contará con la participación de Lyon. Los hombres como él no salen a la superficie a menudo. Quizá esta sea la mejor oportunidad de que dispongamos para darle caza.
– ¿Y el hecho de que Ashby disponga de cierta información sobre esa posible oportunidad no representa un problema?
– Lo sé. No era yo quien dirigía esta operación. Yo jamás le habría permitido tomarse esas libertades.
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