Steve Berry - La búsqueda de Carlomagno

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La búsqueda de Carlomagno: краткое содержание, описание и аннотация

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Una civilización desconocida enterrada bajo el hielo de la Antártida esconde un misterio que Carlomagno dejó escrito. Un secreto revelador y de una gran importancia para la humanidad está a punto de ser descubierto…
Cotton Malone intenta descubrir la verdad sobre su padre, que murió en un submarino que se perdió en el Antártida en los años 70. Pronto aparecen otros involucrados en la búsqueda: dos gemelas alemanas y un aliado del presidente de los EE.UU. Pero cada uno de ellos tiene sus propios motivos. Después de investigar pistas en un par de iglesias antiguas en Alemania y Francia descubren pruebas de una civilización desconocida y muy avanzada que vivía en la Antártida antes de que desapareciera cubierta por el hielo.
Una novela trepidante, una búsqueda épica que llevará al lector desde Alemania, hasta Francia, EE.UU. y Antártida.

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– Algo por el estilo.

Tenía que sacarle todo lo que pudiera a ese hombre. Tenía que saber quién más, si es que lo había, estaba ayudando a Diane McCoy en su sorprendente cruzada.

– Nos interesaría saber cuándo se ocupará del gobernador de Carolina del Sur -dijo el jefe de gabinete.

– El día después de que tome posesión de mi nuevo despacho en el Pentágono.

– ¿Y si no puede librarse del gobernador?

– En tal caso, me cargaré a su jefe. -Ramsey se permitió que a sus ojos aflorara un placer casi sexual-. Lo haremos a mi manera, ¿está claro?

– Y ¿qué manera es ésa?

– Antes de nada quiero saber exactamente qué va a hacer para que me nombren, todos los detalles, no sólo lo que quiera contarme. Si pone a prueba mi paciencia, creo que aceptaré su sugerencia de la última vez: me jubilaré y veré cómo sus respectivas carreras se van al garete.

Su interlocutor alzó las manos en señal de rendición.

– Pare el carro, almirante. No he venido aquí a pelear, sino a informarle.

– Pues infórmeme, maldito imbécil.

El jefe de gabinete recibió el insulto encogiéndose de hombros.

– Daniels está a bordo. Dice que se hará. Kane puede conseguir los votos del comité de Judicatura, y Daniels lo sabe. Su nombramiento se producirá mañana.

– ¿Antes del funeral de Sylvian?

El otro asintió.

– No hay por qué esperar.

Él estaba de acuerdo. Pero todavía estaba lo de Diane McCoy.

– ¿Alguna objeción por parte de la Consejería de Seguridad Nacional?

– Daniels no ha mencionado nada, pero ¿por qué iba a hacerlo?

– ¿No cree usted que hemos de saber si la administración pretende sabotear lo que estamos haciendo?

El joven le dirigió una sonrisa pensativa.

– Eso no debería suponer ningún problema. Es decir, una vez Daniels haya subido a bordo. Él puede ocuparse de los suyos. ¿Qué problema hay, almirante? ¿Tiene enemigos allí?

No, tan sólo era una complicación. Pero empezaba a comprender lo poco importante que era.

– Dígale al senador que agradezco sus esfuerzos y que permanezca en contacto.

– ¿Es todo?

El silencio del almirante le indicó que sí. El joven pareció alegrarse de que la conversación hubiese terminado y se fue.

Ramsey siguió andando y se sentó en el mismo banco que ya había calentado antes. Hovey esperó cinco minutos antes de acercarse, tomó asiento a su lado y dijo:

– La zona está limpia. No hay nadie a la escucha.

– Con Kane no hay problema. Se trata de McCoy: va por libre.

– Puede que piense que pillarte es su pasaporte a algo más grande y mejor.

Era hora de averiguar cuántas ganas tenía su adlátere de conseguir algo más grande y mejor.

– Es posible que haya que eliminarla. Como a Wilkerson.

El silencio de Hovey fue más explícito que las palabras.

– ¿Qué sabemos de ella? -le preguntó Ramsey al capitán.

– Bastante, pero es un tanto aburrida. Vive sola, no se relaciona, es adicta al trabajo. Les cae bien a sus compañeros, pero la gente no se pelea por sentarse a su lado en las cenas oficiales. Probablemente esté utilizando esto para aumentar su valía.

Tenía sentido.

El móvil de Hovey sonó apagado bajo el abrigo de lana. La llamada fue breve y terminó de prisa.

– Más problemas.

Ramsey esperó a oír más.

– Diane McCoy acaba de intentar entrar en el almacén de Fort Lee.

Malone entró en la iglesia, detrás de Henn y Christl. Isabel había bajado del coro y permanecía junto a Dorothea y a Werner.

Decidido a poner punto final a aquella farsa, Malone se acercó a Henn, le puso el arma en el cuello y le quitó la suya.

A continuación retrocedió y apuntó con la pistola a Isabel.

– Dígale a su hombre que no se ponga nervioso.

– Y ¿qué hará usted, Herr Malone, si me niego? ¿Pegarme un tiro?

Él bajó el arma.

– No es necesario. Todo esto ha sido una pantomima. Esos cuatro tenían que morir, aunque es evidente que ninguno lo sabía. Usted no quería que hablara con ellos.

– ¿Qué le hace estar tan seguro? -inquirió la anciana.

– Presto atención.

– Muy bien. Yo sabía que estarían aquí, y ellos pensaban que éramos aliados.

– Entonces son más tontos que yo.

– Puede que ellos no, pero sin duda quien los envió sí lo es. ¿Podemos ahorrarnos el teatro, por ambas partes, y hablar?

– Soy todo oídos.

– Sé quién intenta matarlo -aseguró Isabel-. Pero necesito su ayuda.

Él captó los primeros rumores de la noche al otro lado de las desnudas ventanas; el aire se volvía cada vez más frío.

También captó lo que quería decir la anciana.

– ¿Una cosa a cambio de la otra?

– Le pido disculpas por el engaño, pero parecía la única forma de conseguir que colaborara.

– Debería haber preguntado.

– Probé a hacerlo en Reichshoffen. Pensé que tal vez esto funcionara mejor.

– Podría haber muerto.

– Vamos, Herr Malone, creo que yo confío mucho más en su talento que usted. Ya era suficiente.

– Me voy al hotel.

Hizo ademán de marcharse.

– Sé adonde se dirigía Dietz -contó Isabel-. Adonde lo llevaba su padre en la Antártida.

Que le dieran.

– En alguna parte de esta iglesia hay algo que a Dietz se le pasó por alto, algo que fue a buscar allí.

La vehemencia de Malone dio paso al hambre.

– Me voy a cenar. -Siguió caminando-. Estoy dispuesto a escuchar mientras como, pero si la información no es buena, me largo.

– Le garantizo, Herr Malone, que es más que buena.

SESENTA Y DOS

Asheville

– Presionaste demasiado a Scofield -le dijo Stephanie a Edwin Davis.

Seguían sentados en la salita. Fuera, una tarde magnífica iluminaba los lejanos bosques invernales. A su izquierda, hacia el sureste, Stephanie divisó la mansión, a alrededor de un kilómetro y medio, encaramada a su propio promontorio.

– Scofield es imbécil -afirmó Davis-. Cree que a Ramsey le importa que haya mantenido la boca cerrada todo estos años.

– No sabemos qué le importa a Ramsey.

– Alguien va a matar a Scofield.

Ella no estaba tan segura.

– Y ¿qué propones que hagamos al respecto?

– Pegarnos a él.

– Podríamos detenerlo.

– Y perder el cebo.

– Si estás en lo cierto, ¿es eso justo para él?

– Cree que somos idiotas.

A ella tampoco le caía bien Douglas Scofield, pero eso no debía influir en sus decisiones. Sin embargo, había otra cosa.

– ¿Te das cuenta de que seguimos sin tener ninguna prueba de nada?

Davis consultó el reloj que había al otro lado del vestíbulo.

– He de hacer una llamada.

Dejó la silla, se acercó a las ventanas y se acomodó en un sofá de flores situado a unos tres metros, de espaldas a ella, mirando hacia afuera. Stephanie lo observaba: era inquieto y complicado. Interesante, aunque, al igual que ella, luchaba contra sus propias emociones. Y tampoco quería hablar de ellas.

Davis le indicó que se acercara.

Ella obedeció y se sentó a su lado.

– Quiere volver a hablar contigo.

Ella se llevó el móvil a la oreja, sabiendo perfectamente quién había al otro lado.

– Stephanie -dijo el presidente Daniels-, esto se está complicando. Ramsey ha manejado a Aatos Kane. El buen senador quiere que le dé la vacante de la Junta de Jefes a Ramsey, algo que no va a suceder de ninguna de las maneras, aunque no se lo dije a Kane. Una vez oí un viejo proverbio indio: si vives en el río, deberías hacerte amigo de los cocodrilos. Por lo visto Ramsey lo está poniendo en práctica.

– Puede que sea al revés.

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