Todo lo cual auguraba problemas.
Se detuvo y escuchó el silbido del viento. Permaneció agachado, bajo los arcos, las rodillas doloridas. Al otro lado del jardín, bajo la nieve que estaba cayendo, no veía movimiento alguno. El gélido aire le abrasaba la garganta y los pulmones.
No debía satisfacer su curiosidad, pero no podía evitarlo. Aunque sospechaba lo que estaba pasando, quería confirmarlo.
Dorothea observó a Werner, que sostenía confiado el arma que le había dado Malone. Durante las últimas veinticuatro horas había aprendido muchas cosas de ese hombre. Cosas que jamás habría sospechado.
– Voy a salir -anunció Christl.
Su hermana no pudo evitar decir:
– He visto cómo mirabas a Malone: te importa.
– Necesita ayuda.
– ¿La tuya?
Christl negó con la cabeza y se fue.
– ¿Estás bien? -preguntó Werner.
– Lo estaré cuando esto haya terminado. Confiar en Christl o en mi madre es un gran error. Lo sabes.
Sintió frío. Se rodeó el pecho con los brazos y buscó el consuelo de su abrigo de lana. Habían seguido el consejo de Malone y se habían retirado al ábside, cada uno desempeñando su papel. El ruinoso estado de la iglesia ejercía un hechizo premonitorio. ¿Habría encontrado su abuelo las respuestas allí?
Werner la agarró por el brazo.
– Podemos con esto.
– No tenemos elección -respondió ella, todavía a disgusto con las opciones que había propuesto su madre.
– O sacas el mayor partido posible o te opones en perjuicio tuyo. A nadie más le importa, pero a ti debería importarte, y mucho.
Dorothea captó inseguridad en sus palabras.
– Pillaste desprevenido al matón cuando lo embestiste.
Él se encogió de hombros.
– Le dijimos que se esperara una sorpresa o dos.
– Cierto.
El día tocaba a su fin. Dentro las sombras se alargaban, la temperatura bajaba.
– Es evidente que en ningún momento pensó que iba a morir -apuntó él.
– Un error por su parte.
– ¿Qué hay de Malone? ¿Crees que él es consciente?
Ella titubeó antes de contestar, recordando las reservas que había albergado en la abadía, el día que lo conoció.
– Más le vale.
Malone permaneció bajo los arcos y se retiró a una de las habitaciones que salían del claustro. Entró y sopesó sus recursos entre la nieve y los cascotes: tenía una arma y balas, así que, ¿por qué no probar con la táctica que ya había funcionado con Werner? Tal vez el pistolero que se agazapaba al otro lado del claustro fuera hacia él, dirigiéndose a la iglesia, y pudiese sorprenderlo.
– Está ahí -oyó gritar a un hombre.
Asomó la cabeza por la puerta: ahora había otro matón en el claustro, en el lado corto, pasando por delante de la entrada de la iglesia, doblando la esquina, yendo directamente hacia él. Al parecer, Ulrich Henn no había logrado detenerlo.
El hombre alzó el arma y disparó a Malone.
Éste se agachó cuando un proyectil se estrellaba contra la pared.
Otro tiro rebotó en el interior, tras atravesar la puerta, procedente del otro pistolero, el que estaba al otro lado del claustro. Su refugio carecía de ventanas, y los muros y el tejado estaban intactos. Lo que parecía una apuesta segura de pronto se había convertido en un grave problema.
No había salida.
Estaba atrapado.
Asheville 12 A 5 horas
Stephanie contempló con admiración el hotel de la mansión Biltmore, un amplio edificio de piedra vista y estuco que coronaba un promontorio herboso con vistas a la afamada bodega de la propiedad. El acceso de vehículos estaba restringido a los huéspedes, pero ellos se habían detenido en la entrada principal y habían comprado un pase general para recorrer el lugar, incluido el hotel.
Stephanie evitó el solicitado servicio de aparcacoches y dejó el automóvil en uno de los aparcamientos en pendiente. A continuación ascendieron por una cuesta ajardinada para llegar hasta la entrada principal, donde unos porteros uniformados los recibieron sonrientes. El interior daba una idea de lo que habría sido visitar a los Vanderbilt cien años antes: paredes revestidas de madera clara con una pátina color miel, pisos de mármol, arte elegante y ricos estampados florales en cortinas y tapicerías. Había abundantes plantas en macetas de piedra que aportaban una nota de calidez a una decoración ligera que se prolongaba en el siguiente piso, un techo artesonado a unos seis metros de altura. Al otro lado de las cristaleras y las ventanas, más allá de una veranda salpicada de mecedoras, se veían el bosque de Pisgah y las Great Smoky.
Stephanie se detuvo a escuchar un instante a un pianista que tocaba cerca de una chimenea de piedra. Una escalera bajaba hasta lo que sonaba y olía como el comedor, un continuo desfile de clientes entrando y saliendo. Preguntaron en recepción y les indicaron que atravesaran el vestíbulo, por donde estaba el pianista, y enfilaran un pasillo con ventanas que conducía a diversas salas de reuniones y a un salón de actos donde encontraron el mostrador para inscribirse en «Antiguos misterios desvelados».
Davis cogió un programa de un montón y estudió el plan del día.
– Scofield no habla esta tarde.
Una joven alegre, con el cabello negro azabache, lo oyó e informó:
– El profesor hablará mañana. Las sesiones de hoy son informativas.
– ¿Sabe dónde está el doctor Scofield? -le preguntó Stephanie.
– Ha estado por aquí antes, pero no lo veo desde hace un buen rato. -Hizo una pausa-. ¿También son ustedes de la prensa?
Ella reparó en el adverbio.
– ¿Es que hay otros?
La mujer asintió.
– Hace poco vino un hombre que quería ver a Scofield.
– Y ¿qué le dijo usted? -inquirió Davis.
Ella se encogió de hombros.
– Lo mismo: que no tengo ni idea.
Stephanie decidió estudiar uno de los programas y se fijó en la siguiente sesión, que daría comienzo a la una: «Sabiduría pleyadiana para los tiempos que corren.» Leyó el resumen:
Suzanne Johnson es una médium de renombre mundial y autora de varios éxitos de ventas. Únete a Suzanne y a los increíbles pleyadianos, incorpóreos viajeros en el tiempo, en dos estimulantes horas de comunicación con ellos en las que tendrán cabida preguntas reveladoras y respuestas a veces duras pero siempre positivas y edificantes. Entre los temas que despiertan el interés de los pleyadianos se encuentra la aceleración de energía, la astrología, las agendas políticas y económicas secretas, la historia planetaria oculta, los juegos de los dioses, los símbolos, el control mental, el desarrollo de las capacidades físicas, la sanación en el tiempo, el autofortalecimiento personal y muchos más.
El resto de la tarde ofrecía un sinfín de rarezas más que se centraban en los misteriosos círculos de los sembrados, el inminente fin del mundo, los lugares sagrados y una extensa sesión sobre el auge y la decadencia de la civilización, que incluía el movimiento binario, el cambio en las ondas electromagnéticas y el impacto de acontecimientos catastróficos, haciendo hincapié en la precesión de los equinoccios.
Stephanie sacudió la cabeza: entretenido a más no poder. Menuda pérdida de tiempo.
Davis le dio las gracias a la mujer y se apartó del mostrador sin soltar el folleto.
– No ha venido nadie de la prensa a entrevistarlo.
Ella no estaba tan segura.
– Sé lo que estás pensando, pero nuestro hombre no sería tanpoco sutil.
– Puede que tenga prisa.
– Puede que ni siquiera esté cerca de aquí.
Davis echó a andar de prisa en dirección al vestíbulo principal.
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