Steve Berry - Los caballeros de Salomón

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La poderosa orden medieval de los templarios poseía un conocimiento secreto que amenazaba los cimientos de la Iglesia y cuya revelación podría haber cambiado el rumbo de la Historia. Condenador por herejía, fueron aniquilados en el siglo XIV, y los rastros de su colosal saber se perdieron en el abismo de la Historia. Hasta hoy. Cotton Malone, un ex agente secreto del gobierno americano, se ve envuelto en una persecución a contrarreloj por descifrar ese enigma que los templarios codificaron. Su búsqueda pone al descubierto una peligrosa conspiración religiosa capaz de cambiar el destino de la humanidad y poner en entredicho la veracidad de los Santos Evangelios.

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La misma flecha de dos puntas de la lápida sepulcral.

Él estaba flotando. Alejándose de la iglesia. A través de las paredes, saliendo al patio y al jardín de flores, donde la estatua de la Virgen se levantaba sobre la columna visigótica. La piedra ya no tenía aquel color gris deslustrado por el tiempo y el clima. En vez de ello, brillaban las palabras penitencia, penitencia y misión 1891.

Asmodeo reaparecía. El demonio decía:

– Con este signo lo vencerás.

Ante la columna visigótica se encontraba el cuerpo de Cai Thorvaldsen. Bajo él, un trozo de grasiento asfalto, de color carmesí por la sangre. Sus miembros estaban extendidos en retorcidos ángulos, como los de Cazadora Roja tras tirarse de la Torre Redonda. Sus ojos abiertos de par en par, como encandilados por el shock.

Oyó una voz. Aguda, seca, mecánica. Y vio un televisor con un hombre de bigote informando de las noticias, hablando sobre la muerte de una abogada mexicana y un diplomático danés, desconociéndose las causas de los asesinatos.

Y las secuelas posteriores.

– Siete muertos… Nueve heridos.

Malone se despertó.

Había soñado con la muerte de Cai Thorvaldsen anteriormente -en realidad, muchas veces-, pero nunca en relación con Rennes-le-Château. Su mente estaba al parecer llena de unos pensamientos que había encontrado difícil evitar cuando trataba, dos horas antes, de caer dormido. Finalmente había conseguido desaparecer, cómodamente instalado en una de las múltiples habitaciones del ch âteau de Casiopea Vitt. Ésta le había asegurado que sus gorilas, fuera, estarían vigilando y preparados por si De Roquefort decidía actuar durante la noche. Pero él se mostró de acuerdo con su valoración. Estaban a salvo, al menos hasta el día siguiente.

De manera que se durmió.

Pero su mente había seguido tratando de resolver el rompecabezas.

La mayor parte del sueño se desvaneció, pero recordaba la última parte… el locutor de la televisión informando del ataque en Ciudad de México. Se enteró más tarde de que Cai Thorvaldsen había estado saliendo con la abogada mexicana. Se trataba de una impetuosa y brava dama que investigaba a un misterioso cártel. La policía local se enteró de que había habido amenazas que ella ignoraba. La policía había estado en la zona, pero curiosamente ninguno de ellos andaba por allí cuando los pistoleros salieron de aquel coche. Ella y el joven Thorvaldsen estaban sentados en un banco, tomando su almuerzo. Malone andaba cerca, de regreso a la embajada, con una misión en la ciudad. Había usado su automática para abatir a los dos atacantes antes de que otros dos se dieran cuenta de que estaba allí. Nunca llegó a ver al tercero y cuarto hombres, uno de los cuales le metió una bala en el hombro izquierdo. Antes de caer inconsciente, consiguió disparar a su atacante, y el último hombre fue abatido por uno de los infantes de Marina de la embajada.

Pero no antes de que un montón de balas llovieran sobre un montón de personas.

Siete muertos… Nueve heridos.

Se incorporó en la cama.

Acababa de resolver el rompecabezas de Rennes.

LIII

Abadía des Fontaines

1:30 am

De Roquefort pasó la tarjeta magnética por el lector y se abrió el pestillo electrónico. Entró en los brillantemente iluminados archivos y se abrió paso a través de las estrechas estanterías, hasta donde estaba sentado Royce Claridon. En la mesa, delante de Claridon, había montones de escritos. El archivero, sentado a un lado, observaba pacientemente, tal como le habían ordenado hacer. De Roquefort hizo un gesto para que el hombre se retirara.

– ¿Qué ha podido descubrir? -le preguntó a Claridon.

– Los materiales que usted me indicó son interesantes. Nunca llegué a darme cuenta de hasta qué punto creció esta orden después de la Purga de 1307.

– Hay muchas cosas en nuestra historia.

– Descubrí una narración de cuando Jacques de Molay fue quemado en la hoguera. Muchos hermanos al parecer contemplaron ese espectáculo en París.

– Caminó hacia la hoguera el 13 de marzo de 1314, con la cabeza alta, y le dijo a la multitud: «Es más que justo que en un momento tan solemne, cuando a mi vida le queda tan poco tiempo, deba revelar el engaño que se ha practicado y hablar a favor de la verdad.»

– ¿Ha memorizado usted sus palabras? -preguntó Claridon.

– Es un hombre que merece la pena conocer.

– Muchos historiadores atribuyen a De Molay la desaparición de la orden. Se dice que era débil y complaciente con el poder.

– ¿Y qué dicen los textos que usted ha leído sobre él? -quiso saber De Roquefort.

– Que parecía fuerte y decidido e hizo planes antes de viajar de Chipre a Francia el verano de 1307. De hecho se anticipó a lo que Felipe IV había planeado.

– Nuestra riqueza y conocimiento fueron salvaguardados. De Molay se aseguró de eso.

– El Gran Legado. -Claridon asintió.

– Los hermanos se aseguraron de que sobreviviera. De Molay se encargó de ello.

Los ojos de Claridon parecían fatigados. Aunque era una hora tardía, De Roquefort funcionaba mejor de noche.

– ¿Ha leído usted las palabras finales de De Molay?

Claridon asintió con la cabeza.

– «Dios vengará nuestra muerte. No transcurrirá mucho tiempo antes de que la desgracia caiga sobre los que nos han condenado.»

– Se estaba refiriendo a Felipe IV y Clemente V, que conspiraron contra él y contra nuestra orden. El papa murió menos de un mes más tarde, y Felipe sucumbió siete meses después. Ninguno de los herederos de Felipe dio a luz a un hijo varón, por lo que el linaje real Capeto se extinguió. Cuatrocientos cincuenta años más tarde, durante la Revolución, el rey francés fue encarcelado, al igual que De Molay, en el Temple de París. Cuando la guillotina finalmente le cortó la cabeza a Luis XVI, un hombre sumergió su mano en la sangre del rey muerto y lanzó un capirotazo a la multitud, gritando: «Jacques de Molay, has sido vengado.»

– ¿Uno de los suyos?

De Roquefort asintió.

– Un hermano… llevado por la emoción del momento. Estaba allí, vigilando que la monarquía francesa fuera eliminada.

– Esto significa mucho para usted, ¿no?

No estaba particularmente interesado en compartir sus sentimientos con aquel extraño, pero quiso dejar las cosas claras.

– Soy maestre.

– No. Hay más cosas. Más que esto.

– No sabía que usted fuera todo un analista, además de agente de campo.

– Usted se puso delante de un coche a toda velocidad, desafiando a Malone a que le atropellara. Y también me habría usted quemado la carne de mis pies sin ningún remordimiento.

– Monsieur Claridon, miles de mis hermanos fueron arrestados… Todo ello por la codicia de un rey. Varios cientos fueron quemados en la hoguera. Irónicamente, sólo la mentira los hubiera librado. La verdad era su sentencia de muerte, ya que la orden no era culpable de ninguna de las acusaciones lanzadas contra ella. Esto es intensamente personal.

Claridon alargó la mano en busca del diario de Lars Nelle.

– Tengo algunas malas noticias. He leído gran parte de las notas de Lars, y hay algo que no va bien.

A De Roquefort no le gustó esa afirmación.

– Hay errores. Las fechas están mal. Las localizaciones difieren. Algunas fuentes están anotadas incorrectamente. Cambios sutiles, pero que, para un ojo adiestrado, son evidentes.

Por desgracia, De Roquefort no era lo bastante erudito para saber la diferencia. De hecho, él había esperado que el diario contribuiría a aumentar su conocimiento.

– ¿Se trata simplemente de errores de registro?

– Al principio, así lo creí. Luego, a medida que descubría más y más, empecé a dudar de ello. Lars era un hombre meticuloso. Hay un montón de información en el diario que yo ayudé a acumular. Esto es intencionado.

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