– ¿Incluye eso lo que dijo sobre sí mismo? -quiso saber Stephanie-. Este joven -y señaló a Geoffrey- me mandó páginas del diario… unas páginas que su maestro cortó. Hablaban de mí.
– Sólo usted puede saber si lo que dejó escrito en ellas era cierto o no -dijo Casiopea.
– Tiene razón -intervino Thorvaldsen-. La información del diario no es, en general, verdadera. Lars lo escribió como un cebo para los templarios.
– Otro aspecto que usted olvidó convenientemente mencionar en Copenhague -dijo Stephanie con un tono de voz que indicaba que estaba una vez más irritada.
Thorvaldsen se mostraba impávido.
– Lo importante es que De Roquefort considera auténtico el diario.
La espalda de Stephanie se puso rígida.
– Usted, hijo de puta, podíamos haber sido asesinados tratando de recuperarlo.
– Pero no lo fueron. Casiopea no les perdía de vista.
– ¿Y eso hace que usted tuviera razón?
– Stephanie, ¿no ha ocultado usted nunca información a uno de sus agentes? -preguntó Thorvaldsen.
Ella se contuvo.
– Tiene razón -dijo Malone.
Ella se dio la vuelta y se enfrentó a él.
– ¿Cuántas veces me contó usted sólo parte de la historia, Stephanie? -prosiguió Malone-.¿Y cuántas veces me quejé más tarde de que eso podía haber hecho que me mataran?¿Y qué me decía usted? «Acostúmbrese a ello.» Pues aquí lo mismo, Stephanie. No me gusta esto más que a usted, pero me he acostumbrado.
– ¿Por qué no dejamos de discutir y vemos si podemos llegar a algún consenso sobre lo que Saunière pudo haber hallado? -sugirió Casiopea.
– ¿Y por dónde propone usted que empecemos? -preguntó Mark.
– Yo diría que la lápida sepulcral de Marie d’Hautpoul de Blanchefort sería un excelente punto de partida, ya que tenemos el libro de Stüblein que Henrik compró en la subasta. -Hizo un gesto señalando la mesa-. Abierto por el dibujo.
Todos se acercaron y contemplaron la imagen.
– Claridon se explicó sobre esto en Aviñón -dijo Malone, y les habló de la errónea fecha de la muerte (1681 como opuesta a 1781), de los números romanos (MDCOLXXXI), que contenían un cero, y de la restante serie de números romanos (LIXLIXL) grabada en el rincón inferior derecho.
Mark cogió un lápiz de la mesa y escribió 1681 y 59, 59, 50 sobre un taco de papel.
– Ésa es la conversión de esos números. Estoy ignorando el cero en el 1681. Claridon tiene razón: los romanos desconocían el cero.
Malone señaló las letras griegas de la piedra de la izquierda.
– Claridon dijo que se trataba de palabras latinas escritas en el alfabeto griego. Transformó la inscripción y obtuvo Et in arcadia ego. «Y en Arcadia yo.» Pensó que podía ser un anagrama, ya que la frase tiene poco sentido.
Mark estudió las palabras con mucha atención, y luego le pidió a Geoffrey la mochila, de la que sacó una toalla bien doblada y apretada. Con cuidado, desenvolvió el bulto y dejó al descubierto un pequeño códice. Sus hojas estaban dobladas, y luego cosidas juntas y encuadernadas… Pergamino, si Malone no se equivocaba. Nunca había visto uno tan cerca.
– Esto procede de los archivos templarios. Lo encontré hace unos años, inmediatamente después de convertirme en senescal. Había sido escrito en 1542 por uno de los escribas de la abadía. Es una excelente copia de un manuscrito del siglo xiv y narra cómo los templarios se reformaron después de la Purga. Trata también de la época entre diciembre de 1306 y mayo de 1307, cuando Jacques de Molay estuvo en Francia, y poco se sabe de su paradero.
Mark abrió con cuidado el antiguo volumen y con delicadeza pasó las páginas hasta encontrar lo que estaba buscando. Malone vio que la escritura latina era una serie de bucles y florituras, las letras unidas sin levantar la pluma de la página.
– Escuchen esto.
Nuestro maestre, el reverend ísimo y devot ísimo Jacques de Molay, recibi ó al enviado del papa el 6 de junio de 1306 con la pompa y cortes ía reservadas para los personajes de alto rango. El mensaje indicaba que Su Santidad el papa Clemente V hab ía convocado al maestre De Molay a Francia. Nuestro maestre trat ó de cumplir esa orden, haciendo todos los preparativos, pero antes de salir de la isla de Chipre, donde la orden hab ía establecido su cuartel general, nuestro maestre se enter ó de que el superior de los Hospitalarios tambi én hab ía sido convocado, pero se hab ía negado alegando la necesidad de permanecer con su orden en época de conflicto. Esto suscit ó grandes sospechas en nuestro maestre, que consult ó con sus hombres de confianza. Su Santidad hab ía tambi én dado instrucciones a nuestro maestre de que viajara de inc ógnito y con un peque ño s équito. Esto despertaba a ún m ás preguntas, ya que ¿Por qu é ten ía que preocuparse Su Santidad de c ómo viajaba nuestro maestre? Entonces le trajeron a nuestro maestre un curioso documento titulado De Recuperatione Terrae Sanctae. El manuscrito hab ía sido escrito por uno de los hombres de leyes de Felipe IV y esbozaba una nueva y gran cruzada que ser ía dirigida por un rey guerrero designado para recuperar Tierra Santa de los infieles. Esta proposici ón era una afrenta directa a los planes de nuestra orden e hizo que nuestro maestre pusiera en duda sus llamadas a la corte del rey. Nuestro maestre hizo saber que desconfiaba grandemente del monarca franc és, aunque ser ía tan insensato como inapropiado expresar esa desconfianza m ás all á de los muros de nuestro Templo. Con una actitud de prudencia, pues no era un hombre descuidado, y recordaba la traici ón de anta ño de Federico II, nuestro maestre hizo planes para que nuestra riqueza y conocimiento pudieran ser protegidos. Rezaba para que estuviera equivocado, pero no ve ía ninguna raz ón para no estar preparado. Fue llamado el hermano Gilbert de Blanchefort y se le orden ó que se llevara el tesoro del Temple. Nuestro maestre le dijo luego a De Blanchefort: «Nosotros, los que estamos en la jefatura de la orden, podr íamos estar en peligro. De manera que ninguno de nosotros ha de saber lo que vos sab éis, y vos deb éis aseguraros de que lo que sab éis sea transmitido a otros de la manera apropiada. » El hermano De Blanchefort, como era un hombre culto, se dispuso a realizar su misi ón y discretamente ocult ó todo lo que la orden hab ía adquirido. Cuatro hermanos fueron sus aliados y utilizaron cuatro palabras, una para cada uno de ellos, como se ñal suya, et in arcadia ego. Pero las letras no son m ás que un anagrama del verdadero mensaje. Disponi éndolas adecuadamente aparece lo que su tarea implicaba. i tego arcana dei.
– «Yo oculto los secretos de Dios» -dijo Mark, traduciendo la última línea-. Los anagramas eran corrientes en el siglo xiv también.
– Entonces, ¿De Molay estaba preparado? -preguntó Malone.
Mark asintió.
– Vino a Francia con sesenta caballeros, ciento cincuenta florines de oro y doce monturas cargadas de plata sin acuñar. Sabía que iban a surgir problemas. El dinero había de ser empleado para comprar su huida. Pero este tratado contiene alguna cosa de la que se sabe poco. El oficial al mando del contingente templario en el Languedoc era Seigneur de Goth. El papa Clemente V, el hombre que había convocado a De Molay, se llamaba Bertrand de Goth. La madre del papa era Ida de Blanchefort, y estaba emparentada con Gilbert de Blanchefort. De manera que De Molay poseía buena información confidencial.
Читать дальше