Mark había leído un parecido análisis de la Escritura en los archivos templarios. Durante siglos, hermanos doctos habían estudiado la Palabra, señalando errores, valorando contradicciones y efectuando hipótesis sobre los múltiples conflictos entre los nombres, fechas, lugares y hechos.
– Luego está Juan -siguió Thorvaldsen-. El Evangelio escrito que más lejos está de la vida de Cristo, alrededor del año 100. Hay muchos cambios en este Evangelio; es casi como si Juan hablara de un Cristo totalmente diferente. Nada de nacimiento en Belén… Donde Jesús nace es en Nazaret. Los otros tres hablan de un ministerio de tres años; Juan, sólo de uno. La última Cena, en Juan, tuvo lugar el día antes de la Pascua… La crucifixión, el día en que el cordero pascual era sacrificado. Esto es diferente de los otros Evangelios. Juan también trasladó la expulsión de los mercaderes del Templo del día después del Domingo de Ramos a una época temprana en el ministerio de Cristo.
»En Juan, María Magdalena va sola a la tumba y la encuentra vacía. Y entonces ella ni siquiera considera la posibilidad de una resurrección, sino que piensa que el cuerpo ha sido robado. Sólo cuando regresa con Pedro y los dem ás disc ípulos, ella ve a dos ángeles. Entonces éstos se transforman en el propio Jesús.
»Miren cómo este detalle, sobre quién estaba en la tumba, cambió. El joven de Marcos vestido de blanco se convierte en el ángel deslumbrante de Mateo, que Lucas extiende hasta dos ángeles y que Juan modifica para hacer de ellos dos ángeles que se transforman en Cristo. Y fue visto el resucitado Señor en el huerto el primer día de la semana, como los cristianos siempre han dicho? Marcos y Lucas dicen que no. Mateo, que sí. Juan dice que no al principio, pero María Magdalena le ve más tarde. Lo que ocurrió está claro. Con el tiempo, la resurrección fue hecha cada vez más milagrosa para acomodarse al cambiante mundo.
– Supongo -dijo Stephanie- que no se adhiere usted al principio de la infalibilidad de la Biblia, ¿verdad?
– No hay nada que sea literal en la Biblia. Es una leyenda infestada de contradicciones, y la única manera en que éstas pueden ser explicadas es gracias a la fe. Eso tal vez funcionó hace mil años, o incluso quinientos, pero ya no resulta aceptable. La mente humana hoy en día cuestiona. Su marido cuestionó.
– ¿Qué tenía intención de hacer Lars?
– Lo imposible -murmuró Mark.
Su madre le miró con una extraña comprensión en sus ojos.
– Pero eso nunca lo detuvo. -Habló en voz baja y melodiosa, como si acabara de descubrir una verdad que había permanecido oculta mucho tiempo-. Si no otra cosa, era un maravilloso soñador.
»Pero sus sueños tenían fundamento -continuó Mark-. Los templarios antaño supieron lo que papá quería saber. Aún hoy, leen y estudian la Escritura que no forma parte del Nuevo Testamento. El Evangelio de san Felipe, la Carta de Bernabé, los Hechos de Pedro, la Epístola de los Apóstoles, el Libro Secreto de Juan, el Evangelio de María, el Didakhé. Y el Evangelio de santo Tomás, que es para ellos quizás lo más próximo que tenemos de lo que Jesús pudo haber dicho realmente, ya que no ha sido sometido a innumerables traducciones. Muchos de estos llamados textos heréticos son reveladores. Y eso fue lo que hizo especiales a los templarios. La verdadera fuente de su poder. Ni la riqueza ni el poder, sino el conocimiento.
Malone se encontraba de pie bajo la sombra de unos altos álamos que salpicaban el promontorio. Soplaba suavemente una fresca brisa que amortiguaba la intensidad de los rayos del sol, recordándole una tarde de otoño en la playa. Estaba esperando a que Casiopea le dijera lo que nadie más sabía.
– ¿Por qué dejó que De Roquefort se hiciera con el diario de Lars?
– Porque era inútil.
Una chispa de diversión bailaba en sus oscuros ojos.
– Creía que contenía los pensamientos privados de Lars. Una información nunca publicada. La clave de todo -dijo Malone.
– Algo de eso es cierto, pero no es la clave de nada. Lars lo creó sólo para los templarios.
– ¿Sabía eso Claridon?
– Probablemente no. Lars era un hombre muy reservado. No contaba nada a nadie. Dijo una vez que sólo los paranoicos sobrevivían en su campo de trabajo.
– ¿Y cómo sabe usted eso?
– Henrik estaba al corriente. Lars nunca hablaba de los detalles, pero le habló a Henrik de sus encuentros con los templarios. En alguna ocasión pensó realmente que estaba hablando con el maestre de la orden. Charlaron varias veces, pero finalmente De Roquefort entró en escena. Y éste era totalmente distinto. Más agresivo, menos tolerante. De manera que Lars escribió el diario para que De Roquefort se concentrara en él… bastante parecido a la información errónea que el propio Saunière empleaba.
– ¿Habría sabido esto el maestre templario? Cuando Mark fue llevado a la abadía, llevaba consigo el diario. El maestre se lo guardó, hasta hace un mes, cuando se lo envió a Stephanie.
– Es difícil decirlo. Pero si le mandó el diario, es posible que el maestre calculara que De Roquefort trataría nuevamente de hacerse con él. Al parecer quería que Stephanie se implicara, de modo que, ¿qué mejor manera de atraerla que con algo irresistible?
Inteligente, tuvo que admitirlo. Y funcionó.
– El maestre seguramente creía que Stephanie utilizaría los considerables recursos que tiene a su disposición para ayudar a la búsqueda -dijo Casiopea.
– No conocía a Stephanie. Demasiado testaruda. Lo intentaría por su cuenta primero.
– Pero usted estaba aquí para ayudar.
– Qué suerte la mía.
– Oh, no es para tanto. En otro caso, nunca nos hubiéramos conocido.
– Como he dicho, qué suerte la mía.
– Lo tomaré como un cumplido. De lo contrario, podría herir mis sentimientos.
– Dudo de que sea tan fácil.
– Se las arregló usted bien en Copenhague -dijo ella-. Y luego nuevamente en Roskilde.
– ¿Estaba usted en la catedral?
– Durante un rato, pero me marché cuando empezó el tiroteo. Habría sido imposible para mí ayudar sin revelar mi presencia, y Henrik quería mantenerla en secreto.
– ¿Y si yo hubiera sido incapaz de parar a aquellos hombres de dentro?
– Oh, vamos. ¿Usted? -Le brindó una sonrisa-. Dígame una cosa. ¿Le sorprendió mucho que el hermano saltara de la Torre Redonda?
– No es algo que uno vea cada día.
– Cumplió su juramento. Al verse atrapado, decidió morir antes que arriesgarse a descubrir a la orden.
– Supongo que usted estaba allí debido a que yo mencioné a Henrik que Stephanie iba a venir para una visita.
– En parte. Cuando me enteré del repentino fallecimiento de Ernest Scoville, supe por algunos de los ancianos de Rennes que había hablado con Stephanie y que ella se disponía a venir a Francia. Son todos ellos entusiastas de Rennes, y se pasan el día jugando al ajedrez y fantaseando sobre Saunière. Cada uno de ellos vive su propia fantasía conspirativa. Scoville se jactaba de que tenía intención de hacerse con el diario de Lars. Stephanie no le caía bien, aunque le había hecho creer a ella lo contrario. Evidentemente, él tampoco era consciente de que el diario carecía de importancia. Su muerte suscitó mis sospechas, de manera que establecí contacto con Henrik y me enteré de la inminente visita de Stephanie a Dinamarca. Decidimos que yo también debía ir allí.
– ¿Y Aviñón?
– Yo tenía una fuente de información en el asilo. Nadie creía que Claridon estuviera loco. Falso, poco de fiar, oportunista… Eso seguro. Pero loco, no. De modo que vigilé hasta que usted regresó para reclamar a Claridon. Henrik y yo sabíamos que había algo en los archivos del palacio, aunque no exactamente qué. Como Henrik dijo en el almuerzo, Mark nunca conoció a Henrik. Mark era mucho más difícil de tratar que su padre. El hijo sólo buscaba de vez en cuando. Algo, tal vez, para mantener viva la memoria de su padre. Y lo que pudiera haber hallado, lo guardaba totalmente para sí mismo. Él y Claridon conectaron durante un tiempo, pero era una asociación poco estable. Luego, cuando Mark desapareció en la avalancha y Claridon se retiró al asilo, Henrik y yo abandonamos.
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