– La imagen que hay en el sudario -dijo Mark- no es la de Cristo. Es la de Jacques de Molay. Fue arrestado en octubre de 1307 y, en enero de 1308, clavado a una cruz en el Temple de París de una manera semejante a la de Cristo. Se burlaban de él porque no creía en Jesús como Salvador. El gran inquisidor de Francia, Guillaume Imbert, fue el que orquestó esa tortura. Posteriormente, De Molay fue envuelto en un sudario de lino que la orden guardaba en el Temple de París para emplear en las ceremonias de iniciación. Sabemos ahora que el ácido láctico y la sangre del traumatizado cuerpo de De Molay se mezclaron con el incienso de la tela y grabaron la imagen. Hay incluso un equivalente moderno. En 1981, un paciente de cáncer en Inglaterra dejó una huella similar de sus miembros sobre la ropa de cama.
Malone recordó que, a finales de los ochenta, la Iglesia finalmente rompió con la tradición y permitió un examen microscópico y del carbono catorce para establecer la antigüedad de la Sábana Santa de Turín. Los resultados indicaron que no había ni trazos ni pinceladas. La imagen está impresa directamente sobre la tela. La datación demostró que ésta no procedía del siglo i, sino de un período indeterminado entre finales del xiii y mediados del xiv. Pero muchos discutieron esos hallazgos, argumentando que la muestra había sido contaminada, o procedía de una posterior reparación de la tela original.
– La imagen del sudario encaja físicamente con la de De Molay -dijo Mark-. Hay descripciones suyas en las Crónicas. En la época que fue torturado, su cabello había crecido mucho y su barba estaba descuidada. La tela que envolvía el cuerpo de De Molay fue sacada del Temple de París por uno de los parientes de Geoffrey de Charney. De Charney fue quemado en la hoguera en 1314 junto con De Molay. La familia conservó la tela como una reliquia y más tarde observó que una imagen se había formado en ella. El sudario inicialmente apareció en un medallón religioso en 1338, y fue exhibido por primera vez en 1357. Cuando se mostró, la gente inmediatamente asoció aquella imagen con la de Cristo, y la familia de De Charney no hizo nada para disuadir esa creencia. Eso siguió hasta finales del siglo xvi, cuando la Iglesia tomó posesión del sudario, declarándolo acheropita (no hecho por mano humana) y considerándolo una reliquia sagrada. De Roquefort quiere recuperar el sudario. Pertenece a la orden, no a la Iglesia.
Thorvaldsen hizo un gesto negativo con la cabeza.
– Eso es una insensatez.
– Eso es lo que pretende.
Malone observó la expresión de enojo en la cara de Stephanie.
– Esta lección bíblica ha sido fascinante, Henrik. Pero sigo esperando saber la verdad sobre lo que está pasando aquí.
El danés sonrió.
– Es usted un regalo para el oído.
– Atribúyalo a mi efervescente personalidad -dijo Stephanie, y le mostró su teléfono-. Deje que me explique con claridad. Si no obtengo algunas respuestas dentro de los próximos minutos, voy a llamar a Atlanta. Ya estoy harta de Raymond de Roquefort, de modo que vamos a revelar públicamente esta pequeña búsqueda del tesoro y terminar con esta tontería.
Malone puso mala cara ante la declaración de intenciones de Stephanie. Se había estado preguntando cuándo se acabaría la paciencia de la mujer.
– No puedes hacer eso -le dijo Mark a su madre-. Lo último que nos hace falta es que el gobierno de Estados Unidos se involucre.
– ¿Por qué no? -preguntó Stephanie-. Esa abadía debería ser asaltada. Sea lo que sea lo que están haciendo ahí, ciertamente no es nada religioso.
– Al contrario -dijo Geoffrey con una voz trémula-. Reina allí una gran piedad. Los hermanos están dedicados al Señor. Sus vidas se consagran a su adoración.
– Y mientras tanto aprenden a manejar explosivos, el combate cuerpo a cuerpo y cómo disparar un arma como un tirador experto. Una pequeña contradicción, ¿no?
– En absoluto -declaró Thorvaldsen-. Los templarios originales estaban dedicados a Dios, y constituían una formidable fuerza de combate.
Stephanie evidentemente no estaba impresionada.
– Esto no es el siglo xiii. De Roquefort tiene tanto un plan como el poder para imponer ese plan a otros. Hoy llamamos a eso un terrorista.
– No has cambiado nada -dijo despreciativamente Mark.
– No, no he cambiado. Sigo creyendo que las organizaciones secretas con dinero, armas y llenas de resentimiento son un problema. Mi trabajo es tratar con ellas.
– Esto no te concierne.
– Entonces, ¿por qué tu maestre me involucró a mí?
«Buena pregunta», pensó Malone.
– No comprendiste nada mientras papá estaba vivo, y sigues sin comprender.
– Entonces, ¿por qué no me sacas del error?
– Señor Malone -intervino Casiopea con cordialidad-, ¿le gustaría a usted visitar el proyecto de restauración del castillo?
Al parecer su anfitriona quería hablar con él a solas. Lo que le parecía estupendo… Él también quería hacerle algunas preguntas.
– Me encantaría.
Casiopea empujó su silla hacia atrás y se puso de pie ante la mesa.
– Entonces deje que se lo muestre. Eso le dará a todo el mundo aquí tiempo para hablar… cosa que, evidentemente, es necesaria. Por favor, siéntanse ustedes como en casa. Malone y yo regresaremos dentro de un ratito.
Malone siguió a Casiopea al exterior. La tarde era magnífica. Pasearon nuevamente por el sombreado sendero, hacia el aparcamiento y el lugar donde se estaba llevando a cabo la construcción.
– Cuando hayamos acabado -le dijo Casiopea-, se alzará un castillo del siglo xiii exactamente tal como se levantaba hace setecientos años.
– Vaya empeño.
– Me encantan los grandes empeños.
Entraron en el recinto de la construcción a través de una amplia puerta de madera y pasearon por lo que parecía ser un granero con paredes de arenisca que albergaba un moderno centro de recepción. Más allá reinaba el olor del polvo, de los caballos y de los residuos, donde se apiñaba aproximadamente un centenar de personas.
– Todos los cimientos del perímetro han sido ya colocados y el muro de contención occidental va por buen camino -dijo Casiopea, señalando con el dedo-. Hemos iniciado las torres esquineras y los edificios centrales. Pero lleva tiempo. Tenemos que hacer los ladrillos, traer la piedra, trabajar la madera y elaborar el mortero exactamente como se hacía hace setecientos años, utilizando los mismos métodos y herramientas, incluso llevando las mismas ropas.
– ¿Y comen la misma comida?
Ella sonrió.
– Hacemos concesiones a la vida moderna.
Lo guió a través de la obra y subieron por la pronunciada pendiente de una loma hasta un modesto promontorio, donde se podía abarcar el conjunto con claridad.
– Vengo aquí con frecuencia. Unos ciento veinte hombres y mujeres están empleados ahí a tiempo completo.
– Menuda nómina.
– Un pequeño precio a pagar para que se vea la historia.
– Su apodo, Ing énieur. ¿Es así como la llaman?¿Ingeniero?
– El personal me puso ese mote. Estoy versada en técnicas de construcción medieval. He diseñado todo el proyecto.
– ¿Sabe usted? Por un lado, es usted una hembra arrogante. Por otro, puede resultar bastante interesante.
– Comprendo que mi comentario durante el almuerzo, sobre lo que pasó con el hijo de Henrik, fue inadecuado. ¿Por qué no me devolvió el golpe?
– ¿Para qué? Usted no sabía de qué demonios estaba hablando.
– Trataré de no volver a juzgarlo.
Malone dejó escapar una risita.
– Lo dudo. Y no soy tan susceptible. Hace tiempo que desarrollé una piel de lagarto. Has de hacerlo, si quieres sobrevivir en este negocio.
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