– Rezar.
Claridon aún no se había movido.
– ¿Para qué?
– Para que mi intuición sea correcta.
Malone estaba furioso. Henrik Thorvaldsen había dispuesto de mucha más información sobre todo, y sin embargo no había dicho absolutamente nada. Señaló con un dedo a Casiopea.
– ¿Es amiga suya?
– Hace mucho que la conozco.
– Cuando Lars Nelle vivía. ¿La conocía usted entonces?
Thorvaldsen asintió.
– ¿Y estaba al corriente Lars de su relación?
– No.
– De modo que lo tomaba por un estúpido también.
En su voz se reflejaba la ira.
El danés parecía obligado a abandonar toda actitud defensiva. A fin de cuentas, estaba acorralado.
– Cotton, comprendo su irritación. Pero uno no puede ser siempre franco. Hay que tener en cuenta muchos aspectos. Estoy seguro de que cuando usted trabajaba para el gobierno de Estados Unidos hacía lo mismo.
Malone no se tragó el anzuelo.
– Casiopea no perdía de vista a Lars. Éste era consciente de su presencia, y, a sus ojos, era una molestia. Pero la verdadera tarea de ella era protegerle.
– ¿Y por qué no se limitaba a decírselo?
– Lars era un hombre obstinado. Era más sencillo para Casiopea vigilarle discretamente. Por desgracia, no podía protegerle de sí mismo.
Stephanie dio unos pasos hacia delante, su rostro preparado para la confrontación.
– De eso nos advertía su perfil. Motivos cuestionables, alianzas variables, engaño.
– Me ofende que diga eso. -Thorvaldsen la miró airadamente-. Especialmente dado que Casiopea ha cuidado de ustedes dos también.
Sobre ese punto, Malone no podía discutir.
– Debería habérnoslo dicho.
– ¿Con qué fin? Por lo que puedo recordar, ambos tenían intención de venir a Francia… en especial usted, Stephanie. Así que, ¿qué habría ganado? En vez de ello, me aseguré de que Casiopea estuviera aquí, por si ustedes la necesitaban.
Malone no estaba dispuesto a aceptar esa engañosa explicación.
– Por un lado, Henrik, podía usted habernos puesto en antecedentes sobre Raymond de Roquefort, al que evidentemente ustedes dos conocían. En vez de ello, tuvimos que ir a ciegas.
– Hay poco que contar -dijo Casiopea-. Cuando Lars estaba vivo, todo lo que los hermanos hacían era vigilarlo también. Yo nunca establecí contacto real con De Roquefort. Eso sólo ha sucedido durante los últimos dos días. Sé tanto sobre él como ustedes.
– Entonces, ¿cómo se anticipó a sus movimientos en Copenhague?
– No lo hice. Simplemente le seguí a usted.
– Nunca advertí su presencia.
– Soy experta en lo que hago.
– No lo fue tanto en Aviñón. La descubrí en el café.
– ¿Y qué me dice de su truco con la servilleta, dejándola caer para poder ver si yo le seguía? Quería que usted supiera que yo estaba allí. En cuanto vi a Claridon, supe que De Roquefort no andaba muy lejos. Ha vigilado a Royce durante años.
– Claridon nos habló sobre usted -dijo Malone-, pero no la reconoció en Aviñón.
– Nunca me ha visto. Lo que sabe es sólo lo que Lars Nelle le contó.
– Claridon nunca mencionó ese hecho -dijo Stephanie.
– Hay muchas cosas que estoy segura de que Claridon se olvidó de mencionar. Lars nunca se dio cuenta, pero Claridon era más un problema para él de lo que yo jamás fui.
– Mi padre la odiaba a usted -dijo Mark, con un deje de desdén en su voz.
Casiopea se lo quedó mirando con frío semblante.
– Su padre era un hombre brillante, pero no muy instruido en la naturaleza humana. Su visión del mundo era simplista. Las conspiraciones que buscaba, las que usted exploró después de su muerte, son mucho más complicadas de lo que cualquiera de ustedes pueda imaginar. Ésta es una búsqueda del conocimiento que ha llevado a muchos hombres a la muerte.
– Mark -dijo Thorvaldsen-, lo que Casiopea dice sobre tu padre es cierto, y estoy seguro de que te das cuenta.
– Era un hombre bueno que creía en lo que hacía.
– Cierto que lo era. Pero también se guardaba muchas cosas para sí. Tú nunca supiste que él y yo éramos amigos íntimos, y lamento que tú y yo no llegáramos a conocernos. Pero tu padre quería que nuestros contactos fueran confidenciales, y yo respeté su deseo incluso después de su muerte.
– Podría usted habérmelo dicho a mí -le reprochó Stephanie.
– No, no podía.
– Entonces, ¿por qué nos lo cuenta ahora?
– Cuando usted y Cotton salieron de Copenhague, yo vine directamente aquí. Comprendí que acabarían ustedes por encontrar a Casiopea. Por eso precisamente ella estaba en Rennes hace dos noches… para atraerles. Originalmente, yo iba a quedarme en un segundo plano y ustedes no se enterarían de nuestra relación, pero cambié de opinión. Esto ha ido demasiado lejos. Tienen ustedes que saber la verdad, de manera que estoy aquí para contársela.
– Muy amable por su parte -dijo Stephanie.
Malone miró fijamente los hundidos ojos del viejo. Thorvaldsen tenía razón. Había jugado a tres bandas muchas veces. Y Stephanie también.
– Henrik, llevo sin tomar parte en este tipo de juego más de un año. Me marché porque no quería seguir participando. Reglas fatales, pocas probabilidades. Pero en este momento, tengo hambre y, debo confesarlo, siento curiosidad. Así que comamos, y usted nos lo contará todo sobre esa verdad que tenemos que conocer.
El almuerzo era conejo asado sazonado con perejil, tomillo y mejorana, junto con espárragos frescos, una ensalada y un budín de pasas rematado con helado de vainilla. Mientras comía, Malone trató de valorar la situación, Su anfitriona parecía estar sumamente a gusto, pero él no se dejó impresionar por su cordialidad.
– Usted desafió a De Roquefort anoche en el palacio -le dijo a la mujer-.¿Dónde aprendió sus habilidades?
– Soy autodidacta. Mi padre me transmitió su audacia, y mi madre me bendijo con una capacidad de comprensión de la mente masculina.
Malone sonrió.
– Algún día quizás haga suposiciones erróneas.
– Me alegro de que se preocupe usted por mi futuro. ¿Hizo usted alguna vez «suposiciones erróneas» como agente?
– Muchas veces, y morían personas por ello de vez en cuando.
– ¿El hijo de Henrik figura en esa lista?
Le ofendió el golpe, particularmente considerando que ella no sabía nada de lo que había ocurrido.
– Al igual que aquí, a la gente se le daba mala información. Y mala información da lugar a malas decisiones.
– El joven murió.
– Cai Thorvaldsen se hallaba en el lugar equivocado en un momento inoportuno -dejó claro Stephanie.
– Cotton tiene razón -dijo Henrik dejando de comer-. Mi hijo murió porque no fue advertido del peligro que le rodeaba. Cotton estaba allí, e hizo lo que pudo.
– No quería dar a entender que tuvo la culpa -aclaró Casiopea-. Era sólo que parecía ansioso por decirme cómo debía llevar mis asuntos. Simplemente pregunté si él era capaz de llevar los suyos. A fin de cuentas, abandonó.
Thorvaldsen soltó un suspiro.
– Tiene usted que perdonarla, Cotton. Es brillante, artística, una cognoscenta en música, coleccionista de antigüedades. Pero heredó de su padre su falta de modales. Su madre, Dios tenga en su seno su preciosa alma, era más refinada.
– Henrik se imagina que es mi padre adoptivo.
– Tiene usted suerte -dijo Malone, examinándola cuidadosamente- de que yo no la derribara de un tiro de esa motocicleta en Rennes.
– No esperaba que escapara usted tan rápidamente de la Torre Magdala. Estoy convencida de que los gestores del complejo se sentirán muy trastornados por la pérdida de aquel marco de ventana. Era original, según tengo entendido.
Читать дальше