Steve Berry - Los caballeros de Salomón

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La poderosa orden medieval de los templarios poseía un conocimiento secreto que amenazaba los cimientos de la Iglesia y cuya revelación podría haber cambiado el rumbo de la Historia. Condenador por herejía, fueron aniquilados en el siglo XIV, y los rastros de su colosal saber se perdieron en el abismo de la Historia. Hasta hoy. Cotton Malone, un ex agente secreto del gobierno americano, se ve envuelto en una persecución a contrarreloj por descifrar ese enigma que los templarios codificaron. Su búsqueda pone al descubierto una peligrosa conspiración religiosa capaz de cambiar el destino de la humanidad y poner en entredicho la veracidad de los Santos Evangelios.

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Y ¿para qué?

Sintió la presencia del arma bajo su chaqueta. La tranquilidad que ofrecía era algo incómoda… sólo otra sensación más, novedosa y extraña, que le daba seguridad.

Se apartó de la tumba de su padre y se deslizó hasta el lugar de reposo de Ernest Scoville. Conocía al solitario belga y le gustaba. El maestro al parecer también lo conocía, puesto que le había enviado una carta hacía sólo una semana. ¿Qué había dicho De Roquefort el día anterior sobre los dos correos? «Me he ocupado de uno de los destinatarios.» Al parecer, así era. Pero qué más había dicho. «Y no tardaré en hacerlo del otro.» Su madre estaba en peligro. Todos lo estaban. Pero no era mucho lo que se podía hacer. ¿Acudir a la policía? Nadie los creería. La abadía era muy respetada, y ni un solo hermano diría nada contra la orden. Todo lo que encontrarían sería un tranquilo monasterio dedicado a Dios. Existían planes para el encubrimiento de todas las cosas relacionadas con la hermandad, y ni uno solo de los hombres del interior de la abadía fallaría.

De eso estaba seguro.

No. Estaban solos.

Malone esperaba en el Jardín del Calvario a que Mark regresara del cementerio. No había querido entrometerse en algo tan personal, pues comprendía totalmente las perturbadoras emociones que el hombre estaría seguramente experimentando. Él tenía sólo diez años cuando su padre había muerto, pero la pena que sintió al saber que no volvería a ver a su padre nunca se había desvanecido. A diferencia de Mark, no había ningún cementerio donde él pudiera visitarlo. La tumba de su padre se encontraba en el fondo del Atlántico Norte, dentro del aplastado casco de un submarino hundido. Había intentado en una ocasión averiguar los detalles de lo que había ocurrido, pero todo el incidente estaba clasificado como información reservada.

Su padre había amado a la Marina y a Estados Unidos… Un patriota que gustosamente dio su vida por su país. Y esa idea siempre había enorgullecido a Malone. Mark Nelle, en cambio, había sido afortunado, pudiendo vivir muchos años con su padre. Llegaron a conocerse y a compartir la vida. Pero, en muchos sentidos, él y Mark eran parecidos. Sus dos padres se habían entregado por completo a su trabajo. Los dos habían desaparecido. Y para ninguna de las muertes existía una adecuada explicación.

Se quedó junto al Calvario y observó, mientras más visitantes entraban y salían en tropel del cementerio. Finalmente, descubrió a Mark, que seguía a un grupo de japoneses a través de la verja.

– Ha sido duro -dijo Mark cuando se acercó-. Lo echo de menos.

Malone decidió reanudar la conversación donde la había dejado.

– Tú y tu madre vais a tener que poneros de acuerdo.

– Flota un montón de malas vibraciones, y ver su tumba no ha hecho más que reavivarlas.

– Ella tiene su corazón. Está blindado, lo sé, pero, con todo, sigue ahí.

Mark sonrió.

– Parece que la conoce usted.

– He tenido alguna experiencia.

– Por el momento, necesitamos concentrarnos en lo que fuera que el maestre maquinó.

– Vosotros dos sabéis eludir una cuestión la mar de bien.

Mark volvió a sonreír.

– Viene con los genes.

Consultó su reloj.

– Son las once y media. Tengo que irme. Quiero hacer una visita a Casiopea Vitt antes del anochecer.

– Le haré un croquis. No es un viaje largo en coche desde aquí.

Salieron del Jardín del Calvario y giraron hacia la ru e principal. A unos treinta metros de distancia, Malone descubrió a un hombre bajo, de aspecto robusto, que llevaba las manos metidas en los bolsillos de una chaqueta de piel, y se dirigía directamente a la iglesia.

Agarró a Mark por el hombro.

– Tenemos compañía.

Mark siguió su mirada y vio a De Roquefort.

Malone valoró rápidamente sus opciones mientras descubría a otros tres cabellos cortos. Dos de ellos estaban delante, en Villa Betania. El otro bloqueaba el callejón que conducía al aparcamiento.

– ¿Alguna sugerencia? -preguntó Malone.

Mark se adelantó hacia la iglesia.

– Sígame.

Stephanie abrió la puerta y Royce Claridon entró en la casa.

– ¿De dónde viene? -preguntó ella, haciendo un gesto a Geoffrey para que bajara el arma.

– Me cogieron en el palacio anoche y me condujeron en coche hasta aquí. Me encerraron en un piso, dos calles más allá, pero conseguí escaparme hace unos minutos.

– ¿Cuántos hermanos hay en el pueblo? -le preguntó Geoffrey a Claridon.

– ¿Quién es usted?

– Se llama Geoffrey -dijo Stephanie, esperando que su acompañante entendiera el hecho de ser tan escueta.

– ¿Cuántos hermanos hay aquí? -volvió a preguntar Geoffrey.

– Cuatro.

Stephanie se acercó a la ventana de la cocina y miró a la calle. Los adoquines estaban desiertos en ambas direcciones. Pero ella estaba preocupada por Mark y Malone.

– ¿Dónde están esos hermanos?

– No lo sé. Les oí decir que estaba usted en casa de Lars, de manera que vine directamente aquí.

A ella no le gustó esa respuesta.

– No pudimos ayudarle anoche. No teníamos ni idea de que le habían cogido. Nos golpearon hasta dejarnos inconscientes mientras tratábamos de atrapar a De Roquefort y a la mujer. Para cuando nos despertamos, todo el mundo se había ido.

El francés levantó las palmas.

– Está bien, madame, lo entiendo. No pudieron hacer nada.

– ¿Está De Roquefort aquí? -preguntó Geoffrey.

– ¿Quién?

– El maestre. ¿Está aquí?

– No se dieron nombres. -Claridon se volvió hacia ella-. Pero oí decirles que Mark está vivo. ¿Es cierto eso?

Ella asintió con la cabeza.

– Él y Cotton se fueron a la iglesia, pero deberían volver dentro de poco.

– Un milagro. Pensaba que había desaparecido para siempre.

– Los dos lo pensábamos.

La mirada de Claridon barrió la habitación.

– No he estado en el interior de esta casa desde hace algún tiempo. Lars y yo pasamos mucho tiempo aquí.

Ella le ofreció una silla junto a la mesa. Geoffrey se situó cerca de la ventana, y Stephanie observó un punto de tensión en su actitud por lo general fría.

– ¿Qué le pasó? -le preguntó a Claridon.

– Estuve atado hasta esta mañana. Me desataron para que pudiera hacer mis necesidades. Una vez en el baño, me encaramé por la ventana y vine directamente aquí. Seguramente me estarán buscando, pero no tenía ningún otro lugar al que ir. Salir de este pueblo es bastante difícil, dado que sólo hay un camino. -Claridon se movió nerviosamente en la silla-.¿Sería mucha molestia pedirle un poco de agua?

Ella se puso de pie y llenó un vaso del grifo. Claridon la ingirió de un trago. Ella volvió a llenar el vaso.

– Estaba aterrorizado por ellos -dijo Claridon.

– ¿Qué es lo que quieren? -preguntó ella.

– Buscan su Gran Legado, como dijo Lars.

– ¿Y qué les contó usted? -preguntó Geoffrey, con una pizca de desprecio en su voz.

– No les dije nada, pero ellos preguntaron muy poco. Me dijeron que mi interrogatorio tendría lugar hoy, después de que atendieran a otro asunto. Pero la verdad es que no llegaron a decir de qué se trataba. -Claridon miró a Stephanie fijamente-.¿Sabe lo que ellos quieren de usted?

– Tienen el diario de Lars, el libro de la subasta y la litografía del cuadro. ¿Qué más pueden desear?

– Creo que es a Mark.

Esas palabras visiblemente afectaron a Geoffrey, y se puso rígido.

Ella quiso saber.

– ¿Qué quieren de él?

– No tengo ningún indicio, madame. Pero me pregunto si en todo esto hay algo que merezca el derramamiento de sangre.

– Los hermanos han muerto durante casi novecientos años por lo que ellos creían -dijo Geoffrey-. Esto no es diferente.

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