– No. La verdad es que no.
– Otros sí lo han hecho. Cristo murió la vigilia del Sabbath. No podía, según mandaba la ley, ser inhumado después de la puesta del sol. -Mark señaló a la estación 14-. Sin embargo, Saunière colgó esta representación, que evidentemente muestra al cuerpo transportado después del crepúsculo.
Malone seguía sin comprender el significado.
– ¿Y si en vez de ser transportado a la tumba, Cristo estuviera siendo sacado de ella, después del crepúsculo?
Malone no dijo nada.
– ¿Está usted familiarizado con los Evangelios Apócrifos? -preguntó Mark.
Lo estaba. Fueron encontrados en algún lugar junto al Nilo superior en 1945. Siete operarios beduinos estaban cavando cuando tropezaron con un esqueleto humano y una urna sellada. Pensando que contenía oro, abrieron la urna a golpes y encontraron trece códices encuadernados en piel. No exactamente un libro, sino un antepasado. Los textos, de bordes raídos, escritos con claridad, lo estaban en antiguo copto, sin duda compuesto por monjes que vivieron en un cercano monasterio basiliano durante el siglo iv. Contenían cuarenta y seis antiguos manuscritos cristianos, que databan del siglo ii, habiendo sido modelados los códices en el siglo iv. Algunos se perdieron posteriormente, utilizados para encender fuego o desechados, pero en 1947 el resto fue adquirido por un museo local.
Le contó a Mark lo que sabía.
– La respuesta de por qué los monjes enterraron los códices se encuentra en la historia -dijo Mark-. En el siglo iv, Atanasio, el obispo de Alejandría, escribió una carta que fue enviada a todas las iglesias de Egipto. Decretaba que sólo los veintisiete libros contenidos dentro del recientemente formulado Nuevo Testamento podían ser considerados Escrituras. Todos los demás, libros her éticos, debían ser destruidos. Ninguno de los cuarenta y seis manuscritos de aquella urna se ajustaba. De manera que los monjes del monasterio basiliano decidieron esconder los trece códices en vez de quemarlos, quizás esperando un cambio en la cúpula de la Iglesia. Por supuesto, no tuvo lugar ningún cambio. En vez de ello, la Cristiandad romana floreció. Pero, gracias al cielo, los códices sobrevivieron. Éstos son los Evangelios Apócrifos que ahora conocemos. En uno de ellos, el de Pedro, aparece escrito: «Y mientras declaraban las cosas que habían visto, nuevamente vieron a tres hombres aparecer de la tumba, y dos de ellos sostenían a uno.»
Malone volvió a contemplar la estación 14. Dos hombres sosteniendo a uno.
– Los Evangelios Apócrifos son textos extraordinarios -dijo Mark-. Muchos eruditos dicen ahora que el Evangelio de santo Tomás, que estaba incluido en ellos, puede ser lo más próximo que tenemos de las auténticas palabras de Cristo. Los primeros cristianos estaban aterrorizados por los gnósticos. La palabra viene del griego, gnosis, que significa «conocimiento». Los gnósticos eran simplemente personas informadas, pero la emergente versión católica del cristianismo acabó eliminando todo el pensamiento y enseñanzas gnósticas.
– ¿Y los templarios mantuvieron eso vivo?
Mark asintió.
– Los Evangelios Apócrifos, y otros textos que los teólogos de hoy jamás han visto, están en la biblioteca de la abadía. Los templarios eran de amplias miras cuando se trataba de las Escrituras. Se pueden aprender un montón de cosas de esas supuestamente heréticas obras.
– ¿Y cómo sabría nada Saunière de esos Evangelios? No fueron descubiertos hasta varias décadas después de su muerte.
– Quizás tuvo acceso a una información aún mejor. Deje que le muestre algo más.
Malone siguió a Mark de nuevo a la entrada de la iglesia y salieron al pórtico. Encima de la puerta había una caja tallada en la piedra sobre la que había pintadas unas palabras.
– Lea lo que está escrito debajo -dijo Mark.
Malone se esforzó en distinguir las letras. Muchas estaban difuminadas y eran difíciles de descifrar, y todas estaban en latín:
regnum mundi et omnem ornatum saeculi contempsi,
propter amorem dominin mei Jesu Christi: quem vidi,
quem amavi, in quem credidi, quem dilexi
– Traducido, quiere decir: «He sentido desprecio hacia el reino de este mundo, y todos sus ornamentos temporales, por el amor de mi Señor Jesucristo, al cual vi, a quien amé, en quien creí y al que adoré.» A primera vista, una interesante afirmación, pero hay algunos errores evidentes. -Mark hizo un gesto con la mano-. Las palabras soeculi, amorem, quem y cremini están todas mal escritas. Saunière se gastó ciento ochenta francos por esa talla y por las letras pintadas, lo cual era una suma considerable para su época. Lo sabemos porque tenemos las facturas. Se tomó muchas molestias para diseñar esta entrada, y sin embargo permitió que quedaran los errores de ortografía. Habría sido fácil enmendarlos, ya que las letras estaban sólo pintadas.
– ¿Quizás no lo advirtió?
– ¿Saunière? Era un tipo de fuerte personalidad. Nada se le escapaba.
Mark lo apartó de la entrada cuando otra oleada de visitantes penetraba en la iglesia. Se detuvieron cerca del jardín que contenía la columna visigoda y la estatua de la Virgen.
– La inscripción que hay sobre la puerta no es bíblica. Está contenida dentro de un responsorio escrito por un hombre llámalo John Tauler, a comienzos del siglo xiv. Los responsorios eran preces o versículos que se decían entre la lectura de las escrituras, y Tauler era muy conocido en tiempos de Saunière. De manera que es posible que a Saunière simplemente le gustara la frase. Pero es bastante insólito.
Malone se mostró de acuerdo.
– Los errores ortográficos podrían arrojar alguna luz sobre el motivo por el que Saunière lo utilizó. Las palabras pintadas son quem cremini «en el cual creí», pero la palabra debería haber sido credidi; sin embargo, Saunière permitió el error. ¿Podría significar eso que no creía en Él? Y luego lo más interesante de todo. Quem vidi. «Al cual vi.»
Malone vio instantáneamente su significado.
– Lo que fuera que encontró lo condujo a Cristo. Al cual vio.
– Eso es lo que papá pensaba, y yo estoy de acuerdo. Saunière parecía incapaz de resistirse a mandar mensajes. Quería que el mundo supiera lo que él sabía, pero era casi como si se diera cuenta de que nadie de su época lo comprendería. Y estaba en lo cierto. Nadie comprendió. Hasta cuarenta años después de su muerte nadie reparó en ello. -Mark miró por encima de la antigua iglesia-. Todo el lugar está lleno de inversiones. Las estaciones del Vía Crucis cuelgan de la pared en dirección contraria a la de cualquier otra iglesia del mundo. El diablo de la puerta… es lo contrario del bien. -Luego señaló a la columna visigótica situada a unos metros de distancia-. Cabeza abajo. Observe la cruz y las tallas en su cara.
Malone estudió la cara.
– Saunière invirtió la columna antes de grabar «Misión 1891» al pie y «Penitencia, Penitencia» en la parte de arriba.
Malone observó una «V» con un círculo en su centro, en el ángulo inferior derecho. Giró la cabeza y contempló la imagen invertida.
– ¿Alfa y omega? -preguntó.
– Algunos lo piensan. Papá también.
– Otra manera de llamar a Cristo.
– Correcto.
– ¿Por qué Saunière le dio la vuelta a la columna?
– Nadie hasta el presente ha aportado una buena razón.
Mark se apartó de la exposición del jardín y dejó que otros visitantes se lanzaran sobre las pinturas para fotografiarlas. Luego encabezó el camino hacia la parte trasera de la iglesia, llegando hasta un rincón del Jardín del Calvario, donde se encontraba una pequeña gruta.
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