– Suena impersonal.
– Yo lo considero iluminador.
– Geoffrey te mandó un paquete -dijo Mark-. El diario de papá. ¿Lo recibiste?
– Por eso estoy aquí.
– Lo tenía conmigo el día del alud. El maestre lo guardó cuando me hice hermano. Descubrí que había desaparecido después de morir él.
– ¿Tu maestre está muerto? -preguntó Malone.
– Tenemos un nuevo líder -explicó Mark-. Pero es un demonio.
Malone describió al hombre que se había enfrentado con él y Stephanie en la catedral de Roskilde.
– Ése es Raymond de Roquefort -dijo Mark-.¿Cómo es que lo conocéis?
– Somos viejos amigos -dijo Malone, contándoles algunas de las cosas que acababan de ocurrir en Aviñón.
– Claridon es probablemente prisionero de De Roquefort -dijo Mark-. Que Dios ayude a Royce.
– Estaba aterrorizado por los templarios -dijo Malone.
– Con ése tiene motivos.
– Aún no nos has dicho por qué te quedaste en la abadía durante los pasados cinco años -dijo Stephanie.
– Lo que buscaba estaba allí. El maestre se convirtió en un padre para mí. Era un hombre bueno, gentil, lleno de compasión.
Ella captó el mensaje.
– ¿A diferencia de mí?
– Ahora no es el momento de discutir eso.
– ¿Y cuándo será un buen momento? Pensaba que habías muerto, Mark. Pero estabas recluido en una abadía, mezclándote con templarios…
– Su hijo era nuestro senescal -dijo Geoffrey-. Él y el maestre nos gobernaban bien. Fue una bendición para nuestra orden.
– ¿Era el segundo en el mando? -preguntó Malone-.¿Cómo ascendiste tan deprisa?
– El senescal es elegido por el maestre. Sólo éste decide quién está calificado -dijo Geoffrey-. Y eligió bien.
Malone sonrió.
– Tienes un devoto.
– Geoffrey es una fuente abundante de información, aunque ninguno de nosotros llegará a saber nada por él hasta que esté preparado para contárnoslo.
– ¿Te importaría explicar eso? -preguntó Malone.
Mark habló, contándoles lo que había sucedido durante las últimas cuarenta y ocho horas. Stephanie escuchaba con una mezcla de fascinación e ira. Su hijo hablaba de la hermandad con reverencia.
– Los templarios -dijo Mark- salieron de un oscuro grupo de nueve caballeros, que supuestamente protegían a los peregrinos en el camino a Tierra Santa, llegando a formar un conglomerado intercontinental compuesto por decenas de miles de hermanos repartidos por nueve mil haciendas. Reyes, reinas y papas se acobardaban ante ellos. Nadie, hasta Felipe IV en 1307, consiguió desafiarlos. ¿Sabéis por qué?
– Su capacidad militar, supongo -aventuró Malone.
Mark negó con la cabeza.
– No era la fuerza lo que les daba solidez. Era el conocimiento. Poseían una información que nadie más conocía…
Malone lanzó un suspiro.
– Mark, no nos conocemos, pero es medianoche, estoy muerto de sueño y el cuello me duele terriblemente. ¿Podrías saltarte las adivinanzas e ir al grano?
– En el tesoro de los templarios había alguna prueba que estaba relacionada con Jesucristo.
La habitación quedó en silencio, y las palabras se afianzaron.
– ¿Qué clase de prueba? -quiso saber Malone.
– Lo ignoro. Pero se llama el Gran Legado. La prueba fue hallada en Tierra Santa, bajo el Templo de Jerusalén. Había sido escondida en algún momento entre mediados del siglo primero y el año 70 después de Cristo, cuando el templo fue destruido. Fue transportado por los templarios a Francia y nuevamente ocultado, en un lugar conocido sólo por los dignatarios más elevados. Cuando Jacques de Molay, el maestre templario de la época de la Purga, fue quemado en la hoguera en 1314, la ubicación de esa prueba desapareció con él. Felipe IV trató de descubrir su paradero, pero fracasó. Papá creía que los abates Bigou y Saunière, de Rennes-le-Château, habían tenido éxito. Estaba convencido de que Saunière había localizado realmente el escondrijo templario.
– Así lo creía también el maestre -dijo Geoffrey.
– ¿Veis lo que digo? -Mark miró a su amigo-. Se dicen las palabras mágicas y tenemos información.
– El maestre dejó bien claro que Bigou y Saunière estaban en lo cierto -dijo Geoffrey.
– ¿Sobre qué? -preguntó Malone.
– No lo dijo. Sólo que tenían razón.
Mark dirigió su mirada hacia ellos.
– Al igual que usted, Malone, yo he tenido mi ración de acertijos.
– Llámame Cotton.
– Un nombre interesante. ¿Cómo se lo pusieron?
– Es una larga historia. Te la contaré en algún momento.
– Mark -intervino Stephanie-. No creerás realmente que existe ninguna prueba definitiva relacionada con Jesucristo, ¿verdad? Tu padre nunca fue tan lejos.
– ¿Y cómo lo sabías? -La pregunta contenía amargura.
– Sé que él…
– Tú no sabes nada, madre. Ése es tu problema. Nunca supiste nada de lo que papá pensaba. Tú creías que todo lo que buscaba era una fantasía, que estaba desperdiciando su talento. Nunca lo quisiste lo suficiente para dejarle ser él mismo. Pensaste que buscaba fama y el tesoro. No. Él buscaba la verdad. Cristo ha muerto. Cristo ha resucitado. Cristo volverá. Eso es lo que le interesaba.
Stephanie consiguió controlar la avalancha de sentimientos y se dijo que no debía reaccionar ante aquellos reproches.
– Papá era un académico serio. Su trabajo tenía mérito; él nunca habló abiertamente sobre lo que realmente buscaba. Cuando descubrió Rennes-le-Château en los años setenta y le contó al mundo la historia de Saunière, eso fue simplemente una manera de ganar dinero. Lo que pueda, o no, haber sucedido allí es una buena leyenda. Millones de personas disfrutaron leyéndola, independientemente de los adornos que incorporaba. Tú fuiste una de las pocas personas que no lo hizo.
– Tu padre y yo tratábamos de comunicarnos, pese a nuestras diferencias.
– ¿Cómo?¿Diciéndole que estaba desperdiciando su vida, haciendo daño a su familia?¿Diciéndole que era un fracasado?
– De acuerdo, maldita sea, me equivoqué. -Su voz era un grito-.¿Quieres que lo diga otra vez? Me equivoqué. -Se incorporó en la silla, llena de energía por una desesperada resolución-. Lo jodí todo. ¿Eso es lo que querías oír? En mi mente, tú llevas muerto cinco años. Ahora estás aquí, y todo lo que quieres de mí es que admita que estaba equivocada. Estupendo. Si pudiera decirle eso a tu padre, lo haría. Si pudiera pedirle perdón, lo haría. Pero no puedo. -Las palabras brotaban con rapidez, por la emoción, y tenía intención de decirlo todo mientras tuviera el valor-. Vine aquí para ver lo que podía hacer. Para tratar de llevar a cabo lo que fuera que Lars y tú considerabais importante. Ésa es la única razón por la que vine. Pensé que finalmente estaba haciendo lo correcto. Pero deja ya de soltarme toda esa mierda beata. Tú también la jodiste. La diferencia entre nosotros es que yo he aprendido algo durante los últimos cinco años.
Se dejó caer otra vez contra el respaldo de la silla, sintiéndose mejor, aunque sólo ligeramente. Pero comprendió que la brecha entre ellos más bien se había ensanchado, y un repentino estremecimiento recorrió su cuerpo.
– Es medianoche -dijo Malone finalmente-.¿Por qué no dormimos un poco y volvemos a enfrentarnos con todo esto dentro de unas horas?
Domingo, 25 de junio
Abadía des Fontaines
5:25 am
De Roquefort cerró de golpe la puerta a sus espaldas. El hierro produjo un tremendo ruido metálico al chocar contra el marco, como un disparo de rifle, y la cerradura encajó.
– ¿Está todo preparado? -le preguntó a uno de sus ayudantes.
– Tal como usted especificó.
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