Steve Berry - Los caballeros de Salomón

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Los caballeros de Salomón: краткое содержание, описание и аннотация

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La poderosa orden medieval de los templarios poseía un conocimiento secreto que amenazaba los cimientos de la Iglesia y cuya revelación podría haber cambiado el rumbo de la Historia. Condenador por herejía, fueron aniquilados en el siglo XIV, y los rastros de su colosal saber se perdieron en el abismo de la Historia. Hasta hoy. Cotton Malone, un ex agente secreto del gobierno americano, se ve envuelto en una persecución a contrarreloj por descifrar ese enigma que los templarios codificaron. Su búsqueda pone al descubierto una peligrosa conspiración religiosa capaz de cambiar el destino de la humanidad y poner en entredicho la veracidad de los Santos Evangelios.

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Él se lanzó al suelo, y ella desapareció por una esquina.

De Roquefort se puso de pie y salió tras ella. Antes de que la mujer le disparara, había distinguido el diario y el libro en su mano.

Tenía que ser detenida.

Malone vio a un hombre, vestido con unos pantalones negros y un jersey oscuro de cuello vuelto, pistola en mano, que doblaba una esquina a cuarenta y cinco metros de distancia.

– Esto va a resultar interesante -dijo.

Ambos echaron a correr.

De Roquefort no cejó en su persecución. La mujer estaba sin duda tratando de abandonar el palacio, y parecía conocerlo bien. Cada giro que efectuaba era el correcto. Había obtenido con habilidad lo que venía a buscar, de modo que De Roquefort tenía que suponer que su vía de escape no había sido dejada al azar.

A través de otro portal, entró en un pasillo de bóveda nervada. La mujer se encontraba ya en el otro extremo, doblando una esquina. De Roquefort trotó hacia delante y descubrió una amplia escalera de piedra que conducía abajo. La Gran Escalinata De Honor. Antaño, bordeada de frescos, interrumpida por verjas de hierro y cubierta de alfombras persas, la escalera se había prestado a la solemne majestad de las ceremonias pontificias. Ahora las contrahuellas y paredes estaban desnudas. La oscuridad al pie, situado a unos veinticinco metros de distancia, era absoluta. Sabía que abajo había unas puertas de salida que daban a un patio. Oyó los pasos de la mujer mientras ésta descendía, pero no pudo distinguir su forma.

Se limitó a disparar.

Diez tiros.

Malone oyó lo que parecía un martillo golpeando repetidamente un clavo. Un disparo silenciado tras otro.

Se acercó más lentamente a una puerta situada a tres metros de distancia.

Unas bisagras crujieron en la base de la escalera, donde reinaba una absoluta oscuridad. De Roquefort reconoció el sonido de una puerta gimiendo al abrirse. La tormenta se hizo más intensa. Aparentemente su ráfaga de disparos a ciegas había fallado. La mujer estaba saliendo del palacio. Oyó pasos detrás de él, luego habló por el micro fijado a su camiseta.

– ¿Tenéis lo que yo buscaba?

– Lo tenemos -fue la réplica a través de su auricular.

– Estoy en la Galería del Cónclave. El señor Malone y la señora Nelle están detrás de mí. Encargaos de ellos.

Bajó corriendo por la escalera.

Malone vio al hombre del jersey de cuello vuelto abandonando el cavernoso corredor que se extendía entre ellos. Pistola en mano, corrió hacia delante, seguido por Stephanie.

Tres hombres armados se materializaron en la habitación a partir de otros portales, y les bloquearon el camino.

Malone y Stephanie se detuvieron.

– Por favor, tire el arma -dijo uno de los hombres.

No había forma de que pudiera derribarlos a todos antes de que él, o Stephanie, o ambos, fueran abatidos. De manera que soltó el arma, que cayó con estrépito al suelo.

Los tres hombres se acercaron.

– ¿Qué hacemos ahora? -preguntó Stephanie.

– Estoy abierto a cualquier sugerencia.

– No hay nada que ustedes puedan hacer -dijo otro de los hombres de cabello corto.

Se quedaron inmóviles.

– Dese la vuelta -ordenó el que mandaba.

Él se quedó mirando a Stephanie. Se había encontrado en aprietos en el pasado, algunos como aquel con el que se estaban enfrentando. Aunque consiguiera dominar a uno o a dos, seguía estando el tercer hombre, y todos iban armados.

Un ruido sordo fue seguido de un grito de Stephanie y su cuerpo se desplomó en el suelo. Antes de que pudiera hacer ningún movimiento hacia ella, la nuca de Malone recibió el impacto de algo duro, y todo ante él se desvaneció.

De Roquefort siguió a su presa, que corría a través de la Place du Palais, huyendo rápidamente de la vacía plaza y siguiendo un serpenteante camino a través de las desiertas calles de Aviñón. La cálida lluvia seguía cayendo en constantes cortinas. Los cielos repentinamente se abrieron, hendidos por un inmenso relámpago que momentáneamente iluminó la bóveda de oscuridad. El trueno sacudió el aire.

Dejaron atrás los edificios y se acercaron al río.

Él sabía que, justo delante, el Pont St. Bénézet se extendía a través del Ródano. A través de la tormenta vio a la mujer recorrer un camino, que se dirigía directamente a la entrada del puente. ¿Qué estaba haciendo?¿Por qué iba allí? No importaba, tenía que seguirla. Ella poseía el resto de lo que había venido a recuperar, y no pensaba irse de Aviñón sin el libro y el diario. Sin embargo, se preguntó qué daño estaría causando la lluvia a las páginas. Tenía el cabello pegado al cuero cabelludo, y la ropa al cuerpo.

Vio un centelleo a unos diez metros de distancia, al frente, cuando la mujer disparó un tiro contra la puerta que conducía a la entrada del puente.

Y desapareció dentro del edificio.

De Roquefort corrió hacia la puerta y cuidadosamente miró dentro. Un mostrador de billetes se alzaba a su derecha. Y a su izquierda se exhibían unos recuerdos en otros mostradores. Tres tornos de entrada daban paso al puente. El incompleto tramo hacía mucho tiempo que no servía, y ahora no era más que una atracción turística.

La mujer se encontraba a una distancia de veinte metros, corriendo por el puente, encima del río.

Entonces desapareció.

El hombre se apresuró y saltó por encima de los tornos, corriendo tras ella.

Una capilla gótica se alzaba en el extremo del segundo pilón. Sabía que se trataba de la Chapelle Saint-Nicholas. Los restos de san Bénézet, que fue originalmente el responsable de la construcción del puente, estuvieron antaño preservados aquí. Pero las reliquias se perdieron durante la Revolución, y sólo quedó la capilla… Gótica en la parte superior. Románica abajo. Que era adonde la mujer había ido. Bajando por la escalera de piedra.

Otro verdoso rayo centelleó sobre su cabeza.

Se quitó la lluvia de los ojos y se detuvo en el escalón superior.

Entonces la vio.

No abajo, sino otra vez arriba, corriendo hacia el extremo del cuarto tramo, lo cual la dejaría en medio del Ródano, sin ningún lugar a donde ir, ya que los tramos que conducían al otro lado del río habían sido arrastrados por la corriente trescientos años antes. Evidentemente ella había usado la escalera para ocultarse bajo la capilla como una manera de protegerse de cualquier disparo que él hubiera querido hacer.

De Roquefort se lanzó tras ella, rodeando la capilla.

No quería disparar. La necesitaba viva. Y, más importante aún, necesitaba lo que ella llevaba. De manera que hizo un disparo a su izquierda, a sus pies.

Ella se detuvo para hacerle frente.

Él se precipitó hacia delante, con el arma levantada.

La mujer se encontraba al final del cuarto tramo, sin otra cosa que la oscuridad y el agua tras ella. El estampido del trueno resonó en el aire. El viento soplaba en violentas ráfagas. La lluvia le golpeaba el rostro con violencia.

– ¿Quién es usted? -preguntó De Roquefort.

La mujer llevaba un maillot negro ajustado que hacía juego con su negra piel. Era delgada y musculosa, su cabeza cubierta por una capucha, dejando sólo su rostro visible. Llevaba un arma en la mano izquierda, y una bolsa de plástico en la otra. Suspendió la bolsa por encima del borde.

– No vayamos tan deprisa -dijo ella.

– Podría simplemente dispararle.

– Hay dos razones por las que usted no quiere hacer eso.

– La escucho.

– Una, la bolsa se caería al río y lo que usted realmente quiere se perdería. Y dos, soy cristiana. Usted no mata a los cristianos.

– No tengo ni idea de si es usted o no cristiana.

– De manera que nos quedamos con la razón primera. Dispáreme, y los libros irán a nadar en el Ródano. La rápida corriente se los llevará muy lejos.

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