Claridon se santiguó y Malone percibió miedo en los ojos del hombre.
– Que Dios nos proteja.
– Vamos, monsieur Claridon -dijo la voz incorpórea-.¿Tenemos que involucrar al Cielo?
– Ustedes son sus guerreros. -La voz de Claridon temblaba.
– ¿Y qué le lleva usted a esa conclusión?
– ¿Quiénes, si no, podrían ser?
– Tal vez somos la policía. No. Usted no se creería eso. Quizás somos aventureros (buscadores) como usted. Pero no. Así que digamos, en aras de la simplicidad, que somos sus guerreros. ¿Cómo pueden ustedes tres ayudar a nuestra causa?
Nadie le respondió.
– La señora Nelle posee el diario de su marido y el libro de la subasta. Ella contribuirá con eso.
– Que le jodan -escupió la mujer.
Una detonación sorda, como un globo que estallase, resonó por encima de la lluvia y una bala dio contra la mesa a unos pocos centímetros de Stephanie.
– Mala respuesta -dijo la voz.
– Entrégueselos -dijo Malone.
Stephanie le miró airadamente.
– La próxima bala será para usted, Stephanie.
– ¿Cómo lo sabe? -preguntó la voz.
– Eso es lo que yo haría.
Una risita.
– Me gusta usted, Malone. Es todo un profesional.
Stephanie buscó en su bolso y sacó el diario.
– Arrójelos hacia la puerta, entre las estanterías -ordenó la voz.
Ella hizo lo que le mandaban.
Una forma apareció y los recogió.
Malone añadió silenciosamente un hombre más a la lista. Al menos había cinco en el archivo. Sintió el peso del arma en su cintura bajo la chaqueta. Por desgracia, no había forma de sacarla antes de que al menos uno de ellos recibiera un disparo. Y sólo le quedaban tres balas en el cargador.
– Su marido, señora Nelle, consiguió reunir buena parte de los hechos, y sus deducciones en cuanto a los elementos que faltaban fueron generalmente correctas. Tenía un notable intelecto.
– ¿Detrás de qué andan ustedes? -preguntó Malone-. Yo sólo me uní a esta fiesta hace un par de días.
– Buscamos justicia, Malone.
– ¿Y era necesario atropellar a un viejo en Rennes-le-Château para conseguirla?
Pensaba que removería el barril y vería lo que salía de él.
– ¿Y quién era ése?
– Ernest Scoville. Trabajaba con Lars Nelle. Seguramente usted le conocía.
– Malone, quizás un año de retiro ha embotado un poco sus habilidades. Espero que lo hiciera usted mejor interrogando cuando trabajaba a jornada completa.
– Como ya tiene usted el diario y el libro, ¿no debería marcharse?
– Necesito esa litografía. Monsieur Claridon, por favor, sea tan amable de dársela a mi colaborador, allí, más allá de la mesa.
Claridon evidentemente no deseaba hacerlo.
Otro ruido como el de una palmada, procedente de un arma con silenciador, y una bala se introdujo en la parte superior de la mesa.
– Detesto tener que repetirme.
Malone levantó el dibujo y se lo tendió a Claridon.
– Hágalo.
La hoja fue aceptada en una mano que temblaba. Claridon dio unos breves pasos más allá de la débil luz de la lámpara. El trueno retumbó en el aire e hizo temblar las paredes. La lluvia continuaba cayendo con furia.
Entonces se oyó un ruido diferente.
Un disparo.
Y la lámpara explotó con gran aparato de chispas.
De Roquefort oyó el disparo y vio el centelleo de la boca del arma cerca de la salida del archivo. Maldita sea. Había alguien más allí.
La habitación se sumió en la oscuridad.
– Moveos -les gritó a sus hombres sobre la segunda pasarela, y confió en que supieran lo que habían de hacer.
Malone se dio cuenta de que alguien había disparado contra la luz. La mujer. Había encontrado otra manera de entrar.
Cuando la oscuridad los envolvió, agarró a Stephanie y se dejaron caer al suelo. Confiaba en que los hombres que estaban sobre él hubieran sido pillados desprevenidos del mismo modo.
Sacó el arma de debajo de su chaqueta.
Dos disparos más partieron de abajo, y las balas hicieron correr a los hombres de arriba. Pasos precipitados resonaron sobre la plataforma de madera. Él estaba más preocupado por el hombre de la planta baja, pero no había oído nada de la dirección donde le viera por última vez, y tampoco sabía nada de Claridon.
Los pasos se detuvieron.
– Sea quien sea -dijo la voz del hombre-, ¿tiene usted que interferir?
– Yo podría hace la misma pregunta -dijo la mujer en un tono lánguido.
– Esto no es asunto suyo.
– No estoy de acuerdo.
– Atacó a mis dos hermanos en Copenhague.
– Digamos que aborté su ataque.
– Habrá represalias.
– Venga y cójame.
– Detenedla -gritó el hombre.
Unas formas negras corrieron por encima de sus cabezas. Los ojos de Malone se habían adaptado a la oscuridad y distinguió una escalera en el otro extremo de la pasarela.
Tendió el arma a Stephanie.
– Quédese aquí.
– ¿Adónde va?
– A devolver un favor.
Se agachó y avanzó, abriéndose paso entre las estanterías. Esperó, y luego agarró a uno de los hombres cuando saltaba del último peldaño. El tamaño y la forma del hombre le recordó a Cazadora Roja, pero esta vez Malone estaba preparado. Metió una rodilla en el estómago del hombre, y luego con la mano abierta le golpeó la nuca.
El hombre se quedó inmóvil.
Malone trató de penetrar la oscuridad con la mirada y oyó unos pasos que corrían por unos pasillos alejados.
– No. Por favor, déjeme.
Claridon.
De Roquefort se encaminó directamente hacia la puerta que conducía fuera de los archivos. Había bajado de la pasarela y sabía que la mujer querría hacer una retirada apresurada, pero sus opciones eran limitadas. Estaban sólo la salida hacia el corredor y otra, a través de la oficina del conservador. Pero el hombre que tenía apostado allí acababa de informar por la radio que todo estaba tranquilo.
Ahora sabía que la mujer era la misma persona que había interferido en Copenhague, y probablemente la misma de la noche anterior en Rennes-le-Château. Y esa idea lo espoleaba. Tenía que averiguar su identidad.
La puerta que conducía fuera de los archivos se abrió, para cerrarse después. Bajo la cuña de luz que penetró desde el pasillo pudo distinguir dos piernas yaciendo boca abajo en el suelo entre las estanterías. Se lanzó hacia delante y descubrió a uno de sus subordinados inconsciente, con un pequeño dardo clavado en el cuello. Este hermano había sido apostado en la planta baja y había recuperado el libro, el diario y la litografía.
Que no aparecían por ninguna parte.
Maldita fuera aquella mujer.
– Haced como os he dicho -les gritó a sus hombres.
Y corrió hacia la puerta.
Malone oyó la orden lanzada por el hombre, y decidió regresar al lado de Stephanie. No tenía ni idea de lo que aquellos individuos tenían que hacer, pero suponía que eso les incluía a ellos, y no era bueno.
Se agachó y se abrió paso a través de las estanterías, hacia la mesa.
– Stephanie -susurró.
– Aquí, Cotton.
Se deslizó a su lado. Todo lo que podía oír ahora era la lluvia.
– Debe de haber otra manera de salir de aquí -murmuró ella a través de la oscuridad.
Malone la liberó del arma.
– Alguien salió por la puerta. Probablemente la mujer. Yo sólo vi una sombra. Los otros deben de haber salido después de Claridon y pasado por otra salida.
La puerta de salida volvió a abrirse.
– Ése es él, saliendo -dijo.
Se quedaron y regresaron precipitadamente a través de los archivos. En la salida, Malone vaciló, no oyó ni vio nada, y entonces fue el primero en salir.
De Roquefort divisó a la mujer corriendo a lo largo de la galería. Ella se dio la vuelta y, sin perder el paso, disparó un tiro en su dirección.
Читать дальше