Steve Berry - Los caballeros de Salomón

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La poderosa orden medieval de los templarios poseía un conocimiento secreto que amenazaba los cimientos de la Iglesia y cuya revelación podría haber cambiado el rumbo de la Historia. Condenador por herejía, fueron aniquilados en el siglo XIV, y los rastros de su colosal saber se perdieron en el abismo de la Historia. Hasta hoy. Cotton Malone, un ex agente secreto del gobierno americano, se ve envuelto en una persecución a contrarreloj por descifrar ese enigma que los templarios codificaron. Su búsqueda pone al descubierto una peligrosa conspiración religiosa capaz de cambiar el destino de la humanidad y poner en entredicho la veracidad de los Santos Evangelios.

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– ¿Fue Lars el único que tenía conocimiento de este libro? -quiso saber Malone.

– No tengo ni idea. Casi todo el mundo piensa que el libro no existe.

– ¿Dónde fue hallado éste?

– Hablé con los subastadores. Un ingeniero del ferrocarril que construyó la línea que sale de Carcasona, al sur de los Pirineos, era su dueño. El ingeniero se retiró en 1927 y murió en 1946. El libro figuraba entre las posesiones de su hija cuando ésta murió recientemente. El nieto lo envió para subastar. El ingeniero había estado interesado en el Languedoc, especialmente en Rennes, y conservaba un inventario de dibujos de lápidas copiados por frotación.

Malone no se quedó satisfecho con esa explicación.

– Pero ¿Quién alertó a Stephanie sobre la subasta?

– Bueno, ésa es la pregunta de la noche -dijo Thorvaldsen.

Malone se dio la vuelta hacia Stephanie.

– En el hotel, dijo usted que había llegado una nota con el diario. ¿La tiene?

Ella buscó en su bolso y sacó una maltratada agenda de piel. Metida entre sus páginas había una hoja de papel gris oscuro doblada. Ella le tendió el papel a Malone, y éste leyó en francés:

El 22 de junio, en Roskilde, un ejemplar de Pierres Gravées du Languedoc ser á ofrecido en la subasta. Su marido buscaba este volumen. Aqu í tiene una oportunidad de triunfar donde é l fracas ó . El buen Dios sea loado.

Malone tradujo silenciosamente la última línea. Dios sea loado. Miró a Stephanie a través de la mesa.

– ¿De quién creía usted que procedía esta nota?

– De uno de los asociados de Lars. Pensé que uno de sus amigotes quería que yo tuviera el diario y creyó que estaría interesada en el libro.

– ¿Al cabo de once años?

– De acuerdo, parece extraño. Pero hace tres semanas pensé un poco en ello. Como he dicho antes, siempre creí que las búsquedas de Lars eran inofensivas.

– Entonces, ¿por qué vino usted? -preguntó Thorvaldsen.

– Como ha dicho usted, Henrik, tengo remordimientos.

– Y yo no deseo agravarlos. No la conozco a usted, pero sí conocía a Lars. Era un hombre bueno, y su búsqueda, como dice usted, era inofensiva. Pero, con todo, era importante. Su muerte me entristeció. Siempre puse en duda que se tratara de un suicidio.

– Como yo -dijo ella con un susurro-. Traté de encontrar motivos por todas partes para racionalizarlo, pero en mi fuero interno nunca acepté que Lars se hubiera matado.

– Lo cual explica, más que cualquier otra cosa, por qué está usted aquí -dijo Henrik.

Malone pudo notar que ella se sentía incómoda, de manera que le ofreció una salida a sus emociones.

– ¿Me deja ver el diario?

Ella se lo tendió, y Malone ojeó el centenar aproximado de páginas, viendo montones de números, bocetos, símbolos y páginas de texto escrito. Examinó luego la encuadernación con el ojo entrenado de un bibliófilo, y algo captó su atención.

– Faltan páginas.

– ¿Qué quiere usted decir?

Él le mostró el borde superior.

– Mire aquí. Vea esos espacios diminutos. -Abrió el volumen por una página. Sólo un pedacito del papel original se quedó allí donde había estado adherido a la encuadernación-. Cortadas con una navaja. Veo esto continuamente. Nada destruye el valor de un libro como que le falten páginas.

Volvió a examinar el dorso y el anverso, y decidió que había desaparecido un total de ocho páginas.

– No me había percatado -dijo ella.

– Se le escapan un montón de cosas.

La sangre afluyó al rostro de Stephanie.

– Estoy dispuesta a conceder que lo he fastidiado todo.

– Cotton -dijo Thorvaldsen-, todo este esfuerzo podría significar mucho más. Los archivos templarios podrían muy bien estar en juego. Los archivos originales de la orden se conservaban en Jerusalén, luego se trasladaron a Acre y finalmente a Chipre. La historia dice que, después de 1312, los archivos pasaron a los Caballeros Hospitalarios, pero no hay pruebas de que eso sucediera. Desde 1307 hasta 1314, Felipe IV estuvo buscando esos archivos, pero no encontró nada. Muchos dicen que ese fondo constituía una de las mayores colecciones del mundo medieval. Imagine lo que significaría localizar esos escritos.

– Podría representar el más grande hallazgo bibliófilo de todos los tiempos.

– Los manuscritos que nadie ha visto desde el siglo xiv, muchos de ellos seguramente desconocidos para nosotros. La perspectiva de encontrar semejante escondite, por remoto que sea, merece la pena explorarla.

Malone se mostró de acuerdo.

Thorvaldsen se volvió a Stephanie.

– ¿Qué le parece una tregua? Por Lars. Estoy seguro de que su agencia trabaja con muchas «personas de interés» con el fin de conseguir un objetivo mutuamente beneficioso. ¿Qué le parece si hacemos eso aquí?

– Quiero ver esas cartas entre usted y Lars.

Él asintió.

– Se las mostraré.

La mirada de Stephanie se encontró con la de Malone.

– Tiene usted razón, Cotton. Necesito un poco de ayuda. Lamento el tono que empleé antes. Pensaba que podía hacer esto sola. Pero como ahora todos somos colegas del alma, vayamos usted y yo a Francia y veamos lo que hay en la casa de Lars. Hace algún tiempo que no voy por allí. Hay también algunas personas en Rennes-le-Château con las que podemos hablar. Personas que trabajaban con Lars. Entonces podremos decidir qué hacer.

– Sus sombras podrían venir también -dijo él.

Ella sonrió.

– Es una suerte para mí tenerlo a usted.

– Me gustaría ir -dijo Thorvaldsen.

Malone se quedó sorprendido. Henrik raras veces viajaba fuera de Dinamarca.

– ¿Y cuál es el propósito de que usted nos honre con su compañía?

– Sé algo de lo que Lars buscaba. Ese conocimiento puede resultar útil.

Malone se encogió de hombros.

– Por mí no hay inconveniente.

– Conforme, Henrik -dijo Stephanie-. Eso nos dará tiempo de llegar a conocernos. Aparentemente, como dice usted, tengo algunas cosas que aprender.

– Como todos nosotros, Stephanie. Como todos nosotros.

De Roquefort luchó por dominarse. Sus sospechas ahora se confirmaban. Stephanie Nelle se hallaba en el camino que su marido había marcado. Era también la custodia del diario de su marido, juntamente con un ejemplar de Pierres Gravées du Languedoc, quizás la única copia que quedaba. Eso era lo excepcional de Lars Nelle. Había sido bueno. Demasiado bueno. Y ahora su viuda poseía sus pistas. Él había cometido un error confiando en Peter Hansen. Pero, en aquella época, parecía un enfoque correcto. No volvería a cometer ese error. Demasiadas cosas dependían del resultado para confiar cualquier aspecto del asunto a otro desconocido.

Continuó escuchando mientras acababa de decidir qué hacer una vez que estuviera en Rennes-le-Château. Malone y Stephanie viajarían allí al día siguiente. Thorvaldsen iría al cabo de unos días. Cuando hubo oído bastante, De Roquefort quitó el micrófono de la ventana y se retiró con sus dos colaboradores a la seguridad de un espeso grupo de árboles.

No habría más matanzas esa noche.

«Faltan páginas.»

Necesitaría esa información extraviada del diario de Lars Nelle. El remitente del cuaderno de notas había sido inteligente. Dividir el botín impedía actos precipitados. Evidentemente, había más cosas en aquel intrincado rompecabezas de las que él conocía… y él estaba tratando de ponerse al día.

Pero no importaba. Una vez que todos los actores estuvieran en Francia, podría fácilmente tratar con ellos.

SEGUNDA PARTE

XV

Abadía des Fontaines

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