Steve Berry - Los caballeros de Salomón

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La poderosa orden medieval de los templarios poseía un conocimiento secreto que amenazaba los cimientos de la Iglesia y cuya revelación podría haber cambiado el rumbo de la Historia. Condenador por herejía, fueron aniquilados en el siglo XIV, y los rastros de su colosal saber se perdieron en el abismo de la Historia. Hasta hoy. Cotton Malone, un ex agente secreto del gobierno americano, se ve envuelto en una persecución a contrarreloj por descifrar ese enigma que los templarios codificaron. Su búsqueda pone al descubierto una peligrosa conspiración religiosa capaz de cambiar el destino de la humanidad y poner en entredicho la veracidad de los Santos Evangelios.

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El robo de una propiedad de la orden se castigaba con el destierro.

Pero ése era un riesgo que tendría que correr.

XIII

11:50 pm

Malone, por su parte, no corrió riesgos y salió de la iglesia por una puerta trasera, situada más allá de la sacristía. No podía preocuparse de los dos hombres inconscientes. Necesitaba encontrar a Stephanie, maldita fuera su arisca actitud. Evidentemente, el hombre de la catedral, el que había matado a Peter Hansen, tenía sus propios problemas. Alguien había eliminado a sus dos cómplices. Malone no tenía ni idea de quién ni de por qué, pero se sentía agradecido, pues escapar de aquella cripta podría haber resultado muy difícil. Se maldijo otra vez por haberse involucrado, pero era demasiado tarde para largarse. Estaba mezclado… le gustara o no.

Dio un rodeo para salir del Ströget y finalmente se dirigió a Kongens Nytorv, una plaza normalmente concurrida, rodeada de imponentes edificios. Sus sentidos estaban en un grado de máxima alerta ante la posibilidad de que hubiera un perseguidor, pero nadie le seguía. A esa hora tardía, el tráfico en la plaza era escaso. Nyhavn, justo más allá del lado oriental de la plaza, con su pintoresco paseo particular de casas con tejado a dos aguas, continuaba acomodando comensales en mesas exteriores del paseo marítimo, animadas con música.

Caminó apresuradamente por la acera hacia el Hotel d’Angleterre. La estructura de siete pisos brillantemente iluminada daba al mar y ocupaba una manzana entera. El elegante edificio databa del siglo xviii, y en sus habitaciones, le constaba a Malone, se habían alojado reyes, emperadores y presidentes.

Entró en el vestíbulo y pasó frente al mostrador de recepción.

Llegaba una suave melodía del salón principal. Había sólo unos pocos clientes de última hora de la noche. Una hilera de teléfonos fijos ocupaba un mostrador de mármol, y Malone utilizó uno de ellos para llamar a la habitación de Stephanie Nelle. El teléfono sonó tres veces antes de que lo descolgaran.

– Despierte -dijo Cotton.

– No me ha escuchado usted, ¿verdad, Cotton? -La voz aún delataba el mismo tono poco convincente de Roskilde.

– Peter Hansen ha muerto.

Transcurrió un momento de silencio.

– Estoy en la seiscientos diez.

Malone entró en la habitación. Stephanie llevaba uno de los albornoces con las iniciales del hotel. Malone le contó todo lo que acababa de suceder. Ella escuchaba en silencio, igual que en el pasado, cuando él la informaba de algún caso. Pero Malone vio la derrota en su cansado semblante, algo que él esperaba que señalara un cambio en su actitud.

– ¿Va usted a dejarme que la ayude ahora? -preguntó.

Ella le estudió con unos ojos que, como había observado Malone a menudo, cambiaban de tonalidad a medida que cambiaba su estado de ánimo. En algunos aspectos, ella le recordaba a su madre, aunque Stephanie era sólo una docena de años mayor que él. Su cólera anterior no era nada extraño en ella. No le gustaba cometer errores y detestaba que se los señalaran. Su talento no residía en recoger información sino en analizarla y valorarla… era una meticulosa organizadora que maquinaba y planeaba con la astucia de un leopardo. Malone la había visto muchas veces tomar decisiones sin vacilar -secretarios de Justicia y presidentes habían confiado en su fría cabeza-, de modo que ahora estaba intrigado ante el actual conflicto de la mujer y su extraño efecto sobre su juicio generalmente acertado.

– Fui yo la que los condujo hacia Hansen -murmuró ella-. En la catedral, no le corregí cuando él dio a entender que podía tener el diario de Lars.

Y le contó a Malone lo de la conversación.

– Descríbalo. -Y cuando ella lo hubo hecho dijo-: Es el mismo individuo que inició el tiroteo, el que disparó contra Hansen.

– El que saltó de la Torre Redonda trabajaba para él. Vino a robarme el bolso, que contenía el diario de Lars.

– Luego se dirigió a la misma subasta, sabiendo que estaría usted allí. ¿Quién sabía que usted tenía ese propósito?

– Sólo Hansen. En la oficina sólo les consta que yo estoy de vacaciones. Llevo mi móvil, pero dejé orden de que no me molestaran si no se trataba de una emergencia.

– ¿Cuándo tuvo usted noticia de la subasta?

– Hace tres semanas, llegó un paquete con el matasellos de Aviñón, Francia. Dentro había una nota y el diario de Lars. -Hizo una pausa-. No había visto esa libreta desde hacía años.

Malone sabía que ése era un tema prohibido. Lars Nelle se había quitado la vida hacía once años. Lo encontraron ahorcado en un puente en el sur de Francia, con una nota en su bolsillo que decía simplemente adiós stephanie. Para un intelectual que había escrito un buen número de libros, una despedida tan simple parecía casi un insulto. Aunque por aquella época ella y su marido estaban separados, Stephanie sintió vivamente aquella pérdida, y Malone recordó cuán difíciles habían sido los meses que siguieron. Nunca habían hablado de su muerte, y el que ella siquiera lo mencionara ahora era extraordinario.

– ¿Era un diario de qué? -preguntó Malone.

– Lars estaba fascinado por los secretos de Rennes-le-Château…

– Lo sé. He leído sus libros.

– Nunca me lo había mencionado usted.

– Tampoco me lo preguntó.

Ella pareció captar su irritación. Un montón de cosas estaban ocurriendo, y ninguno de los dos tenía tiempo para la cháchara.

– Lars se pasó la vida exponiendo teorías sobre lo que puede o no estar oculto en y alrededor de Rennes-le-Château -dijo ella-. Pero guardaba muchos de sus pensamientos íntimos en el diario, que siempre llevaba con él. Después de que muriera, pensé que lo tenía Mark.

Otro tema desagradable. Mark Nelle había sido un historiador medieval educado en Oxford que enseñaba en la Universidad de Toulouse, en el sur de Francia. Cinco años atrás, se había perdido en los Pirineos. Una avalancha. Su cuerpo nunca fue encontrado. Malone sabía que esta tragedia se había acentuado por el hecho de que Stephanie y su hijo nunca habían estado unidos. Un montón de mala sangre corría por la familia Nelle, y nada de ello era asunto suyo.

– El maldito diario era como un fantasma del pasado que volviera para atormentarme -dijo ella-. Allí estaba. La letra de Lars. La nota me hablaba de la subasta y de la disponibilidad del libro. Recordaba a Lars hablando de él, y había referencias en el diario, así que vine a comprarlo.

– ¿Y el timbre de alarma no sonó en su cabeza?

– ¿Por qué? Mi marido no estaba involucrado en mi línea de trabajo. La suya era una inofensiva búsqueda de cosas que no existen. ¿Cómo iba yo a saber que había implicadas personas que eran capaces de matar?

– Un hombre que salta de la Torre Redonda es bastante elocuente. Debería usted haber venido a encontrarme entonces.

– Necesitaba hacer esto sola.

– ¿Hacer qué?

– No lo sé, Cotton.

– ¿Por qué es tan importante ese libro? Me enteré en la subasta de que se trata de un relato anodino, carente de importancia. Se sorprendieron de que se vendiera por tanto dinero.

– No tengo ni idea. -De nuevo se percibía exasperación en su tono-. De veras. No lo sé. Hace dos semanas, me senté, leí el diario de Lars, y debo confesar que me quedé fascinada. Me avergüenza decir que nunca había leído uno de sus escritos hasta la semana pasada. Cuando lo hice, empecé a tener remordimientos por mi actitud hacia él. Once años pueden añadir un montón de perspectiva.

– Así pues, ¿qué planeaba hacer?

Ella movió la cabeza en un gesto negativo.

– No lo sé. Sólo comprar el libro. Leerlo y ver lo que sucedía a partir de entonces. Mientras estaba aquí, pensé en ir a Francia y pasar unos días en la casa de Lars. Hace tiempo que no he estado allí.

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