– Es normal que pregunte -respondió el médico-. Harald Guntlieb practicaba evidentemente la llamada body modification, transformaciones del propio cuerpo. Al principio pensamos que lo que tiene en la lengua era parte de las mutilaciones del crimen, pero luego comprobamos que se habían realizado cierto tiempo antes… esto es algo bastante más fuerte que los piercings en la lengua, tengo que reconocerlo.
Þóra miró una foto repulsiva tras otra. Sintió una violenta náusea y se levantó de la silla.
– Perdonen -dijo como pudo, con los dientes apretados, y sonrió hacia la puerta. Cuando salió al pasillo escuchó a Matthew decirle al médico con falso asombro:
– Qué raro, pero si ha parido dos niños.
En el Alþjóðahús no había demasiada gente. Þóra había elegido ese café porque allí se podía charlar con más calma que en casi cualquier otro local semejante del centro. Ella y Matthew podrían conversar sin preocuparse de si les oían los clientes de las mesas vecinas. Se sentaron en una mesa apartada. Sobre la superficie de mosaico de la mesa que los separaba descansaba el archivador amarillo con los informes de la autopsia, que el forense le había entregado a Matthew.
– Se sentirá mejor después de tomarse un café -dijo Matthew azorado, mirando hacia la puerta por la que acababa de salir la chica con la comanda.
– Me siento perfectamente -respondió Þóra cortante. Y en realidad era completamente cierto; la náusea que se había apoderado de ella en el despacho del médico había desaparecido. Salió de allí y se metió en un aseo que encontró en el pasillo, y consiguió recuperarse echándose agua fría en la cara. Siempre había sido bastante propensa a las náuseas y aquello le había hecho recondar lo mal que le sentaban los libros de estudio que su ex marido abría de par en par cuando estudiaba medicina. Y eso que las fotos de aquellos libros no eran ni la mitad de desagradables que las que había visto aquella misma mañana; quizá porque las de los libros eran en cierto modo impersonales. Añadió en un tono más suave-: No sé qué es lo que me ha pasado. Espero no haber molestado al doctor.
– No son fotos especialmente agradables -dijo Matthew-. Más exactamente, la mayoría son espantosas. No tiene que preocuparse lo más mínimo por el forense. Le dije que acababa de salir usted de una enfermedad que le producía vómitos, y que por eso no estaba en el mejor momento para mirar ese género de cosas.
Þóra asintió.
– ¿Pero qué monstruosidad era todo aquello? Creía haberlo entendido casi todo, pero después de pensarlo un poco no estoy segura de haber captado el contenido de las fotos.
– Cuando usted salió estuvimos mirándolas una por una -dijo Matthew-. Y parece que Harald se hizo practicar toda clase de aberraciones en su propio cuerpo. Según el médico, las más antiguas son de hace unos años, pero las más recientes tienen escasos meses.
– ¿Por qué lo hizo? -preguntó Þóra. Era incapaz de comprender lo que habría podido empujar a un joven a deformarse a sí mismo.
– Dios sabe por qué -respondió Matthew-. Harald no fue nunca una persona como las demás. Desde que conozco a la familia, siempre fue a remolque de algún grupo social marginal. Una vez eran los ecologistas, otra época un grupo opuesto a los países del G8. Cuando se volcó finalmente en la historia, pensé que por fin había encontrado su camino. -Dio un golpecito sobre la cubierta amarilla-. Por qué se dedicó a esto, está más allá de mi capacidad de comprensión.
Þóra no dijo nada mientras pensaba en las fotos y en el dolor que habría tenido que padecer Harald.
– ¿Qué es eso exactamente? -preguntó; y añadió apresuradamente-: Puedo oírlo sin que me pase nada.
En ese momento llegó la chica con el café y los platos ligeros que habían encargado. Dieron las gracias y, en cuanto se fue, Matthew dijo:
– Eran cortes y otras intervenciones, de todo tipo. Lo que más me impactó fue su lengua. Seguramente se daría cuenta de que una de las fotos era de la boca de Harald. -Þóra asintió y Matthew continuó-. Se la hizo cortar en dos, digamos que se la dividió a lo largo. Sin duda quiso que se pareciese a la lengua de una serpiente, y he de reconocer que lo consiguió perfectamente.
– ¿Podía hablar de forma natural después de hacerlo? -preguntó Þóra.
– Según el forense, es bastante probable que se le hubiera quedado un cierto deje extraño como consecuencia de ello, pero no podía afirmarlo con total seguridad. Además, conjeturaba que aquellas intervenciones no eran un caso aislado. Naturalmente, eran de lo más infrecuentes, pero Harald no era en absoluto un pionero en esas cosas.
– ¿No se lo hizo él a sí mismo? ¿Quién practica intervenciones como ésta? -preguntó Þóra.
– El forense estimaba que se había hecho hacía bastante poco tiempo, porque aún no estaba cerrada por completo. No tenía ni idea de quien la había llevado a cabo, pero añadió que cualquiera que entendiese de anestésicos, lenguas y bisturís podría hacer esa operación en un momento. Mencionó médicos, enfermeras quirúrgicas y dentistas. Añadió que en realidad quien la practicara tendría que estar en posición de recetar antisépticos y analgésicos, o cuanto menos de tener acceso a ellos.
– Dios mío, prefiero no decir nada -comentó Þóra-. Y todo lo demás: bolas, aros, huellas y cuernos y Dios sabe qué más, ¿qué era todo eso?
– Según el forense, Harald se había hecho introducir diversos objetos debajo de la piel para que resaltaran sus perfiles y se vieran desde fuera. Entre esos objetos estaban los cuernecitos o pinchitos que sobresalían en los hombros. El forense dijo que además había retirado treinta y dos cosas más, empezando con bolitas como las que vio usted en sus órganos sexuales. -Matthew miró a Þóra enseguida, con preocupación. Ella dio un sorbo de café y sonrió para indicar que aquello no la alteraba lo más mínimo. Matthew continuo-. Había también símbolos de todas clases; todos resultaron estar relacionados con la magia negra y el satanismo. Harald no había perdido un momento; en su cuerpo no había muchos sitios, ni muy grandes, que no estuviesen marcados de alguna forma. -Matthew hizo una pequeña pausa para tomar un bocado. Luego siguió-. Parece que no consideraba dignos los adornos convencionales de la piel, porque los tatuajes que tenía eran cicatrices.
– ¿Cicatrices? -preguntó Þóra-. ¿Se hizo borrar los tatuajes?
– No, no. Se trata de tatuajes que se hacen cortando la piel o quitándola para que las cicatrices formen patrones o símbolos. Hacer esas cosas es una decisión irreversible. Según me contó el forense, es imposible librarse de esos tatuajes excepto con un trasplante de piel, que deja otras cicatrices aún mayores.
– Bueno, pues vaya -dijo Þóra asombrada. Todo le resultaba nuevo. Cuando era joven le parecía una osadía tener tres agujeros en las orejas.
– El forense dijo además que unas rajas que tenía Harald se tenían que haber hecho cuando estaba ya muerto. Al principio creyeron que no era más que uno de los tatuajes más recientes, pero al examinarlo más detenidamente resultó que no era así. Era un símbolo que parecía un signo mágico y que le habían hecho en el pecho. -Matthew sacó una pluma del bolsillo de la chaqueta y cogió una servilleta blanca. Trazó el dibujo y luego giró la servilleta hacia Þóra-. Este signo es desconocido, dijo el médico, o por lo menos la policía no ha conseguido averiguar nada, de modo que a lo mejor lo único que pasó es que el asesino se lo inventó en el momento. Probablemente fueron las circunstancias lo que le alteró, de modo que el símbolo acabó saliendo como se ve. No es fácil practicar cortes en la piel.
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