Yrsa Sigurðardóttir - El Último Ritual

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«No hallarás nunca paz ni consuelo. Arde para siempre…»
Así reza la carta que, escrita con la propia sangre de su hijo Harald, recibe en Alemania Amelia Gotlieb, días después de que la policía islandesa encontrara el cadáver del muchacho en la Facultad de Historia de Reykjavik: un cadáver al que, además, le han sacado los ojos y lleva marcados en su cuerpo extraños signos que dejan a los forenses entre el estupor y el espanto. Descontentos con el trabajo de la policía, y deseosos de que la verdad se descubra de la forma más discreta posible, los padres del difunto contratan entonces los servicios de Þóra, una letrada islandesa a la que ayudará Matthew, el abogado alemán que envía la familia.
Þóra y Matthew inician una investigación que les llevará desde la moderna Reykjavik al extremo noroeste de la isla, una zona inhóspita y salvaje donde, como en tantos otros lugares de Europa, se llevaron a cabo ejecuciones de decenas de personas acusadas de brujería. A los dos abogados no les quedará otro remedio que sumergirse en los restos y documentos de aquel nefasto episodio de la historia de Islandia para encontrar la clave de un asesinato que parece haber sido inspirado en ancestrales rituales.

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Þóra iba a preguntar más detalles sobre aquellas actina y miosina tan curiosas pero se detuvo inmediatamente cuando Matthew la pisó con fuerza en un pie, así que se limitó a decir: «Comprendo», lo que, naturalmente, era sólo una verdad a medias. Vio de reojo cómo la estatua de Matthew sonreía por primera vez aquella mañana.

El forense continuó.

– La rigidez cadavérica comienza en los músculos más utilizados y luego va extendiéndose a todos los demás. Cuando ha alcanzado el máximo, el cuerpo está rígido y en la posición en que estaba cuando fue afectado por la rigidez. Ese grado, en realidad, no dura mucho tiempo, porque la rigidez cadavérica cede y el cuerpo vuelve a quedar flexible. En condiciones ambientales normales, la rigidez cadavérica alcanza su nivel máximo doce horas después de la muerte, y comienza a desaparecer pasadas entre treinta y seis y cuarenta y ocho horas. En realidad, en un caso como el de Harald, en el que la causa de la muerte es asfixia, el proceso comienza algo más tarde. -El médico hojeó los documentos, extrajo una fotografía y se la entregó-. Como pueden ver, el cuerpo de Harald estaba completamente rígido cuando fue encontrado.

Matthew fue el primero que extendió el brazo para coger la foto, que era de tamaño A4. La miró sin hacer el menor gesto y se la pasó a Þóra.

– Es bastante desagradable -le dijo cuando ella cogió la foto. «Desagradable» no era en absoluto suficiente para describir lo que Þóra tenía ante sus ojos. La fotografía mostraba al joven que Þóra conocía como Harald Guntlieb por las fotos familiares tumbado en el suelo en una postura extrañísima que había visto ya en las fotos de la carpeta de los informes. Pero aquéllas estaban tan mal fotocopiadas que casi se podrían haber mostrado en un programa infantil de la televisión, en comparación con lo que tenía ante sus ojos en aquel momento. Uno de los brazos de Harald se doblaba hacia arriba desde el codo, como si estuviera señalando algo en el aire. No había nada que mantuviese el brazo en aquella posición o que le sirviera de apoyo. Sin embargo, en la foto se veía con claridad que Harald Guntlieb estaba muerto. El rostro estaba hinchado y tumefacto y tenía un color extraño, que Þóra no atribuyó precisamente a una mancha de revelado. Pero lo que más le llamó la atención fueron los ojos o, más exactamente, las cuencas de los ojos. Se apresuró a devolverle la foto a Matthew.

– Como pueden ver, el cuerpo estuvo apoyado probablemente sobre algo, seguramente una pared, y el brazo se le quedó rígido en esa posición. Sabrán, sin duda, que el crimen no se perpetró en el pasillo. Cayó allí desde un cuartito cuando uno de los profesores abrió la puerta el lunes por la mañana. A juzgar por la declaración de ese hombre, el cuerpo estaba allí dentro y había caído sobre la puerta, o lo habían asesinado allí y cayó al abrir la puerta. Como se ve en la foto, el cuarto en cuestión da al pasillo.

Matthew observó la foto y asintió en silencio. Þóra se dio por satisfecha; no le apetecía lo más mínimo volver a mirar aquella foto.

– Pero todavía no nos ha dicho cuándo se estima que murió -dijo Matthew mientras devolvía la fotografía.

– Sí, perdone -replicó el médico pasando páginas en el archivador. Se incorporó cuando encontró lo que estaba buscando-. Habida cuenta del análisis del contenido del estómago y la cantidad de anfetaminas en la sangre, la hora del óbito se estima entre la l:00 y la 1:30. -Levantó la vista y lo explicó con más detalle-. Se conocía el momento de ingesta del alimento y de las anfetaminas. Había comido pizza hacia las nueve de aquella noche y había esnifado anfetaminas antes de abandonar la fiesta, esto es, a las once y media. -Pasó a Matthew otra fotografía que cogió del montón. La digestión de la pizza se conoce, y se ha descrito bastante bien.

Matthew observó la foto sin mostrar reacción alguna. Luego levantó la vista, con autosuficiencia, y se la pasó a Þóra. Sonrió por segunda vez aquella mañana.

– ¿Le apetece una pizza?

Þóra cogió la foto que mostraba el contenido del estómago de Harald. Pasaría tiempo antes de que volviese a encargar una pizza. Intentó no parecer alterada en lo más mínimo y le devolvió la foto a Matthew.

– Los análisis relativos a las anfetaminas fueron realizados en el Instituto de Farmacología y Toxicología de la universidad. Ellos mismos les proporcionarán un informe con el resultado de los análisis. En realidad, en su estómago se hallaron también pastillas de éxtasis a medio digerir, pero no se sabe cuándo las ingirió, de modo que no sirven para establecer la hora de la muerte.

– Estupendo -exclamó Matthew.

El médico continuó.

– De los resultados de la autopsia se desprende que el cadáver fue transportado allí después de la muerte, unas horas después. Lo pudimos comprobar por una especie de contusiones que se forman en los puntos más bajos del cuerpo al tiempo que cesa la hemorragia. Entonces comienza a concentrarse la sangre en una especie de charcos a causa de la fuerza de la gravedad. Comprobamos que esas tumefacciones post mortem se encontraban en lugares no relacionados entre sí, esto es, en la espalda, las nalgas y en la parte trasera de las pantorrillas, así como también en los talones, los dedos de las manos y el mentón. Las zonas mencionadas en primer lugar estaban más tumefactas, lo que indica que el cuerpo estuvo tumbado sobre la espalda en un principio, y que unas horas más tarde fue situado en posición vertical. Además, sus zapatos muestran señales de que el cuerpo fue arrastrado un cierto trecho; seguramente quien lo hizo lo sujetó por las muñecas y los pies fueron arrastrando. Por qué se hizo nos es desconocido. La explicación más plausible, a mi modo de ver, es que el asesino mató a Harald en su propia casa pero no pudo deshacerse del cadáver inmediatamente, seguramente por embriaguez. Por qué decidió llevarlo hasta el Árnagarður es otro misterio. No es precisamente el primer sitio que se le ocurriría a alguien que se encontrase ante este problema.

– ¿Y los ojos? -preguntó Matthew.

El forense carraspeó.

– Los ojos. Ese es otro misterio para el que no hallo explicación. Como bien sabe la familia, fueron extirpados tras la muerte de Harald, lo que es un cierto consuelo para los familiares, en mi opinión. Por qué se hizo tal cosa es algo que ignoro.

– Pero ¿cómo se le extraen los ojos a un cadáver? -dijo Þóra, que enseguida se arrepintió de su pregunta.

– Sin duda, puede hacerse de diversas formas -respondió el forense-. Pero parece que nuestro asesino utilizó para ello una herramienta lisa. Todas las huellas, o quizá mejor la ausencia de las mismas, parece, por lo menos, apuntar en esa dirección. -El médico empezó a repasar las fotos.

Þóra se apresuró a detenerlo.

– Le creemos, no tenemos ninguna duda. No necesitamos ver fotos.

Matthew la miró y sonrió. Era evidente que le divertía que todo aquello le resultase a Þóra tan desagradable, después de su conversación en el pasillo.

Aquella sonrisa la molestó y decidió demostrarle su temple.

– Dijo usted al principio que la autopsia había sido extraña e insólita. ¿A qué se refería?

El médico se inclinó hacia delante, parecía encantado. Evidentemente, estaba ansioso de hablar de aquello.

– No sé lo cercanos que estaban ustedes a Harald Guntlieb; quizá ya sabían todo esto. -Hurgó en el archivador y sacó varias fotos-. Esto es a lo que me refiero -dijo poniendo las fotos sobre la mesa, en frente de Þóra y Matthew.

Þóra necesitó un momento para darse cuenta de lo que estaba viendo, pero cuando lo comprendió fue incapaz de reprimir un escalofrío.

– Ah, vaya, ¿y qué es esto? -preguntó con un hilo de voz.

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