Yrsa Sigurðardóttir - El Último Ritual

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«No hallarás nunca paz ni consuelo. Arde para siempre…»
Así reza la carta que, escrita con la propia sangre de su hijo Harald, recibe en Alemania Amelia Gotlieb, días después de que la policía islandesa encontrara el cadáver del muchacho en la Facultad de Historia de Reykjavik: un cadáver al que, además, le han sacado los ojos y lleva marcados en su cuerpo extraños signos que dejan a los forenses entre el estupor y el espanto. Descontentos con el trabajo de la policía, y deseosos de que la verdad se descubra de la forma más discreta posible, los padres del difunto contratan entonces los servicios de Þóra, una letrada islandesa a la que ayudará Matthew, el abogado alemán que envía la familia.
Þóra y Matthew inician una investigación que les llevará desde la moderna Reykjavik al extremo noroeste de la isla, una zona inhóspita y salvaje donde, como en tantos otros lugares de Europa, se llevaron a cabo ejecuciones de decenas de personas acusadas de brujería. A los dos abogados no les quedará otro remedio que sumergirse en los restos y documentos de aquel nefasto episodio de la historia de Islandia para encontrar la clave de un asesinato que parece haber sido inspirado en ancestrales rituales.

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– ¿A qué te refieres? ¿Robada? ¿De la colección?

María suspiró.

– No. De la colección no. De aquí… de dentro.

Gunnar estaba boquiabierto. ¿De dentro?

– ¿Cómo puede ser eso?

– Buena pregunta; que yo sepa, es la primera vez que sucede aquí algo parecido -reforzó el tono de su voz y añadió-: Quién sabe, quizá han desaparecido más cosas, y no sólo esta carta. Como sabes, aquí se conservan los manuscritos y fragmentos de manuscritos del siglo XVI pertenecientes a la colección de Árni Magnússon, además de todas las cartas antiguas de esa colección y unos ciento cincuenta manuscritos del grupo del Konungsbók. Pues sí, y otros setenta manuscritos y cartas de aquí y de allá. -Hizo una pequeña pausa y miró a Gunnar directamente a los ojos-. Puedes estar seguro de que vamos a controlar hasta el último legajo y comprobaremos si han desaparecido más documentos. Pero quería hablar contigo a solas antes de que se haga público. En cuanto ordene el inventario, todo el mundo se dará cuenta de lo que está pasando.

– ¿Por qué quieres consultarlo conmigo? -preguntó Gunnar molesto y algo enfadado. Como decano de la facultad, no necesitaba tener demasiada relación con el instituto y no colaboraban demasiado estrechamente-. ¿No estarás acusándome de haber cogido yo esa carta?

– Por todos los dioses, Gunnar. Será mejor que te lo explique antes de que me preguntes si sospecho del rector. -Le pasó una carta que estaba sobre la mesa-. ¿Recuerdas los documentos que nos prestó la Biblioteca Nacional danesa?

Gunnar sacudió la cabeza. Frecuentemente, el instituto recibía en préstamo materiales extranjeros relacionados con los temas de investigación que se llevaban a cabo en Islandia. Gunnar solía enterarse la mayoría de las veces, pero no los guardaba especialmente en la memoria excepto cuando se trataba de documentos relacionados con las áreas de interés de su especialidad. Aquella colección de cartas danesas, evidentemente, no estaba entre ellas. Leyó por encima la carta, escrita por un tal Karsten Josephsen, jefe de sección de la Biblioteca Nacional danesa. Estaba escrita en danés, y en ella recordaba que había concluido el plazo para restituir los documentos. Devolvió la carta a María.

– No tengo ni la más mínima idea.

María cogió la carta y volvió a ponerla en el mismo sitio de la mesa, justo enfrente de ella.

– Puede ser. Era una colección de cartas a los sacerdotes de la Iglesia episcopal de Roskilde. Todas pertenecían al periodo 1500-1550. Tengo entendido que no había en ellas demasiado que llamara la atención de nuestros especialistas, aunque las cartas datadas en torno a la fecha de la Reforma luterana en el país, 1536, resultaron interesantes. Sin embargo, la carta desaparecida no era una de ellas.

– ¿Cuál era el tema de la carta? -preguntó Gunnar, aún ignorante de su papel en el asunto.

– Naturalmente, no sé exactamente lo que decía la carta que ha desaparecido; pero recuerdo que era del año 1510 y estaba escrita por Stefán Jónsson, obispo de Skálholt por entonces, a un sacerdote del obispado de Roskilde. Es la información que pude obtener del inventario que acompañaba a la colección cuando llegó aquí. Es así como descubrí, en realidad, que la carta había desaparecido; utilicé el inventario para comprobar si todo estaba bien empaquetado para proceder a la devolución de los documentos a Dinamarca.

– ¿No puede ser que nunca llegara aquí… que hubiera faltado desde el principio? -preguntó Gunnar.

– Descartado -fue la respuesta-. Yo estaba presente cuando se recibió la colección el año pasado, y se comprobó cuidadosamente con el inventario que la acompañaba. Todo se encontraba en el mismo orden, todo estaba en su sitio.

– ¿No será que la carta se ha prestado a alguien de algún otro sitio? -preguntó Gunnar-. ¿No puede ser que se haya mezclado con otros documentos por error?

– Pues mira -respondió Maria-, si no hubiera habido otras cosas más, habría sido una posibilidad, efectivamente. -Calló un momento y siguió con énfasis-: Cuando descubrí la desaparición fui inmediatamente al ordenador a ver la carta; supongo que sabrás que escaneamos todos los documentos, sin excepción, que caen en nuestras manos, nos pertenezcan a nosotros o los recibamos en préstamo-. Gunnar asintió y Maria continuó-. Imagínate… habían borrado el archivo… única y exclusivamente esta carta.

Gunnar reflexionó un instante.

– Espera un momento. ¿No querrá eso decir que la carta no estaba incluida en el envío? ¿No se escanearon las cartas nada más ni recibirlas?

– Pues sí, se hizo todo al día siguiente. Pero la carta sí que estaba, y se escaneó. Lo veo por el número que utilizamos para identificar los ficheros electrónicos. La colección recibe un determinado número de identificación y cada documento recibe además números correlativos que se ubican en el fichero según su antigüedad: el más antiguo va el primero. -Se pasó otra vez los dedos por el pelo-. Falta el número de serie asignado a la carta.

– ¿Y qué pasa con el archivo de seguridad de la red? Siempre nos están machacando con la seguridad frente a los accidentes informáticos. ¿No puedes encontrar el fichero en uno de esos archivos de seguridad?

Maria sonrió con desgana.

– Acabo de comprobarlo. Según el director de nuestra red, este archivo no se puede encontrar ni en los ficheros de seguridad de ningún día de la semana ni en el del último mes. Dice que hace como una semana han sobrescrito el archivo semanal, pues existe un archivo de seguridad especial del lunes, otro especial del martes, y así sucesivamente. En esos ficheros provisionales nunca hay archivos de más de una semana. Lo mismo sucede con las copias mensuales, también se sobrescriben, tenemos copias de un mes de antigüedad. De modo que este archivo se borró hace más de un mes. En realidad, en la base de datos del instituto se conservan las copias de seis meses. Aún no he ordenado que la busquen allí, porque hasta ahora no tenía claro lo serio que es en realidad el asunto.

– Aún no me has dicho qué tengo yo que ver en todo esto. -Fue lo único que se le ocurrió decir a Gunnar. Ordenadores y redes informáticas no se contaban precisamente entre sus entretenimientos favoritos.

– Naturalmente he comprobado quiénes trabajaron con esta colección. Como sabes, todo está registrado y archivado. De acuerdo con los datos, la última persona que tuvo acceso a ella fue un estudiante de tu departamento. -El gesto de Maria se tornó más sombrío-. Harald Guntlieb.

Gunnar se llevó una mano a la frente y cerró los ojos. ¿Y ahora qué? ¿Nunca iba a acabar aquello? Respiró profundamente y se esforzó por hablar despacio y con calma, sin perder el control de la voz.

– Tiene que haber habido otros más que estudiaran la colección. ¿Cómo puedes estar tan segura de que fue Harald quien se llevó la carta y no cualquier otro antes que él? Aquí trabajan ahora quince personas a tiempo completo, además de varios visitantes y estudiantes que están investigando.

– Oh, estoy segura -dijo Maria con voz firme-. Quien examinó la colección antes que él fui yo misma, y cuando trabajé con ella estaba todo. Además, metieron otro papel en la funda que alojaba la carta, seguramente para no dejarla vacía. Aquello llamó la atención inmediatamente. Ese papel despeja cualquier duda. -Cogió una funda que había sobre la mesa y se la pasó a Gunnar con un rápido movimiento de la mano, que dejaba patente su irritación por el cariz que había tomado el asunto-. Espero que te des cuenta de que los estudiantes de la Facultad de Historia tienen acceso a nuestras propiedades, manuscritos y documentos, bajo la responsabilidad de la facultad. Tú, como decano, no puedes eludir esa responsabilidad. El instituto no puede permitirse el lujo de consentir que anden diciendo que perdemos valiosos documentos antiguos. Nuestro trabajo se basa en buena medida en la cooperación con otros institutos semejantes de los países nórdicos, y no me puedo ni imaginar que esa cooperación naufrague por culpa de la falta de honradez de vuestros alumnos.

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