Adolf calló, aún sin mover un músculo, de modo que Þóra decidió intervenir en la conversación.
– Me sería de mucha ayuda preguntarte un par de cosas sobre el papel de Alda en este caso -dijo-. Como te ha dicho antes Svala, Alda andaba detrás de averiguar algo sobre ese tatuaje.
Adolf se removió en su silla.
– No sé nada de esa mujer -dijo, mirando de reojo la ventana, y la vista de la ciudad-. Al principio estaba en contra mía y de pronto se puso a mi favor.
Svala sonrió con desgana.
– En eso no tienes razón. Sé que se puso en contacto contigo porque me lo dijo. Incluso sé que ibais a veros.
– Sí -dijo Adolf, y, tras una breve pausa, añadió-: Alda me llamó, efectivamente. Pero yo me negué a verla.
– ¿Sabes por qué quería reunirse contigo -preguntó Þóra-. Si solamente quería proporcionar una información importante para el caso, habría podido acudir a la policía.
– No, no lo sé -respondió Adolf, que seguía mirando por la ventana.
– ¿No adelantó nada cuando te llamó o fue a verte? -preguntó Þóra, que desconocía cómo se puso Alda en contacto con Adolf. Al ver que este no contestaba, prosiguió-: Sabes que conocía a tus padres, ¿verdad?
Adolf volvió a removerse en la silla sin decir nada.
– ¿Qué tal si contestas? -preguntó Svala, molesta-. Las preguntas no son demasiado complicadas.
– No estoy seguro de que deba decir nada -dijo Adolf con calma, mirando a su abogada-. No es tan sencillo como tú crees -Svala estaba a punto de decir algo, pero se calló-. Como recordarás, tengo varios pleitos pendientes.
– ¿Te refieres al del hospital? -respondió Svala, extrañada-. ¿Hay alguna relación entre los dos casos?
– No -respondió Adolf secamente-. Pero tengo que hablar contigo en privado antes de seguir con esto.
Þóra no tenía nada que alegar. Adolf era cliente de Svala y estaba claro que sus intereses tenían prioridad sobre los de una conocida de la universidad. Se limitó a asentir con la cabeza cuando salieron del despacho para hablar, dejándola sola para que disfrutara de las vistas. Þóra se alegró de no haber tenido que salir del despacho. Le habría resultado muy incómodo tener que esperar fuera mientras ellos discutían sus asuntos. Así tenía además un momento para intentar comprender lo que significaba todo aquello y para intentar hacerse una idea de la relación de Alda con la muerte de la madre de Adolf en el hospital de Ísafjörður. Sabía que Alda se había hecho con el informe de la autopsia de aquella mujer, y quería comprobar si Adolf sabía qué habría podido empujar a Alda. A juzgar por la conversación de Adolf con Svala, parecía bastante claro que sí que lo sabía. ¿A lo mejor Alda había encontrado algo que pudiera ayudar a Adolf a conseguir una mejor compensación por el error que condujo a la muerte de su madre? ¿Quizá Alda había descubierto en el informe de la autopsia algo que se les había pasado por alto a Þóra y a otras personas? Desde luego, Þóra apenas consiguió entender aquella prosa farragosa, y no encontró nada fuera de lo normal.
Se abrió la puerta y Svala metió la cabeza por el hueco.
– ¿Quiénes son los herederos de Alda? -preguntó.
Þóra miró extrañada a su amiga, una mujer de baja estatura. Svala siempre le había parecido a Þóra de lo más corriente, en su aspecto y su personalidad. La pregunta no fue seguida de explicación alguna. A Þóra no le pareció demasiado propio de Svala preguntar algo de esa forma, pero respondió sin poner pegas: dijo que a su parecer los herederos serían la hermana y la madre de Alda, aunque no lo había estudiado en detalle.
– Justo, no hay hijos -dijo Svala, que volvió a cerrar sin añadir una sola palabra. Þóra se quedó allí sentada mirando la puerta. Aún no se había formado una opinión sobre el asunto cuando se volvió a abrir la puerta y en el umbral apareció Svala de nuevo-. ¿Sabes algo del patrimonio que pasará a los herederos de Alda? -preguntó-. ¿Es importante?
Þóra enarcó las cejas.
– No lo sé con detalle. Sé que tenía un adosado pero desconozco cuánto debía aún de la hipoteca. No será mucho, porque lo compró mucho antes de la subida de los precios de la vivienda. Tengo entendido que llevaba mucho tiempo viviendo en él -Þóra no recordaba otras propiedades de Alda-. ¿Puedo preguntarte a cuento de qué viene eso?
– Permíteme un par de minutos -dijo Svala, que volvió a cerrar la puerta.
Un cuarto de hora más tarde apareció acompañada de Adolf. Þóra había empezado a removerse inquieta en su asiento. Tenía que acabar bastantes cosas antes de acudir al tribunal a las dos. Afortunadamente, había conseguido que la reunión con Svala fuera a las nueve, pero si seguían así Þóra no llegaría a su despacho antes de las once.
– Bueno -dijo Svala, situándose delante de la mesa-. Parece que Adolf tiene una pequeña historia que contarte. A lo mejor es favorable para tu cliente, pero quizá sea perjudicial. Ya se verá -se dirigió a Þóra-. Tú me dirás, ¿quieres oírla o prefieres que lo dejemos?
Þóra optó por la primera posibilidad. Tal como estaba la situación, nuevas informaciones solamente podían ayudar a Markús, quien ya era incapaz de resistir que la situación siguiera igual. Aunque al final del todo el juez le dejara libre, buena parte de la opinión pública seguiría convencida de su culpabilidad, sobre todo si ahora se prorrogaba la prisión provisional.
– Cuéntale lo que me has dicho a mí, Adolf -dijo Svala. En su voz se apreciaba claramente que no le gustaba nada el comportamiento de aquel hombre-. Mantengo lo que acabo de decirte. En mi opinión, será más ventajoso para ti que lo cuentes en vez de guardártelo.
Adolf no parecía convencido, pero habló, pese a todo.
– Vino a mi casa -dijo lentamente-. Primero llamó y luego fue a mi casa, porque no había querido hablar con ella.
– ¿Alda quería hablarte del tatuaje? -preguntó Þóra.
Adolf negó con la cabeza. No era fácil saber lo que podía estar pasando en su interior. El rostro estaba tan impasible como cuando Þóra le vio por primera vez, un rato antes.
– Al principio me llamó para insultarme -dijo-. Fue poco después de que esa idiota, la Halldóra Dögg, me acusara de violación. En ese momento no me di cuenta de qué clase de tía era, pensaba que era su madre o algo así.
Þóra miró a Svala.
– ¿Sabías tú eso? -preguntó-. ¿Que la enfermera que atendía a la chica arremetió contra el sospechoso?
Svala negó con la cabeza.
– Casi todo acabo de oírlo por primera vez hace un momento. Luego entenderás por qué lo mantenía en secreto -le hizo una señal a Adolf y dijo-: Hay más, mucho más.
Þóra se volvió de nuevo hacia el hombre y retomó el hilo donde se había cortado:
– De modo que llamó y te hizo muchos reproches y dijo quién era, ¿no?
– Dijo quién era, pero su nombre no me decía nada -respondió Adolf-. Después de llamarme varias veces, siempre igual de furiosa, dejé de contestar -se echó hacia atrás en la silla-. Creo que todo el mundo comprenderá que a uno no le apetezca nada que una tía le llame para ponerle a los pies de los caballos.
– ¿Cuánto tiempo pasó desde la presunta violación hasta que Alda te llamó por primera vez? -preguntó Þóra.
Adolf pareció pensativo por un momento.
– Como un mes. No, más, quizá dos.
– ¿Y te dijo por qué te llamaba? -preguntó Þóra.
– No -respondió Adolf-. Estaba como loca -se encogió de hombros-. Probablemente se creyó la historia de Halldóra y pensó que yo era un violador. A lo mejor pensó que si me presionaba lo suficiente yo accedería a confesar mi culpabilidad, aunque esa historia no es más que una burda mentira.
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