– Conocía a sus padres -dijo Þóra-. Quizá cambió de opinión tras darse cuenta de que el acusado de violación era hijo de unos amigos suyos. Incluso le conoció de pequeño.
– Si es así, cualquier recuerdo de Alda ha desaparecido por completo de la memoria de Adolf. Dice que jamás oyó hablar de esa mujer y no quiere saber nada de ella.
– Pero tiene que haberse sentido decepcionado de que Alda declarase en su contra -dijo Þóra-. Se está jugando mucho ese hombre.
– No -dijo Svala-. Ese tipo es muy raro y no hace más que recular en cuanto intento hablar con él de Alda o de la declaración de esta. Tengo entendido, porque me lo dijo Alda, que había intentado hablar con él muchas veces pero sin conseguir que aceptara verse con ella. Como se negaba en redondo, Alda se puso en contacto conmigo. Esa misma noche se acabó.
Þóra no estaba segura del significado de todo aquello.
– ¿Estás completamente segura de que Adolf no la conocía? Tal vez su resistencia a encontrarse con ella pueda estar relacionada con alguna vieja rencilla.
– No, estoy segura de que no la conocía -respondió Svala-. Tal vez sus padres, pero él no. Los dos están muertos, de modo que no se les puede preguntar.
– Hay otra cosa extraña -dijo Þóra-: Alda tenía una fotocopia del informe de la autopsia de la madre de Adolf. No sé por qué, pero no es normal que alguien tenga ningún interés especial por la autopsia de una amiga o conocida. Tengo entendido que la mujer murió a causa de un error médico.
– ¡Vaya! -exclamó Svala, claramente sorprendida-. ¿Tenía el informe de la autopsia?
– Sí -respondió Þóra-. En su mesa de la clínica en la que trabajaba. Los médicos de la clínica no tenían ni idea de por qué lo tenía. Al menos, nunca les había consultado nada sobre aquel informe, aunque ellos se lo habrían podido explicar. No es nada fácil de entender. Yo necesité ayuda para comprender lo que decía.
– No me digas -repuso Svala-. Cuéntame, resulta que es un elemento fundamental de otro caso que le llevo a Adolf. Tiene un pleito contra el hospital en el que murió su madre, y entre otras cosas he tenido que intentar desbrozar algo esa selva. Parece un error médico, como dices. Le inyectaron penicilina cuando resulta que era alérgica, con reacción anafiláctica. El personal de guardia no se dio cuenta cuando la ingresaron -Svala calló un momento, y enseguida continuó-: Pero tengo que confesar que estoy de lo más confusa: ¿a qué viene todo ese interés de Alda por Adolf y su familia?
– No lo sé -dijo Þóra con toda sinceridad-. Pero estoy empezando a pensar que a lo mejor esto guarda alguna relación con el crimen.
– No, maldita sea -suspiró Svala-. Ya es suficiente con andar metida en dos casos con ese hombre. Por Dios, no añadamos un caso de asesinato.
Þóra sonrió.
– ¿Y la tal Halldóra Dögg? -preguntó-. ¿Es posible que conociera a Alda o que tuviera alguna relación con ella?
– Pues no lo sé -dijo Svala-. A mí me parece una idiota total, nada lista y tampoco guapa. Así que no hay forma de sacar nada de ella. Ah, y es una de esas que van por ahí con la barriga al aire aunque no resulte nada atractivo. Se niega en redondo a hablar conmigo. He intentado cazarla por teléfono, pero me cuelga siempre.
– También a mí me colgó -dijo Þóra-. En cuanto empecé a hablar del tatuaje, terminó la conversación sin más.
– ¿Qué es eso del tatuaje? -preguntó Svala-. Adolf no me ha hablado en ningún momento de un tatuaje.
– Alda tenía entre sus cosas la foto de un tatuaje en el que pone Love Sex. Encontramos el salón en el que lo hicieron, y resultó que quien se lo había hecho tatuar en la espalda era Halldóra Dögg -dijo Þóra-. En cuanto le pregunté por ese asunto reaccionó colgando el teléfono.
– ¿Sabes cuándo se lo hizo? -preguntó Svala-. No ha aparecido ese particular en las actuaciones del caso que he podido ver, y creo que las tengo todas.
Þóra cogió el papel en el que había anotado esos datos unas horas antes.
– «El 26 de febrero de 2007» -leyó en voz alta-. Espejo del Alma se llama el salón de tatuajes, por si te sirve de algo.
– ¿Cómo? -dijo Svala-. ¿Qué has dicho?
– Espejo del Alma -repitió Þóra, extrañada por el interés de Svala en el nombre del local.
– No -dijo Svala acelerada-, ¿cuándo se hizo ese tatuaje? -Þóra repitió la fecha-. ¿Y pone Love Sex? -preguntó luego Svala, todavía con voz de asombro.
– Sí -respondió Þóra-. No es precisamente una muestra de inteligencia.
– Quizá no -dijo Svala con voz alegre- pero es magnífico para Adolf.
Martes, 24 de julio de 2007
Sentado delante de Þóra estaba el hombre de la foto aparecida en la mesa de Alda, Adolf Daðason. Era mayor de lo que parecía en la foto, y aún más apuesto. Había en él algo fascinante, aunque Þóra sabía que era un mal bicho. Svala, abogada de Adolf y compañera de estudios de Þóra, no había hecho nada por esconder la forma de ser de su cliente, e incluso había puesto de relieve que su comportamiento era el típico de un hombre que daba total prioridad a sus propios deseos y sus propios intereses. Su encanto no derivaba de su personalidad, sino única y exclusivamente de su atractivo físico. Adolf era polvo de una sola noche, un hombre que ofrecía sexo sin sentimientos. Sin duda le habría ido maravillosamente antes de que surgiera la civilización. Þóra se sintió atraída por un lado, pero al mismo tiempo sentía lástima por él, porque le había tocado vivir en la época equivocada. Se apresuró a mirar a otro sitio en cuanto se posaron sobre ella los ojos de Adolf, bajo unas espesas cejas, como si hubiera adivinado lo que pasó fugazmente por la mente de Þóra. Pero antes de apartar la mirada vio cómo uno de los bordes de su boca se levantaba en una sonrisa burlona. Era como si estuviera invitándola a salir con él un momento, buscar un lugar adecuado y darse un revolcón antes de continuar. Þóra se sintió aliviada cuando Svala rompió el silencio.
– Te darás cuenta, Adolf, de que tienes una deuda de agradecimiento con Þóra, y es justo que a cambio le prestes tu ayuda -dijo Svala-. Si no me hubiera llamado, tu caso tendría un porvenir de lo más incierto, pero ahora parece que será posible exculparte -Svala vaciló un instante y añadió-: Casi del todo. No sabemos cómo se tomará el juez que le hicieras tomar a esa chica la píldora del día después.
Þóra observó que Adolf no mudaba el semblante pese a las palabras de su abogada. Svala había organizado aquella reunión a petición de Þóra, a resultas de su conversación telefónica de la noche anterior. Se había alegrado tanto con el dato de la fecha del tatuaje que habría hecho todo lo que Þóra le hubiera pedido.
– ¿Comprendes la importancia de ese tatuaje? -preguntó Svala a Adolf al ver que este no daba muestras de interés.
Adolf se encogió de hombros con gesto aburrido.
– Sí, claro. Perfectamente.
Svala puso las manos sobre la mesa. Estaban en el bufete de abogados en el que trabajaba. Los muebles eran nuevos y carísimos, y el ordenador de la mesa parecía pertenecer a una generación distinta que el trasto con un monitor enorme que utilizaba Þóra. El café espresso recién preparado completaba el cuadro, que no se veía dañado en absoluto por los bombones que lo acompañaban. Los visitantes que acudían al bufete de Þóra podían dar las gracias si Bella accedía a comprar leche para el café. Esas eran dos de las ventajas de trabajar en un bufete grande: un café decente y mejor mobiliario. En ese instante, Þóra no conseguía ver ninguna desventaja, pero alguna tendría que haber.
– A ninguna mujer se le ocurriría tatuarse la palabra Sex, y mucho menos Love Sex, menos de cuarenta y ocho horas después de que la violen. Esto apoya enormemente tu afirmación de que practicaste el sexo con Halldóra Dögg con pleno consentimiento suyo.
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