Yrsa Sigurðardóttir - Ceniza

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La violenta erupción de un volcán en Islandia obliga a desalojar una pequeña isla. Las cenizas y la lava sepultan una población. Sus habitantes se ven en la necesidad de iniciar una nueva vida en duras condiciones, y muchos abandonan la isla.
Treinta años después aquel trauma parece superado, pero el proyecto Pompeya del Norte decide desenterrar algunas de las viviendas. En las excavaciones de una de las casas, junto a objetos y utensilios cotidianos, se realiza un hallazgo sorprendente: cuatro cadáveres habían quedado ocultos por las cenizas todo ese tiempo sin que nadie sospechara de su existencia. Una abogada se ve forzada a investigar qué había ocurrido realmente con aquellos cuerpos y cómo habían llegado allí. La evidencia de un antiguo crimen hará aflorar una sórdida historia de violencia que parece no haber finalizado todavía, estremeciendo la aparentemente tranquila vida de un pueblo de pescadores.

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– Entonces es una verdadera suerte que no fuera así -dijo Þóra sin que se le contagiara su sonrisa-. ¿Has decidido contármelo o no? -no tenía intención ninguna de perseguir a aquel hombre. La policía sería perfectamente capaz de estrujarle para que contara lo que tuviera que contar si necesitaban esa información.

Las comisuras de la boca de Adolf descendieron.

– Naturalmente, yo no sé de eso nada más que lo que me dijo ella misma -respondió con sequedad-. A lo mejor no es más que una estúpida invención.

– Dejemos que sean otros quienes juzguen eso -dijo Svala-. Cuéntale lo que afirmaba Alda -añadió.

– Vale -dijo Adolf, y movió su silla para ponerse de frente a Þóra-. Dijo que era mi madre -cambió de posición-. Que yo no era quien creía ser -añadió con indiferencia-. Si eso es cierto, yo soy su heredero, de manera que me da más o menos igual cuál de las dos fuera realmente mi madre. Más todavía, voy a heredar a las dos -miró a Svala de soslayo-. Salgo ganando en cualquier caso -dijo con una sonrisa estúpida.

Þóra clavó los ojos en la oscura complexión del hombre y llevó a su memoria la foto de Alda, más rubia y con rasgos más claros. Era difícil imaginar dos personas más diferentes. ¿Se había vuelto loca Alda? No tenía hijos. Además, en el informe de la autopsia se explicaba que no había dado a luz. Þóra no sabía a qué carta atenerse. ¿Podía ser que Alda hubiera donado un óvulo a Valgerður y que Adolf fuera un niño probeta? Þóra no recordaba cuándo comenzó a utilizarse esa técnica, pero le pareció absurdo pensar que en esa época estuviera ni siquiera en fase experimental. Y si resultaba que Alda era la madre de aquel hombre, ¿quién podría ser el padre? ¿Markús? ¿Y dónde estaba el hijo de Valgerður Bjólfsdóttir si no era él?

Capítulo 35

Martes, 24 de julio de 2007

Adolf había nacido el 27 de octubre de 1973. Era fácil calcular que fue concebido en algún momento en torno a la erupción de enero. Pero ¿cómo se le había ocurrido a Alda decir que era su madre? Al terminar la reunión con Svala y Adolf, Þóra llamó inmediatamente a Litla-Hraun con la esperanza de que Markús pudiera explicarle algo sobre el origen de Adolf. Cuando le contó la historia, Þóra no logró entender el sentido de su respuesta. Markús negó que existiera la más mínima posibilidad de tal cosa, aunque reconoció que Alda estuvo desaparecida aproximadamente el tiempo que habría correspondido a la gestación, algo más, porque no se la vio durante un año aproximadamente. Se mostró escandalizado por «esos chismorreos» y preguntó a quién se le había ocurrido que Alda se lo habría mantenido en secreto a él. Þóra no estaba igual de convencida, y sabía que por lo menos había una persona que tenía que conocer la verdad del asunto: la madre de Alda. De modo que se apresuró a terminar la llamada con Markús, aunque no sin asegurarle que se verían antes del comienzo de la vista en el tribunal para decidir sobre la prórroga de la prisión provisional. Þóra añadió que pensaba que todo parecía indicar que la decisión sería a favor suyo. Markús estaba claramente nervioso y con ganas de seguir hablando, pero finalmente Þóra consiguió tranquilizarle y terminar la conversación.

Antes de intentar localizar a la madre de Alda, tenía que aclarar algo. ¿Era posible que Alda hubiera tenido un hijo si el informe de la autopsia decía que no había dado a luz? Þóra llamó a Hannes. Mientras marcaba el número, sonrió. Era la segunda llamada telefónica seguida desde el divorcio en la que no iban a hablar de los niños, y eso era todo un récord.

– Hola, Hannes -le dijo cuando, por fin, respondió-. Sé que estás trabajando, así que seré muy breve. ¿Puede haber tenido una mujer un niño si en el informe de la autopsia dice que no ha dado a luz?

Tras una prolongada introducción, Hannes explicó lo que interesaba a Þóra. La autopsia ponía de manifiesto si un niño había venido al mundo por la vía natural, es decir, se analizaban la vagina y otros órganos reproductores de la mujer, sobre todo si la muerte no se había producido por causas naturales. La mujer podía haber tenido un hijo sin que hubieran quedado señales de ello en la vagina, porque el nacimiento podía haberse producido por cesárea. Las huellas de esta se encontrarían en el vientre y el útero.

– No había nada sobre cicatrices de una cesárea -dijo Þóra-. También es verdad que se había sometido a una reducción de abdomen. ¿Es posible que esa operación borre las cicatrices?

Hannes dijo que no era especialista en medicina forense ni en cirugía plástica, pero que creía que las cicatrices de una cesárea sí que podrían haber desaparecido con la intervención. Dijo, por otro lado, que no entendía cómo no habían visto nada en el útero.

– ¿Es posible que, sencillamente, el médico no se hubiera fijado en eso? -preguntó Þóra-. El objetivo de la autopsia no era averiguar si había tenido hijos. Además, había tres cadáveres y una cabeza esperando, de modo que tenía mucho que hacer.

Hannes se negó a pronunciarse sobre este particular, por mucho que le insistió Þóra. Así que se despidió. Pero estaba claro que no se podía excluir del todo que Alda hubiera tenido un hijo, de modo que decidió hacer lo posible por hablar con la madre de Alda. Si Adolf era hijo suyo, se explicaría por qué se tomó tanto interés personal por la violación en la que estaba involucrado, y por qué guardaba una foto suya en la mesa.

Su única esperanza de conseguir hablar de nuevo con la madre de Alda era a través de la hermana de la difunta, Jóhanna. Con toda seguridad, la anciana no estaría dispuesta a hablar con la abogada del sospechoso de matar a su hija, como ya había demostrado. Pero tenía que darse prisa para enterarse de aquella ramificación del caso antes de que empezara la vista sobre la prisión provisional de Markús, a las dos de la tarde.

La mujer que respondió al teléfono en el banco dijo que desgraciadamente Jóhanna no se encontraba allí. La voz era juvenil y en consecuencia se comía alguna letra de cada palabra. Þóra le explicó que llamaba por una cuestión muy urgente y preguntó a la joven si sabía dónde podría localizar a Jóhanna. El tono de voz de la empleada del banco sonó más apenado cuando explicó que Jóhanna había ido a Reikiavik al funeral de córpore insepulto por su hermana. Pensaba que seguramente tendría el móvil apagado en tan luctuosa situación. De todos modos, Þóra le pidió el número, se despidió y llamó. Una voz mecánica informó a Þóra de que el teléfono móvil al que llamaba estaba apagado o fuera de cobertura. Eran las diez y media. Þóra solo había asistido a dos funerales, y en ambos casos se celebraron en la capilla de Fosvogur. Probó a llamar allí, pero le dijeron que ni ese día ni los siguientes habría ningún funeral por ninguna Alda Þorgeirsdóttir. El hombre que contestó dijo que por desgracia no tenía forma de saber dónde se iba a realizar la ceremonia, porque existían muchos lugares posibles. También señaló que, casi sin excepción, los funerales de cuerpo presente no se solían anunciar, ya que ese momento sagrado estaba destinado solamente a los más íntimos. Por eso no serviría de nada buscar en los periódicos, que era lo que le había preguntado Þóra.

Intentó imaginarse quién podía estar invitado a asistir al funeral de Alda, pero la única persona que se le ocurrió era Dís, la doctora con la que trabajaba Alda. En realidad, no sabía si los compañeros de trabajo se contaban entre los allegados más íntimos, pero de todos modos probó a llamar a la clínica, a ver qué pasaba. El contestador la informó de que ese día solamente se atendía el teléfono por la tarde, por causa de enfermedad. Þóra no podía esperar, si quería llegar a tiempo al tribunal. La única persona que se le pasó por la cabeza al final, cuando todas las posibilidades parecían haberse esfumado, fue Leifur, de Heimaey. Pasaron solamente siete minutos desde que habló con Leifur hasta que este la volvió a llamar diciendo que el funeral se celebraría en la Fríkirkja a las dos. El lugar no podía ser más conveniente…, a menos que el funeral hubiera tenido lugar en el tribunal mismo, que estaba a la vuelta de la esquina. Þóra dio las gracias a Leifur sin decirle para qué necesitaba la información. Leifur tampoco se lo preguntó, aunque sin duda debió de sentir curiosidad por la extraña consulta de Þóra, quien tuvo la sensación de que Leifur no tenía muchas ganas de hablar con ella por miedo a que hiciera más insinuaciones sobre la participación de su padre en los asesinatos de aquellos lejanos días. En eso no andaba descaminado, y Þóra se alegró de no tener que discutir el asunto con él.

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