– ¿Es esa la puerta del sótano? -preguntó Bella cuando Þóra se detuvo-. ¿No será mejor que yo espere aquí? -Bella miró a su alrededor y tosió. El aire no se había aclarado en absoluto, y Þóra sabía que iría empeorando según bajaran, aunque no se atrevió a decírselo a Bella por miedo a que fuera la gota que colmara el vaso y desapareciera sin decir esta boca es mía-. Estaré atenta por si tengo que hacer algo aquí arriba. Por ejemplo, ir a pedir ayuda si esta planta se hunde encima del sótano.
– Venga, mujer -dijo Þóra, que se reprimió cuando ya estaba a punto de comentar que era más probable que el suelo se hundiera si tenía encima a Bella. -Abrió la puerta y dirigió la luz hacia abajo-. Tú vienes conmigo -se acercó al principio de la escalera y empezó a descender con muchísimo cuidado por los escalones de madera. Þóra recorrió con la linterna todo el sótano para comprobar el estado en que había quedado, y pudo ver que la policía se había llevado otras cosas además de los cadáveres. Lo que antes cubría el suelo y las estanterías había desaparecido. Þóra dejó escapar un profundo suspiro.
– ¿Qué? -preguntó Bella, que por fortuna había seguido a Þóra hasta abajo-. ¿Pasa algo? -Bella imitó a Þóra y paseó el haz de luz por el sótano.
– Se lo han llevado todo -dijo Þóra-. Maldita sea.
– ¿No es lo lógico? -preguntó Bella-. A lo mejor, el cuerpo al que pertenecía la cabeza lo habían cortado en pedacitos y estaba repartido por todas partes, y la policía quería asegurarse de disponer de todas las pruebas.
– Lo dudo mucho -dijo Þóra molesta, y se adentró más en el sótano-. Se han llevado los objetos porque esta escena era de todo menos corriente. Aquí no había entrado nadie durante treinta y cuatro años, de modo que no había forma de saber lo que era propiedad de la familia y lo que podía haber pertenecido a los posibles asesinos -inspeccionó una vez rnás el espacio a su alrededor-. Se lo tuvieron que llevar todo para poder examinarlo en condiciones aceptables.
– ¿Hemos terminado entonces? -preguntó Bella, que esperaba una respuesta positiva-. Has dicho que sería solo un momento.
– Pues no, en absoluto -dijo Þóra-. Creo que aquí, en algún sitio, hay un trastero, y probablemente la policía no lo habrá vaciado -Þóra fue iluminando las paredes una tras otra-. Sobre todo si está cerrado -fue hacia dos puertas, una al lado de otra, que había en un rincón-. Si se hubieran querido llevar todo lo que había en la casa, no habría quedado nada en el piso de arriba. Ahí podría haber algo importante.
– Yo no abro esas puertas -dijo Bella, tosiendo otra vez. El polvo era ahora más espeso y cada aspiración iba acompañada de un desagradable sabor que recordaba a un libro polvoriento-. El tronco no lo han encontrado aún -a pesar de todo, Bella siguió a Þóra y se puso a su lado.
– Por supuesto, la policía ya ha mirado ahí dentro -dijo Þóra-. Es completamente imposible que el tronco esté en esta casa, y menos aún en el sótano -sin embargo, Þóra notó que se le encogía el estómago. Cogió el picaporte de una de las puertas y la abrió con los ojos cerrados. Estaba justo delante de Bella y sabía que la secretaria no podía verle la cara. Esperó dos segundos y, como Bella no había soltado ningún grito, supo que no había peligro en abrir los ojos-. ¡Qué horribles son los trasteros! -exclamó Þóra al ver neumáticos desinflados, estufas, herramientas y piezas de repuesto de aparatos cuya función desconocía por completo-. Evidentemente, la policía lo ha revuelto todo -dijo señalando un anillo blanco en el suelo, debajo de los neumáticos.
– ¿Crees que estarán aquí? -preguntó Bella, metiendo la cabeza por la abertura-. Los libros y demás.
– No -respondió Þóra al tiempo que negaba con la cabeza-. Es poco probable. Este trastero solamente se usaba para objetos que encajarían mejor en un garaje que en un sótano. Es difícil que a alguien se le ocurriera guardar unos libros antiguos entre tornillos -iluminó con la linterna hasta cerciorarse de que allí no había estanterías ni cajas donde pudieran estar las cosas que buscaban-. Probemos con la otra puerta -dijo mientras cerraba. No tenía muy claro si prefería que allí hubiera cajas y otras cosas donde guardar trastos o que no hubiera nada, con lo que tendrían que salir del sótano. Abrió la segunda puerta igual que había hecho con la primera. Cuando abrió los ojos, se dio cuenta de que no podrían salir de allí en un buen rato. Era un trastero de buen tamaño, con estanterías en todas las paredes, y cada uno de los estantes estaba lleno de cajas y trastos de esos que no suelen hacer falta todos los días pero que son demasiado importantes como para tirarlos a la basura.
– Jopelines -dijo Bella-. ¿Piensas mirar todo eso? -entró en el trastero detrás de Þóra, señalando fugazmente una de las estanterías-. Seguramente, la policía habrá estado mirando todo, de modo que ahí no puede haber nada interesante.
Þóra abrió la primera caja.
– Esto irá muy rápido -dijo pensando en otra cosa mientras iluminaba con la linterna el interior de la caja-. Estamos buscando libros, una brújula y monedas. Moneda fraccionaria, creo.
Bella suspiró y se dirigió a la estantería más alejada de Þóra.
– Tú sabrás -dijo cogiendo un viejo gorro de niño-. Parece que aquí metían de todo -continuó, y se agachó a recoger una paleta para pescado toda doblada-. ¡Cómo es la gente! -exclamó-. ¿Por qué no se tiran estos trastos inútiles?
– Eran otros tiempos, cuando guardaron aquí estas cosas -dijo Þóra, y siguió mirando la caja que tenía delante. Sin querer, pensó en el contenido de su propio trastero. Confió en que su casa no quedara nunca cubierta de cenizas, para que no pudieran ir otros más tarde a rebuscar entre sus cosas y no se asombraran de la misma manera-. La gente aprovechaba las cosas mucho más, y casi todo era más caro que ahora.
– No creo que el pelo fuera más caro que ahora -dijo Bella-. No, no.
Þóra no pudo entretenerse mucho mirando lo que había encontrado Bella, pues le pareció que algo brillaba, y podía tratarse de monedas en el fondo de la caja.
– La gente guarda mechones de pelo de sus hijos. Es de lo más habitual, aunque no acabo de entender para qué -dijo, metiendo el brazo hasta el fondo de la caja. Sacó dos cucharillas de té que volvió a dejar caer cuando vio lo que eran. Cerró la caja y pasó a la siguiente.
– Esto no es de un niño pequeño, te lo aseguro -dijo Bella-. Totalmente imposible.
– Mi madre tiene pelo de mi abuela -dijo Þóra, ajustando la linterna-. No sería capaz de tirarlo, y estoy segura de que se hará enterrar con él -dijo Þóra, contenta de haber llevado a Bella. Si estuviera ella sola allí abajo, no podría aguantar mucho más. Aunque el tema de conversación no fuera nada especial, le permitía olvidarse del aire viciado y del peligro de que la casa se les viniera encima.
Þóra iluminó con su linterna lo que había en lo más alto de la otra caja. Había allí una labor de encaje bastante grande, metida en una bolsa de plástico que en tiempos fue transparente pero que había empezado a amarillear. Þóra la sacó y vio que era un faldón de cristianar. Lo puso a un lado y siguió rebuscando entre ropas de niño de toda clase que parecían estar hechas en casa, la mayoría al menos: labores de punto o de ganchillo. En la parte inferior de la caja había dos libros con el título en letras doradas: Los primeros años del niño. También a Þóra le habían regalado un libro de esos cuando nació su hijo Gylfi, y llegó a escribir en él datos de los tres primeros meses de vida de su primogénito. Luego guardó los libros y no volvió a utilizarlos. Había otros objetos, como platos para niños y cubiertos de plata y peltre.
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