– Pero ¿sabes si Markús sigue buscando un apartamento para comprar? -preguntó el joven con vehemencia-. No pudimos terminar de hablarlo esa tarde. Resulta que tengo un montón de propiedades nuevas en venta, y además se trata de unos apartamentos espléndidos. Seguro que no querrá perder la oportunidad. Sé que ahora está en una situación bastante difícil, así que intentaré retenerlos lo más posible, pero no sé si podré mantener a raya a otros compradores.
Þóra sonrió y dijo:
– Me temo que Markús por el momento tiene otras cosas en las que pensar, antes que en comprar apartamentos. Pero estoy completamente segura de que dentro de nada volverá a ocuparse de esos asuntos. Intenta llamarle después del fin de semana. Para entonces, seguramente estará libre del todo.
Tras despedirse del agente inmobiliario, llamó a Stefán, el comisario de policía, la mar de contenta consigo misma. Lo único que le fue difícil decidir era si hablarle primero del charco de sangre o de la conversación con el agente inmobiliario.
Sábado, 21 de julio de 2007
Reinaba un silencio total en la zona de excavación, solamente se oía el crujido de los zapatos de Þóra y Bella al caminar sobre el lapilli de la acera. Era como si fueran por un profundo valle; no se veía nada del mundo circundante excepto el cielo luminoso y restos de una calle que había desaparecido de la superficie de la tierra treinta años antes. Þóra no podía evitar la desagradable sensación de que las estaban observando desde las ventanas destrozadas de las casas deshabitadas frente a las que pasaban. Naturalmente, sabía que allí no había ni un ser viviente con excepción de ella y su secretaria, Bella, pero a pesar de todo la asaltaba el malestar. Se le puso la carne de gallina cuando una suave corriente de aire pasó junto a una plancha de latón suelta que yacía en el suelo delante de la retorcida puerta exterior de una casa pequeña. La casa parecía haber sido de color amarillo en otros tiempos, pero la catástrofe que la había asolado le había dado un vago tono grisáceo. Aquella cabaña desmoronada parecía tan triste y abandonada que Þóra no pudo evitar detenerse. Era fácil imaginarse a una mujer de mediana edad, cubierta de polvo, delante de la ventana, en bata, esperando a que la vida retomara el hilo que había desaparecido el mes de enero de 1973. Þóra apartó de su mente aquella imagen. No estaba acostumbrada a dejar que la imaginación se le desbocara. Sin duda, el motivo que las había llevado a aquella zona le despertaba la mala conciencia. En el mejor de los casos, era poco honrado. El opresivo silencio también tenía su parte de culpa. Þóra no estaba nada acostumbrada a tanto silencio. Más aún, incluso en el tranquilo barrio de las afueras en el que vivía, siempre se podían oír ruidos, y hasta por las noches se dejaba oír el estrépito del tráfico por las calles vecinas. En cambio, aquí no se escuchaba absolutamente nada, aunque las zonas habitadas estaban solo un poco más allá y la ciudad aún no se había ido a dormir. Ceniza y lapilli absorbían seguramente todos los ruidos, también los crujidos que producían sus zapatos. Era como mirar la televisión con el sonido apagado. Þóra y Bella callaban mientras se dirigían a la casa de Markús. Su conversación se había ido apagando en cuanto penetraron en el sendero y se toparon con aquel silencio. Más todavía, Þóra pasó un brazo sobre los hombros de Bella y señaló con la mano cuando se detuvieron ante la casa natal de Markús, en lugar de decirle que ya habían llegado. Se dio cuenta de que era una tontería e intentó arreglarlo rompiendo el silencio:
– Es aquí -susurró, aunque era obvio que era precisamente allí adonde iban.
Bella se quedó mirando la casa en silencio.
– Ven -dijo Þóra, ahora con voz más fuerte. Pasó por encima de la cinta que habían puesto para evitar la entrada, y Bella la siguió-. Será solo un momentito -dijo Þóra, más para animarse a sí misma que a la secretaria. ¿Y si aparecían por allí los arqueólogos o si habían instalado cámaras de vigilancia para evitar que personas no autorizadas pasaran por la zona? Imposible, Þóra no conseguía inventar ninguna excusa para justificar su presencia allí. Al menos lo hacían por otra persona, aunque el sentido común le decía a Þóra que esa justificación era absurda. Seguramente, el anciano se quedaría con los ojos clavados en aquellos objetos exactamente igual que en cualquier otra cosa que le pusieran delante. Si es que conseguían encontrar lo que andaban buscando.
Llegaron a la puerta y se detuvieron un rato sin decir nada, comprobando si las linternas funcionaban igual de bien que cuando se pusieron en camino quince minutos antes.
Bella apagó y encendió su linterna por tercera vez.
– ¿Estás segura de que no corremos ningún peligro? -preguntó mirando la puerta. La madera de roble estaba llena de profundas grietas y parecía debilitada por los efectos del peso y el calor. Las ventanas, altas y anchas, a ambos lados de la entrada, estaban protegidas con placas de latón ondulado, restos de los intentos de Magnús, el padre de Markús, por proteger la casa familiar-. Esto no me gusta ni un pelo, y no entiendo por qué tengo que entrar yo también. No haré más que estar ahí como un pasmarote, igual que la otra vez. Esta casa se está hundiendo -Bella hablaba con voz suplicante, y empujó suavemente una de las planchas de latón para dar más fuerza a sus objeciones. Como sospechaba, la plancha cayó al suelo con un golpe apagado, y Bella tuvo que echarse hacia atrás para que no se le viniera encima-. Mira -dijo con gesto triunfante.
– Venga, no seas así-dijo Þóra-. Esa plancha la pusieron como medida de protección para evitar que la ceniza entrara en la casa. La casa en sí es segura y no pasa nada -Þóra no tenía ni el menor deseo de entrar allí, y por eso quería tener a Bella a su lado para mayor tranquilidad. Sencillamente, no se atrevía a bajar sola al oscuro sótano y necesitaba a alguien cerca para hablar y aparentar serenidad-. Vamos rápido, te resultará divertido cuando estés dentro -Þóra empujó la puerta de la calle con un pie y esta se abrió con un profundo crujido. Al abrirse se levantó un remolino de ceniza y hollín, que se agitó en el chorro de luz de la linterna de Þóra.
– Tiene que ser peligrosísimo respirar eso -dijo Bella.
– ¿Desde cuándo te preocupa eso? -preguntó Þóra -. Si esperas fuera te fumarás uno o dos cigarrillos, de manera que acompañarme será una bendición para tus pulmones -Þóra avanzó unos pasos por el interior de la casa. Se volvió y miró a Bella a través del aire sucio. Era como si estuviera en una de aquellas antiguas parrillas de carbón y la hubiera cerrado-. Venga -dijo moviendo las manos en dirección de Bella.
La secretaria se puso a toser como una loca, pero al final cedió. Encendió su linterna y fue hacia Þóra. Se cubrió la nariz y la boca con la mano libre y murmuró algo incomprensible por encima de la manga. Envió a Þóra una mirada que no estaba cargada ni de cariño ni de admiración. Þóra intentó sonreír pero no le salió muy bien porque no quería abrir la boca. Así que se puso en marcha con cautela, en dirección a la puerta del sótano. Se alegró al oír que Bella la seguía de cerca. La única luz procedía de sus linternas, pues todas las ventanas seguían perfectamente protegidas. Se fueron abriendo paso por el suelo sucio, aunque no había muchas cosas con las que pudieran tropezar y hacerse daño. Parecía que las pocas cosas que quedaban en la casa cuando la ocupó la policía estaban todas apiladas a un lado. Þóra intentó no pensar por qué habían tenido que dejar aquel espacio libre, pero era evidente. De una u otra forma habían tenido que sacar aquellos tres cadáveres. También intentó dejar de pensar en el casco que el arqueólogo le exigió que se pusiera al entrar por primera vez en la casa. Pese a todo, Þóra aceleró el paso.
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