– Lo de aquí son todo cosas de niños -le dijo a Bella-. ¿Has encontrado tú algo, además de mechones de pelo?
– Bañadores viejos -dijo Bella-. Me parece que están mohosos. Tienen un olor desagradable.
Þóra iba a sacar las últimas cosas de la caja y a recordarle a Bella que la ropa no se enmohecía, cuando se dio cuenta de que el biberón pesaba mucho más de lo normal. Lo iluminó con su linterna y vio que había algo dentro.
– ¿Qué es esto? -se preguntó a sí misma, y desenroscó la tapa.
– ¿El qué? -preguntó Bella, apartando la mirada de los bañadores.
Del biberón cayó con un ruido sordo una maza para salmones.
– ¿Quién guarda una maza en un biberón?
– ¿Qué manchas son esas que tiene? -preguntó Bella, que se había aproximado a Þóra. La luz se multiplicó al iluminar las dos linternas. La observación era exacta, el mazo de color cobre estaba cubierto de manchas negras.
– Preferiría que no fuera sangre -dijo Þóra, pensativa. ¿Sería esta el arma que los hombres del sótano tuvieron la desgracia de conocer? Bella se acercó más a ella para ver de qué se trataba. Soltó un grito cuando el teléfono móvil sonó con un ruido penetrante en medio del opresivo silencio del lugar. Þóra no se vio tan afectada, aunque tuvo que reprimir un grito que casi se le escapó. Buscó el teléfono tanteando con la mano y respondió-: Soy Þóra -intentó parecer tranquila. Esperaba que no fuera alguien de las islas para preguntar dónde estaba. No lo era.
– Hola, soy Dís, la de la clínica -dijeron al otro extremo-. Tengo un problemilla relacionado con tu investigación y con Alda.
– ¿Y? -dijo Þóra extrañada, pero también contenta de no tener que inventar una historia para explicar dónde estaba.
– Esperaba que tú pudieras ayudarme. Necesito un abogado.
Domingo, 22 de julio de 2007
Þóra miró fijamente el papel que tenía delante. Aún no eran ni las ocho. Rara vez se levantaba tan temprano, pero unos turistas ansiosos de afrontar su aventura del día la habían despertado hacia las siete con el jaleo que armaban por el pasillo, y no había podido volver a dormirse. Se metió en la ducha y después se sentó a la mesita de la habitación del hotel con la esperanza de ver con claridad los derroteros que estaba tomando el caso. Era más fácil de decir que de hacer, y la conversación con Dís, la cirujana plástica, no había simplificado precisamente las cosas. Dís no quiso ser más explícita y se limitó a decir que disponía de una información que tenía que llegar a manos de la policía. Pero la defensa de sus propios intereses le recomendaba pedir asesoramiento a un abogado, y como solo tenía el número de teléfono de Þóra, la llamaba a ella. Þóra le explicó a Dís que, desgraciadamente, ella no podía ayudarla pues ya era la abogada de Markús, una de las partes interesadas en el caso, y le recomendó que hablara con su socio, Bragi. Dís aceptó y apuntó el número. Þóra habló más tarde con él para saber si se habían puesto finalmente en contacto. Bragi le dijo a Þóra que tenía que estar preparada para la aparición inmediata de nuevas pruebas en el caso de Markús. No le dijo de qué se trataba, y Þóra no intentó sonsacarle, pues Bragi tenía obligación de confidencialidad hacia su cliente. Pero Þóra sí que le preguntó una cosa: si la información en cuestión podía ser beneficiosa o perjudicial para Markús. Bragi reflexionó un buen rato y por fin respondió que, sinceramente, no lo sabía con certeza. Si le torturaban para hacerle elegir una opción, quizá diría que más perjudicial que beneficiosa.
Þóra volvió a sus papeles y se quitó de la cabeza a Dís y su misteriosa información. No servía de mucho pensar en ello, ya se vería el lunes. Empuñó la pluma. De lo que había averiguado, ¿qué estaba relacionado con el caso y qué no? Ordenó cronológicamente los sucesos con la esperanza de llegar al fondo del asunto. Repasó una vez más lo que había escrito en la hoja de papel que tenía delante.
Un yate en mal estado arriba a la isla el 19 de enero, amarra, luego entra en el puerto y zarpa durante la noche. Paddi «Garfio» lo ve marcharse.
Unos chicos, entre ellos Alda y Markús, se emborrachan durante el baile de la escuela esa misma noche. Magnús, el padre de Markús, va a buscarle; probablemente, Alda se va a su casa. Algo malo le sucede a Alda, habla de ello en términos nada claros en su diario.
Ven a Magnús, el padre de Markús, y a Daði «Malacara» en el puerto esa misma noche. A la mañana siguiente aparece un gran charco de sangre en el sitio donde estuvo amarrado el yate.
Guðni, el policía, acude al lugar de los hechos. Le hablan de la presencia de Daði en el puerto, pero no le dicen que Magnús también anduvo por allí.
Daði niega haber hecho nada ilegal y afirma no saber nada de la sangre.
Cuatro hombres, probablemente ingleses, mueren a golpes -no está claro cuándo.
Leifur llega a la isla para reñir a su hermano por haberse emborrachado.
Alda le da una caja a Markús y le pide que se la guarde. Está muy alterada.
Por la noche comienza la erupción.
Los residentes se van a tierra firme utilizando, entre otros medios de transporte, los barcos de pesca, y Alda le pregunta a Markús qué fue de la caja. Él se lo cuenta.
Magnús y su socio Þorgeir, el padre de Alda, regresan a Heimaey para salvar sus pertenencias. Magnús vacía casi por completo la casa de su familia, aunque no el sótano.
Alda se va con su madre y su hermana al noroeste del país, donde dicen que asiste al instituto de Ísafjörður-a un curso más alto del que le corresponde-. Nadie lo confirma en el instituto.
La madre de Markús y sus hijos se van a vivir a Reikiavik.
Valgerður y Daði se marchan al noroeste, a las cercanías de Hólmavík. Allí tienen un hijo, por fin. Ella no está demasiado interesada por el niño. ¿Posible depresión postparto?
En algún momento de las dos primeras semanas de la erupción, trasladan los cadáveres al sótano.
Magnús compra la parte de Þorgeir en la empresa y sigue con la pesca. Adquiere además una planta de tratamiento de pescado y comienza a desembarcar las capturas en la isla a pesar de que la erupción aún no ha terminado.
Markús asiste al instituto de Reikiavik.
Alda se matricula como alumna libre en el mismo centro a principios de año. Markús vuelve a verla por primera vez después de la erupción y hablan de la caja.
Alda estudia enfermería.
Markús se casa y se divorcia; tiene un hijo. Markús no trabaja en la empresa de su padre. Conserva su amistad con Alda.
Leifur, el hermano de Markús, se hace cargo de la dirección de la empresa familiar al enfermar su padre. Lleva trabajando allí desde que terminó sus estudios en administración de empresas.
Cuando van a excavar la casa de los padres de Markús, Alda le pide que lo impida. No le dice nada a su hermana.
Alda se toma una baja temporal en el servicio de urgencias.
Alda se hace con el certificado de defunción de Valgerður.
Alda tiene alguna razón para conservar la foto de un tatuaje en el que dice Love Sex y la foto de un joven desconocido.
Alda tiene un montón de enlaces a páginas pornográficas y acude a la consulta de una sexóloga.
Markús hace lo que puede para impedir la excavación de su casa natal, pero se conforma con bajar el primero al sótano para buscar la caja, una vez que Alda acepta el acuerdo. Se marcha a Heimaey.
Alda es asesinada.
Markús encuentra unos cadáveres en el sótano y una cabeza humana en la caja.
La posible arma homicida aparece en una caja con ropas de niño que hay en el sótano.
Þóra dejó el papel e intentó, sin éxito alguno, hacer memoria de alguna cosa más que pudiera tener importancia para el caso. Asimismo, intentó dilucidar cuáles de aquellos sucesos podían no tener ninguna relación con los crímenes, pero tampoco sacó nada en claro. Pasaba lo mismo que con las cosas del trastero…, en cuanto quitaba algo de la lista, inmediatamente parecía ser un elemento clave. Suspiró e intentó concentrarse. ¿Habría podido Alda matar a aquellos hombres? Daba igual cómo intentase imaginarse los hechos. Los individuos inconscientes por una borrachera y Alda, una adolescente, corriendo por el embarcadero en pleno ataque de furia con una maza para salmón en la mano… Imposible. Þóra no conocía a ninguna chica que tuviera la fuerza suficiente para arrastrar el cadáver de un hombre adulto, menos aún si tenía que hacerlo cuatro veces. Si los hubieran asesinado en el sótano, el asunto podría pintar distinto. Entonces Alda no habría tenido necesidad de transportar los cadáveres. Pero eso no encajaba, porque el crimen se había perpetrado antes de la erupción. Al menos Markús había llevado allí la caja con la cabeza humana antes de que la erupción comenzara. Además, en las ropas de los hombres había restos de quemaduras, que apuntaban a que estaban al aire libre después de que empezaran a llover ascuas de lava. Y para entonces, Alda ya se había ido de las islas. Y algo le decía a Þóra que la sangre del embarcadero tenía que guardar alguna relación con todo ello.
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