En el cajón había también una foto de un hombre joven, al que Dís tampoco pudo reconocer. La foto era horrorosamente mala. Evidentemente, el hombre no sabía que le estaban fotografiando. Estaba sentado, o más bien repantigado en una silla mirando al infinito con gesto duro, aunque sin muecas. El hombre no parecía demasiado simpático. Dís no fue capaz de hacerse una idea de cuándo se había tomado la foto. Lo único que se veía era el hombre, una pared amarilla y la silla en la que estaba sentado. Lo que no se podía negar es que era de lo más guapo. Antes de dejar la foto, Dís la levantó para mirarla bien e intentó comprender por qué le parecía tan atractivo aquel hombre. No encontró una explicación, pero pensó que a lo mejor Alda la había conservado porque era de la misma opinión que Dís.
Cerró el cajón y centró su atención en el ordenador. Sonrió para sí al ver la foto que Alda utilizaba como fondo de pantalla. Era un gato retocado con un programa de fotografía que sonreía como un tonto, con una fila de dientes humanos. Dís pensó que no tendría nada en contra de tener gato si pudiera conseguir uno con ese aspecto, y se puso a especular si podría utilizar sus conocimientos para transformar un gato de esa forma. Obviamente, estaba cansada después del largo día.
Dís se hartó enseguida de mirar los documentos del ordenador. Eran infinitos, y después de abrir algunos al azar, no encontró nada que despertara su interés. Así que entró en Internet y comprobó por mero entretenimiento las páginas que Alda tenía marcadas como favoritas. Cuando vio la lista, se quedó boquiabierta de asombro.
Comprobó un enlace tras otro con la esperanza de que no fueran lo que parecían, pero los nombres indicaban claramente que sí. Apareció una página porno tras otra. Dís se quedó boquiabierta. Resulta que Alda no era lo que parecía. ¿Quizá aquello guardaba alguna relación con su trabajo en urgencias? Pero no podía ser ese el motivo. Allí se encontraban todas las variedades del sexo: sadomasoquismo, homosexualidad, relaciones tradicionales entre un hombre y una mujer y muchas otras variantes. Dís respiró aliviada al comprobar que en ningún caso aparecían niños. ¿Qué problema tenía Alda? Tal vez aquello explicaba que no tuviera una relación estable, porque no sabía lo que quería.
Cerró el navegador con la sensación de que hubieran abusado de ella, aunque había elegido voluntariamente mirar todo aquello, sabiendo perfectamente lo que hacía. No era el contenido de las páginas lo que perturbaba su tranquilidad, sino haberse asomado al mundo de Alda por una puerta cuya existencia siempre había ignorado. Puf, sería tremendamente difícil escribir una necrológica sobre ella. Resopló y pensó si no valdría más decidir que ya estaba bien y apagar el ordenador. Pero la curiosidad superó a la prudencia y Dís entró en el correo electrónico de Alda. Decidió que no abriría ningún mensaje que pudiera tener relación con la vida sexual de Alda, pero se vio tentada de ordenar los correos por el nombre de remitentes y receptores, para comprobar los cruzados entre Alda y las personas que ella conocía.
Los mensajes de Ágúst aparecieron ordenados en primer lugar. Dís no había abierto más que un par de mensajes cuando se dio cuenta de lo que había estado pasando. Se reclinó sobre el respaldo. Las páginas web eran un juego de niños en comparación con aquello. Esperó en lo más hondo que el mensaje de la abogada Þóra Guðmundsdóttir no tuviese que ver nada en absoluto con aquello.
Miércoles, 18 de julio de 2007
El folleto sobre las violaciones era sin duda muy científico, pero demasiado poco interesante como para pasarse mucho rato leyéndolo. No había ningún otro material de lectura a la vista, y después de entretenerse un rato poniendo orden en el bolso no le quedó nada más que hacer. Þóra estaba sentada con las piernas cruzadas en una silla muy incómoda de un pasillo desierto del viejo hospital municipal, y en su aburrimiento se dedicó a mover los pies arriba y abajo. No era capaz de leer el folleto por tercera vez. Hannes había ido a su encuentro con una enfermera que conocía a Alda, pero la pega era que la mujer no estaba segura de cuándo se quedaría libre y había insistido en que Þóra podía esperarse cualquier cosa. Þóra estaba ya a punto de abandonar cuando oyó unos pasos que se acercaban. Una mujer de mediana edad con bata blanca y pantalones largos dobló la esquina. Llevaba una carpeta de papel apretada contra el pecho. La mujer refrenó sus pasos cuando se acercó a Þóra.
– ¿Eres Þóra Guðmundsdóttir? Yo soy Bjargey. Perdona que te haya hecho esperar tanto rato -dijo la mujer, extendiendo la mano. No llevaba anillo y las uñas estaban pulcramente cortadas hasta el comienzo de la carne-. Estaba en una reunión que parecía no acabarse nunca -señaló con la barbilla una puerta que había a un lado de Þóra-. Mejor nos sentamos ahí dentro. En mi despacho hay muchísimo jaleo, pero aquí hay tranquilidad.
Þóra había tenido tranquilidad de sobra durante los últimos cuarenta minutos, pero sonrió y se puso en pie.
– Estupendo -respondió-. No te molestaré mucho rato -entraron en un pequeño despacho y la enfermera encendió la luz con el codo-. Tengo entendido que trabajaste algo con Alda Þorgeirsdóttir, y por eso quizá puedas ayudarme -dijo Þóra cuando las dos estaban ya sentadas.
– Sí, puedo intentarlo -respondió la mujer con calma-. Naturalmente, existen límites para lo que se me permite decir pero, como ignoro por completo de qué va el asunto, ya iremos viendo si hay algo de lo que no pueda hablar. Sin duda, es conveniente dejar claro que si hablo contigo es por hacerle un favor a tu ex marido, Hannes. Trabajamos mucho juntos.
– Soy plenamente consciente de ello, y os estoy muy agradecida a los dos -respondió Þóra-. No quiero preguntarte nada sobre enfermos ni ninguna otra cuestión interna del hospital, solo estoy buscando a alguien a quien Alda hubiera podido hacer confidencias -Þóra miró a la mujer a los ojos-. Alda dejó un secreto que ya no puede seguir oculto. Tengo la esperanza de que se lo hubiese confiado a alguien, posiblemente a algún compañero de trabajo.
– Pues vaya -dijo Bjargey-. Lo cierto es que Alda no era una persona demasiado abierta, aunque era de lo más simpática con todo el mundo, empleados y enfermos. Pero no se me ocurre nadie en especial -sonrió a Þóra con desgana-. Alda solo venía los fines de semana y hacía también algunas guardias extra cuando le venía bien. Siempre hay falta de personal en las horas en que ella estaba libre, porque casi nadie quiere trabajar en fin de semana ni por la noche -Bjargey se dio cuenta de que seguía con la carpeta de papel en las manos, y la dejó en la mesa sobre un montón de carpetas semejantes antes de continuar-. Alda trabajaba durante el día en otro sitio, no solía hacer guardias con las mismas personas y por eso no era parte del equipo, como los demás.
– ¿De modo que no trabajaba con nadie en especial? -preguntó Þóra-. Contigo, por ejemplo.
Bjargey sacudió la cabeza y la horquilla que le mantenía el flequillo apartado de los ojos se soltó. Llevaba el pelo corto y ya lo tenía un poco débil. Detuvo con una mano la caída de la horquilla sin alterarse lo más mínimo-. Yo me encargo de la planificación de las guardias, por eso sé cómo estaban las cosas. Algunas veces estuve de guardia con Alda, y me caía bien -Bjargey se echó el pelo hacia atrás y volvió a fijarlo con la horquilla-. Por decirlo suavemente, me quedé asombrada al oír que se había quitado la vida. No me parecía que fuese una persona capaz de algo así, si quieres que sea sincera.
– ¿No había dejado ya de trabajar aquí? -preguntó Þóra-. Cuando hablé con la enfermera jefe, me dijo que se despidió poco antes de fallecer.
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