Bella dejó escapar un bufido y Þóra se apresuró a volver a hablar antes de que la secretaria dijese cualquier barbaridad.
– Quería hacerte unas preguntas, y prometo ser breve -dijo Þóra-. Te verás libre de nosotras antes de que te des cuenta.
Sonrió esperanzada, pero Bella no apartaba los ojos del arqueólogo. Þóra no sabía muy bien si fue la mirada de su secretaria o su propia sonrisa lo que conmovió a Hjörtur, pero este se manifestó conforme con dedicarles al menos unos minutos. Entraron tras él en una pequeña salita de reuniones y se sentaron.
– ¿Se ha encontrado algo en la excavación que pudiera tener relación con los cadáveres? -preguntó Þóra-. Algo que quizá no tuviera un significado especial cuando se encontró pero que ahora podría explicarse sabiendo lo que había en el sótano. No me limito a la casa de los padres de Markús.
– No -respondió Hjórtur-. No recuerdo nada por el estilo. Tampoco es que lo haya pensado mucho.
– Tengo entendido que conserváis todo lo que encontráis -dijo Þóra-. ¿Existe alguna posibilidad de echar un vistazo a esos objetos?
Hjórtur sacudió la cabeza.
– No, me parece inimaginable que se le permitiera a nadie. La intención es permitir a los dueños de las casas que examinen las cosas, con nosotros detrás, y que lleguemos a un acuerdo sobre el destino de esos objetos -dijo empujando a un lado una taza de café sucia-. La idea es organizar una exposición de esos objetos en la zona de excavación y, esperemos, también dentro de las casas mismas. Como sabes, el municipio de Heimaey es el propietario de todo lo que aparezca bajo las cenizas. Pero al mismo tiempo, naturalmente, queremos intentar reunirnos con los dueños originarios de esas pertenencias. Objetos que a lo mejor a nosotros nos resultan indiferentes pueden ser valiosísimos a los ojos de sus antiguos propietarios, por razones sentimentales -Hjörtur respiró hondo-. Muchos se han puesto en contacto con nosotros por ese motivo; la gente está interesada especialmente en álbumes de fotos y cosas semejantes, aunque también preguntan por cosas raras, como una gorra de estudiante, trofeos y relojes de pulsera. Anotamos todo lo que encontramos y gracias a eso es fácil comprobar qué procede de cada casa. Organizar todo eso es una empresa ingente, y aún no hemos llegado a ello.
– ¿La policía no ha expresado su deseo de examinar las pertenencias? -preguntó Þóra, extrañada-. Podría pensarse que al menos les interesaría lo que pudiera haber en casa de Markús.
Hjörtur sacudió la cabeza:
– Todavía no, y esperemos que no lo hagan. He hecho un trabajo ingente almacenando todo eso, y sería espantoso tener que ponerse a revolver en las cajas.
– ¿Tienes algo en contra de darme una copia del catálogo de objetos? -preguntó Þóra-. Es posible que me sea de utilidad, aunque naturalmente es bastante improbable.
La boca de Hjörtur se crispó.
– Tengo que comprobarlo -dijo secamente.
Þóra decidió no insistir mucho en el asunto por el momento.
– ¿Habría podido entrar alguien en el sótano antes que Markús? -preguntó-. ¿Cómo estaba el acceso desde la puerta hasta allí abajo cuando se limpió la planta baja?
– ¿Me preguntas si alguien puede haber introducido los cadáveres después de excavar la casa? -preguntó Hjórtur.
– Sí, en realidad sí -respondió Þóra-. Aumentaría considerablemente el número de personas que podrían tener relación con el caso.
– Que yo sepa, cerramos la puerta del sótano de forma suficiente en cuanto llegamos a ella, y además tú te mostraste conforme con la forma en que lo hicimos, si no recuerdo mal -dijo Hjörtur sin hacer gesto alguno-. No transcurrieron más que unas pocas horas desde que destapamos la puerta, y luego volvimos a cerrarla con clavos. Todo de acuerdo con nuestros métodos. Naturalmente que quien quisiera entrar podía haberlo hecho, pero queda excluido que nadie haya llevado unos cadáveres al sótano recientemente.
– ¿Cómo lo sabes? -preguntó Þóra-. No me malinterpretes, no estoy insinuando que tú o tu gente tengáis parte alguna en el caso.
– Yo bajé con la policía después del hallazgo de los cuerpos, y no es necesaria mucha experiencia en excavaciones para darse cuenta de que llevaban allí años y hasta decenios, no unos pocos días.
– ¿Se habría podido manipular algo para hacer creer que llevaban todo ese tiempo? -preguntó Þóra-. ¿Como echar ceniza por encima de los cuerpos, o cualquier otra cosa que pudiera dar la impresión de que llevaban allí años sin que nadie los tocara?
– No -dijo Hjörtur con decisión.
– ¿Tienes alguna hipótesis sobre quiénes son esas personas? -preguntó Þóra-. Tú eres de aquí, ¿verdad?
Hjórtur sonrió.
– La erupción se produjo el día que cumplí tres años, de modo que yo no puedo contarte demasiadas cosas sobre lo que pasó ni sobre las personas que vivían aquí -respondió-. Pero, al mismo tiempo, puedo excluir que se trate de gente de Heimaey. Todos se salvaron de la erupción y cuatro hombres no habrían podido desaparecer así sin más.
Þóra prefirió no mencionar al hombre asfixiado en el sótano de la farmacia.
– Pero seguramente habrás pensado en ello, supongo -continuó Þóra-. ¿Quiénes eran? Como arqueólogo, tienes que sentir curiosidad por lo que sucede en tu propia excavación, ¿no?
– Naturalmente que sí -respondió Hjörtur-. Pero carezco de excesiva imaginación y no he sacado mucho en limpio cuando me he puesto a pensar en ello. Sin embargo una cosa sí que está clara -añadió-. Busqué por pura curiosidad en periódicos de esa época, que tenemos aquí en anticuados microfilmes, y no encontré nada sobre la desaparición de personas, ni islandeses ni de cualquier otra nacionalidad. Parece que a estos no los echaron mucho de menos, lo que es bastante curioso -carraspeó-. No sé si pudiste ver bien cuando estuviste ahí abajo, pero cuando fueron a buscarme ya habían instalado reflectores. No pude dejar de ver que al menos dos de aquellos hombres llevaban anillo de boda. ¿Qué clase de maridos son esos, si sus mujeres ni siquiera los buscan?
Un fugaz pensamiento sobre su ex marido recorrió la mente de Þóra, pero se libró enseguida de él.
– Buena pregunta -se limitó a decir-. ¿Observaste algo que pudiera indicar que esos hombres fueran marinos? -preguntó a continuación-. Se me ocurrió que a lo mejor tenía algo que ver con la guerra del bacalao.
Hjörtur sacudió la cabeza despacio, y respondió:
– Por lo que pude ver y por lo que recuerdo, no llevaban impermeable marinero ni ninguna otra cosa que pudiera ser propia de los marineros de entonces. Naturalmente, no es que los marinos lleven siempre puesta su ropa de trabajo, igual que le pasa al resto de la gente -sonrió y bajó la vista a sus desastrados pantalones vaqueros.
– Comprendo -dijo Þóra, que esperaba una respuesta diferente, a ser posible que aquellos hombres llevaban redes y bicheros. Reflexionó por un instante, pero enseguida continuó-: ¿Crees que alguien haya podido confundirse de casa y dejar los cuerpos en un lugar inverosímil? -preguntó-. ¿No es cierto que durante la erupción no se podía ver con claridad?
Hjörtur se encogió de hombros.
– Bueno, no sé -dijo-. Me permito dudarlo, pero no puedo estar cien por cien seguro -se pasó la mano por la frente-. Existe también la posibilidad de que la casa en la que había que meter los cadáveres ya no estuviera a la vista, y que en su lugar eligieran la casa de Markús -volvió a encogerse de hombros-. Han abierto una estupenda página web sobre los edificios desaparecidos. Tanto los que fueron arrasados por la lava como los que fueron cubiertos por la ceniza, que son los que estamos excavando ahora. Quizá ahí puedas encontrar algo que te sirva de ayuda.
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