P. Cast - Diosa Por Elección

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Por fin, Shannon Parker se había reconciliado con la vida en el mundo mítico de Partholon. Amaba a su marido centauro y se había acostumbrado a su conexión con la diosa Epona y los beneficios que conllevaban ambas cosas. Casi había olvidado su antigua vida en la Tierra… sobre todo, cuando descubrió que estaba embarazada…
Pero entonces una súbita explosión de poder la envió de vuelta a Oklahoma. Sin la magia, Shannon no podía regresar a Partholon, así que tendría que buscar ayuda. El problema era que esa ayuda tomó la forma de un hombre tan tentador como su marido. Y, durante el camino, Shannon descubriría que ser una diosa por error era mucho más fácil que ser una diosa por elección…

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– ¡No! -grité yo.

Nuada se lanzó hacia Clint. Pareció que su sombra se fundía con el humano. Yo me quedé paralizada por la conmoción: lo único que pude hacer fue observar cómo la criatura absorbía a Clint. Sin embargo, a medida que él arañaba con las garras para desmembrarlo, el aura de Clint resplandeció, y el borde dorado se resquebrajó, y lanzó chispas en los lugares en los que contactaba con la oscuridad de Nuada.

La criatura chilló y dio varios pasos atrás.

– ¡Humano! -gritó-. Siento tu magia, pero no tienes la fuerza necesaria para vencerme.

La criatura alzó los brazos hacia el cielo, y pareció que las sombras del bosque volaban hacia sus manos. Su aura de color muerte latió desmedidamente. Entonces, Nuada volvió a avanzar hacia Clint.

En aquella ocasión, cuando las auras entraron en contacto, las chispas doradas y brillantes se habían hecho más débiles. Fue suficiente para que Nuada retrocediera una vez más, pero sólo hasta que estuvo fuera del alcance del aura. Yo vi la tensión en el rostro cubierto de sudor de Clint.

– Tus patéticas fuerzas se debilitan -silbó Nuada mientras avanzaba de nuevo.

Entonces, yo agarré el brazo de Clint con ambas manos, que todavía tenía calientes de una manera antinatural a causa de su contacto con los árboles. Me concentré en enviarle todo aquel calor a Clint, y en aquel mismo momento, Nuada entró en el aura vibrante y azul.

Las chispas atravesaron como relámpagos el cuerpo oscuro de Nuada, y su grito resonó por todo el bosque. Pareció que su forma se plegaba sobre sí misma antes de que retrocediera rápidamente.

– Eres mía. Hasta que te posea, destruiré todo lo que amas, en este mundo o en el otro.

Las palabras quedaron suspendidas en el aire mientras su forma sombría se desvanecía en el bosque.

De repente, sentí un mareo tan intenso que me fallaron las rodillas y se me nubló la visión. Con un gruñido, solté la mano de Clint y me caí al suelo helado.

– ¡Shannon! -Clint se arrodilló a mi lado, y me tomó en sus brazos.

– No tengo sensibilidad en las piernas -susurré. Me temblaban incontrolablemente. Miré la cara pálida de Clint e intenté alzar la mano para acariciarle la mejilla, pero el brazo no me obedecía. Me sentía distante de mi propio cuerpo, como si no fuéramos la misma cosa.

– No hables -me dijo Clint.

Frenéticamente, metió las manos bajo mis axilas y las agarró por delante de mi pecho. Con la respiración entrecortada, caminando hacia atrás, me arrastró hacia los dos robles. Suavemente me sentó en el suelo y me hizo apoyar la espalda en uno de los troncos musgosos.

Entonces, Clint se puso de rodillas y apoyó ambas manos a cada uno de los lados de mi cabeza.

– Ayúdala -rogó-. ¡Se está muriendo!

La descarga de calor que fluyó rápidamente por mi cuerpo me asustó, y se me escapó un gruñido de dolor al empezar a sentir los miembros del cuerpo. Noté en los brazos y las piernas miles de pinchazos diminutos. Respiré profundamente, y mi pecho se expandió. Tomé bocanadas de aire vivificante y me percaté de que debía de haber dejado de respirar. Con un miedo paralizante pensé en mi hija, y tuve un acceso maravilloso de náuseas. «Oh, Epona, que esté bien».

Poco a poco, recuperé la visión. La cara de Clint apareció ante mis ojos. En aquella ocasión pude levantar el brazo, y le acaricié la mejilla al mismo tiempo que le quitaba una lágrima con el pulgar.

– Ya estoy bien -dije con un susurro débil.

– Gracias a tu diosa -respondió él con la voz ronca. Me di cuenta de que le temblaban los brazos.

– Y a ti.

Volví a bajar el brazo, y apreté la espalda con más firmeza contra el roble.

Clint se sentó a mi lado y se apoyó en el tronco. Yo notaba que me estaba mirando, pero no volví la cara hacia él. Seguí observando el claro, intentando comprender lo que acababa de pasar.

En aquel momento, el cielo color gris se abrió, y comenzaron a caer copos de nieve delicados y silenciosos.

– Está nevando -dije.

Clint dio un respingo de sorpresa.

– ¿Crees que puedes separarte ya del roble?

Asentí débilmente, y de repente me di cuenta de la intensidad del frío y de la humedad de mi ropa, que estaba empapada de sudor. Clint se puso en pie con rigidez. Yo le tendí las manos y él me ayudó a incorporarme.

– ¿Puedes andar? -me preguntó.

– Sí -respondí, y miré hacia el cielo gris.

Los copos delicados se habían transformado en manchones gruesos, y se había levantado un viento que los hacía caer en un ángulo afilado. Me estremecí, y me ceñí bien el abrigo alrededor del cuello.

– Tenemos que volver a la cabaña -me dijo Clint, con preocupación. Me tomó del brazo, y ambos salimos del refugio de los árboles y comenzamos a caminar bajo los remolinos de nieve.

Las piernas me temblaban y tuve que apoyarme pesadamente en el brazo de Clint. Él tiró de mí hacia el sendero y me guió hacia otro enorme árbol, para que me apoyara en su tronco. Se me cerraron los ojos mientras acaparaba dentro de mí su calor y los hilos de su poder.

«Descansa, Amada de Epona», oí en mi mente.

– ¿Lista?

Clint me puso a caminar de nuevo. El viaje de vuelta a casa siguió aquel patrón surrealista. Yo recorría tambaleándome el sendero, agarrada del brazo fuerte de Clint, hasta que no podía continuar y él me acercaba a un árbol anciano. Era como cargar un teléfono móvil. El omnipresente viento de Oklahoma continuó soplando con fuerza a través de la cúpula espesa de ese bosque sagrado. La luz diurna se desvaneció, y mis pensamientos fragmentados se preguntaron cuánto tiempo habíamos pasado intentando abrir la puerta hacia Partholon. Debí de hacer la pregunta en voz alta, porque Clint me respondió.

– Horas -dijo con agotamiento-. Va a anochecer muy pronto.

Yo emití un jadeo de sorpresa.

– Puedes conseguirlo, mi niña. Ya casi hemos llegado a casa.

«A casa». Mi casa era lo que acababa de dejar en el claro. La pena de la voz de ClanFintan todavía resonaba en mi corazón.

Yo me tropecé en un escalón y sacudí la cabeza con confusión. Clint me rodeó con un brazo y me ayudó a subir las escaleras y a entrar por la puerta de la cabaña.

Me dejó sentada en una mecedora y se arrodilló ante la chimenea. Se quitó los guantes con los dientes y con una cerilla encendió el fuego fácilmente. Sin embargo, el calor no me alcanzaba. Me castañeteaban los dientes y tenía la cara entumecida.

Clint tardó pocos segundos en cambiarse y ponerse ropa seca. Después me ayudó a desnudarme y me secó metódicamente con una toalla, antes de vestirme con unos pantalones y un jersey muy abrigados. Me dejó sentada de nuevo en la mecedora, ante la chimenea, me tapó con una manta y se fue a la cocina. Minutos después apareció con una taza de chocolate caliente y me la dio. Yo la tomé entre las manos y bebí. El chocolate caliente me resultó reconfortante, y sentí que mi cuerpo recuperaba la vida a medida que el líquido me pasaba por la garganta y caía a mi estómago, que gruñó amenazadoramente.

Antes de que pudiera llamarlo, Clint apareció de nuevo, con una bandeja llena de sándwiches, otra taza y un cazo lleno de chocolate humeante. Me entregó un sándwich, acercó la otra mecedora a la mía, y se sentó.

Yo mordí uno de los sándwiches, hecho con jamón y queso y pan casero. Afortunadamente, parecía que mis náuseas se habían limitado a la mañana, y aquel sándwich era lo mejor que había comido en mi vida.

– Está riquísimo -dije.

– Come. Te sentirás mejor.

Yo tomé un trago más de chocolate caliente y asentí.

– Ya me siento mejor.

Él sonrió con alivio, y terminamos nuestra comida en silencio.

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