P. Cast - Diosa Por Elección

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Por fin, Shannon Parker se había reconciliado con la vida en el mundo mítico de Partholon. Amaba a su marido centauro y se había acostumbrado a su conexión con la diosa Epona y los beneficios que conllevaban ambas cosas. Casi había olvidado su antigua vida en la Tierra… sobre todo, cuando descubrió que estaba embarazada…
Pero entonces una súbita explosión de poder la envió de vuelta a Oklahoma. Sin la magia, Shannon no podía regresar a Partholon, así que tendría que buscar ayuda. El problema era que esa ayuda tomó la forma de un hombre tan tentador como su marido. Y, durante el camino, Shannon descubriría que ser una diosa por error era mucho más fácil que ser una diosa por elección…

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Seguimos caminando colina arriba, y Clint impuso un buen ritmo. A mí me agradó comprobar que mi respiración era constante, y que no jadeaba ni resoplaba, ni tampoco tenía que hacer un gran esfuerzo por mantener su ritmo. En realidad, me di cuenta de que cuanto más nos adentrábamos en el bosque, más tonificada me sentía. Sonreí, disfrutando de la sensación que me producía la caminata en los músculos de las piernas y ascendiendo con facilidad.

Mientras andaba, tenía tiempo para mirar a mi alrededor. La arboleda era densa. Había robles y almeces, combinados armoniosamente con abetos y pinos. Sus ramas se entrelazaban y casi no dejaban ver el cielo gris de aquella mañana. El suelo estaba cubierto de hojarasca, de ramas rotas y de zarzas.

Entonces oí el susurro. Al principio pensé que era el viento a través de las ramas. Sin embargo, miré hacia arriba, y me di cuenta de que las ramas no se movían. Había muy poca brisa, sin fuerza suficiente para agitar las ramas.

Pasé junto a un árbol muy grande que tuve que rodear, porque su tronco casi bloqueaba el senderó. Rocé la corteza con el brazo.

«Bienvenida, Amada». La brisa juguetona se convirtió en palabras dentro de mi mente, y di un respingo.

– ¿Shannon?

Clint se detuvo también a unos cuantos metros y me miró.

– He oído algo.

Él observó todo lo que nos rodeaba, y escuchó con atención.

– No hay nadie.

– No, he oído algo dentro de mi cabeza.

– ¿Qué has oído? -me preguntó, en un tono emocionado, mientras volvía apresuradamente hacia mí.

– Algo que me daba la bienvenida. Y que me llamaba Amada -le expliqué, con la voz entrecortada.

Así era como me llamaba mi diosa, pero no se lo dije.

Él volvió a mirar a nuestro alrededor, y puso los ojos sobre el árbol enorme junto al que yo acababa de pasar.

– Quizá haya sido aquél, es muy anciano.

Clint se acercó al árbol y se quitó el guante de la mano derecha. Apoyó la palma abierta en la corteza, cerró los ojos, y se concentró. Entonces, se le relajaron las arrugas de la frente, y en sus labios se formó una sonrisa suave. Abrió los ojos, y asintió para animarme a que me uniera a él.

Yo recordé la descarga eléctrica que recibí la última vez que había intentado oír a un árbol, y me quedé paralizada.

Al ver que no me movía, se acercó a mí, me tomó de la mano y la apretó firmemente contra el tronco del árbol. Me sentí muy tensa, esperando inconscientemente a que ocurriera algo horrible. Sin embargo, aquella vez fue diferente. Primero sentí un calor agradable bajo la mano, como si estuviera posada sobre un animal vivo. Después el calor se extendió por todo mi cuerpo a través de la palma de mi mano, y con él, sentí una emoción maravillosa, como si inesperadamente me hubiera encontrado con un viejo amigo.

«¡Bienvenida, Amada de Epona!».

En aquella ocasión no pude confundirlo con el viento, porque las palabras sonaron con claridad en mi mente.

– ¡Oh! -susurré, con reverencia, y posé la otra mano también sobre la corteza-. Sabes quién soy.

– Sí.

– ¡Oh, Clint! -me acerqué más al árbol y apoyé la mejilla en la corteza-. Me conoce -dije, y tuve que parpadear para no derramar lágrimas de felicidad al escuchar de nuevo aquel saludo.

– El bosque te habla -respondió Clint, en tono de satisfacción.

Yo asentí felizmente, sin soltar el tronco del árbol.

– ¡Si saben quién soy, seguramente podrán ayudarme a volver a Partholon! -exclamé, y le envié una petición silenciosa al anciano espíritu del árbol.

– Entonces debemos continuar andando -respondió Clint, pero en su voz ya no había placer, sino una determinación grave.

Yo me quedé sorprendida al notar el eco de su pena en el árbol.

Acaricié la corteza y me separé de ella, diciéndole mentalmente al árbol que Clint no era mi marido… que no era mi marido… que no era mi marido. Me alejé lentamente del roble.

– Tienes razón, debemos continuar.

Él asintió con tirantez y se dio la vuelta, y volvió a caminar. Yo me puse a su lado, mientras escuchaba con asombro los susurros que resonaban en mi mente.

«¡Ave, Epona!».

«¡Bien Hallada, Amada!».

«¡Bendita seas!».

«¡Te damos la bienvenida, Amada de Epona!».

Me sentí llena de alegría por su aceptación y su reconocimiento, y aproveché todas las oportunidades que tuve para acariciar los troncos y las ramas de los árboles que estaban más cerca del camino. Cada vez que tocaba un árbol, sobre todo uno de los más ancianos y más grandes, sentía en los dedos un calor que se me extendía como una ráfaga por todo el cuerpo. Muy pronto me di cuenta de que con aquella ráfaga llegaba la energía.

– ¡Eh! -le dije a Clint-. ¡Estos árboles me están cargando de energía!

– Lo sé -respondió él, sin volverse a mirarme y sin aminorar el ritmo.

Me detuve lo suficiente como para dejar que mi mano permaneciera posada unos instantes en otro tronco lleno de nudos. ¡Zas! El calor invadió mi cuerpo.

– ¡Dios santo! ¡Es como si fuera Wonder Woman, o algo así!

De repente, Clint se detuvo y se volvió hacia mí.

– No como una superheroína, sino como una diosa.

– Sí -dije yo sin aliento-. Sí -repetí-, divina. Y no divina por un error, divina por elección, por derecho.

Clint elevó la mano hasta casi acariciarme la mejilla. En su rostro se dibujó una expresión de anhelo, y al verla, se me formó un nudo la garganta. Sin embargo, no me acerqué a él. No podía. Bajó la mano y apartó la mirada. Miró hacia la derecha del camino y señaló.

– Es por ahí. Sigúeme.

Yo asentí con entusiasmo, impaciente por salir del sendero y adentrarme más en el bosque. Intenté pasar por alto su expresión sombría y el encorvamiento de sus hombros.

Habíamos dado tan sólo unos cien pasos más cuando salimos de entre los árboles y la maleza y nos encontramos al borde de un pequeño claro. A mí se me escapó un jadeo mientras miraba a mi alrededor con asombro.

– ¡Es exactamente igual que en Partholon!

Por el claro discurría el mismo riachuelo claro y tranquilo que se alejaba de nosotros hacia el bosque. Sin embargo, yo no estaba observando la corriente, sino los dos enormes robles que se erguían a cada una de sus orillas. Como en Partholon, sus enormes ramas estaban llenas de hojas verdes, inusuales para aquel tiempo tan frío de noviembre. Sus ramas estaban tan entrelazadas que era imposible distinguir dónde terminaba uno de los árboles y dónde comenzaba el otro. Era como si el tiempo los hubiera fundido el uno con el otro. Sus troncos gruesos estaban cubiertos por un musgo luminoso que resplandecía suavemente.

Sin decir una palabra, Clint y yo caminamos juntos hacia los árboles. Yo me di cuenta de lo quieto que estaba el aire, y de la extraña ausencia del canto de los pájaros. Cuanto más nos acercábamos a los árboles, más podía sentirlos. Nos detuvimos a pocos centímetros de los troncos, y yo miré a Clint.

– ¿Y ahora qué? -le pregunté con ansiedad.

– Haremos lo que hicimos antes -respondió él en voz baja, como si estuviéramos en una iglesia-. Nos concentraremos en reunir el poder de todo el bosque en una sola esfera dentro de mí.

Me quedé sorprendida, y él sonrió brevemente.

– Sí, yo también puedo experimentar el poder de este bosque. Pero no tanto como tú. En mí no fluye libremente, pero soy capaz de reunirlo. Normalmente lo uso para fortalecerme físicamente. Es como un analgésico para mi espalda.

No era de extrañar que se hubiera vuelto tan ágil al entrar en el bosque. Yo asentí para mostrar que lo entendía y él continuó.

– Después de acaparar todo el poder en mi interior, me concentré en que Rhiannon volviera a Partholon, y en que tú regresaras aquí. Entonces, cuando tú tocaste los árboles, yo te agarré y tiré de ti. No sé por qué no afectó a Rhiannon, pero tú sí estás aquí.

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