– No. Esa perspectiva le pareció excitante. Dijo que ahí era donde entraba yo, que juntos podríamos usar a un demonio muy antiguo para controlar esta forma del mal moderno y evitar que la atraparan.
– ¿Y qué quería decir con eso?
– No estoy seguro. No le di la oportunidad de que me lo explicara. De repente la vi como lo que era en realidad, una sociópata. Le dije que se marchara y que no volviera. La eché de mi casa, a ella y a su seguidor.
Ninguno de los dos habló durante un momento. Mi mente trabajaba febrilmente, intentando asimilar todo lo que acababa de oír.
– Eso me lleva a tu primera pregunta.
Yo lo miré con confusión.
– El motivo por el que intenté intercambiaros a las dos -me recordó él-. Es muy sencillo. Ella es malvada. Me había hablado de ti, y decidí que seguramente una profesora de literatura y lengua inglesa de instituto no podía ser una diosa sociópata que quisiera traficar con drogas valiéndose de una magia negra y antigua. Además de eso, ella se había reído porque te había dejado en Partholon para que te enfrentaras con una especie de demonios.
Yo rechiné los dientes al saber de la traición y la cobardía de Rhiannon, que había dejado a su pueblo cuando debería haberse quedado para avisarlos y protegerlos.
– Creía que estarías feliz de poder salir de allí. Me pareció buena idea intercambiaros.
– Está bien. Después de que te hayas explicado, entiendo tu razonamiento, pero tienes que darte cuenta de que donde yo quiero estar para siempre es en Partholon. Quiero a la gente a la que ella traicionó. Adoro a la diosa que ella usó. Acepto al marido a quien ella rechazó.
– No lo sabía -respondió Clint con tristeza.
– Entonces quedan otras dos preguntas. ¿Cómo me trajiste hasta aquí, y cómo puedo volver?
– Bueno… Rhiannon me dijo cuál era el hechizo que usó para intercambiar su sitio con el tuyo. Dijo que uso un ánfora como punto focal. Primero la envió a este mundo, es evidente que Bres trajo el ánfora cuando precedió a Rhiannon aquí. Cuando el ánfora estuvo en este mundo, Rhiannon la usó para atraer el poder que permitiera intercambiaros.
– Tiene sentido. Continúa.
– Así que yo decidí que necesitaba un objeto de poder con el que trabajar. Algo que estuviera en ambos mundos.
– Los árboles -susurré yo.
– Sí. Sabía que tienen un poder poco corriente, y más en un bosque que resuena de energía como éste.
– ¿Y cómo sabías que también estaban en Partholon?
– Ellos me lo dijeron. Toqué su poder e intenté llamarte. Al principió no creía que fuera a funcionar. Percibía tu presencia, pero estaba amortiguada y fragmentada, como si tú no estuvieras oyendo de verdad mi llamada.
– Eso es porque no fui yo quien oyó tu llamada, sino Epi -dije con frustración.
– ¿Quién es Epi?
– Mi yegua. Bueno, no exactamente. No es una mascota ni nada por el estilo. Es la encarnación equina de la diosa Epona. Y supongo que puede decirse que yo le pertenezco a ella tanto como ella me pertenece a mí. Ella fue quien se sintió atraída hacia los árboles, no yo. Sin embargo, cuando llegamos al claro en el que estaban, comenzó a actuar de una manera extraña, como si supiera que algo no iba bien.
– Eso explica por qué me resultó tan difícil reconocerte.
– ¿Reconocerme?
– Sabía lo que sentías hacia Rhiannon. Sí, tú dices que no os parecéis, y admito que no tienes su frialdad ni su dureza. Pero es como si fuerais partes de un todo. No sé de qué otra forma de describirlo.
Yo lo miré con escepticismo.
– Piénsalo de este modo: todo el mundo tiene un aura. Incluso muchos científicos lo admiten.
Yo asentí.
– Mientras esté conectado con el bosque, veo con claridad las auras. Incluso puedo buscar una que conozca. Tu aura y la suya son casi idénticas.
Aquello consiguió que me sintiera muy mal.
– De acuerdo, entonces me encontraste por mi aura, que también debe de ser similar a la de Epi, ya que tú la reconociste y la llamaste a ella también. Después, ¿cómo me trajiste hasta aquí?
– Te llamé a través de los árboles. Rhiannon me explicó que hay pliegues entre nuestros mundos. Me dijo que una vez que se encuentran esos pliegues es posible deslizarse entre las dimensiones.
– ¿Y los árboles provocan un pliegue?
– No sé si ellos provocaron un pliegue, o a la inversa, pero, sí, localicé un pliegue dimensional entre los árboles. Fui allí, me concentré en tu aura y en la razón por la que quería intercambiaros a Rhiannon y a ti. Cuando tú tocaste los árboles, yo toqué aquella dimensión. Te agarré y tiré.
– ¿Me agarraste a través de los árboles?
– Estaba tocando los dos árboles y concentrándome, imaginando una especie de honda de poder que te lanzara hasta aquí y enviara a Rhiannon allí. De repente sentí algo… como si mis manos se deslizaran dentro de su corteza, y noté tus manos. Así que tiré.
– Muy bien, así es como me trajiste. Entiendo que así es como puedo volver.
– No lo sé.
– Bueno, lo que sí es seguro es que vamos a ir a averiguarlo.
Bajé los pies al suelo y comencé a incorporarme. Inesperadamente, el sonido del océano invadió mis oídos, y la habitación comenzó a girar peligrosamente alrededor de un eje inclinado.
– ¡Tranquila! -dijo él, y yo noté sus manos fuertes sujetándome y guiándome de vuelta a la cama-. Los árboles seguirán allí por la mañana.
Miré su imagen desdibujada, y cerré los ojos, asombrada por la debilidad de mi cuerpo.
– Quiero volver a casa -susurré.
– Ya lo sé, mi niña -me dijo él con suavidad-. ¿Cuánto tiempo estuviste incapacitada cuando hiciste tu primer viaje dimensional?
Intenté concentrarme, y respondí:
– Un par de días, como mínimo. No lo recuerdo bien -después añadí-: Y no soy tu niña.
Él pasó por alto mi comentario.
– Mantén los ojos cerrados y duerme. Concédete un tiempo para recuperarte. No olvides que tienes que tener fuerzas suficientes para sobrevivir al viaje de regreso.
Yo mantuve los ojos cerrados, intentando relajarme y respirando profundamente. Traté de no estremecerme al notar una mano cálida que me apartaba un rizo de la cara.
– Duerme, Shannon -murmuró él.
Yo no respondí, y oí cómo tomaba la bandeja del té y las galletas. A través de los párpados medio abiertos lo vi desaparecer por la puerta de la cocina, y volver a salir con otra taza de café humeante. Volvió a acercar la mecedora al fuego, bajo la lámpara de queroseno. Hizo un gesto de dolor mientras se sentaba cuidadosamente, y encendió la lámpara. Con evidente rigidez, alargó el brazo y tomó el libro que descansaba boca abajo sobre la mesilla. Me di cuenta de que había visto aquella misma expresión de dolor en el rostro de ClanFintan cuando recibió las heridas en la batalla, y sin poder evitarlo, me pregunté por qué tipo de lesión se habría retirado Clint. Era evidente que todavía le molestaba.
Se me cerraron los ojos. Mi última imagen consciente fue la de la tapa del libro que estaba leyendo Clint. Era una colección de ensayos de una escritora de Oklahoma, Connie Cronley, titulada De vez en cuando se cae una rueda.
Vaya si era cierto.
Al principio, el sueño fue como una niebla seductora. A medida que me sumergía en él, sin embargo, mi mente se llenó de premoniciones oscuras, y yo no podía despertarme. En la pantalla de la noche se proyectaron escenas inconexas. Eran apariciones fantasmales, a medio formar, en parte centauro, en parte demonio, en parte humano, nada que yo pudiera reconocer ni que tuviera sentido para mí.
Mi alma durmiente se estremeció e intentó hacerse con el control de las visiones, como siempre había podido hacer en el pasado, pero en esta ocasión, el espacio que normalmente estaba lleno de alegría y fantasía había cambiado. Se había transformado en un paisaje de pesadilla.
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