La cara de aquel hombre se había quedado tan pálida como debía de haberse quedado la mía. Continuó mirándome a los ojos mientras hablaba rápidamente, pronunciando palabras duras.
– Te dije que todo había terminado. No voy a volver a escuchar tus mentiras. No, yo no…
Entonces fue interrumpido. No habló durante varios instantes, y cuando lo hizo, su voz había adquirido el tono glacial que yo reconocía en la voz de ClanFintan cuando estaba dando órdenes en una situación de peligro mortal.
– Shannon está aquí.
Oí el grito de respuesta desde el otro extremo de la habitación. Él se encogió debido al volumen, y después colgó con determinación. Se pasó una mano por los ojos, y por primera vez yo me di cuenta de que tenía una red de finas arrugas alrededor de los ojos, y una lluvia de canas plateadas en el pelo oscuro y espeso.
Por un momento, mi corazón se sintió atraído por aquel hombre que se parecía tanto a mi amado marido, pero entonces, su corte de pelo casi militar me devolvió a la realidad. Aquel hombre era la causa de que yo no estuviera con ClanFintan. No era un amigo.
– Dijiste que Rhiannon había vuelto a Partholon.
– Sí, eso creía -respondió él. Parecía que estaba exhausto.
– Será mejor que empieces por el principio. Quiero saberlo todo.
Él volvió a mirarme a los ojos, y después asintió lentamente.
– ¿Quieres un café primero?
– Quiero un café mientras -respondí. Mi estómago gruñó violentamente, así que añadí-: Y necesito un poco de pan o algo que me calme el estómago.
Volvió a asentir y entró en la cocina. Yo me acomodé de nuevo contra la almohada, y me tapé las piernas desnudas. Él regresó enseguida con una bandeja en la que había dos tazas de café humeantes y unas cuantas magdalenas caseras. Me puso la bandeja en el regazo, con cuidado de no tocarme, y después se dio la vuelta para echar más troncos al fuego hasta que se avivó y crepitó. Después giró una de las mecedoras y se sentó frente a mí, dando sorbos lentos a su café. Me observó atentamente, y cuando comenzó a hablar, sus palabras me sorprendieron.
– Es asombroso lo mucho que os parecéis. Más que dos gemelas, más que nadie que yo haya conocido. Es como si fuerais una el reflejo de la otra, literalmente.
– En Partholon algunas personas son reflejo de las personas de este mundo -respondí-. Al principio puede llegar a ser muy desconcertante. Pero no te confundas. Nos parecemos en el físico, pero no en lo demás.
– Por tu bien espero que no seas parecida a esa… mujer.
– No, no me parezco en nada a esa bruja. Pero lo que yo sea no es asunto tuyo. Lo único que quiero saber es cómo ha ocurrido esto, y cómo podemos deshacerlo.
– Me temo que sólo puedo contestarte en parte. Empezaré presentándome. Me llamo Clint Freeman -dijo, y saludó levantándose un sombrero imaginario-. A su servicio, señora.
Clint Freeman. Aquel nombre se parecía mucho al de mi marido, y no pude dejar de darle vueltas y vueltas.
– ¿Shannon?
Su voz me devolvió a la realidad.
– Muy bien, ahora ya sé cómo te llamas. Tú también sabes cómo me llamo yo, así que continúa con tu historia. ¿Por qué conoces la historia de Rhiannon, y la mía?
– Ella me la contó. Apareció aquí una noche, en mitad de junio.
Entonces yo lo interrumpí.
– ¿En qué mes estamos?
– En octubre. El último día de octubre.
– Así que el tiempo pasa igual -susurré con alivio.
– Eso parece lógico. Los mundos son también reflejos el uno del otro -dijo él, con naturalidad, como si estuviéramos hablando del tiempo de Oklahoma.
– Parece que te sientes muy cómodo con todo esto.
– He visto mucho como para fingir incredulidad.
– Intenta explicarme qué significa «mucho».
Él tomó aire profundamente y continuó.
– Rhiannon apareció aquí en mitad de la noche, justo antes de una desagradable tormenta de verano.
– Era de esperar -murmuré yo, pero él no hizo caso de mi comentario.
– Apareció en la puerta de mi casa como si fuera un duende del bosque -explicó, y sacudió la cabeza como si estuviera disgustado consigo mismo-. Era salvaje y bella. Yo le pedí que entrara, casi esperando que se desvaneciera a la luz de mis lámparas. Ojalá hubiera desaparecido. Por supuesto, pensé que se había perdido, y le pregunté si podía ayudarla. Ella me dijo que no se había perdido, que había seguido mi magia y que había venido por mí.
– ¿Tu magia?
– Se me da muy bien vivir en el bosque -respondió lentamente.
Yo arqueé las quejas y esperé con impaciencia a que terminara su explicación.
– No siempre he vivido aquí. Hace cinco años, vivía en Tulsa. Trabajaba y me comportaba del modo que la sociedad consideraría normal. Siempre me gustó acampar, y el campo era el lugar en el que mejor me sentía. Hace cinco años, ese sentimiento de satisfacción cambió, aumentó, y se convirtió en algo más que un sentimiento. Comencé a oír a la tierra que me rodeaba -sonrió con timidez.
– ¿Palabras claras, o sólo una sensación? -pregunté.
Me dio la impresión de que él se sentía aliviado porque yo no lo hubiera llamado loco, y se apresuró a responder.
– La mayor parte del tiempo es sólo una sensación. Era como si la tierra me diera la bienvenida. Cuanto más me alejaba de la civilización, más contento me sentía. Comencé a pasar todo mi tiempo libre de acampada, caminando por el campo. Entonces tuve un accidente laboral, y me lesioné la espalda. Eso terminó con mi carrera profesional. Así que acepté mi pensión de invalidez y me retiré aquí.
– ¿Y dónde estamos, exactamente?
– En la parte sureste de Oklahoma. Perdidos en mitad del Estado.
– Espléndido -murmuré yo-. ¿Y fue después de mudarte aquí cuando empezaste a oír que la tierra te hablaba?
– Sí. Los árboles susurran, la tierra se alegra, el viento canta. Sé que esto suena poético y esquizofrénico, pero yo puedo sentirlo.
– Por eso Rhiannon te tomó como objetivo.
– Sí. Me dijo que era la encarnación de una diosa y que era como la tierra y los elementos, alguien a quien había que adorar e idolatrar.
A mí se me escapó un resoplido sarcástico.
– Deja que lo adivine -dije-. Se acostó contigo, y entonces tú la creíste.
Él titubeó por un instante.
– Sí, la creí. Tenía algo que hizo que quisiera creerla.
– Sí. Su entrepierna.
– Tal vez, pero tú deberías saberlo porque tú también tienes ese «algo».
– Oh, por favor -dije, y puse los ojos en blanco para transmitirle mi incredulidad.
– Tú haces que me sienta de la misma manera que ella.
– Eso es una tontería. Entre nosotros no hay nada. Yo soy una mujer casada, y ni siquiera te conozco.
– No es eso -replicó él, y alzó una mano para impedir que lo interrumpiera-. Sí, me acosté con ella. Sí, la deseaba. Pero no era sólo eso. Quizá esto te suene ridículo. A mí me suena ridículo. Pero me siento… no sé, bien contigo, como si fuera mi sitio. Con vosotras, con las dos.
Yo abrí la boca para decirle que era mentira, pero entonces recordé de repente lo que me había dicho ClanFintan: «Nací para quererte». Yo había llegado a creer a mi marido, y el hombre que estaba frente a mí era, incuestionablemente, su reflejo.
– De acuerdo, lo que tú digas. Si ella te gustaba tanto, ¿qué es lo que te hizo despertar?
– Al principio, como dices tú, no desperté.
– Traducción: «No te dejó salir de la cama durante una temporada».
Yo conocía el modus operandi de Rhiannon.
– Podría decirse así. Y cuando ella no estaba en la cama, estaba en el bosque, o navegando por Internet.
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