P. Cast - Diosa Por Elección

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Por fin, Shannon Parker se había reconciliado con la vida en el mundo mítico de Partholon. Amaba a su marido centauro y se había acostumbrado a su conexión con la diosa Epona y los beneficios que conllevaban ambas cosas. Casi había olvidado su antigua vida en la Tierra… sobre todo, cuando descubrió que estaba embarazada…
Pero entonces una súbita explosión de poder la envió de vuelta a Oklahoma. Sin la magia, Shannon no podía regresar a Partholon, así que tendría que buscar ayuda. El problema era que esa ayuda tomó la forma de un hombre tan tentador como su marido. Y, durante el camino, Shannon descubriría que ser una diosa por error era mucho más fácil que ser una diosa por elección…

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– Sí, ciertamente es muy robusto -dije yo, mientras me ponía el cinturón de seguridad.

Clint se rió.

– No es bonito, pero puede ir a todos los lugares a los que podría ir un tanque. Nos va a sacar de esta tormenta de nieve.

Mientras él conducía, yo me mantuve en silencio para dejar que se concentrara en recorrer el camino lleno de nieve. Después de viajar durante casi media hora, pude ver señales del amanecer que empezaban a iluminar el cielo gris y nublado.

– ¿De verdad hay una carretera ahí fuera? -pregunté.

– Sí, hay una carretera, pero está a unos cuarenta kilómetros de la cabaña. Llegaremos pronto. Esto sólo es un sendero que yo he marcado en el bosque durante estos últimos cinco años.

– ¿Vives a cuarenta kilómetros de una carretera de verdad?

– Me gusta estar cerca del corazón del bosque -respondió él. Su tono daba a entender que no quería hablar del motivo.

Y, como era de esperar, cambió de tema bruscamente.

– ¿El centauro que entró en el claro es tu marido? -me preguntó en un tono cortante.

– Sí, se llama ClanFintan.

– Él y yo somos…

– Reflejos el uno del otro -dije yo.

Emitió un sonido que era un gruñido masculino de reconocimiento, y después se quedó en silencio.

– Es mitad caballo -dijo por fin.

– Sí.

– ¿Y cómo demonios puedes estar casada con él?

– Es fácil. Hubo una ceremonia. Intercambiamos los votos matrimoniales. Ya sabes, las cosas que se hacen en las bodas.

Él me miró con exasperación.

– ¡Demonios, Shannon! Ya sabes a qué me refiero. Rhiannon dijo que no quería casarse con ese tipo, pero yo no sabía que era porque él no es humano. Y aquí estás tú, haciendo todo lo que puedes por volver junto a ese… ¡animal!

Yo noté que la sangre me subía a las mejillas mientras mi temperamento explotaba para ponerse a su altura.

– Te diré que ClanFintan no es un animal. Es más que un hombre humano en todos los sentidos. ¡Más noble! ¡Más decente! ¡Más todo! Y el hecho de que sea centauro no tuvo nada que ver con que esa bruja no quisiera casarse con él. Ella no lo quería porque no quería dejar de acostarse con todos los que la rodeaban, como demostró acostándose contigo.

– Lo quieres de verdad -dijo él con incredulidad.

– ¡Por supuesto que lo quiero! Y Nuada tenía razón en una cosa. ¡Tú no eres más que una débil imitación de él!

En cuanto pronuncié aquellas palabras, me arrepentí. Era lógico que Clint se sintiera horrorizado al pensar que yo estaba casada con una criatura medio hombre, medio caballo. Yo misma me había quedado espantada al principio. Y Clint no sabía que ClanFintan podía adoptar la forma humana. Me di cuenta de que mi reacción de enfado era algo más que la de una esposa que defendía a su marido. Miré de reojo a Clint, que tenía una expresión pétrea, la boca cerrada y los ojos fijos en el sendero lleno de nieve.

– Clint -dije con suavidad. Él no respondió, pero yo continué-. Siento haber dicho eso. Sé lo que me estás preguntando, y tú no tienes la culpa de estar confundido. ClanFintan es un poderoso Chamán, y eso significa que puede adoptar la forma humana a voluntad.

– ¿Es posible eso? -preguntó él, y su sorpresa superó a su enfado.

– Sí.

– ¿Cambia de forma completamente de centauro a humano? -volvió a preguntar.

– Absolutamente.

– Podías habérmelo dicho antes.

– Lo sé. Yo… bueno, para mí es difícil que él y tú seáis tan parecidos.

– ¿Lo somos de verdad?

– Sí.

Entonces, Clint me miró a los ojos, y me acarició la mejilla. Por un instante, yo apoyé la cara contra el calor de su carne. Entonces, el Hummer se deslizó hacia un lado del sendero, y Clint tuvo que luchar por llevarlo de nuevo al centro.

– ¿Es aquélla la carretera?

– Sí.

– ¡Dios mío! ¡Mira! -exclamé.

Clint detuvo el Hummer y los dos nos quedamos mirando. Frente a nosotros la carretera se extendía hacia la izquierda y hacia la derecha, pero no estaba cubierta de nieve como el resto de la tierra. Su superficie estaba intacta, y parecía que había capturado la luz etérea de la luna. Brillaba. Unos vapores fantasmales se elevaron de su superficie reluciente, como unos espíritus que escaparan de sus tumbas. Se elevaron para flotar a nuestro alrededor, antes de que la nieve los difuminara y se disiparan en la noche.

De repente me sentí muy sola, como abandonada o perdida. Sin darme cuenta, busqué la mano de Clint. Él entrelazó sus dedos con los míos.

– ¿Qué son? -susurré con reverencia.

– Los espíritus de los guerreros olvidados -respondió él sin vacilar.

– ¿Te refieres a los guerreros indios americanos?

Clint asintió.

– En esta tierra hay magia y misterio. Y en parte se originaron con muchas lágrimas.

– ¿Cómo lo sabes?

– Ellos me lo han contado -respondió, y se encogió de hombros-. Tengo afinidad con el mundo de los espíritus. Ya han terminado por esta noche -añadió, señalando la carretera con la cabeza.

– ¿Qué querían?

– Reconocimiento. Desean que no se los olvide.

– Yo los recordaré -dije automáticamente-. Las Sacerdotisas de Partholon no olvidan a los héroes.

– ¿Aunque sean de otro mundo?

– No creo que eso tenga importancia. Creo que lo importante es recordar.

ClanFintan me estrechó la mano. Después volvió a arrancar el Hummer y lo llevó hacia la carretera, donde giró a la izquierda. Yo me di cuenta de que tenía las mejillas llenas de lágrimas. Vaya, las hormonas.

– Hay pañuelos de papel en la guantera -me dijo él, con tanta gentileza que se me formó un nudo en la garganta.

– Gracias -dije.

Tomé uno de los pañuelos y me soné la nariz de forma muy poco romántica.

– ¿Dónde estamos? -pregunté después, mientras me guardaba el pañuelo en el bolsillo de los pantalones.

– Esta carretera no tiene nombre. La gente de la zona la llama Nagi Road.

– Nagi. Es un hombre extraño para una carretera secundaria.

– Según los más viejos, significa «fantasmas de los muertos». Termina en la vieja Estatal 259. Desde allí, las vías son modernas, hasta que lleguemos a Muskogee Turnpike, que como sabes, nos conducirá a Broken Arrow.

– ¿Y cuánto tardaremos?

– Unas cuatro horas en circunstancias normales, así que hoy, lo mejor que puedes hacer es relajarte. No creo que lleguemos antes de las ocho.

Yo suspiré y me puse a mirar por la ventanilla. Dejé pasar el tiempo admirando el paisaje nevado del sureste de Oklahoma. No hubo charla mientras nos dirigíamos sin pausa hacia el norte. Clint estaba concentrado en la carretera, y yo tenía puesta mi atención en los parajes que atravesábamos. Pasábamos de largo la tierra blanca, que cambiaba de bosque a colinas suaves y a prados interminables. Yo conocía bien aquella parte de Oklahoma porque estaba llena de ranchos de caballos que había visitado con mi padre en busca de yeguas de cría.

Había muy poco tráfico. La nieve asustaba a la población de Oklahoma. Y no era de extrañar que estuvieran escondidos. De hecho, cuanto más miraba, más me daba cuenta de que nunca había visto tal cantidad de nieve.

– ¿Cuánto tiempo llevas viviendo en Oklahoma? -le pregunté a Clint.

Él dividió su atención entre la carretera y yo.

– Tuve que viajar mucho por trabajo, pero salvo eso, toda mi vida.

– ¿Y cuánto es eso?

– Cuarenta y cinco años.

Mmm. Diez años más que yo. Sonreí con petulancia. Después de llegar a los treinta y cinco, es agradable ser la más joven.

– ¿Y cuánto tiempo has vivido tú aquí?

– Aparte de la Universidad en Illinois y mi estancia en otro mundo, toda mi vida.

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