– No lo sabía. No lo entendía.
«Todavía hay muchas cosas que tienes que entender y aprender. Recuerda, mi bendición irá contigo, allá donde tú vayas. No volverás a oír más voces en el viento. Pryderi ya no puede acecharte».
– ¿Y mi madre, Rhiannon? Sé que algunas veces oía su voz. ¿No volveré a oírla?
La sonrisa de la diosa fue luminosa.
«Rhiannon ha llegado por fin a mis verdes praderas. Su tarea aquí ha terminado. Ha expiado sus acciones completamente y le he permitido descansar en el Otro Mundo. Pero si alguna vez necesitas escuchar la voz de una madre, escucha a tu corazón. Allí siempre encontrarás una parte de Rhiannon, y de Shannon».
– Lo recordaré -dijo Morrigan, entre las lágrimas.
«Estoy muy contenta contigo, Amada. Elegiste el amor, la lealtad y el honor. Pero te pido que recuerdes una emoción más. Una verdad más».
– ¿Cuál?
«La esperanza, Amada. Quiero que confíes en la esperanza».
– Lo recordaré -dijo Morrigan. Al pensar en Kegan, sintió un dolor agudo en el pecho-. Al menos, lo intentaré.
«Lo único que les pido a mis Elegidas es que intenten las cosas. Y también recuerda lo mucho que te quiero, Elegida, y que mi amor durará para siempre…».
La diosa elevó las manos para bendecirla, y después desapareció en medio de un resplandor.
Morrigan se estaba enjugando las lágrimas cuando sus abuelos despertaron.
– ¡Morgie! -gritó el abuelo. Se levantó rápidamente del sofá y la tomó de la mano-. ¡Estás despierta! Mamá Parker, mira, nuestra niña está despierta.
– ¡Oh, querida! -La abuela corrió al otro lado de la cama y tomó la otra mano de su nieta-. ¿Estás bien? Hemos estado muy preocupados por ti.
Morrigan les estrechó la mano a los dos, y sonrió en medio de las lágrimas.
– ¡Estoy muy bien! De verdad.
– Ahora estás en casa, Morgie. Todo irá bien -dijo el abuelo, y le besó la mano con fuerza. Después se secó los ojos, y sonrió a su mujer-. Le dije a la abuela que te iba a encontrar. Ella fue la única que me creyó de verdad.
La abuela asintió y le apartó el pelo de la frente a Morrigan.
– Sabía que, entre tu abuelo y la diosa, iban a conseguir un milagro.
– ¿Me encontraste tú, abuelo? -preguntó Morrigan.
– Sí, sí. No iba a rendirme por nada del mundo. Todo el mundo dijo que fue un milagro cuando me vieron sacar a ese chico de entre las piedras -explicó él con un resoplido-. No fue ningún milagro. Yo ya estaba allí, y sé hacer una reanimación cardiovascular desde que era joven. Mi milagro fuiste tú, Morgie, hija.
Morrigan sonrió y miró su rostro anciano y curtido. Entonces, su mente registró lo que él había dicho.
– ¿Qué chico?
– Bueno, hija, Kyle. El joven tan simpático con el que estabas la noche del derrumbe -dijo la abuela.
– No debería haberte puesto las manos encima -refunfuñó el abuelo-, pero lo que le ha pasado es una pena. Me habría caído bien, si hubiera aprendido a tener las manos quietas.
Morrigan cabeceó.
– No entiendo de qué estáis hablando. Kyle murió. Yo vi que las piedras lo sepultaban.
– No. El chico se quedó inconsciente. Yo volví a buscarte en cuanto dejé a la abuela en un lugar seguro. No pude llegar a ti, Morgie, pero encontré a Kyle y lo saqué.
– No respiraba, y no tenía pulso, pero tu abuelo le hizo la reanimación hasta que llegó la ambulancia.
– ¿Está vivo? -preguntó Morrigan. Se incorporó, intentando parar el temblor que se había apoderado de su cuerpo.
– Tranquila, Morgie, hija. No está vivo, en realidad -dijo su abuelo con la voz ronca.
– ¿Qué quieres decir?
– Lo que tu abuelo quiere decir es que no llegó a recuperar el conocimiento. Lleva en coma dos semanas.
– Tiene muerte cerebral. Ayer lo desenchufaron de las máquinas. En pocos días, su cuerpo habrá muerto también.
Morrigan se abrazó a sí misma y cerró los ojos, para poder escuchar a su corazón. La esperanza se encendió en ella como un cristal ardiente.
– Morgie, cariño, lo siento muchísimo -le dijo su abuela, tocándole el hombro-. No deberíamos habérselo contado así -añadió, mirando a su marido.
Morrigan abrió los ojos.
– Llevadme a verlo.
– Oh, no, cariño. Tienes que descansar, y es tarde. Mañana podrás ir.
Morrigan se agarró de la mano de su abuela, y la miró a los ojos.
– Por favor. Tengo que verlo.
– Estás muy débil para caminar -dijo el abuelo-. Además, estás conectada a todas esas máquinas.
Antes de que pudieran detenerla, Morrigan se arrancó la vía y los cables de los brazos y del pecho.
– Solucionado. Y no estoy débil para caminar -dijo, y para demostrarlo, bajó los pies al suelo y se puso en pie.
– Cariño, vamos a llevar a Morgie a la habitación de Kyle -dijo su abuela, mirándola fijamente.
– De acuerdo, pero mañana por la mañana, vosotras dos sois las que vais a explicarle a la enfermera lo que ha ocurrido con esos tubos. Y no quiero oír una palabra de nadie si Morgie se cae y se hace daño.
– No me voy a caer, abuelo -dijo Morrigan, y se agarró a su brazo.
– Ya -dijo él con un resoplido. Sin embargo, le dio unas palmaditas en la mano.
Morrigan intentó no pensar. Todo su ser estaba concentrado en una cosa: la esperanza. Sus abuelos la condujeron silenciosamente hacia la habitación de Kyle por el pasillo. Abrieron la puerta, y ella se soltó del brazo del abuelo.
– Tengo que entrar sola, ¿de acuerdo?
– Por supuesto, hija. Tu abuela y yo te esperaremos aquí mismo.
Morrigan se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla. Después, ellos salieron de la habitación y ella se acercó lentamente a la cama de Kyle. Morrigan observó su rostro. Aunque estuviera tan pálido, y tuviera las mejillas y los ojos hundidos, era tan parecido a Kegan que ella no pudo contener las lágrimas. Se sentó al borde de la cama y le tomó la mano.
– Sé que no eres Kegan, pero eres todo lo que me queda de él, y espero que puedas oírme, porque sé que estamos conectados. No pude decirte adiós. Todo sucedió demasiado rápidamente. Kegan, no fue todo inútil. Nuestra luz venció a la oscuridad, y la diosa me ha dicho que será durante una buena temporada -dijo, y la voz se le entrecortó debido a un sollozo. Se secó los ojos con la manga y continuó-. Y voy a recordar siempre mi promesa. Confiaré en la esperanza y creeré que voy a encontrarte. Puede que sea en otra vida, pero te encontraré, Kegan.
Se inclinó y le besó la mano flácida. Entonces, volvió a posarla sobre la cama, se tapó la cara y comenzó a llorar desconsoladamente.
– ¿Estoy perdido, mi amor?
A Morrigan se le escapó un jadeo, y se pasó las manos por la cara frenéticamente para aclararse la vista.
Él ya estaba recuperando el color de las mejillas, y sonreía. Tenía en los labios aquella maravillosa sonrisa de picardía.
– ¿Kegan?
– Morrigan, mi amor, vas a tener que explicarme qué ha ocurrido con la espada que tenía en el pecho, y quién me mató -dijo, mientras se palpaba a sí mismo, al no encontrar la empuñadura. Después bajó la vista y frunció el ceño-. ¿Y dónde está el resto de mi cuerpo?
– ¡Kegan!
Llorando y riendo al mismo tiempo, Morrigan se arrojó a sus brazos justo cuando sus abuelos entraban en la habitación.
– Morgie, ¿ocurre algo…? -comenzó a decir su abuelo, pero entonces soltó un resoplido-. El chico ya le ha vuelto a poner las manos encima.
Entre los brazos de Kegan, Morrigan comenzó a reírse, y el aire de la habitación del moderno Hospital de San Francisco, en Tulsa, se llenó de mariposas doradas que revolotearon alrededor de la cama y después se convirtieron en pétalos amarillos que cayeron sobre ellos.
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