P. Cast - Diosa Por Derecho

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Aunque Morrigan fue concebida en medio de una mentira, y estuvo atrapada en un árbol durante toda su gestación, su nacimiento fue verdaderamente mágico. Después de aquel comienzo, pasó
los siguientes dieciocho años de su vida como cualquier chica normal de Oklahoma. Cuando descubrió la verdad de su origen, la rabia y la pena se apoderaron de ella y la llevaron de vuelta al mundo de Partholon. Pero allí, en vez de ser respetada como hija de la encarnación de una diosa, Morrigan se sintió como una intrusa rechazada. En su desesperación por formar parte de Partholon, se enfrentará a fuerzas que no podía comprender ni controlar por entero. Y pronto empezaría a sufrir el acecho de una extraña oscuridad…

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– No lo sabía. No lo entendía.

«Todavía hay muchas cosas que tienes que entender y aprender. Recuerda, mi bendición irá contigo, allá donde tú vayas. No volverás a oír más voces en el viento. Pryderi ya no puede acecharte».

– ¿Y mi madre, Rhiannon? Sé que algunas veces oía su voz. ¿No volveré a oírla?

La sonrisa de la diosa fue luminosa.

«Rhiannon ha llegado por fin a mis verdes praderas. Su tarea aquí ha terminado. Ha expiado sus acciones completamente y le he permitido descansar en el Otro Mundo. Pero si alguna vez necesitas escuchar la voz de una madre, escucha a tu corazón. Allí siempre encontrarás una parte de Rhiannon, y de Shannon».

– Lo recordaré -dijo Morrigan, entre las lágrimas.

«Estoy muy contenta contigo, Amada. Elegiste el amor, la lealtad y el honor. Pero te pido que recuerdes una emoción más. Una verdad más».

– ¿Cuál?

«La esperanza, Amada. Quiero que confíes en la esperanza».

– Lo recordaré -dijo Morrigan. Al pensar en Kegan, sintió un dolor agudo en el pecho-. Al menos, lo intentaré.

«Lo único que les pido a mis Elegidas es que intenten las cosas. Y también recuerda lo mucho que te quiero, Elegida, y que mi amor durará para siempre…».

La diosa elevó las manos para bendecirla, y después desapareció en medio de un resplandor.

Morrigan se estaba enjugando las lágrimas cuando sus abuelos despertaron.

– ¡Morgie! -gritó el abuelo. Se levantó rápidamente del sofá y la tomó de la mano-. ¡Estás despierta! Mamá Parker, mira, nuestra niña está despierta.

– ¡Oh, querida! -La abuela corrió al otro lado de la cama y tomó la otra mano de su nieta-. ¿Estás bien? Hemos estado muy preocupados por ti.

Morrigan les estrechó la mano a los dos, y sonrió en medio de las lágrimas.

– ¡Estoy muy bien! De verdad.

– Ahora estás en casa, Morgie. Todo irá bien -dijo el abuelo, y le besó la mano con fuerza. Después se secó los ojos, y sonrió a su mujer-. Le dije a la abuela que te iba a encontrar. Ella fue la única que me creyó de verdad.

La abuela asintió y le apartó el pelo de la frente a Morrigan.

– Sabía que, entre tu abuelo y la diosa, iban a conseguir un milagro.

– ¿Me encontraste tú, abuelo? -preguntó Morrigan.

– Sí, sí. No iba a rendirme por nada del mundo. Todo el mundo dijo que fue un milagro cuando me vieron sacar a ese chico de entre las piedras -explicó él con un resoplido-. No fue ningún milagro. Yo ya estaba allí, y sé hacer una reanimación cardiovascular desde que era joven. Mi milagro fuiste tú, Morgie, hija.

Morrigan sonrió y miró su rostro anciano y curtido. Entonces, su mente registró lo que él había dicho.

– ¿Qué chico?

– Bueno, hija, Kyle. El joven tan simpático con el que estabas la noche del derrumbe -dijo la abuela.

– No debería haberte puesto las manos encima -refunfuñó el abuelo-, pero lo que le ha pasado es una pena. Me habría caído bien, si hubiera aprendido a tener las manos quietas.

Morrigan cabeceó.

– No entiendo de qué estáis hablando. Kyle murió. Yo vi que las piedras lo sepultaban.

– No. El chico se quedó inconsciente. Yo volví a buscarte en cuanto dejé a la abuela en un lugar seguro. No pude llegar a ti, Morgie, pero encontré a Kyle y lo saqué.

– No respiraba, y no tenía pulso, pero tu abuelo le hizo la reanimación hasta que llegó la ambulancia.

– ¿Está vivo? -preguntó Morrigan. Se incorporó, intentando parar el temblor que se había apoderado de su cuerpo.

– Tranquila, Morgie, hija. No está vivo, en realidad -dijo su abuelo con la voz ronca.

– ¿Qué quieres decir?

– Lo que tu abuelo quiere decir es que no llegó a recuperar el conocimiento. Lleva en coma dos semanas.

– Tiene muerte cerebral. Ayer lo desenchufaron de las máquinas. En pocos días, su cuerpo habrá muerto también.

Morrigan se abrazó a sí misma y cerró los ojos, para poder escuchar a su corazón. La esperanza se encendió en ella como un cristal ardiente.

– Morgie, cariño, lo siento muchísimo -le dijo su abuela, tocándole el hombro-. No deberíamos habérselo contado así -añadió, mirando a su marido.

Morrigan abrió los ojos.

– Llevadme a verlo.

– Oh, no, cariño. Tienes que descansar, y es tarde. Mañana podrás ir.

Morrigan se agarró de la mano de su abuela, y la miró a los ojos.

– Por favor. Tengo que verlo.

– Estás muy débil para caminar -dijo el abuelo-. Además, estás conectada a todas esas máquinas.

Antes de que pudieran detenerla, Morrigan se arrancó la vía y los cables de los brazos y del pecho.

– Solucionado. Y no estoy débil para caminar -dijo, y para demostrarlo, bajó los pies al suelo y se puso en pie.

– Cariño, vamos a llevar a Morgie a la habitación de Kyle -dijo su abuela, mirándola fijamente.

– De acuerdo, pero mañana por la mañana, vosotras dos sois las que vais a explicarle a la enfermera lo que ha ocurrido con esos tubos. Y no quiero oír una palabra de nadie si Morgie se cae y se hace daño.

– No me voy a caer, abuelo -dijo Morrigan, y se agarró a su brazo.

– Ya -dijo él con un resoplido. Sin embargo, le dio unas palmaditas en la mano.

Morrigan intentó no pensar. Todo su ser estaba concentrado en una cosa: la esperanza. Sus abuelos la condujeron silenciosamente hacia la habitación de Kyle por el pasillo. Abrieron la puerta, y ella se soltó del brazo del abuelo.

– Tengo que entrar sola, ¿de acuerdo?

– Por supuesto, hija. Tu abuela y yo te esperaremos aquí mismo.

Morrigan se puso de puntillas y le dio un beso en la mejilla. Después, ellos salieron de la habitación y ella se acercó lentamente a la cama de Kyle. Morrigan observó su rostro. Aunque estuviera tan pálido, y tuviera las mejillas y los ojos hundidos, era tan parecido a Kegan que ella no pudo contener las lágrimas. Se sentó al borde de la cama y le tomó la mano.

– Sé que no eres Kegan, pero eres todo lo que me queda de él, y espero que puedas oírme, porque sé que estamos conectados. No pude decirte adiós. Todo sucedió demasiado rápidamente. Kegan, no fue todo inútil. Nuestra luz venció a la oscuridad, y la diosa me ha dicho que será durante una buena temporada -dijo, y la voz se le entrecortó debido a un sollozo. Se secó los ojos con la manga y continuó-. Y voy a recordar siempre mi promesa. Confiaré en la esperanza y creeré que voy a encontrarte. Puede que sea en otra vida, pero te encontraré, Kegan.

Se inclinó y le besó la mano flácida. Entonces, volvió a posarla sobre la cama, se tapó la cara y comenzó a llorar desconsoladamente.

– ¿Estoy perdido, mi amor?

A Morrigan se le escapó un jadeo, y se pasó las manos por la cara frenéticamente para aclararse la vista.

Él ya estaba recuperando el color de las mejillas, y sonreía. Tenía en los labios aquella maravillosa sonrisa de picardía.

– ¿Kegan?

– Morrigan, mi amor, vas a tener que explicarme qué ha ocurrido con la espada que tenía en el pecho, y quién me mató -dijo, mientras se palpaba a sí mismo, al no encontrar la empuñadura. Después bajó la vista y frunció el ceño-. ¿Y dónde está el resto de mi cuerpo?

– ¡Kegan!

Llorando y riendo al mismo tiempo, Morrigan se arrojó a sus brazos justo cuando sus abuelos entraban en la habitación.

– Morgie, ¿ocurre algo…? -comenzó a decir su abuelo, pero entonces soltó un resoplido-. El chico ya le ha vuelto a poner las manos encima.

Entre los brazos de Kegan, Morrigan comenzó a reírse, y el aire de la habitación del moderno Hospital de San Francisco, en Tulsa, se llenó de mariposas doradas que revolotearon alrededor de la cama y después se convirtieron en pétalos amarillos que cayeron sobre ellos.

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