P. Cast - Diosa Por Derecho

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Aunque Morrigan fue concebida en medio de una mentira, y estuvo atrapada en un árbol durante toda su gestación, su nacimiento fue verdaderamente mágico. Después de aquel comienzo, pasó
los siguientes dieciocho años de su vida como cualquier chica normal de Oklahoma. Cuando descubrió la verdad de su origen, la rabia y la pena se apoderaron de ella y la llevaron de vuelta al mundo de Partholon. Pero allí, en vez de ser respetada como hija de la encarnación de una diosa, Morrigan se sintió como una intrusa rechazada. En su desesperación por formar parte de Partholon, se enfrentará a fuerzas que no podía comprender ni controlar por entero. Y pronto empezaría a sufrir el acecho de una extraña oscuridad…

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– Ayudaré a Morrigan -dije. Me tendí en la cama y me preparé para el Sueño Mágico-. Vamos a Oklahoma.

«Morrigan no está en Oklahoma, Amada. La hija de tu espíritu está en nuestro mundo».

No tuve tiempo de sentir asombro, porque ella me dio otra noticia.

«Prepárate, Amada, vas a viajar al Reino de los Sidethas».

– ¿El lugar en el que están Kegan y Kai?

«Kegan está allí. Kai ha muerto, Amada. Lo mató la misma oscuridad que acecha el alma de Morrigan».

En aquella ocasión, mi ira fue purificante.

– El maldito dios de las tres caras.

«Sí, Amada, pero hoy, mi deseo es que la luz expulse a Pryderi de ambos mundos durante generaciones».

– De acuerdo. Vamos a hacer esto, pero vas a tener que explicarme qué demonios ha estado ocurriendo.

Cerré los ojos y me separé de mi cuerpo, y sentí cómo me catapultaba a través del techo del Templo de Epona, mientras la diosa me ponía al corriente.

Capítulo 23

Morrigan no podía aceptar lo que le había dicho Kegan. Lo único que podía hacer era cabecear con incredulidad, igual que cuando había muerto Kyle… Igual que cuando estaba ante el lecho de muerte de Kai…

– ¡Vos lo habéis hecho! -gritó Shayla, junto a Morrigan-. No habéis traído la luz. Nos habéis traído la muerte. No sois la Portadora de la Luz, sois la Portadora de la Muerte.

– ¡Lady Shayla! -exclamó Kegan con dureza-. No sois vos misma. Habláis así debido a la pena. Lady Morrigan no ha tenido nada que ver con estas muertes trágicas.

Shayla miró a Morrigan con los ojos brillantes de odio.

– Yo encontré a Kai. Me dijo que fue la oscuridad que os sigue la que provocó su muerte. Dijo que os está acechando y que iba a devoraros. Todo esto es culpa vuestra. ¡Él ha muerto por vuestra culpa!

Morrigan no podía hablar. No podía contradecir a Shayla, porque tenía miedo de que estuviera en lo cierto. En aquel momento estaba abrazando el cuerpo de Birkita, y lo único que podía hacer era mirar fijamente a Shayla y a Kegan. No sentía dolor. Estaba desvinculada, como si observara lo que sucedía a través de una pantalla.

– ¡Ya está bien, lady Shayla! -dijo Kegan-. Os equivocáis, y Kai también estaba equivocado. Sabéis que la diosa no crearía a mi alma gemela de la oscuridad.

– ¡Kai era mi alma gemela! -gritó Shayla, y cayó al suelo, con la cabeza agachada, sacudida por los sollozos.

Kegan suspiró con cansancio.

– Mi señora, dejad que las Sacerdotisas os acompañen a vuestro aposento -dijo, y se agachó hacia ella para ayudarla a ponerse en pie-. Os enviaré a la Sanadora y…

Shayla agarró la espada de los Sidethas y con una fuerza antinatural, la clavó en el pecho de Kegan. Con otro movimiento anormalmente rápido, se sacó una daga brillante de entre los pliegues de la túnica y se la lanzó a Morrigan. Brina saltó entonces para interponerse en la trayectoria del puñal, y la cuchillada que iba dirigida a Morrigan atravesó la garganta del animal.

Morrigan reaccionó entonces, mientras Kegan y Brina caían al suelo. Gritando, se puso en pie. Brina quedó inmóvil, y Kegan intentó incorporarse con una mano, mientras con la otra tiraba inútilmente de la espada, que tenía hundida en el pecho.

– No, quédate quieto, no te muevas -le dijo Morrigan suavemente, mientras lo abrazaba para intentar sujetarlo-. ¡Traed a la Sanadora! -les gritó a las Sacerdotisas.

– No es lady Shayla -dijo Kegan entre jadeos. Tenía sangre entre los labios.

Morrigan miró a su alrededor, presa del pánico, pensando que Shayla iba a abalanzarse sobre ellos. Sin embargo, la Señora de los Sidethas estaba ante la pira, tan cerca que se le estaba quemando la túnica blanca. Shayla inclinó la cabeza como si estuviera escuchando la voz del viento.

– Sí, sí. Tenéis razón. Quiero reunirme con Kai -dijo.

Con una horrible sonrisa, se lanzó a la pira ardiente.

Morrigan no tenía tiempo para los gritos de espanto de la gente. Su mundo estaba centrado en Kegan. Estaba intentando limpiarle la sangre que brotaba de su boca y de la herida que rodeaba la hoja de la espada.

– Morrigan -dijo él en un susurro.

– Shhh, no hables. Sólo concéntrate en vivir.

– Tienes que escucharme -insistió él, y posó la mano, cansadamente, sobre la de Morrigan, para detener sus movimientos.

Morrigan lo miró a los ojos y vio en ellos la verdad. Kegan iba a morir. Dejó de intentar contener la hemorragia y tomó la mano de Kegan. No iba a llorar en aquel momento. Tendría tiempo para hacerlo después. En aquel instante, iba a atesorar todos los segundos que le quedaban junto a él.

– Estoy escuchándote -le dijo con suavidad.

– Lady Shayla estaba bajo la influencia del dios oscuro. Lo vi en sus ojos cuando me clavó la espada y mató a Brina -explicó él-. El dios no quería matarte a ti. Sólo quería despojarte de todos tus protectores -prosiguió. Respiraba con dificultad, y había empezado a temblar-. No permitas que gane. Él fue quien hizo todo esto, no tú. Recuérdalo, mi amor, mi vida.

– Lo recordaré, Kegan. Te quiero, y sé que fuiste creado para mí.

Kegan sonrió.

– Ah, sabía que al final ibas a creerme. Así que debes encontrarme, mi amor. En otra vida… en otro mundo… encuéntrame.

A Kegan se le borró la sonrisa de los labios. Jadeó una vez, le estrechó la mano a Morrigan, y después, el aliento dejó su cuerpo y él no volvió a respirar.

Morrigan escondió la cabeza en su pecho y descansó allí. No podía llorar. Estaba demasiado rota por dentro. No encontraba el camino hacia las lágrimas.

Entonces, una de las Sacerdotisas comenzó a gritar de terror, y Morrigan alzó la cabeza. Deidre estaba cerca de ella, mirando hacia la pira funeraria con una expresión de pavor. Morrigan siguió su mirada, y vio que el cuerpo de Shayla había empezado a retorcerse entre las llamas, y que una forma salía de ella y emergía del fuego. Era un hombre. Se sacudió como si fuera un perro mojado, y se volvió a mirar a Morrigan.

Era alto y fuerte. Tenía el pelo moreno y una cara de belleza clásica, con labios sensuales. Sonrió, e inundó a Morrigan de calidez y amor.

– Aquí estás, Amada Mía.

Aquella voz era muy familiar, y con el corazón encogido, Morrigan se dio cuenta de que había estado escuchando diferentes versiones de ella durante toda su vida.

– Pryderi -dijo.

– Qué fácilmente me has reconocido.

– Te reconocería en cualquier parte -respondió ella.

Qué tonta había sido. Nunca volvería a confundir sus susurros con los de otra persona.

– Te he visto crecer desde que eras una niña muy lista, y te has convertido en una mujer bella y poderosa. Estoy muy satisfecho contigo, Amada. ¿Estás lista para entregarte a mí, como Elegida?

Morrigan posó a Kegan, cuidadosamente, en el suelo. Le acarició la mejilla una última vez y se puso en pie, de cara al dios oscuro.

– Tú has hecho todo esto, ¿verdad? Has causado la muerte de Kai, Birkita, Brina , Kegan y Shayla -dijo, con calma, en un tono casi de desinterés.

– Te equivocas, Elegida.

– ¿Quién fue, entonces?

– Tú misma, Amada. Las diosas a quienes te has encomendado, Epona y después Adsagsona, no te han ayudado. Permitieron que tus poderes surgieran sin control -dijo él. Se echó a reír, y su risa sonó bella y cruel-. Dicen que así permiten que tengas libre voluntad. Yo creo que es negligencia divina, despreocupación por ti. Mira adonde te han llevado. Todos a quienes querías en este mundo han muerto por ti.

– ¿Y tú puedes cambiar eso?

– Puedo cambiarlo.

– Si me entrego a ti, ¿me los devolverás?

– ¡No, lady Morrigan! ¡No creáis sus mentiras! -gritó Deidre.

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