P. Cast - Diosa Por Derecho

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Aunque Morrigan fue concebida en medio de una mentira, y estuvo atrapada en un árbol durante toda su gestación, su nacimiento fue verdaderamente mágico. Después de aquel comienzo, pasó
los siguientes dieciocho años de su vida como cualquier chica normal de Oklahoma. Cuando descubrió la verdad de su origen, la rabia y la pena se apoderaron de ella y la llevaron de vuelta al mundo de Partholon. Pero allí, en vez de ser respetada como hija de la encarnación de una diosa, Morrigan se sintió como una intrusa rechazada. En su desesperación por formar parte de Partholon, se enfrentará a fuerzas que no podía comprender ni controlar por entero. Y pronto empezaría a sufrir el acecho de una extraña oscuridad…

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Con la velocidad de un rayo, Pryderi alzó la mano, y la Sacerdotisa salió impulsada hacia atrás, y cayó a tierra hecha un montón silencioso. El resto de las Sacerdotisas salieron corriendo, entre gritos, y bajaron la ladera de la colina hacia las Cuevas, siguiendo a los demás Sidethas.

– Las Sacerdotisas tienen que aprender a sujetar la lengua -dijo él.

Morrigan ni siquiera miró a la Deidre. Se limitó a repetir la pregunta.

– Si me entrego a tu servicio, ¿me los devolverás?

– Al contrario que las diosas, yo no voy a mentirte. No puedo devolverte a aquéllos que ya han muerto. Sin embargo, te prometo que nadie más sufrirá daños provocados por el descontrol de tus poderes. Entrégate a mí, Morrigan MacCallan, y te quitaré la carga de tener que controlar tu fuerza. No permitiré que hagas daño a los demás, y te adoraré durante toda la eternidad.

– Así que es cierto. Soy la Portadora de la Muerte, y no la Portadora de la Luz.

– Eres ambas cosas, Amada.

«Morrigan, te está mintiendo».

Al oír el sonido de aquella voz, Morrigan miró a la derecha. Ella estaba allí, aunque en espíritu. Sonrió a Morrigan, aunque estaba llorando.

– ¿Shannon?

«Hola, Morrigan».

– Vuelve con tu diosa equina, Elegida, ¡esto no es asunto tuyo! -dijo Pryderi con un tono venenoso.

«Cállate, criatura patética. Tengo todo el derecho a estar aquí. He perdido a una hija. No voy a perder a ésta también».

– ¡No tienes nada que decir! Morrigan me ha elegido a mí, y no a una diosa descuidada que la ha abandonado a la oscuridad. Vuelve a tu templo y déjame con mi Sacerdotisa.

Shannon no miró al dios oscuro. Sólo tenía ojos para Morrigan.

«Tú no has provocado la muerte de estas personas. Lo hizo Pryderi. No fue tu poder el que se descontroló, sino el suyo».

– Eso no quiere decir que todo esto no haya ocurrido por mi culpa -dijo Morrigan.

«Tú no tienes culpa de nada, cariño. Todo ha ocurrido porque él te desea. No le concedas lo que quiere. Adsagsona espera tu promesa».

– Entonces, ¿por qué no está aquí? -gritó Pryderi.

Sin mirarlo, Shannon respondió:

«Él sabe la respuesta tan bien como yo. Adsagsona, como Epona, no intentará engatusarte, mentir ni manipularte para que te pongas a su servicio. Debes acudir a ella libremente, por voluntad propia. Morgie, cariño, la diosa ya te ha elegido. Lo único que tienes que hacer es dar el paso siguiente».

Morrigan miró hacia atrás, hacia los cadáveres de Kegan, Birkita y Brina.

– Pero si elijo a Adsagsona, ¿va a controlar ella mis poderes?

«Las diosas no nos controlan. Nos aman y se preocupan por nosotras, y nos piden que hagamos la elección correcta para nosotras mismas y nuestra gente. Eres tú quien debe controlarse a sí misma».

La terrible risa de Pryderi resonó por toda la colina.

– Ya te lo dije. Son distantes, negligentes, demasiado divinas para amar de verdad.

Morrigan sintió su presencia antes de que hablara.

«Debes elegir por ti misma, hija mía».

Rhiannon se había materializado junto a Shannon. Su forma era menos visible que la de Shannon, pero el aire se llenó con su voz, y Morrigan sí la reconoció. La había oído en el viento, cantándole nanas, murmurándole expresiones de cariño que Pryderi casi conseguía ahogar con sus susurros poderosos y atrayentes. Casi, pero no por completo.

– ¡Mamá! -exclamó Morrigan, y se aferró a aquella palabra como a un salvavidas.

Rhiannon esbozó una sonrisa agridulce.

«Morrigan, hija mía, has confiado en el amor, has confiado en la lealtad, y ahora debes encontrar la fuerza para confiar en el honor».

– Pero ¿en qué honor puedo confiar? ¿En el de Adsagsona? Ni siquiera está aquí -dijo Morrigan.

«La diosa siempre está aquí, hija mía», dijo Rhiannon.

«Y eres tú misma quien representa el honor, cariño. Debes confiar en ti misma», añadió Shannon.

– Demuéstraselo, Amada Mía -dijo Pryderi-. Demuéstrales que tienes fuerza suficiente para elegirme.

Morrigan inclinó la cabeza, y de repente, vio las cosas con claridad. Supo, más allá de toda duda, lo que tenía que hacer, y también supo que tenía que reunir fuerzas para hacerlo. Tal y como había hecho aquella noche maravillosa que había pasado con Kegan, buscó dentro de sí, y en la tierra, y se comunicó con los cristales de selenita que había bajo ella.

«¡Portadora de la Luz!».

«Debéis acudir a mí cuando os llame. Todos», les dijo.

«Te oímos y te obedecemos, Portadora de la Luz».

Cuando Morrigan alzó la cabeza, no miró de nuevo a las dos personas muertas a quienes había querido tanto, ni al enorme lince que había sido su protector. No miró las formas brillantes de sus dos madres. Mantuvo la mirada fija en aquel dios oscuro, y en las piedras de cristal que, tras él, lanzaban rayos brillantes que rivalizaban con el fuego de la pira. Morrigan comenzó a caminar lentamente hacia él, y Pryderi sonrió triunfalmente.

– Sabía que serías mía, Amada. Juntos vamos a crear un nuevo mundo -dijo, y abrió los brazos-. Bésame, y serás mía para siempre.

Morrigan se dejó abrazar, pero en vez de besarlo, se aferró a él y gritó:

– ¡Luz! ¡Ven a mí! ¡Hazme arder!

Al instante, Morrigan ardió con el poder de los cristales, porque su luz blanca invadió su cuerpo, y engulló a Pryderi con ella. Él abrió los ojos con sorpresa, e intentó alejarla de sí, pero Morrigan volvió a gritar:

– ¡Mantenedlo aquí! ¡Unido a mí!

Los cristales obedecieron con su poder.

«¡Morrigan! ¿Qué estás haciendo?».

Shannon se acercó. Morrigan la veía por encima del hombro de Pryderi. Rhiannon seguía a su lado, pero no estaba disgustada. Su madre asintió y, con una voz llena de orgullo y amor, dijo:

«Has elegido bien, hija mía. Mi orgullo por ti será eterno».

Morrigan vio que Rhiannon tomaba de la mano a Shannon. Después, volvió a concentrarse en Pryderi, porque el dios estaba intentando liberarse.

– ¿Qué estás haciendo? -gritó-. ¡Suéltame!

– No, Pryderi. Verás, yo ya he hecho mi elección. He elegido a Adsagsona libremente. Y he decidido que es hora de que termine el mal.

– ¡No! -gritó Pryderi.

Su magnífico rostro se onduló y se deformó, mientras seguía intentando alejarse del poder ardiente y blanco de la Portadora de la Luz. Su boca sensual quedó sellada. Su nariz se convirtió en un agujero grotesco. Sus ojos ya no eran sonrientes y bondadosos. Tenían un brillo amarillo, inhumano. Entonces, mientras Morrigan se preparaba para lo que tenía que hacer, los ojos del dios se convirtieron en dos huecos oscuros, y su boca se abrió y mostró dos colmillos ensangrentados.

Morrigan observó aquella espantosa faz, y sonrió con tristeza.

– Ya estás acabado -dijo.

Con el dios oscuro atrapado entre sus brazos, Morrigan MacCallan, Portadora de la Luz y Elegida de Adsagsona, cerró los ojos, envió su última plegaria a la diosa, «ayúdame a encontrar de nuevo a Kegan», y se lanzó con él a la pira funeraria.

Sintió un dolor desgarrador y completo, pero duró sólo un instante. Y Morrigan se llevó al dios oscuro, Pryderi, con ella, al morir.

Epílogo

Oklahoma

– Maldita sea, no me importa lo que digan todos los sheriffs del condado. ¡No voy a dejar de buscar hasta que encuentre el cuerpo de mi nieta!

– Escuche, señor Parker. Entiendo lo que está sufriendo, pero…

– ¡Y un cuerno! -le ladró Richard Parker al sheriff-. ¿Acaso su nieta ha quedado sepultada en el derrumbe de una cueva?

– Bueno, señor, tengo veintisiete años. Todavía no tengo ninguna nieta.

– Eso es lo que yo digo. Usted no entiende nada. Y ahora, ayúdeme o quítese de en medio. A mí no me importa que la búsqueda haya terminado oficialmente. No voy a dejarlo hasta que haya terminado el trabajo -dijo Richard, y empujó al joven comisario para entrar de nuevo en la cueva-. Jovenzuelo imberbe. Hace falta tener frescura para decirme lo que tengo que hacer -murmuró.

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