P. Cast - Diosa Por Derecho

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Aunque Morrigan fue concebida en medio de una mentira, y estuvo atrapada en un árbol durante toda su gestación, su nacimiento fue verdaderamente mágico. Después de aquel comienzo, pasó
los siguientes dieciocho años de su vida como cualquier chica normal de Oklahoma. Cuando descubrió la verdad de su origen, la rabia y la pena se apoderaron de ella y la llevaron de vuelta al mundo de Partholon. Pero allí, en vez de ser respetada como hija de la encarnación de una diosa, Morrigan se sintió como una intrusa rechazada. En su desesperación por formar parte de Partholon, se enfrentará a fuerzas que no podía comprender ni controlar por entero. Y pronto empezaría a sufrir el acecho de una extraña oscuridad…

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– Yo… bueno, me convertí en Suma Sacerdotisa hace pocos días.

– Yo estuve aquí hace cuatro ciclos de la luna. No os vi entonces con las demás Sacerdotisas, y nadie mencionó que Adsagsona hubiera elegido otra Suma Sacerdotisa -dijo Kai, que también estaba escrutándola.

– Ni tampoco tuvimos noticias de la llegada de una Portadora de la Luz -añadió Kegan.

– No la visteis y no supisteis nada de ella porque no estaba aquí -intervino Shayla, en un tono de irritación, dejando claro que le molestaba todo el interés que los hombres demostraban por Morrigan.

– Sí, Adsagsona nos la envió -dijo Perth.

– Sí, sí, sí. Birkita lo predijo. Esperó en Usgaran hasta que llegó Morrigan. Y ahora, ya conocéis la historia de nuestra nueva Portadora de la Luz y Suma Sacerdotisa -dijo Shayla. Se contuvo y sonrió a Kai y a Kegan, aunque ellos no se dieron cuenta porque continuaban mirando a Morrigan. Shayla siguió-: Maestro de la Piedra, has prometido que nos revelarías el motivo de vuestra visita cuando la Suma Sacerdotisa se sentara con nosotros. Lady Morrigan ya está aquí, así que no perdamos el tiempo.

Con evidente esfuerzo, Kai apartó la mirada de Morrigan. Ignoró a Shayla y le habló al centauro.

– Kegan, ¿quieres anunciarlo tú, o lo hago yo?

– Yo sólo soy el Maestro Escultor. Tú eres el Maestro de la Piedra y el mensajero -dijo el centauro.

– Muy bien -respondió Kai.

Se puso en pie y, con el semblante triste, comenzó a hablar.

– Vuestra Señora pregunta por qué hemos venido a vuestro reino, con tanta premura, el Maestro Escultor y yo. Hemos venido porque nos han encargado que elijamos el mármol para hacer la efigie de alguien que era muy querido en Partholon. Hace siete días, lady Myrna, Hija de la Amada de Epona, lady Rhea, murió dando a luz a una niña. La niña vive. Creo que el bebé es lo único que mantiene a lady Rhea vinculada a esta tierra -dijo, y tuvo que hacer una pausa para controlar sus emociones.

Morrigan sintió como si alguien le hubiera dado un puñetazo en el estómago. Myrna estaba muerta. Myrna. La hija de Shannon. Y había muerto siete días antes, el mismo día en que Morrigan había pasado de Oklahoma a Partholon a través de la piedra de selenita. Morrigan sintió un frío muy intenso y tuvo que abrazarse a sí misma.

Kai continuó:

– La Suma Sacerdotisa de Partholon está encerrada en su sufrimiento, y aunque lady Myrna ya ardió en su pira funeraria, lady Rhea ha pedido que se haga una estatua de su amada hija para que contenga sus cenizas y sirva de monumento para recordarla. Ésa es nuestra triste tarea -dijo Kai. Después inclinó la cabeza, ligeramente, hacia Shayla.

Kegan también habló, desde su sitio en la mesa.

– Lady Rhea ha pedido que se me permita quedarme en las Cuevas de los Sidethas hasta que haya terminado de esculpir la efigie. Pido permiso para hacerlo, Señora Shayla y Señor Perth.

– Kegan, por supuesto que tienes nuestro permiso para permanecer aquí hasta que termines tu tarea -dijo Shayla, que tomó a Kai de ambas manos-. Sé lo unido que estás a la Elegida de Epona y a su familia. Lo siento muchísimo.

Perth se puso en pie y se unió a las condolencias de su esposa. Entonces, Birkita le rodeó la cintura a Morrigan.

– ¿Estás bien, hija?

Morrigan se apoyó en ella, porque necesitaba su consuelo y su calor.

– No -susurró-. No, no estoy bien. Ése fue el día que yo llegué, ¿no?

– Sí.

– ¿Qué está pasando? No lo entiendo -susurró Morrigan frenéticamente.

– Aquí no, hija.

Morrigan apretó los labios para contener todas las preguntas que le habían invadido la mente. Birkita tenía razón. Debía controlarse.

Sintió su mirada antes de que él hablara.

– Tal vez podríais decir unas plegarias a vuestra diosa para pedirle que el viaje del espíritu de lady Myrna a las praderas de Epona sea rápido -le pidió Kegan.

Morrigan lo miró.

– Sí, por supuesto.

– Gracias, Suma Sacerdotisa -dijo él.

Aunque su sonrisa estaba teñida de tristeza, ella no pudo evitar responder a su presencia. ¡Se parecía tanto a Kyle! Era rubio, tanto, que su pelo espeso parecía de oro. Tenía la piel un poco más bronceada que su reflejo humano, lo que le hacía incluso más sexy.

Morrigan se dio cuenta de que se había quedado mirándolo fijamente, y dio un respingo.

– De nada -dijo rápidamente.

Kai, Shayla y Perth volvieron a sentarse, y Birkita le apretó el brazo a Morrigan. Cuando Morrigan la miró, Birkita asintió antes de ponerse en pie.

– Señora, si nos disculpa, la Suma Sacerdotisa ha dicho que le gustaría ofrecer una plegaria, mañana, por el espíritu de lady Myrna. De hecho, todas las Sacerdotisas deberían unirse a ella para pedirle a Adsagsona que ayude a lady Myrna en su viaje al Otro Mundo, y para ofrecer oraciones por la Elegida de Epona. Hay mucho que hacer para preparar la ceremonia -dijo. Después miró hacia atrás e hizo un gesto a las Sacerdotisas, que se pusieron en pie y comenzaron a salir de la Gran Cámara.

Morrigan también se puso en pie.

– Sí, tenemos mucho que hacer.

– Muy bien, podéis marcharos -dijo Shayla.

Morrigan ya había hecho una reverencia y había empezado a darse la vuelta cuando Kegan le preguntó:

– ¿De dónde venís?

Ella lo miró y abrió la boca para decir que procedía de Oklahoma, un territorio situado más allá del Mar de B'an, al suroeste, pero lo que realmente dijo fue:

– Vengo de la diosa.

Kegan siguió mirándola durante varios segundos, y después inclinó la cabeza y dijo con una sonrisa pequeña e irónica:

– De esto no tengo duda, mi señora.

Afortunadamente, Birkita la tomó de la mano y tiró de ella hacia la salida antes de que algo más inesperado pudiera salir de sus labios. Sin embargo, mientras atravesaban la enorme sala, Morrigan sentía los ojos de Kegan clavados en ella.

Capítulo 10

No había muchas habitaciones de invitados en las Cuevas de los Sidethas, pero las que había eran grandes, cómodas y privadas. Kegan las conocía bien, porque había viajado incontables veces a aquel reino. Ahora necesitaba un baño, y una buena noche de sueño. El baño era fácil de conseguir; el sueño sería más esquivo. Tenía que hablar con el Maestro de la Piedra sobre lo que había ocurrido. Con un suspiro de cansancio, recorrió el camino hasta la siguiente habitación, pero titubeó antes de entrar. Lo más probable era que Kai hubiera sentido más agitación al verla que él mismo, y el estado de ánimo del Maestro de la Piedra ya había sido, durante aquella última temporada, lo suficientemente oscuro como para…

– Deja de merodear y entra ya -dijo Kai, malhumoradamente, desde el otro lado de la cortina de cuero que cubría la puerta.

Kegan la apartó y entró. El centauro miró a su alrededor y asintió.

– Me parece lógico que tu dormitorio sea más opulento que el mío. Tú eres el favorito.

Kai frunció el ceño.

– No creo que hayas venido a hablar sobre la decoración ni sobre mi estatus entre los Sidethas.

– Es raro, ¿no? Se parece demasiado a lady Myrna como para que sea una coincidencia.

– No es Myrna -dijo Kai rotundamente.

– De nuevo, digo que se parece demasiado a lady Myrna como para que sea una coincidencia. Eso es cosa de los dioses, de eso no tengo duda.

– La gente puede parecerse sin que haya intervención divina.

El centauro arqueó las cejas y sonrió irónicamente.

– La nueva Suma Sacerdotisa del Reino de los Sidethas y lady Myrna no sólo se parecen. Son como dos gotas de agua.

– No es para tanto. Myrna estaba embarazada. Lady Morrigan todavía está tan esbelta como…

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