«Las hordas de trabajadores y descamisados cometieron tropelías sin cuento entre los monjes de las comunidades religiosas durante la Semana Trágica. Excitados por los cabecillas anarquistas y comunistas, no se limitaron a prender fuego a los sagrados edificios, aniquilando las riquezas históricas, saqueando los objetos de oro y plata y profanando las reliquias. No, se cuenta que en algunos conventos los frailes fueron sometidos a todo tipo de sevicias, torturas y humillaciones antes de ser asesinados.
»Por ejemplo, en el convento de Sant Felip Neri, un fraile fue azotado con un crucifijo hasta la muerte. En el de las clarisas, una monja fue violada y después sodomizada con un enorme cirio en público. Por ejemplo, en los Jesuitas de Sarrià, a un joven e inocente novicio le cortaron los genitales, que le fueron introducidos en la boca junto a todas las hostias consagradas que se guardaban en el sagrario».
¡Qué barbaridad!, pensé, ni al marqués de Sade le funcionaba la imaginación perversa de un modo tan tempestuoso. El otro extremo resultaba igualmente pintoresco. Leí:
«La Semana Trágica fue una auténtica y comprensible revolución y las represalias contra la Iglesia actos de pura justicia popular. Aparte de estar de acuerdo y tener connivencia con todos los capitalistas y fuerzas políticas de involución, en los conventos sucedían habitualmente cosas terribles. En ellos había talleres manuales donde los trabajadores eran obligados a completar jornadas extenuantes sin cobrar nada. Lo único que solían percibir era un menguado sustento consistente en pan y un trozo de tocino. En los conventos de monjas se recogía a niñas huérfanas y también se las explotaba sin piedad, incluso sexualmente. No es extraño pues que la gente reaccionara en contra de tanta ignominia. Además, las cifras de conventos incendiados tanto durante la Semana Trágica como durante la guerra civil se ha exagerado para culpabilizar al pueblo».
¡Dios!, aquello era como Radio Tirana en sus buenos tiempos. Todos aquellos chats contenían insultos y descalificaciones del contrario: «¡Facha!», «¡Malditos comunistas!», etc., etc., eran términos normales en aquellas conversaciones virtuales. Tuve que restregarme la cara varias veces. ¿Era aquello Internet, la vía más moderna de comunicación? ¿Estábamos en el siglo XXI, en plena era digital? ¿De dónde salían pues aquellas pandas de dinosaurios, enzarzados en discutir la historia como si se tratara de una cuestión palpitante y actual? ¿Aún estábamos así, enfrentados como siempre? ¿Qué pasaba con la Transición, con la democracia, con España el país moderno y multicultural? Sentí una corriente de desánimo física, orgánica. Quizá no era ninguna tontería seguir la pista histórica en nuestro caso de doble asesinato. En España la historia seguía sangrantemente viva. Todavía éramos capaces de darnos de palos discutiendo si el Cid Campeador era un héroe o un villano, si existió de verdad el glorioso apóstol Santiago.
Oí la voz de Marcos detrás de mí.
– ¿Aún estás trabajando? ¡No te lo voy a permitir! Vamos a la cama, alguna vez tendrás que descansar.
Estaba en pijama, con cara de sueño, pero yo me encontraba en plena conmoción y le conté lo que me conturbaba. Me escuchó en silencio, frotándose los ojos cada dos por tres.
– ¡Ostras, Petra, lamentos por la patria a estas horas de la noche! No sé si estoy en el mejor momento para meterme en el tema.
– Es que estoy preocupada, de verdad. Me da terror que las cosas hayan cambiado mucho menos de lo que creemos.
– Las guerras civiles dejan secuelas durante años, muchos años. Sin embargo, yo de ti no me preocuparía demasiado. Los que continúan con ese tipo de dialéctica son cuatro marginales a quienes nadie da crédito.
– ¡Pues hay un montón de entradas en Internet!
– En Internet está lo bueno y lo malo, pero sobre todo hay pirados que se suman a los chats para decir sandeces.
– ¿Tú crees que nuestro asesino puede ser uno de esos marginales obsesionados con la historia?
– Puede ser.
Nos quedamos mirándonos en silencio. Sonreí con cansancio. Entonces Marcos me tomó de la mano y me arrastró.
– Basta. ¡A la cama!
– No conseguiré dormir.
– ¡Por supuesto que dormirás! Te hace falta descanso y dejar de pensar en el caso durante al menos unas horas. Afortunadamente mañana es fiesta.
– Es verdad, no me acordaba.
– Y cenamos en casa de Garzón, con los niños.
– ¿Cómo?
– De eso tampoco te acordabas, por lo que veo. Me ha llamado Beatriz, nos esperan a las nueve.
– ¡Ahora sí que no dormiré!
– Mejor, pasaremos toda la noche haciendo el amor.
Pero me dormí enseguida, abrazada a su pecho. Es difícil pensar en guerras fratricidas cuando el calor de otro cuerpo te envuelve.
Marina me dio un buen susto cuando la encontré deambulando por el pasillo.
– ¡Eh, no sabía que estabas aquí!
– Me trajo anoche papá. Pero como tú llegaste tan tarde no pudiste verme.
– Claro.
Me desplacé cansinamente hacia la cocina con la intención de prepararme un café y ella me siguió como un perro faldero.
– ¿Tienes sueño?
– Estoy cansada. Ayer fue un día muy duro.
– ¿Ya vais a coger al asesino?
– Sí, está al caer.
– Ha matado a una señora, ¿verdad?
– ¿No crees que ves demasiada televisión?
– Yo no lo vi, lo vio Hugo y me llamó por teléfono para contármelo.
– ¡Ah, vaya, qué detalle! ¿Tú has desayunado ya?
– No.
– Te prepararé un vaso de leche.
Se sentó a la mesa de la cocina y puso dibujos animados en la televisión. Coloqué nuestros desayunos sobre el mantel y me senté a su lado.
– He sacado muy buenas notas en el colegio -exclamó por las buenas.
– ¡Ah, qué bien!
– Como ayer no nos vimos no había podido decírtelo aún.
Estaba segura de que su tono aparentemente neutro contenía cierto reproche y sentí un súbito cabreo. Ninguna mocosa iba a pedirme cuentas en mi propia casa sobre mis horarios de llegada. Me disponía a contestarle algo impertinente, pero decidí callar. Ella era lista como una gata salvaje y notó perfectamente mi cambio de humor. Añadió cautamente:
– Claro que, como tienes tanto trabajo, no me extraña que llegaras tarde.
Cambié de conversación.
– ¿Dónde está tu padre?
– Ha subido a su estudio. A pesar de estar cansada, ¿te encuentras bien, Petra?
No sabía adónde quería ir a parar, pero decidí bloquearle todos los caminos.
– Me encuentro a la perfección. Es más, se trata de una de las mañanas de mi vida en las que me he encontrado mejor, ¿de acuerdo?
Sonrió imperceptiblemente y siguió desayunando, mientras yo me concentraba en mi café intentando no oír las voces atipladas y estridentes de los personajes televisivos. ¡Cielos!, si alguien me hubiera dicho sólo un año atrás que pasaría una mañana de sábado sentada junto a una niñita rubia viendo un programa infantil le hubiera dicho que estaba en fase de delirium tremens . La vida es extraña y acaba llevándonos por sendas que habíamos jurado no transitar.
– ¿Y el subinspector, se encuentra bien el subinspector?
– ¡Marina! ¿Se puede saber a qué viene todo este interrogatorio sobre los estados de salud?
– Es que pensé que si los dos habíais tenido mucho trabajo esta semana y estabais flojos, a lo mejor no iríamos a cenar a casa de él y Beatriz esta noche.
– ¡Ah!, ¿es eso? Sí, sí que iremos.
– ¡Bien! ¿Les vais a llevar algún regalo?
– Flores, supongo, y quizá una botella de champagne o cava.
– Yo he hecho un dibujo para él. ¿Quieres que te lo enseñe?
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