Francisco Pavón - El hospital de los dormidos

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El hospital de los dormidos: краткое содержание, описание и аннотация

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El hospital de los dormidos es otra novela policiaca de García Pavón. Tipo de novela con escasos antecedentes en nuestro país, que él supo españolizar en el mejor de los sentidos y de manera personalísima, entre otras muchas características, con los dos protagonistas, ya populares: Plinio. jefe de la G.M.T. (Guardia Municipal de Tomelloso), y su colaborador y viejo amigo, el albéitar don Linaria.El caso de El hospital de los dormidos es originalísimo, gracioso, y está tratado con tal habilidad, que mantiene al lector en permanente suspensión y sonrisa -cuando no carcajada- hasta el final, totalmente imprevisible. En ello colaboran: la plasticidad de su lenguaje, la sorna de su realismo, el trazado de los tipos y la prosa tan sorpresiva del autor, que hasta refleja la sociedad de su pueblo, sin el menor parcialismo.

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– Entonces a ver si se van a dormir de verdad los dos y me tienen aquí hasta la hora de ir a la escuela.

– No creo. La Reme no duerme con los de pago. De todas formas voy a hacer oído. Y sin añadir palabra se levantó telenda, fue hacia la última puerta del pasillo de enfrente y puso la cara bien pegada a la madera.

Al ratillo volvió con la cara de extrañeza.

– No se oye quejido, colchonear, ni suspiros.

– ¿No te digo? Se habrán dormido.

– ¿Y qué hacemos?

– Vamos a esperar un poquillo. Y si tardan, actúo.

– Yo no puedo estar aquí hasta que amañane, Manuel.

– Pues vamos ya a echar un ojeo.

– Hombre, Manuel, parece feo. Y a lo mejor han cerrado por dentro.

– Claro, Mora , para que no los sorprendan pecando. Qué cosas dices. Bueno, me echo otro pito…, en el buen sentido, y si no salen, actúo.

– Como usted quiera, que al fin y al cabo es la autoridad.

Entre los últimos tragos, chupadas y algún paseíllo, pasó una media hora hasta que Plinio dijo, ya impaciente:

– Vamos a ver qué pasa. Ya ha estado bien -y echó a andar por el pasillo seguido de la Mora .

Ya ante la puerta, Plinio le cedió la manivela:

– Abre a ver.

La Mora se adelantó, tomó la manivela y la ladeó con mucho tiento.

Se asomaron. La habitación estaba a oscuras total. Plinio echó de menos la linterna de don Lotario y encendió su mechero.

Sobre la cama de matrimonio, ancha y elegantona, le pareció que sólo dormía la Reme hecha un burujo. Movió el mechero de un lado para otro. No había duda de que sólo estaba la mujer.

La Mora , por su cuenta, encendió la lámpara de la mesilla, dorada y con pájaros surrealistas pintados en la pantalla.

– ¿Pero dónde está Bocasebo ? -le preguntó a la Mora Plinio extrañadísimo.

– ¡Ah! -dijo (mejor expresado, no dijo, sino que aparentó decir, encogiéndose de hombros).

La Reme, al oír hablar, más que al encenderse la luz, empezó a despertarse con cien parpadeos.

Por fin abrió los ojos del todo y al ver a quienes la contemplaban, y sobre todo a Plinio , de un salto de culo se incorporó en la cama.

– ¿Pero qué pasa?

– ¿Dónde está tu pareja? -le preguntó Plinio con gesto muy severo.

– ¿Mi pareja?

– Sí, mujer, el último, el de las pecas.

– ¡Ah! Yo qué sé. Cuando cumplió se fue a su casa.

– ¿Que se fue? -dijo Plinio extrañadísimo-. Acababa de entrar cuando llegué yo. Y no le he visto salir. Como no lo haya hecho por la ventana del cuarto…

– No, claro que no… Salió por esta puerta.

– Que te digo que no y ya ha estado bien. Y levántate, que hablemos en serio.

La Reme, con poquísimas ganas, se sentó en la cama, se echó encima la bata que tenía sobre la colcha y, al ponerse de pie, Plinio , sin poderlo remediar, sintió una nerviada por toda la espalda y parte de sus vueltas.

Aquella talla de cuerpo, y sobre todo aquel culo, almohadón magistral, rítmico de curvas, de honduras y seguro que de gestos verdes y pedos luminosos, era el que le había descrito Salustio con aquella encendida expresión de ojos, de manos volainas y como pellizcadoras de molletes etéreos. ¡Qué buenísimo apaño de culo y de cintura!

Y la Reme, levantada, hasta en el momento simplón de ponerse la bata, movió el cuerpo de aquella manera tan rica.

– ¿Tú saliste a despedirle, Reme? -le preguntó la Mora .

– No, jefa, yo estaba caída de sueño y le dije adiós a medio labio.

– ¿Pues no has dicho que lo viste salir por esta puerta? -casi le gritó Plinio , aunque sin quitarle los ojos.

– No sentí que saliera por otro sitio. Y le oí casi entre sueños. A lo mejor, al verlo a usted, si vino siguiéndolo, como parece, salió escondiéndose -dijo ella muy inclinada ahora sobre sus muslos mientras se calzaba las zapatillas.

– Oye, Mora , enciende la luz del techo -sólo estaba encendida la de la mesilla.

– Sí, Manuel.

Y con cara de no saber por qué le mandaban aquello fue al interruptor que estaba junto a la puerta.

Cuando encendió la luz de neón, que dejó el dormitorio de un azul clarísimo, Plinio , con una rigidez inesperada se acercó a la Reme y empezó a mirarle la melena. Ella le sacaba la cabeza de alta al jefe de la G.M.T.

– Agacha un poco la cabeza que te vea mejor el pelo.

– ¿Pero qué pasa?

– ¿Qué te echas en el pelo, Reme?

– Qué cosas, jefe, ¿usted qué cree?

– Bandolina, como las antiguas.

– Qué vista, jefe. Pero muy poquita. Así con la punta de los dedos. No quiero que se me ponga duro el moño como a nuestras abuelas.

– ¿El moño…, hermosísima? -se le escapó a Plinio .

– Es un decir.

– ¿Es que en Cataluña también se echaban antiguamente bandolina?

– Claro. Como en todos sitios, al menos las de mi familia.

– Vaya, vaya. ¿Y dónde la tienes?

– ¿El qué?

– La bandolina.

– Aquí, jefe, en el tocador. ¿Dónde la voy a tener?

– ¿Y a quién más le echas bandolina?

La Reme quedó mirando fijamente a los ojos de Plinio . Se puso muy seria y poco a poco, arruga a arruga, empezó a llorar. Y luego, asi llorando como desesperada, se tiró sobre la cama boca abajo. En cada gimoteo Plinio sentía como si aquel culo, nalgas arriba, en un «rock» gratísimo lo incitara, y hubo un momento en el que tuvo que contener la respiración para no hacer una cosa fea, y de un cabezazo brusco quitó los ojos de aquellos dos lugares medioluneros, que también besaba el aire al compas del gimoteo.

La Mora , con cara de vencida al ver el llanto y la derrota de la Reme, tomó a Plinio de un brazo y le dijo:

– Venga usted aquí fuera, que hablemos un momento.

Plinio la miró sin comprender del todo, al menos de momento, y agachada la cabeza se fue tras ella, que apagó las luces y tiró de la puerta dejando a la Reme en su llanto boca abajo.

La Mora , sin soltar el brazo de Plinio lo llevó hasta el sofá de fuera, donde antes estuvieron.

– ¿Qué pasa?

– ¡Ay, señor! Unos por mucho y otros por poco… Aquí al revés, mejor dicho, que la pobre Reme es muy desgraciada… En ninguna parte la quieren… No calienta el nido en ningún pueblo o capital. A los pocos meses tiene que salir pitando. Por eso siendo catalana cayó aquí y ahora está para marcharse a Sevilla.

– ¿Tan buena como está?

– Tal vez por eso.

– Pero será una mina.

– No lo sabe usted bien. Hay tíos, como hoy Bocasebo , que vienen dos veces en un día. Pero el trabajo que me da y los líos que me trae no se los puede usted imaginar.

– Ya… ¿Y por qué se echa bandolina?

– ¡Ah!, rarezas de ella… Que buena está, ¡pero rara también!

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