– ¿Terrible? -preguntó el portugués-. ¿En qué sentido? ¿Qué quiere decir con eso?
– Para poder traducir la palabra Yeshu, primero tengo que hacerle una pregunta, si no le importa.
– ¿Sí?
– ¿Qué sabe usted de la forma en que los judíos ven a Jesucristo?
– Bien…, pues…, le confesaré que no mucho. -Tomás se rio-. En honor a la de verdad, no sé nada.
– Entonces permítame que se lo aclare -indicó Solomon-. Los judíos encaran a Cristo de una forma muy diferente a la de los cristianos. -Hizo un gesto con las manos, como si pretendiese enfatizar la idea-. Muy diferente, de verdad. Las leyendas judaicas representan a Jesús como a un mamzer, un niño resultante de una relación adúltera entre una judía y un legionario romano. Cristo fue excomulgado por un rabino debido a un malentendido y decidió rendir culto a los ídolos, alejándose de la verdadera fe. Estudió magia en Egipto, pero acabó siendo derrotado por los rabinos. Fue condenado a muerte como hechicero y ahorcado en una planta de berza. La deificación de Jesús por los cristianos es considerada idolatría por los judíos.
– ¿Esa es la forma en que los judíos cuentan la historia de Jesús?
– Sí, eso es lo que dicen las leyendas judaicas.
– ¡Caramba! -exclamó en portugués.
– Le he contado esta historia para hacerle ver qué visión negativa tienen los judíos de Cristo. -Explicó el cabalista-. Lo que nos lleva a la lectura de la línea «AWX», que aparece en el reflejo de la firma de Colón. En hebreo, el nombre Jesús se pronuncia Yeshua. Pero como a los judíos no les gustaba ese nombre, decidieron quitarle la letra aleph final, de tal modo que quedó Yeshu. Así es como debe leerse la línea «AWX». Yeshu. Pero Yeshu no es un nombre inocente. Se trata de una forma peyorativa y ofensiva de nombrar a Yeshua, Jesús. Es que Yeshu es una abreviatura muy usada por los judíos. Significa ymach shmo vezichro, es decir: «que sean borrados su nombre y su memoria».
– ¡Vaya!
– Profesor Noronha -dijo Solomon-. Lo que intento decirle es que el cristiano y católico Cristóbal Colón colocó en su firma cabalística el nombre hebreo Yeshu, haciendo así votos para que sean borrados el nombre y la memoria de Jesús.
El portugués se quedó un instante callado. Estaba atónito.
– Pero… ¿por qué? -balbució por fin-. ¿Cómo es posible que Colón hubiera hecho eso?
– No se olvide de que él vivió a finales del siglo xv en la península Ibérica. Si era judío, como todo parece indicar, la vida en aquel tiempo y en aquella región de Europa no debía de ser fácil. Cualquier judío sefardí tenía razones de sobra para odiar a los cristianos en general y a Jesús en particular. Él no era una excepción. Lo que nos lleva al nombre propio de Colón. -Cogió la hoja con la firma del Almirante-. En la base de la firma cabalística está su nombre, Xroferens. ¿Sabe decirme qué significa este nombre?
– ¿Xroferens? Xro, en griego, significa Cristo, mientras que ferens es una forma del verbo latino fero, que quiere decir «transportar». Xroferens es Cristoferens. El que transporta a Cristo. Cristo está en la raíz del nombre Cristóbal y del nombre Cristoforo.
– Y ése es un nombre que jamás usaría un judío -continuó el rabino-. Cristo. Nadie en Israel llama Cristo a su hijo. ¿Cómo es posible que Colón, siendo judío, usase el nombre cristiano Cristóbal y firmase Cristoferens? -Levantó el índice derecho-. Sólo hay un tipo de judío capaz de hacerlo.
– ¿Cuál?
– Un judío desesperado por hacerse pasar por cristiano. Un hombre que quisiese aparentar que era cristiano, pero que continuase profesando la fe judaica en secreto. Tal hombre podría asumir el nombre de Cristo, pero para asegurar la paz con Dios incluiría en su firma cabalística un inequívoco rechazo del nombre de Jesús, borrando ese nombre y su memoria. Yeshu. Quiero decir con esto, profesor Noronha, que la expresión ymach shmo, o «que mi nombre sea borrado», significa simultáneamente un rechazo del nombre Colón y del nombre Cristóbal. El descubridor de América se presentó al mundo con esos nombres, Cristóbal Colón. -Señaló a Chaim, del otro lado de la mesa-. Sin embargo, tal como la familia sefardí de Chaim no se llamaba Mendes, sino Nassi, tampoco Colón se llamaba Colón, tenía más bien otro nombre, un apellido que borró y no nos reveló. -Golpeó con la palma de la mano la fotocopia de la firma-. A juzgar por todo lo que he visto aquí, puedo decirle que el hombre que hoy conocemos como Cristóbal Colón era, con toda probabilidad, un judío sefardí que poseía originalmente un nombre que permanece oculto. Ocultó su verdadera religión bajo una capa cristiana, pero no se convirtió en un cristiano nuevo. Era un marrano.
Solomon Ben-Porat, considerado el mayor cabalista de Jerusalén, apoyó los codos en la mesa de roble y se calló. Había terminado su exposición. Un silencio pesado se abatió sobre el escritorio, sólo roto por el sonido del bolígrafo de Tomás dibujando frenéticos garabatos en su libreta de notas en su afán de registrar la extraordinaria argumentación del viejo rabino. El profesor apuntó las ideas con trazos apresurados, corridos, en apariencia ininteligibles, hasta que terminó sus anotaciones con la última palabra pronunciada por Solomon.
Marrano.
Iba a cerrar la libreta de notas, pero algo lo hizo detenerse. Era aquel «marrano» lo que atraía su mirada, como si fuese un imán irresistible, un escollo incómodo, perturbador, un inquietante borrón de tinta que se hubiera atravesado en la fluidez de la escritura. Se quedó mirando la palabra, pensativo. Levantó, al fin, la cabeza y miró al cabalista.
– ¿Qué quiere decir con «marrano»? -preguntó.
– ¿Marrano? -se sorprendió Solomon-. Usted debería saberlo. ¿Qué significa esa palabra en portugués?
– Es otra manera de decir «cerdo».
– Eso es. Pues «marrano» el nombre dado en Portugal y en España a los cristianos nuevos que siguieron siendo judíos en secreto. Los llamaban «marranos» porque, como todos los buenos judíos, se negaban a comer cerdo por ser un animal impuro, no kasher, cuyo consumo está prohibido por las leyes dietéticas.
– Hmm -murmuró Tomás, engolfado en sus pensamientos-. ¿Marrano era un judío que fingía ser cristiano? -Sí.
– ¿Y Colón era marrano?
– Sin duda.
– ¿Podría ser un marrano genovés?
El rabino se rio.
– La expresión marrano remite a un judío ibérico -explicó-. De cualquier modo, y siendo judío, Colón jamás podría ser genovés…
– ¿Ah, no? ¿Y por qué?
– Porque desde el siglo xii, los judíos tenían prohibido quedarse en Génova más de tres días. En el siglo xv, en la época de Colón, esa prohibición seguía en vigor. O sea, si era genovés, no podía ser judío. Si era judío, no podía ser genovés.
– Entiendo.
– Además, hay algo muy interesante que usted tiene que saber. Existe una curiosa tradición judaica según la cual, en los siglos xv. y xvi, la palabra «genovés» era un eufemismo para designar a un «judío».
– Está bromeando…
– No, de ninguna manera. Era común en aquel tiempo, cuando alguien quería decir «aquel hombre es judío», que dijese «aquel hombre es de nación». Nación judaica, se entiende. Pero, al parecer, en aquella época de persecuciones antisemitas, muchos judíos, cuando un cristiano los interrogaba, se llamaban también genoveses. Por ello a veces se afirmaba que tal persona era «de nación genovesa», una forma irónica o discreta de indicar que era judía. ¿Entiende?
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