Se escuchó a sí mismo preguntando:
– ¿Qué fundación?
El conde siguió mirándolo fijamente; Tomás le devolvió la mirada, intentando parecer sincero.
– No importa -acabó diciendo su interlocutor, en apariencia satisfecho con la respuesta. Movió la cabeza recorriendo la plaza con la vista, alzó los ojos hacia el monte y sonrió, relajándose-. ¿Usted ya ha visitado el castillo y el convento de Tomar?
Tomás siguió su mirada y observó las murallas recortadas por encima del verdor, en el extremo del monte que dominaba la ciudad.
– ¿El castillo y el… convento? Sí, claro, ya he ido, pero hace mucho tiempo.
– Entonces venga -dijo a modo de invitación el conde, indicándole que lo siguiese.
Cruzaron la plaza y se internaron por las pintorescas callejuelas laterales empedradas, decoradas con tiestos de colores colgados de los balcones. Llegaron hasta un enorme Mercedes negro, aparcado junto a un muro blanco que se prolongaba hasta la vieja sinagoga. El conde Vilarigues se sentó al volante y, con Tomás a su lado, puso el automóvil en marcha y circuló por las apacibles calles de Tomar.
– ¿Ya ha oído hablar de la Ordo Militaris Christi? -preguntó el conde, mirando de reojo a su pasajero.
– ¿La Orden Militar de Cristo?
– No, la Ordo Militaris Christi.
– No, de ésa nunca he oído hablar.
– Yo soy gran maestre de la Ordo Militaris Christi, la institución heredera de la Orden Militar de Cristo.
Tomás frunció el entrecejo, intrigado.
– ¿Heredera de la Orden Militar de Cristo? Pero la Orden de Cristo ya no existe…
– Justamente por eso la Ordo Militaris Christi es su heredera. En realidad, cuando se disgregó la Orden Militar de Cristo, algunos caballeros, disconformes con la decisión, decidieron perpetuarla y formaron la Ordo Militaris Christi, una organización secreta, con reglas propias, cuya existencia sólo conocen algunos. Un puñado de nobles, descendientes de los viejos caballeros de la Orden Militar de Cristo, se reúne todas las primaveras en Tomar, bajo mi dirección, para renovar las antiguas costumbres y registrar la tradición oral de los secretos nunca revelados. Puede decirse que somos los custodios de los últimos misterios de la Orden de Cristo.
– Mire, desconocía…
– ¿Y qué sabe usted sobre la Orden de Cristo?
– Algunas cosas, pero no mucho. Verá, soy historiador, pero mi especialidad es el criptoanálisis y las lenguas antiguas, no la Edad Media ni los descubrimientos. Digamos que vine a parar a esta investigación…, pues…, por casualidad…, eh… porque conocía al profesor Toscano, no porque éste sea mi ámbito natural de interés.
El coche llegó a una pequeña bifurcación, adornada con una estatua del infante don Henrique en el centro, giró a la derecha y abandonó las arterias de la ciudad, internándose en los caminos verdes y ascendentes de la Mata dos Sete Montes, la carretera que serpenteaba por la ladera, a la sombra de las alamedas vigorosas, rumbo a las viejas murallas.
– Entonces permítame que le cuente la historia desde el principio -propuso el conde Vilarigues-. Cuando los musulmanes prohibieron a los cristianos el acceso a la ciudad santa de Jerusalén, sonó un grito de protesta por toda Europa y se emprendieron las Cruzadas. Jerusalén fue conquistada en 1099 y la cristiandad se impuso en Tierra Santa. El problema es que, con el regreso de muchos cruzados a Europa, los desplazamientos de los peregrinos cristianos a Jerusalén se hicieron muy peligrosos; no había nadie que los defendiese. Fue en ese momento cuando aparecieron dos nuevas órdenes militares. La Orden de los Hospitalarios, consagrada a ayudar a los enfermos y a los heridos, y una milicia creada por sólo nueve caballeros y que se dedicó a vigilar las vías usadas por los peregrinos. Aunque fuesen sólo nueve, estos hombres lograron realmente que los caminos se volviesen mucho más seguros. Como recompensa, se les ofreció, como residencia permanente, la mezquita de Al Aqsa, situada en la cima del monte Moriah, en Jerusalén, justamente el sitio donde antes se alzaba el legendario Templo de Salomón. Nació así la Orden de los Caballeros del Templo de Salomón. -Hizo una pausa-. Los templarios.
– Historia mil veces contada.
– Sin duda. Es una historia tan extraordinaria que atrajo la imaginación de toda Europa. Se dice que, registrando los restos abandonados del Templo de Salomón, los templarios habrían encontrado reliquias preciosas, secretos eternos, objetos divinos. El Santo Grial. Sea a causa de esos misterios, o simplemente gracias a su ingenio y persistencia, la verdad es que los templarios crecieron y se diseminaron por Europa.
– Y llegaron a Portugal.
– Sí. La orden se instituyó formalmente en 1119 y, pocos años después, llegaron aquí. Esta ciudad de Tomar, conquistada a los moros en 1147, fue donada en 1159 por el primer rey de Portugal, don Afonso Henriques, a los templarios, quienes, dirigidos por don Gualdim Pais, construyeron el castillo al año siguiente.
El Mercedes dobló la última curva y desembocó en un pequeño aparcamiento; se trataba de un espacio protegido entre árboles y dominado por la maciza Torre de Menagem, que se destacaba por detrás de las altas murallas del castillo templario, enormes muros de piedra recortados en el cielo azul por el entramado de las almenas. Dejaron el automóvil a la sombra de unos pinos altos y siguieron por el suelo empedrado que circundaba las murallas de la torre, la Alcágova, en dirección a la imponente Porta do Sol; por momentos, le dio la impresión de haber viajado a la Edad Media, a un tiempo rústico, simple, perdido en la memoria de los siglos y del cual sólo quedaban aquellas orgullosas ruinas. Un rudo muro dentado por sólidas almenas se extendía a la izquierda, bordeando el camino y delimitando el bosque denso; las hojas de los árboles se agitaban al viento por la ladera del monte, las ramas parecían bailar al ritmo de una suave melodía natural, mecidas tal vez por el animado trisar de las recién llegadas golondrinas y por el permanente trinar de los alegres ruiseñores, a los cuales respondían las cigarras con agudos chirridos y las abejas con un zumbar laborioso, golosas en torno a las flores coloridas que asomaban entre el verdor. El lado derecho del camino se mantenía en un silencio seco, vacío, por esa parte sólo se elevaba una árida ladera de piedras, en el extremo de las cuales imperaba el castillo, cual señor feudal, altivo y arrogante.
– Así que éste es el castillo de los templarios -comentó Tomás, contemplando las viejas murallas.
– Así es. Los templarios recibieron muchas tierras en Portugal por los servicios prestados en combate, incluidas las conquistas de Santarém y Lisboa, pero en ningún sitio quedó su presencia más marcada que aquí, en el castillo de Tomar, su sede. La existencia de la orden, sin embargo, conoció un final abrupto por las persecuciones en Francia, desatadas en 1307, y por la bula papal Vox in excelso, que la condenó en 1312. El Papa solicitó a los monarcas europeos la prisión de todos los templarios, pero el rey don Dinis, en Portugal, se negó a obedecerlo. El papa declaró la Orden de los Hospitalarios como heredera de los bienes de los templarios, pero también en este caso don Dinis desobedeció. El rey portugués recurrió a una ingeniosa interpretación jurídica de la cuestión, alegando que los templarios eran meros usufructuarios de las propiedades de la Corona. Si los templarios dejaban de existir, la Corona retomaría el usufructo de sus tierras. La postura del rey de Portugal atrajo la atención de los templarios franceses, despiadadamente perseguidos en su tierra. Muchos vinieron a Portugal en busca de refugio. Don Dinis, mientras tanto, dejó las cosas i remojo hasta que propuso la creación de una nueva orden militar, con sede en el Algarve, para defender a Portugal del peligro musulmán. El Vaticano accedió y, en 1319, oficializó la creación de la Orden Militar de Cristo. Don Dinis entregó a esta nueva organización todos los bienes de la Orden del Temple, incluidas diez ciudades. Aún más importante: sus miembros eran los templarios. O sea, la Orden de Cristo se convirtió, en realidad, en la Orden del Temple con otro nombre. La reaparición de los templarios en Portugal se completó en 1357, cuando la Orden de Cristo trasladó su sede al castillo de Tomar, el antiguo santuario de la Orden del Temple, supuestamente desaparecida.
Читать дальше