– ¿Qué es esto? -quiso saber Moliarti.
– Un pozo iniciático -explicó Tomás, con la voz que reverberaba por las paredes cilíndricas-. Estamos dentro de un anta, de una reproducción de un monumento funerario megalítico. Este lugar representa la muerte de la condición primaria del hombre. Tenemos que descender al pozo en demanda de la espiritualidad, del nacimiento del hombre nuevo, del hombre esclarecido. Descendemos al pozo como si descendiésemos dentro de nosotros mismos, en busca de nuestra alma más profunda. -Hizo un gesto con la cabeza, invitando al estadounidense a seguirlo-. Ande, venga.
Comenzaron a bajar las escaleras estrechas, rodeando las paredes del pozo en una espiral, girando en el sentido de las agujas del reloj, siempre hacia abajo. El suelo estaba mojado y los pasos retumbaban por los escalones de piedra como si emitiesen un sonido metálico, cascado y tintineante, mezclándose con el gorjear de los pájaros que invadía el abismo por la abertura celeste y que resonaba a lo largo del agujero oscuro y caracoleante. Las paredes se veían cubiertas de musgo y humedad, y lo mismo ocurría con las balaustradas. Se inclinaron en el pasamanos y observaron el fondo, el pozo les parecía ahora una torre invertida. Tomás pensó en la Torre de Pisa excavada en la tierra.
– ¿Cuántos niveles tiene este pozo?
– Nueve -dijo el profesor-. Y ese número no es casual. El nueve es un guarismo simbólico, en muchas lenguas europeas presenta semejanzas con la palabra «nuevo». En portugués, nove y novo. En francés, neuf y neuve. En inglés, nine y new. En italiano, nove y nuovo. En alemán, neun y neu. Nueve significa, por ello, la transición de lo viejo a lo nuevo. Fueron nueve los primeros templarios, los caballeros que fundaron la Orden del Temple, los mismos que están en el origen de la Orden Portuguesa de Cristo. Fueron nueve los maestros que Salomón envió en busca de Hiram Abbif, el arquitecto de su templo. Deméter recorrió el mundo en nueve días en busca de su hija Perséfone. Las nueve musas nacieron de Zeus como consecuencia de las nueve noches de amor. Son necesarios nueve meses para que nazca un ser humano. Por ser el último de los números primarios, el nueve anuncia a la vez, y en esa secuencia, el fin y el principio, lo viejo y lo nuevo, la muerte y el renacimiento, la culminación de un ciclo y el comienzo de otro, el número que cierra el círculo.
– Curioso…
Llegaron, por fin, al fondo y observaron el centro del pozo iniciático. Se dibujaba allí un círculo decorado por mármoles blancos, amarillos y rojos cubiertos por pequeños charcos de barro. Dentro del círculo de mármol surgía una estrella octogonal con una cruz orbicular insinuada en el interior; era la cruz de los templarios, la orden que trajo el ala octogonal a los templos cristianos de Occidente. Una de las puntas amarillas de la estrella indicaba un agujero oscuro excavado en el fondo del pozo.
– Esta estrella es también una rosa de los vientos -explicó Tomás-. La extremidad de la rosa apunta hacia Oriente. Es en Oriente donde nace el sol, y es en su dirección donde se construyen las iglesias. El profeta Ezequiel dijo: «La gloria del Señor viene del Oriente». Sigamos, pues, por esta gruta.
El profesor se sumergió en las tinieblas abiertas en la pared de piedra y Moliarti, después de una breve vacilación, lo siguió. Caminaron cautelosamente, casi tanteando las paredes, moviéndose como ciegos en las entrañas sombrías del túnel irregular. Una hilera de lucecitas amarillas que surgió en el suelo, a la izquierda, después de la curva, los ayudó a caminar. Avanzaban ahora con mayor confianza, serpenteando por aquel largo agujero excavado en el granito. Se abrió otra sombra oscura a la derecha, era un nuevo camino en la gruta, el indicio de que aquello, más que una conexión subterránea, era un laberinto. Familiarizado con el recorrido, sin embargo, Tomás ignoró ese trayecto alternativo y siguió adelante, manteniéndose en el camino principal hasta que una rendija de luz le anunció el mundo exterior. Siguieron en dirección a la luz y vieron un arco de piedra sobre un lago cristalino, con un hilo de agua que caía sobre la superficie líquida en cascada, produciendo un sonido mojado a borbotones. Se detuvieron bajo el arco, donde el camino se bifurcaba frente al lago; allí se tenía que decidir qué rumbo tomar.
– ¿Izquierda o derecha? -preguntó Tomás, queriendo saber por dónde ir.
– ¿Izquierda? -arriesgó Moliarti, poco seguro de sí mismo.
– Derecha -repuso el portugués, indicando el trayecto correcto-. El final del túnel es una reconstrucción de un episodio de la Eneida, de Virgilio. Representa la escena en que Eneas desciende a los infiernos en busca de su padre y se le plantea el dilema de elegir el rumbo al enfrentarse a una bifurcación. Quienes cogen la vía de la izquierda son los condenados, los destinados al fuego eterno. Sólo el camino de la derecha conduce a la salvación. Eneas optó por el de la derecha y atravesó el río Leteo, que le permitió llegar a los Campos Elíseos, donde se encontraba su padre. Debemos, por ello, imitar sus pasos.
Siguieron por la derecha y el túnel se volvió más oscuro, estrecho y bajo. En un punto determinado, las tinieblas se abatieron sobre ambos, completas, totales, y se vieron obligados a avanzar cautelosamente, palpando las paredes húmedas, inseguros, vacilantes. El túnel se abrió finalmente al exterior, inundándose de luz en un camino de piedras sobre el lago, como peldaños que asomasen del agua. Saltaron de piedra en piedra hasta la otra margen y se encontraron de regreso al bosque, rodeados de color, respirando el aire perfumado de la tarde y oyendo el trinar suave de los pardillos que volaban de rama en rama.
– Qué sitio más extraño -comentó Moliarti, que experimentaba en ese instante una sensación de irrealidad-. Pero es fascinante.
– ¿Sabe, Nelson? Esta quinta es un texto.
– ¿Un texto? ¿Qué quiere decir con eso?
Bajaban ahora por las veredas abiertas entre los árboles.
Desembocaron nuevamente en el Portal de los Guardianes; Tomás guio a su invitado por una escalera en espiral construida dentro de una estrecha torre de estilo medieval, con almenas en el extremo.
– Antiguamente, en tiempos de la Inquisición y del oscurantismo, en que la sociedad vivía dominada por una Iglesia intolerante, había obras prohibidas. Los artistas eran perseguidos, los nuevos pensamientos silenciados, los libros quemados, los cuadros rasgados. De ahí surgió la idea de esculpir un libro en la piedra. Eso es, a fin de cuentas, la Quinta da Regaleira. Un libro esculpido en la piedra. Es fácil quemar un libro de papel o rasgar la tela de una pintura, pero es mucho menos fácil demoler toda una propiedad. Esta quinta es un espacio donde se encuentran construcciones conceptuales que reflejan pensamientos esotéricos, inspiradas en el laberinto de ideas sugerido por Francesco Colonna en su hermético Hypnerotomachia Poliphili y basadas en los conceptos que yacen bajo el proyecto de expansión marítima de Portugal y en las grandes leyendas clásicas. Si se prefiere, y de alguna forma a través de los mitos transmitidos por la Eneida, por la Divina comedia y por Los lusíadas, éste es un gran monumento a los descubrimientos portugueses y al papel que desempeñaron en él los templarios, rebautizados en Portugal como caballeros de la Orden Militar de Cristo.
Llegaron a la base de la torre medieval y se internaron por un camino más ancho, pasando por la Gruta de Leda en dirección a la capilla. Marchaban ahora en silencio, atentos al sonido de sus pasos y al rumor delicado del bosque.
– ¿Y ahora? -preguntó Moliarti.
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