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José Santos: El códice 632

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José Santos El códice 632

El códice 632: краткое содержание, описание и аннотация

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Tomás Noroña, profesor de Historia de la Universidad Nova de Lisboa y perito en criptología y lenguas antiguas, es contratado para descifrar una cifra misteriosa. Los conocimientos y la imaginación de Tomás lo llevarán a una espiral de intrigas, en dónde inesperadamente se topará que con un secreto guardado durante muchos siglos: la verdadera identidad de Cristóbal Colón. Basada en documentos históricos genuinos, El códice 632 nos transporta a un viaje por el tiempo, una aventura repleta de enigmas y mitos, secretos encubiertos y pistas misteriosas, falsas apariencias y hechos silenciados, un auténtico juego de espejos donde la ilusión se disfraza de realidad, para disimular la verdad.

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Llegó el turno de la rubia fatal. Tomás experimentó un placer inmenso por poder, al fin, mirarla de frente, por poder observarla sin disimulo; se sintió deslumbrado por el brillo que irradiaba, pero no se dejó intimidar; sonrió y ella le correspondió.

– Hola -dijo él.

– Buenos días, profesor -dijo la muchacha, en un portugués correcto pero con un acento exótico-. Soy una alumna nueva.

El profesor sonrió.

– Ya me había dado cuenta. ¿Cómo se llama?

– Lena Lindholm.

– ¿Lena? -dijo con una expresión exageradamente admirativa, como si sólo en ese momento hubiese notado algo diferente en ella-. En portugués es el diminutivo de Helena…

Ella soltó una carcajada discreta.

– Sí, pero yo soy sueca.

Tomás se quedó boquiabierto.

– ¡Aaaahh! -exclamó-.Vaya… -vaciló buscando palabras escondidas en su memoria-; a ver si recuerdo… hej, trevligt attträffas!

Los ojos de Lena estaban desorbitados.

– ¿Cómo? -repuso con una actitud agradablemente sorprendida-. Talar du svenska?

Tomás meneó la cabeza.

– Jag talar inte svenska -dijo con una sonrisa-. He agotado casi todo lo que sé de sueco -añadió y se encogió de hombros, como quien pide disculpas-. Forlat.

Ella lo miró con admiración.

– No está mal, no está mal. Necesita mejorar sólo un poco el acento, tiene que ser más cantado, si no parece danés. ¿Dónde aprendió sueco?

– Cuando era estudiante, cogí el Inter-Rail y pasé cuatro días en Malmö. Como soy curioso y tengo facilidad para las lenguas, capté algunas cosas. Por ejemplo, sé preguntar var ¿ir toaletten? -Ella no pudo contener su risa-. Hur mycket kostar det? -Nueva carcajada-. Áppelkaka med vaniljsas.

Esta última frase la hizo suspirar.

– Ay, profesor, no me haga recordar la cippelkaka…

– ¿Por qué?

Ella pasó la lengua por sus labios carnosos y rosados, con un gesto que a Tomás le resultó tentadoramente erótico.

– ¡Es una delicia! Cómo la echo de menos…

El profesor sonrió, intentando ocultar la impresión que la chica le producía.

– Disculpe, pero no he visto a nadie llamar kaka a un postre.

– Se llama kaka, es verdad, pero sabe a manzana muy dulce. -Cerró los párpados bien dibujados y volvió a relamerse-. Humm, utmarkt! ¡Una maravilla!

Tomás se imaginó atrayéndola hacia sí, besándola, explorando aquellos labios aterciopelados, pasando delicadamente sus manos sobre aquel cuerpo cálido y vibrante, y tuvo que hacer un esfuerzo para apartar de su mente el apetito sexual que le despertaba. Carraspeó para aclarar la garganta.

– Dígame… ¿cómo era que se llamaba?

– Lena.

– Dígame, Helena…

– Lena…

– Ah, Lena. -Vaciló, inseguro sobre cómo había pronunciado el nombre, pero ella, esta vez, no lo corrigió, por lo que supuso que lo había dicho bien-. Dígame, Lena: ¿dónde aprendió a hablar portugués tan bien?

– En Angola.

– ¿Angola?

La sueca sonrió, exhibiendo una hilera perfecta de dientes brillantes.

– Mi padre fue embajador en Angola y yo viví ahí cinco años.

Tomás acabó de ordenar todo en la cartera y se incorporó.

– Ah, muy bien. ¿Y le gustó?

– Mucho. Teníamos una casa en Miramar y pasábamos los fines de semana en Mussolo. Era una vida de ensueño.

– ¿En qué parte de Angola queda?

Ella lo miró sorprendida, como si le pareciese extraño que hubiera portugueses a quienes no les resultaban familiares esos nombres.

– Bien…, en Luanda, claro. Miramar era nuestro barrio, con vistas a la avenida de circunvalación, el fuerte y la isla. Y Mussolo es una isla paradisíaca al sur de Luanda. ¿Nunca ha estado allí?

– No, no conozco Angola.

– Es una lástima.

El profesor se dirigió a la puerta, haciéndole una señal a la alumna para que lo acompañase. Lena se acercó y Tomás comprobó que la sueca era casi de su altura; calculó que debía de medir un metro ochenta, sólo unos tres centímetros menos que él. El suave jersey azul que vestía combinaba perfectamente con sus ojos del mismo color y los cabellos rubios que caían ondulados en sus hombros, a lo Nicole Kidman, e insinuaba unos senos atrevidos y generosos, con un volumen que acentuaba aún más la cintura estrecha. Tomás tuvo que hacer un esfuerzo para no fijar la vista en aquel pecho abundante y tentador y se impuso volver la cara.

– Cuénteme, pues, por qué ha decidido venir a mis clases -dijo el profesor, deteniéndose para dejarla pasar primero por la puerta del aula.

Tomás, casi sin querer, observó con lascivia el culo de la sueca; era macizo y regordete, las nalgas carnosas llenaban muy bien los vaqueros azul claro; sin conseguir dominarse, la imaginó sin pantalones, imaginó su piel pálida y suave ancha en las caderas y estrecha en la cintura, asomó en su fantasía el surco entre las nalgas y las espaldas desnudas, con la curva de los senos adivinándose desde atrás.

– ¿Cómo? -titubeó, tragando saliva.

– Estoy aquí por el proyecto Erasmus -repitió Lena, volviendo el rostro para mirarlo de frente.

Entraron en el vestíbulo central y comenzaron a subir las escaleras.

– ¿Cómo?… ¿El proyecto Erasmus?

– Sí, el Erasmus. Supongo que lo conoce, ¿no?

Tomás meneó la cabeza, en un nuevo esfuerzo por ahuyentar los demonios del sexo que, al parecer, se habían vuelto dueños y señores de su voluntad. Se impuso a sí mismo alzar los ojos de la tentación diabólica que era aquel cuerpo sensual y concentrarse en el diálogo.

– Ah, claro. El…, el proyecto Erasmus. Pues sí…, el Erasmus -vaciló, asimilando finalmente el sentido de lo que ella le decía-. ¡Ah! Así que ha venido por el Erasmus.

La sueca esbozó una sonrisa forzada, intrigada por el titubeo del profesor.

– Claro, eso es lo que le estoy diciendo. Estoy aquí por el Erasmus.

Tomás comprendió las circunstancias que rodeaban la presencia de aquella alumna. El Erasmus era un proyecto europeo lanzado en 1987 en el dominio de la enseñanza superior, gracias al cual las universidades de la Unión Europea intercambiaban alumnos durante un año lectivo como máximo. Cuatro años antes, en 1995, el Erasmus se integró en un programa educativo europeo más vasto, llamado Sócrates. La mayoría de los estudiantes extranjeros que llegaban al Departamento de Historia de la Universidad de Nova de Lisboa eran españoles, lo que se comprende debido a la lengua, pero Tomás se acordaba de haber tenido a un alumno alemán, de la Universidad de Heidelberg.

– ¿De qué universidad viene ?

– De la de Estocolmo.

– ¿Está cursando historia?

– Sí.

Subieron tres pisos casi sin darse cuenta, hasta que llegaron al vestíbulo central de la sexta planta; giraron a la izquierda y entraron en la zona de los despachos; Tomás recorrió el pasillo del Departamento de Historia, siempre con la sueca al lado, y buscó en el bolsillo la llave de su despacho.

– ¿Y por qué eligió venir a Portugal?

– Por dos razones -dijo Lena-. Por un lado, por la lengua. Hablo y leo con fluidez el portugués, por lo que no me resultaría difícil seguir las clases. La escritura ya me resulta más complicada…

El profesor se mantuvo inmóvil junto a la puerta del despacho y extendió la llave en dirección a la cerradura.

– Si tiene dificultades con el portugués, puede perfectamente escribir en inglés, no hay problema. -La llave entró en la ranura-. ¿Y la segunda razón?

La sueca se detuvo detrás de él.

– Estoy pensando en escribir mi tesis de licenciatura sobre los descubrimientos derivados de las grandes navegaciones. Tengo, por un lado, las navegaciones de los vikingos y me gustaría establecer similitudes con los descubrimientos portugueses.

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