José Santos - El séptimo sello

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El asesinato de un científico en la Antártida lleva a la Interpol a contactar con Tomás Noronha. Se inicia así una investigación de lo que más adelante se revelará como un enigma de más de mil años. Un secreto bíblico que arranca con una cifra que el criminal garabateó en una hoja que dejó junto al cadáver: el 666.
El misterio que rodea el número de La Bestia lanza a Noronha a una aventura que le llevará a enfrentarse al momento más temido por la humanidad: el Apocalipsis.
Desde Portugal a Siberia, desde la Antártida hasta Australia, El séptimo sello es un intenso relato que aborda las principales amenazas de la humanidad. Sobre la base de información científica actualizada, José Rodrigues dos Santos invita al lector una reflexión en torno al futuro de la humanidad y de nuestro planeta en esta emocionante novela.

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– ¡Dios mío!

– Es imperativo que la temperatura no suba más de dos grados, de modo que no desencadene el proceso que llevará al planeta a traspasar el umbral del metano. Hay quien piensa que esto ya no es posible, dado que el proceso ha adquirido una dinámica propia, pero la mayor parte de los científicos cree que aún estamos a tiempo. Para que se produzca el freno, no obstante, la emisión de gases de efecto invernadero tiene que cruzar inmediatamente el pico y bajar un noventa por ciento hasta 2050. Hay que evitar los 550 ppm, cueste lo que cueste.

– Pero ¿tienen los políticos conciencia de lo que está pasando?

Filipe sonrió sin ganas.

– Nadie tiene conciencia de nada, Casanova. -Meneó la cabeza-. Lo más increíble, para mí, es cómo se ha difundido esta indiferencia general. No sé si ya te has fijado, pero suele existir un gran contraste en las reacciones de los expertos y del público en relación con un tema determinado. Cuando se enfrenta con un gran cambio, el público tiende a alarmarse mucho más que los expertos.

– ¿Te parece?

– Claro. Piensa en la cuestión nuclear, por ejemplo. Las personas que no entienden bien las cuestiones relacionadas con la energía nuclear se asustan más que los expertos, que conocen el tema a fondo y se sienten más tranquilos. -Carraspeó-. Pero en este caso es al contrario. El público parece muy relajado con la cuestión del calentamiento global, mientras que los expertos se sienten presa del pánico. Del pánico, ¿has oído? -Casi deletreó la palabra «pánico»-. Cuando los científicos del panel de la ONU confirmaron públicamente que, en las próximas décadas, las tormentas van a hacerse más violentas, que el desierto se extenderá por más de la mitad del planeta y que el nivel del mar subirá diez metros o más, ¿qué debiera haber ocurrido? Creo que la CNN tendría que haber interrumpido la emisión con gran aparato, millones de personas deberían haber salido a la calle aterradas a exigir cambios inmediatos en la política energética, los dirigentes políticos tendrían que aparecer en televisión para anunciar medidas de emergencia con el fin de afrontar tal catástrofe. ¿No crees que ésa sería una reacción normal?

Tomás aún estaba recuperándose del choque de las revelaciones sucesivas y balanceó mecánicamente la cabeza.

– Es posible que tengas razón.

– Pero no fue eso lo que ocurrió, ¿no? Los científicos hicieron un anuncio de esta dimensión y…,¡y sólo faltó ver a las personas bostezando de aburrimiento! ¿Te parece eso normal? -Volvió a menear la cabeza-.¡Y los políticos, que deberían tener cierta prudencia, siguen igual! Por ello nos quedamos muy preocupados por la postura que detectamos en los gobernantes, todos ellos con la filosofía del dejar pasar y el conformismo de quienes piensan que los que vengan que apaguen la luz y paguen la cuenta. Primero en Kioto, y después en encuentros que fuimos teniendo a través del tiempo, nosotros cuatro nos dedicamos a conversar sobre el mayor desafío que hoy afronta la humanidad: ¿será posible impedir el apocalipsis?

Tomás se inclinó en la silla, traicionando una ansiedad mal disimulada.

– ¿Llegasteis a alguna conclusión?

– Concluimos que necesitábamos hacer una evaluación rigurosa de dos cosas fundamentales, ambas relacionadas entre sí: el calentamiento del planeta y el estado de las reservas mundiales de petróleo. Y necesitábamos desarrollar un plan energético alternativo para que entrase en vigor cuando las condiciones fuesen propicias.

– Eso parece muy ambicioso.

– Y lo es. El trabajo se reveló verdaderamente ciclópeo, y nosotros, en resumidas cuentas, no éramos más que cuatro gatos locos. Afortunadamente nuestros talentos se complementaban, de manera que decidimos dividir las tareas. Howard logró un puesto importante en la Antártida, donde el calentamiento es más acelerado que en el resto del planeta y donde se encuentran los mejores registros paleoclimáticos, y fue allí a desarrollar nuevos trabajos para entender mejor la alteración del clima. James y Blanco eran físicos con gran capacidad. Blanco era más teórico; James, más práctico. Ambos se quedaron encargados de buscar soluciones tecnológicas innovadoras. Y yo, que me siento como pez en el agua en el área energética, me dediqué a la evaluación de las reservas globales de combustibles fósiles, para poder indicar cuál es el momento psicológico adecuado para avanzar con las soluciones que James y Blanco llegasen eventualmente a desarrollar.

– ¿Y fue eso lo que estuvisteis haciendo todo este tiempo?

– Sí, aunque no de una forma totalmente autónoma. James y Blanco trabajaban mucho en equipo, mientras que yo me encontraba más próximo a Howard. Llegué a ir a la Antártida a ver los trabajos paleoclimáticos a los que él se estaba dedicando. -Su mirada se perdió en la memoria de ese viaje-. Aquello es muy curioso, ¿sabes? Una de las cosas que descubrí es que penetrar en las capas de hielo es como viajar en el tiempo.

– ¿En qué sentido?

– El hielo de la Antártida está formado por capas sucesivas de nieve, ¿no? Esas capas se van acumulando unas encima de las otras a lo largo de millares de años. Pero cada capa de nieve contiene pequeñas burbujas de aire, lo que significa que, si hiciéramos un agujero lo suficientemente profundo en el hielo y recogiéramos una capa que tiene doscientos mil años, podríamos detectar en ella burbujas con el aire existente en ese periodo y analizar su contenido. Así es como se sabe, por ejemplo, cuál es el nivel de dióxido de carbono que existía en una determinada época en la atmósfera, y cuál era la temperatura media en ese momento. Howard me mostró un trozo de hielo extraído a tres mil quinientos metros de profundidad en la base de Vostok, en el centro de la Antártida. El análisis de ese hielo mostró que el planeta está ahora cerca del punto más caluroso del último medio millón de años.

– Entiendo. ¿Y hacías ese trabajo con Howard?

– No, sólo iba observando el proceso. Pero es un hecho que, en nuestro grupo, las parejas se formaron en función de la proximidad de las áreas de trabajo. Por ejemplo, en uno de mis viajes a Kazajistán, para inspeccionar el gran yacimiento petrolífero de Kashagan, pasé por Rusia y, a petición de Howard, contraté personal para hacer mediciones del clima en Siberia, donde las temperaturas, como en la Antártida, están subiendo más que la media planetaria.

– Fue en ese momento cuando conociste a Nadia.

– ¿Ella te lo ha contado?

– Sí.

– Es verdad, la contraté en la Universidad de Moscú, con la ayuda de un profesor ruso amigo de Howard. -Guiñó el ojo, en un intento de aligerar la conversación-. Está buena, ¿eh?

Tomás casi se sonrojó.

– Sí, es mona.

– ¿Ya le has puesto el diente encima?

– ¿A quién, a Nadia?

Filipe se rio.

– ¡No, a la Madre Teresa de Calcuta! -exclamó irónico-. Claro que a Nadia, bobo.

– ¿Por qué? ¿Crees que debería?

– Debes de estar bromeando, Casanova. Si no te conozco mal desde los tiempos del instituto, debes de haberte echado encima de ella ya en la primera noche.

– ¡Qué disparate!

– Te conozco, Casanova. De sobra. Y, a menos que algo haya cambiado, estoy seguro de que ellas siguen sin poder resistirse a tus ojos verdes y a esas palabritas dulces de seductor.

Tomás adoptó una expresión impaciente, de alguien a quien no le está gustando el rumbo que ha tomado una conversación.

– Bien, ya nos estamos desviando del tema -dijo y se puso serio, intentando volver a centrarse en lo que estaban hablando-. Hay algo en medio de todo esto que aún no he entendido.

– Dime.

– ¿Por qué razón erais sólo cuatro? ¿Por qué no ampliasteis el grupo, considerando la dimensión de la tarea?

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