– Eso es aterrador.
– Lo es, ¿no? Y me temo que no he revelado aún lo peor.
Tomás frunció el ceño, inquieto.
– ¿Qué quieres decir con eso?
– Quiero decir que lo más grave no es lo que acabo de contarte.
– Entonces, ¿qué es?
Filipe suspiró y miró a su amigo, recobrando el ánimo para entrar en la cuestión que verdaderamente lo aterrorizaba.
– ¿Sabes lo que es una extinción en masa?
El crepúsculo ya había pintado el cielo de violeta y lila sobre el horizonte y una brisa fría y agreste cortaba la playa, levantando pequeñas nubes de arena. El aire se estaba poniendo desagradable, pero Tomás se sentía atado a la silla, incapaz de interrumpir el hilo de la conversación. La referencia a extinciones en masa le parecía algo del mundo de la ficción, lenguaje catastrofista sin ninguna relación con la realidad, pero oír la expresión en aquel contexto era diferente. Interrogó a su amigo con los ojos y, conteniendo la impaciencia, aguardó a que él revelase lo que aún no había contado.
– Durante la vida en nuestro planeta ya ha habido cinco grandes extinciones en masa -comenzó a decir Filipe, después de una corta pausa para ganar aliento-. La más famosa fue la del Cretácico, hace sesenta y cinco millones de años, provocada por la caída de un meteoro en la península de Yucatán, en México. Ese impacto alteró el clima y provocó una mortandad generalizada que puso fin a la era de los dinosaurios.
– Sí, fue una gran catástrofe.
– Lo que poca gente sabe es que no fue la peor. La más grave de todas las extinciones se produjo en el Pérmico, hace casi doscientos cincuenta millones de años. En ese momento, sin que se sepa exactamente aún por qué, desaparecieron abruptamente el noventa y cinco por ciento de los animales que conocemos por los registros fósiles.¡Puf! -resopló-. Noventa y cinco por ciento. -Dejó que el valor resonase en la mente de Tomás-. Eso representó más de la mitad de las familias de especies existentes. Sólo entre los insectos desaparecieron cerca de un tercio de las especies, en lo que fue la única vez en la historia del planeta en que los insectos murieron en masa. La extinción del Pérmico representó el momento en que la vida en la Tierra estuvo más cerca de la aniquilación total.
– Yo sé muy bien lo que ocurrió en el Pérmico -intervino Tomás-. Lo que no entiendo es qué relevancia tienen esos acontecimientos en el objeto de nuestra conversación.
– Es muy sencillo, Casanova. El análisis geológico de las muestras del Pérmico revela alteraciones en los isótopos de carbono, indicando que algo terriblemente errado ocurrió en la biosfera y en el ciclo del carbono -respiró hondo-. Lo que quiero decir es que la extinción del Pérmico coincidió con un abrupto aumento de gases de efecto invernadero en la atmósfera. Las temperaturas subieron seis grados Celsius. -Extendió seis dedos frente a los ojos de su amigo-. Seis grados. Tantos cuantos prevé el panel de la ONU para finales de este siglo.
Tomás se quedó un instante callado, mirando a Filipe.
– Estás bromeando.
– Ojalá.
– ¿Cuál era la concentración de dióxido de carbono en la atmósfera cuando se produjo la extinción del Pérmico?
– Cuatro veces más que los actuales 380 ppm. Más o menos lo que se prevé que lleguemos a tener a finales de este siglo. -Filipe bajó el brazo izquierdo y cogió un puñado de arena, que dejó escurrir despacio entre los dedos-. Además de la subida de seis grados de temperatura, los estudios geológicos muestran que el planeta se volvió súbitamente árido, con desiertos en el sur de Europa y de Estados Unidos, y el nivel del mar veinte metros más elevado.
– Exactamente lo que se prevé para este siglo -comprobó Tomás-. ¿Y tú dices que eso fue abrupto?
– Sí.
– Bien, nosotros al menos tenemos un tiempo, ¿no? No vamos a enfrentarnos con los cambios de un día para otro.
– Casanova, cuando digo abrupto, estoy utilizando referencias a la escala de la larga vida del planeta. Las alteraciones climáticas de la gran extinción del Pérmico se produjeron en un periodo excepcionalmente rápido. Cuando digo rápido quiero decir diez mil años.
Tomás reaccionó con los ojos desorbitados, presa del horror.
– ¿Diez mil años?
– En términos geológicos, diez mil años corresponden a un cambio abrupto.
– Pero los cambios actuales se van a producir ya en este siglo…
Filipe afirmó con la cabeza.
– ¿Crees que no lo sé?
– Pero ¡eso es…, es una catástrofe!
– Pues sí. Existen estudios que muestran que entre un tercio y la mitad de las especies actualmente existentes se habrán extinguido alrededor de 2050. Y, si no se ponen frenos, dentro de algunos siglos la gran extinción del Pérmico parecerá una broma de niños.
– Tenemos que parar ya con la emisión de dióxido de carbono.
– Claro, pero no sé si estamos a tiempo.
– Tiene que haber un acuerdo político radical.
– Sin duda, pero tenemos que ser realistas: ese acuerdo aún no existe. Y, aunque llegue a existir, repito que puede ser demasiado tarde. El planeta es una máquina muy pesada y cuesta mucho ponerla en marcha. Pero, a partir del momento en que entra en marcha, ya no es posible frenarla; de la misma manera que la piedra, cuando comienza a rodar por la cuesta de una montaña, ya no para.
– ¿Por qué? ¿Por el efecto acumulativo del dióxido de carbono?
– Sí. Pero también por otra cosa de la que aún no te he hablado. El metano.
– ¿Qué metano? ¿De qué estás hablando?
– El dióxido de carbono es un poderoso gas de efecto invernadero, pero no es el peor. El verdadero demonio es el metano que se encuentra oculto en el fondo del mar o debajo del hielo, contenido por el frío o por las altas presiones. El metano es veinte veces más poderoso que el dióxido de carbono como gas de invernadero. Ocurre que, si la temperatura sube, se desencadena un proceso que libera el metano, trayéndolo a la atmósfera.¡Ese sí que será el comienzo del desastre! Una vez el metano esté fuera, el calentamiento de la atmósfera se acelerará exponencialmente. Se supone que eso ocurrió en la extinción marítima del Paleoceno, cuando desapareció todo lo que vivía en el fondo de los océanos, hace más de cincuenta millones de años.
– ¿Y cuándo comienza el metano a ser liberado?
Filipe se llenó los pulmones antes de responder sombríamente.
– Ya ha comenzado.
Se hizo el silencio en la playa. Tomás se frotó la barbilla, intentando dirigir esta nueva revelación.
– ¿Qué quieres decir con eso?
Su amigo hizo un gesto en dirección a la taiga, del otro lado del lago.
– Está ocurriendo aquí, en Siberia -dijo-. El hielo de la tundra ha comenzado a derretirse y por debajo se encuentra el metano. Como en esta región se ha disparado la temperatura, fuimos a ver lo que está pasando en los lagos que se han descongelado. Lo que vimos nos dejó aterrados: el metano ya ha comenzado a burbujear. Está liberándose a un ritmo cinco veces superior al que preveían las estimaciones más frecuentes. A medida que el hielo vaya retrocediendo en Siberia, más metano saldrá al exterior.
– ¿Y ahora?
– El efecto Budyko también se ha desencadenado ya en el metano. Hay quien cree que es como si ya hubiésemos empujado la piedra y ésta ya estuviese rodando por la cuesta. El efecto acumulativo del dióxido de carbono podrá volver inevitable el colapso de la Amazonia. Si la gran floresta desaparece, se liberarán 250 ppm en la atmósfera, lo que nos llevará a una subida de cuatro grados Celsius. En ese umbral, el equilibrio podrá revelarse imposible, dado que se acelerará la liberación del metano siberiano. Ello nos catapultará inexorablemente a una subida de seis grados que, a su vez, liberará el metano marítimo. -Suspiró-. Si eso ocurre, superaremos los niveles de la gran extinción del Pérmico.
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