David Serafín - Golpe de Reyes
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Se puso al habla inmediatamente con el palacio de la Zarzuela:
– Los que se hacen llamar MAGOS están aquí. Las tropas rebeldes están en la ciudad. En este momento se dirigen a la Casa de la Villa y los cuarteles cercanos. Estarán bien situados para asaltar mañana el palacio de Oriente.
Horas después, cuando Bernal y sus hombres volvieron agotados al despacho de Gobernación, Navarro les comunicó que los tres concejales que habían creído que disfrutarían del honor de representar a los Reyes Magos de Oriente, habían sido descubiertos atados y amordazados en paños menores en una jaula vacía del viejo zoológico del Retiro. Por suerte, sólo su dignidad municipal había sufrido daños.
Epifanía del Señor
Día de la Manifestación de Nuestro Señor Jesucristo a los Reyes Magos y los gentiles, pensó Bernal: esto era lo que significaba. Paseaba arriba y abajo por el pasillo de la parte oriental del palacio de Oriente, esperando que todas las demás precauciones que él y el secretario del Rey habían convenido con la JUJEM evitaran el golpe. Sabía que una sección especial de cincuenta miembros de los GEO y un destacamento de trescientos números de la Policía Nacional estaban ocultos en la planta de entresuelo inmediatamente superior a las salas oficiales en que se iba a celebrar la Pascua Militar.
El secretario le había dicho que el Rey había decidido proceder como de costumbre, y en aquellos momentos, a las nueve en punto de la mañana, se encontraba ya con la Reina en la capilla real, oyendo misa.
Bernal, desde el pasillo, podía oír al capellán, que recitaba las palabras del introito del día: « Ecce advenit dominator Dominus: et regnum in manu ejus, et potestas et imperium» («ved que llegó ya soberano el Señor; en su mano están los reinos y los imperios»). Muy nefasto, pensó Bernal, si se aplicaba sólo al contexto temporal.
Se aseguró una vez más de que sus hombres estaban apostados en la Gran Escalinata y el Salón de Columnas, y advirtió que los invitados comenzaban a subir. Había insistido ante el secretario del Rey que a todos los militares, que eran mayoría entre los invitados, se les pidiese que dejaran las armas en el vestíbulo con el pretexto de que la antigua costumbre hispana no permitía que nadie estuviese armado en presencia del Rey. Había hecho instalar asimismo un detector de objetos metálicos junto a la puerta, y a todos los civiles que, al pasar, provocaban el pitido de alarma de la máquina, Miranda y Lista los conducían aparte y les rogaban vaciasen los bolsillos.
Sus Majestades salieron de la capilla en aquel momento. La Reina llevaba un vestido de gala blanco con un hermoso collar de grandes esmeraldas engastadas con diamantes blancos, mientras que el Rey llevaba el uniforme de capitán general, adornado con el collar del Toisón de Oro y la faja y estrella de comendador de la Orden de Carlos III.
Bernal inclinó la cabeza cuando pasaron. Doña Sofía se detuvo al llegar a su altura y se le acercó.
– ¿Comisario Bernal? -dijo-. Queremos darle las gracias por todo lo que ha hecho. Es algo que no olvidaremos. Tengo entendido que su hijo y toda su familia están a salvo. No sabe cuánto nos alegramos.
– Gracias, Majestad.
El Rey bajaba ya por la Gran Escalinata para pasar revista a la guardia de honor formada en la plaza de la Armería, en tanto que la Reina esperaba en el Salón de Alabarderos charlando amistosamente con los invitados. Bernal pudo oír los lejanos compases de la Marcha Real que la banda militar comenzó a tocar cuando el Rey apareció en el lugar del desfile.
Miranda apareció en aquel momento.
– Jefe, ¿qué hay de la guardia de honor? Dice el mayordomo que suele formar en la Gran Escalinata y en el Salón de Alabarderos para presentar armas al Rey cuando éste llega para dar comienzo a la ceremonia.
– Bueno, hoy va sin armas, o, por lo menos, las armas no deben estar cargadas.
– Pero es que no hay tiempo de descargarlas, jefe. Son más de trescientos hombres.
– Es de vital importancia que dejen las armas en la puerta, como todos los demás. Hablaré inmediatamente con el secretario del Rey y el jefe de Seguridad al respecto.
Tras una acalorada discusión, prevaleció la opinión de Bernal y entre él y Miranda comprobaron la entrega de las armas cuando terminó el breve desfile. Cuando la dotación formó en el interior, Bernal advirtió con alarma que la sección que tenía que formar dentro del Salón de Columnas estaba al mando del coronel de artillería de la academia de Ocaña.
– Por favor, diga a sus hombres que dejen los fusiles y pistolas aquí -le dijo Bernal.
El militar empezó a protestar, pero el secretario del Rey salió en apoyo de Bernal.
– Es la costumbre, coronel. En la sala del trono nadie debe llevar armas en presencia del Rey.
Tras mucho murmurar y protestar, los mandos accedieron y todas las armas quedaron a buen recaudo en el recibidor de la planta baja. Cuando todos hubieron subido por la escalera, Bernal llamó aparte a Miranda.
– No va a ser fácil, Carlos, pero hay que comprobar a toda prisa la culata de los fusiles de la gente de Ocaña.
– De acuerdo, jefe. Aunque no tenemos mucho tiempo. Lo que buscamos es rastros de sangre o de pelo en los resquicios de las armas, ¿no?
– Sí. Hay que mirar sobre todo las culatas, a ver si encontramos de una vez el arma con que se provocó la muerte del hermano Nicolás. Hay aquí unos cuantos jefazos que todavía creen que España es un coto de caza privado y que se consideran por encima de la ley, pero no estoy dispuesto a que triunfe la injusticia y se pueda delinquir impunemente. Por lo menos, es deber nuestro el impedirlo.
Habían inspeccionado ya la mitad de los fusiles cuando Bernal lanzó una exclamación y llamó a Miranda.
– Echa un vistazo a éste -dijo con excitación-. ¿Ves esas muescas irregulares en el borde y esas manchas oscuras en la contera? ¿No tendrás una lupa encima?
Miranda sacó del bolsillo una pequeña lupa de relojero y, tras coger el fusil por el cañón, examinó detenidamente la culata.
– Aquí, en esta hendedura, hay tres pelos muy pequeños, jefe. Es posible que sea el arma homicida.
– Sigue sujetándola por el cañón y no la envuelvas con nada para que la fricción no destruya la prueba. Llévala inmediatamente a Varga para que la compruebe en el laboratorio. ¿Se ve claramente el número?
– Sí, jefe.
– Lo buscaremos entonces en el registro correspondiente. Hay que saber quién tiene asignado el fusil.
Mientras llevaban a cabo la rápida inspección, la ceremonia había comenzado en el Salón de Columnas bajo los molestos focos instalados por el personal de televisión. Bernal se colocó en un punto estratégico junto a una pequeña escalera que llevaba al entresuelo y desde donde observó el imponente espectáculo.
El primero en tomar la palabra fue el ministro de Defensa, que pronunció un discurso de una hora, en que hizo recuento del año militar transcurrido y se extendió largamente sobre la futura entrada de España en la OTAN y sobre el nuevo papel que iban a desempeñar las fuerzas armadas en la defensa de Occidente; en términos generales, como es costumbre en los políticos, dijo pocas cosas con muchas palabras. Los generales, jefes y oficiales allí congregados, así como los ministros que estaban presentes, a duras penas podían reprimir su aburrimiento, mientras el Rey y la Reina, en el estrado real, se mantenían atentos e impasibles.
Cuando terminó el ministro, hubo un momentáneo movimiento de pies y tosecillas y el teniente general Baltasar se acercó a los micrófonos. Como jefe de la primera región militar le correspondía hacer una manifestación de lealtad. Bernal advirtió que la atmósfera se condensaba mientras el general sacaba del bolsillo un grueso fajo de notas.
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