David Serafín - Golpe de Reyes

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La tercera novela del comisario Bernal.

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– ¿Y encontraste algo?

– Sí. En el dorso de cada una de las estampas hay una larga lista de nombres escritos con la letra más menuda posible. Sin duda utilizó la punta de un alfiler y estuvo trabajando lo indecible. Ya tengo preparadas las ampliaciones.

– Qué hombre tan extraordinario -dijo Bernal con admiración-. Deberíamos haberlo tenido en la Brigada.

Se puso a examinar las siete fotos con atención. La primera contenía más de sesenta y cinco nombres de militares, de capitán para arriba, ordenados todos por regiones militares y regimientos. La segunda contenía nombres de miembros de la Guardia Civil, la tercera de la Armada, y las restantes de otros cuerpos de las fuerzas armadas. La sexta estampa fue la que más le interesó: catalogaba a los miembros de la organización Magos que prestaban servicio en las varias Brigadas de policía, mientras que la séptima recogía a los que trabajaban en los medios de información.

– ¿Has hecho reproducciones? -preguntó Bernal a Varga.

– Sí, jefe, tres de cada.

– Bien. Voy a llamar inmediatamente al secretario del Rey para preparar una entrevista esta misma mañana. Estos nombres le serán muy útiles para los planes antigolpistas.

– ¿Has visto La Corneta de hoy, jefe? -le preguntó Navarro-. El sexto mensaje Magos no ha aparecido todavía.

– Sospecho que se han vuelto más cautos. Elena me llamó anoche y me dijo que hoy no se publicaría nada. Aunque estoy seguro de que tenía que haber aparecido algo, si es que querían mantener el ritmo de las dos semanas de anticipación.

– Es posible que el rescate de tu hijo les haya dado que pensar.

– O que la anticipación se acorta a medida que se aproxima la fecha. De ese modo, si quisieran, podrían detener la operación a última hora.

Bernal tomó un coche de la policía sin distintivos, que le condujo a la Zarzuela poco antes de que dieran las nueve, y dijo al guardaespaldas que le esperase en la puerta con los centinelas mientras él subía al vehículo del secretario del Rey.

– Comisario, quisiera enseñarle los planes antigolpe. Los repasaremos juntos.

– ¿Está el Rey aquí ahora? -preguntó Bernal.

– De momento, no. Se fue con la Reina, el príncipe y las infantas a Granada en visita privada y pasarán allí el fin de semana. No se ha comunicado a la prensa.

– ¿Está seguro de que allí estará bien protegido?

– Totalmente. Ha ido de caza.

– Será mejor que usted eche primero un vistazo a estas listas de nombres -dijo Bernal-. Acabamos de descubrirlas ahora mismo. Lo más seguro es que el hermano Nicolás las copiara de los documentos privados que encontró en los aposentos del padre Gaspar. El sábado por la noche el prior tuvo que recelar lo que el hermano fraguaba.

– Comisario, estos nombres son vitales para nuestros planes. ¡Ha sido un hallazgo magnífico! Así podremos evitar la participación de los complicados en la conspiración Magos y vigilar las unidades a que pertenecen. No podría usted habernos hecho un mejor servicio. El Rey estará encantado.

Bernal estudió los detallados planes que había elaborado la JUJEM para la vigilancia de la primera región militar y que incluían un cerco de protección alrededor de Madrid para evitar el día cinco de enero la posible entrada de unidades rebeldes. Le impresionó la previsión de los dispositivos y se mostró bastante satisfecho.

– ¿Qué hay de la protección del palacio de Oriente durante la mañana del día seis? -preguntó.

– Aún estamos en ello, comisario. Le comunicaré el plan dentro de unos días. Como ya le dije, queremos que usted y sus hombres vigilen de cerca la ceremonia.

Vigilia de la Natividad del Señor

(24 diciembre)

Los insistentes timbrazos del teléfono despertaron a Bernal en la mañana del día de Nochebuena. El policía de escolta llegó antes que él.

– Es la inspectora Fernández, comisario.

– ¿Elena? ¿Hay alguna novedad?

– Siento llamarle tan temprano, jefe, pero es que anoche no pude hacerlo. El sexto mensaje va a aparecer en La Corneta de hoy. Dice; «Magos Blanco N.7. Moncloa.» ¿Significa que van a atacar al presidente del Gobierno en el palacio de la Moncloa?

– No, creo que no. Moncloa quiere decir «Movilización». Así que, después de todo, siguen adelante con el plan. ¿Hay algún síntoma de actividad en las oficinas del periódico?

– Anoche, a última hora, estuvieron bebiendo sin parar en el despacho del director. Vino un grupo de militares de alta graduación, entre ellos el teniente general Baltasar.

– Entiendo. Entonces no saldrá el periódico mañana, ¿no?

– No, jefe, hasta el sábado, no.

– Ten cuidado, Elena. Desaparece inmediatamente si crees que sospechan de ti.

– Estoy segura de que no. El jefe de redacción, que me mira con ojos de carnero a medio morir me ha insinuado que habrá un número especial en color el seis de enero, pero que no aparecerá hasta mediodía.

– Si ves algún original redactado para esa edición, hazte con él.

– Así lo haré. Por cierto, no paran de pedir fotos aquí en los archivos.

– ¿De quién?

– Casi todas de generales célebres del pasado. Narváez, Martínez Campos y otros por el estilo del siglo pasado.

– Si te es posible, toma nota de todas las que piden.

Después de colgar, Bernal consultó el misal antiguo en el comedor y hojeó el calendario litúrgico. No tardó en dar con lo que buscaba. Partiendo del día de Navidad, el séptimo día en que se prescribía ornamentos blancos era el cinco de enero, víspera de la Epifanía, que era el «Blanco N.7». No podía faltar más que un mensaje: el que ordenaría actuar el mismo día de Epifanía. Una vez que apareciera tal mensaje, ya no se podría retroceder.

Eugenia le sirvió unas tostaditas de pan rancio y café tibio.

– Espero que la familia venga esta noche como de costumbre, Luis. Voy a preparar una paella de cangrejitos. Encárgate tú del vino. Con esa culebra de mazapán que trajiste de Toledo hay para diez Navidades, así que no hará falta que compremos más turrón. Si hiciera falta, sacaría del aparador los polvorones que mi hermana nos trajo de Sevilla el año pasado.

– Geñita, te he dicho una docena de veces que si nos reunimos todos aquí vamos a correr demasiado riesgo. Sería mucho mejor que nos reuniéramos en casa de Santiago.

– ¿Y perdernos la bonita misa del gallo que celebrará el padre Anselmo engalanado con los ornamentos dorados? ¡Jamás! -exclamó la mujer-. Es tan bonito el gradual: «En Ti está el principado supremo en el día de tu poder, cuando vengas rodeado de la brillante multitud de tus santos, porque yo te engendré de mi propia substancia antes de que brillase el lucero», recitó, cayendo en una especie de trance místico.

– Pero si tendrás tiempo de sobra, Geñita. ¿Por qué no haces los honores a tu nuera cenando con ella por una vez?

– Lo pensaré -dijo Eugenia con expresión hosca-. Pero sólo si me prometes que me traerás de vuelta a las once, para que pueda ayudar a la portera en la sacristía.

– Te lo prometo.

Cuando Bernal llegó al despacho, a las 8.30, Navarro le había amontonado ya un sinfín de papeles mecanografiados en la mesa. Jefe, ahí tienes las conversaciones telefónicas intervenidas en los últimos tres días. Tardaremos un día entero en leerlas.

– ¿Hiciste que Telefónica pusiera una escucha en la casa de Hermann Malthius, Paco?

– Sí, y en las de toda su familia. Las transcripciones tienen que estar ahí en ese fardo.

– Vamos a echarles un vistazo a éstas primero.

Bernal ayudó a Navarro a clasificar el inmenso material acumulado y lo fueron repartiendo en montones distintos según cada grupo de conspiradores conocidos.

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