David Serafín - Golpe de Reyes
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– ¿Cómo se explica entonces el agua de río encontrada en el tubo digestivo? -preguntó Bernal.
– A ver qué os parece la siguiente hipótesis. El monje sale del convento un poco ebrio a causa de la gran cantidad de tinto que ha ingerido durante la cena. Va a por un sobre y un sello para echar la carta que lleva en la mano.
– ¿Por qué no llevaba la capa y el capuchón con el frío que hacía aquella noche? -objetó Bernal-. ¿Y dónde está el billete de autobús que compró el día anterior para emprender viaje a Toledo? El viejo fraile que hace de portero fue con él a comprarlo.
– O tenía mucha prisa por echar aquella importante misiva o si; relativa embriaguez impedía que sintiese el frío. Llevaba el billete del autobús en el bolsillo del hábito. Porque tú no lo encontraste en el convento, ¿verdad que no? Luego el asesino se lo quitó después de muerto.
– De otro modo podemos suponer -dijo Bernal- que se lo dejase en la celda y que volvía por él, por la capa y capuchón y por el equipaje que sea, antes de tomar el coche de línea, que salía a las diez y media de la noche. El problema es saber con exactitud cuándo fue a echar la carta. Luego el padre Gaspar o algún otro cogió el billete antes de que nosotros registráramos la celda.
– También, también. Convengo en que hay dos posibilidades en ese extremo. En cualquier caso, fray Nicolás sale del convento, va por el sendero que lleva al puente del pueblo y que lo conduce junto al ángulo noreste del palacio real. En lugar mal iluminado le atacan de súbito por detrás y le golpean tres veces con algo parecido a la culata de un fusil. No habéis dado con el arma, ¿verdad que no?
– No. Y no irás a suponer que podemos confiscar todas las armas de la academia de artillería para que las compruebes.
– Entiendo. Como fuera, Nicolás cae aturdido a causa de los golpes, quizá momentáneamente inconsciente. El agresor le quita el hábito y los zapatos, y le arranca la carta de la mano, dejando, sin darse cuenta, un pedazo de carta entre los dedos agarrotados del puño derecho de la víctima. Aunque no sé por qué tuvo que dejarlo en paños menores y quitarle los zapatos.
– Probablemente para evitar una pronta identificación. Hasta por los zapatos negros lo habría reconocido alguien cercano a él -dijo Bernal.
– Pues yo no entiendo por qué el asesino dejó el hábito tan bien doblado cerca de allí -comentó Navarro.
– O algo vino a interrumpirle, o pensó que, si se suponía se trataba de un suicidio, la Guardia Civil local no investigaría de manera sistemática -sugirió Bernal-. Con todo, registra los bolsillos, y si el billete se encontraba allí, se lo lleva y deja lo que según él carece de importancia. En cualquier caso, lo que desea es retrasar la identificación.
– Echemos un vistazo al plano de los jardines de Aranjuez -dijo Peláez-. Todo sucede en este tramo del sendero que discurre junto a la acequia que se llama la Ría. Cuando ya le han quitado el hábito, fray Nicolás se recupera y trata de escapar de su agresor. Durante el forcejeo…
– Lista encontró señales de lucha en la orilla -le interrumpió Bernal.
– Está bien; eso corrobora mi reconstrucción -dijo Peláez-. El monje se desembaraza del agresor y se cae en la acequia, que es de poca profundidad, y al hacerlo traga un poco de agua; acuérdate de que el agua es la misma que la del río. El agresor vuelve al ataque y le asesta desde arriba el golpe mortal más otros tres. Seguro ya de que la víctima está muerta o agonizando, resuelve trasladarla unos metros, hasta el puente que da al río, para arrojarla allí al principal curso de agua a fin de que la corriente la arrastre río abajo, lejos del lugar de los hechos y, naturalmente, lejos del convento. Tuvo la mala suerte de que la rama colgante obrase en favor nuestro; el cadáver pudo haber sido arrastrado muchos kilómetros por el Tajo abajo. ¿Qué os parece la explicación? -dijo Peláez muy ufano.
– Bastante aceptable. ¿Crees que pudo haber más de un agresor? Las pisadas eran tan poco definidas, y el terreno estaba tan endurecido a causa de la larga sequía, ya que la lluvia de la semana pasada apenas si lo ablandó, que Varga no pudo dar con nada definitivo.
– Es posible que hubiera dos o más, digo yo, aunque un hombre fuerte y decidido bastaba.
– A mí me da la impresión de que fue un crimen improvisado, sin premeditación -dijo Bernal-, aunque hay que reconocer que los crímenes precipitados son a menudo los que mejor salen, sobre todo cuando no hay relación evidente entre el asesino y la víctima, ni móviles obvios. Es posible que fray Nicolás se comportara de manera indiscreta durante la cena, o poco después, e insinuara que iba a enviar una información importante al Ministerio del Interior. Alguien le oyó y le siguió sin perder un instante o bien recibió aviso telefónico de que le saliera al paso. No creo que lo hiciera personalmente el padre Gaspar, si bien pudo haber avisado a uno de sus pupilos militares. Es probable que el prior no quisiera que se llegase hasta el asesinato y que por ello pareciera tan alterado el domingo.
– ¿No hay forma de hacerse con todos los fusiles para inspeccionarlos, jefe? Podríamos inventarnos cualquier excusa.
– Si éste fuera un caso normal, desde luego yo tendría que proceder de forma normal -dijo Bernal-, con un análisis exhaustivo del lugar de los hechos e investigaciones completas en los alrededores. Habríamos examinado todas las armas de la zona, por no hablar ya de los neumáticos de todos los vehículos de Ocaña, lo que seguramente nos habría llevado hasta la persona del cómplice del capitán Lebrija en La Granja, cuando los dos fueron a colocar el explosivo en la torre de conducción eléctrica. Pero nuestras órdenes son tajantes: una pesquisa discreta y sanseacabó. Lo único que puedo hacer es informar cumplidamente a la autoridad superior y esperar a ver qué se me ordena.
Una vez que se hubo ido el doctor Peláez, el subinspector de guardia llamó a Navarro para que firmase un albarán de entrega. Volvió con un sobre azul y grande, con el escudo real al dorso y cuatro sellos de lacre en la solapa.
Bernal lo abrió y vio los detalles de la Operación Mercurio que el secretario del Rey había prometido enviarle. Encabezaba el informe la palabra SECRETO, y empezaba:
MINISTERIO DE DEFENSA
Junta de Jefes de Estado Mayor
Fecha de emisión: 1 de diciembre de 1980
Desclasificación: Grupo 4
Número: 131.X.2Q
Operación Mercurio
Clave operativa Órdenes
Mercurio Servicio de Intervención
Venus Estado de Prevención
Júpiter Supresión de Permisos
Marte Alerta
Saturno Estado de Excepción
Urano Movilización
Plutón Operación
Seguían instrucciones detalladas para el desarrollo de las sucesivas etapas tendentes a frustrar cualquier posible golpe de Estado. Las órdenes, dirigidas a los capitanes generales de las doce regiones militares, eran buscar inmediatamente la confirmación de cada clave operativa, antes de ponerla en práctica, mediante comunicación telefónica y por télex con los jefes de Estado Mayor.
A Bernal le impresionó la aparente eficacia del plan, pero le preocupaba cierto parentesco con algo que había visto recientemente.
– Paco, por favor, tráeme esas ampliaciones que hizo Varga de los fragmentos de papel que tenía el hermano Nicolás en la mano.
Navarro cogió las fotos que estaban en la correspondiente carpeta y las llevó a la mesa de Bernal.
– Compara ahora el dorso de la carta fragmentaria con esta operación militar de máximo secreto -Navarro confrontó la terminación de las siete palabras, -ención, -nción, -isos, -ta, -ón, -ción, -n, con la explicación de las claves operativas de la Operación Mercurio-. ¿Te das cuenta? Casa perfectamente con las órdenes secretas del gobierno para frustrar las intentonas golpistas. A mí que no me digan, pero esto no puede ser una coincidencia. ¿Cómo es posible que un humilde fraile de un convento de Aranjuez esté al tanto de las órdenes secretas del Ministerio de Defensa?
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