David Serafín - Golpe de Reyes
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– ¿Y venden sellos en el establecimiento en que se le ha reconocido? -preguntó Bernal.
– Tienen unos cuantos, para los clientes, lo mismo que tienen también unos cuantos décimos de lotería y tabaco. Estamos en un pueblo y los estancos cierran pronto.
– No le conocían los sacerdotes de las demás iglesias y conventos -dijo Lista-. Ya he estado consultando.
– Entonces os alegraréis de saber que el padre Gaspar lo identificó por la foto sin el menor titubeo -dijo Bernal-. Si quieres, puedes venir conmigo a Toledo cuando terminemos de comer -añadió dirigiéndose a Carlos Miranda-, para interrogar a la hermana de fray Nicolás. Que Juan se lleve tu coche a Madrid y ayude a Paco a clasificar los partes.
Después de comer, Bernal y Miranda partieron de Aranjuez en el Seat 134 oficial por la N-400, que seguía la orilla meridional del Tajo hasta la antigua capital goda de España. Ya en los altozanos orientales de la ciudad, después de pasado el viejo castillo de San Servando, en que el Cid había estado de vigilia antes de asistir con Alfonso VI a una importante reunión de la corte, Bernal se esforzó por sacudirse la modorra que se había apoderado de él a causa del copazo de Carlos III con que se había regalado y también a causa de no haber podido descabezar una siestecilla como tenía por costumbre. Los dos policías contemplaron el mismo panorama que había inmortalizado El Greco, y Bernal comentó:
– Carlos, ahora sólo nos falta la tormenta.
El chófer aparcó el coche, no sin problemas, en Zocodover, que antaño había sido mercado moro y que, según recordaba Bernal, se había denominado Plaza de Carlos Marx durante la Segunda República. Cuando salieron del estrecho callejón que subía a la plazuela existente junto a la catedral, Bernal y Miranda se detuvieron ante el llamativo escaparate de una confitería de cuño antiguo, lleno de cajas redondas de diversos tamaños, abiertas para dejar ver anguilas de Navidad: la pasta de almendras en largos lazos o cordones, con guindas o trocitos de angélica a modo de ojos y frutas escarchadas entre los lazos de mazapán.
– Estas cosas se ven poco en Madrid y además aquí son mejores, Carlos -comentó Bernal-. Voy a comprar un par para la familia y que el chófer las meta en el portabultos.
– Yo también voy a comprar una, jefe.
Tras pagar las compras y como les venía de camino, pasaron ante los numerosos y pequeños talleres en que se fabricaban objetos de acero toledano damasquinado con destino al mercado turístico, hasta que por fin llegaron a la catedral. Les había sorprendido saber que la hermana de fray Nicolás vivía dentro de las dependencias arzobispales, en el primer piso del viejo claustro. En la galería superior, donde descubrieron que la señorita Abad tenía un aposento espacioso, tropezaron con el doméstico espectáculo de la ropa tendida para que se secara. Qué feliz sería Eugenia si se trasladase a este sitio, pensó Bernal. No había como vivir en el piso de encima de la tienda.
Se les recibió amablemente al antiguo estilo castellano y se les sirvió un poco de vino blanco. Bernal, mientras tanto, se preparaba para la difícil misión de comunicar la noticia de la muerte del hermano de aquella dama.
– ¿Cuándo estuvo aquí su hermano por última vez, señora?
– Hace más de cinco semanas, para el Día de Todos los Santos. Es muy descuidado, comisario, aunque no es propio de él marcharse sin decir nada a nadie.
Bernal dirigió una mirada a Miranda, que tomaba notas del interrogatorio.
– Las noticias que tenemos no son buenas, por desgracia -con lo que le enseñó la foto, que la mujer miró detenidamente.
– Es él, comisario. Pero ¿qué le ha ocurrido? -cuando se dio cuenta de que estaba ante la foto de un cadáver se llevó la mano a la boca.
– Lamento mucho comunicarle que recuperamos el cadáver del río que pasa junto al convento de Aranjuez.
La señorita Abad se santiguó.
– ¡Dios mío! Bebería más de la cuenta y se cayó -sacó un pañuelo y se enjugó las lágrimas-. Era como un crío, ¡como un crío! Siempre le pasaban cosas malas por su distracción. ¿Cuándo lo encontraron?
– El domingo por la mañana, pero no hemos podido identificarlo hasta hoy.
– ¡Es imposible, comisario! -exclamó la mujer-. Tenía que estar aquí el sábado por la noche para pasar conmigo el día de su santo, que era el domingo. Todos los años me llevaba a ese bonito restaurante que hay en la esquina de Zocodover. No me preocupé gran cosa cuando no apareció hasta que me telefoneó hoy el padre Gaspar para preguntarme por qué no había vuelto al convento, cuando la verdad es que aún no había llegado aquí. Y sin embargo, es imposible que muriera cuando usted dice -afirmó-. Mire esto, comisario. Hace una hora que me lo trajo el cartero.
La mujer se levantó para coger un paquete con envoltorio de papel de estraza, que Bernal examinó con cuidado.
– ¿Lo ve, comisario? ¡Tiene que estar vivo!
Saltaba a la vista que el paquete se había abierto y vuelto a envolver con alguna impericia. Estaba dirigido a la señorita Abad, a la catedral, y el matasellos estaba muy borrado por la parte donde la estampilla de Correos llegaba a la esquina del basto papel pardo. Bernal sacó una lupa de relojero y vio que el matasellos era un poco más legible en los dos sellos satinados que ostentaban la cabeza de Juan Carlos I. Descifró parte de la palabra «Aranjuez» en la curvatura superior, «11.00» en el centro, y la parte inferior del día y el mes, «06 Dic.», en tanto que el año resaltaba con claridad debajo.
– Me temo que el paquete fue remitido el sábado por la mañana, señora, bastante antes de que muriera. ¿Puedo ver qué contiene?
– Naturalmente. Y eso es lo más extraño. No es más que su misal diario. Sin ninguna nota ni nada.
– Pero la dirección está escrita de su puño y letra, ¿verdad?
– Sí, claro. Si quiere comprobarlo, le traeré una de sus cartas -se puso a trastear en un cajón-. ¿Por qué me enviaría su misal por correo? A lo mejor quería mandarme otra cosa. ¡Si tenía que venir ese mismo día!
Miranda examinó el papel de envolver y comparó lo allí escrito con la letra de fray Nicolás, mientras Bernal hojeaba el misal. Como medio de señalar páginas contenía cierta cantidad de estampas religiosas semejantes a las que solían ofrecer a la puerta de algunos templos después de misa, pero no pudo percibir en ellas ninguna señal a lápiz ni a tinta.
– ¿Podría usted dejarnos temporalmente el misal y el papel, y también la carta de su hermano?
– Desde luego que sí, comisario.
– Por favor, señora, no alimente falsas esperanzas. Si lo desea, podemos llevarla a Madrid para proceder a la identificación formal, pero como el padre Gaspar va a hacerlo también, si usted prefiere no venir…
– Tengo que ir, comisario, aunque sólo sea para convencerme de que es él. Hay que ser fuerte para afrontar las pruebas que Dios dispone.
Festividad de Santa Eulalia de Mérida
Cuando Bernal llegó aquella mañana al despacho, el inspector Navarro le entregó el informe del toxicólogo sobre fray Nicolás.
– Llegó ayer por la tarde, jefe, cuando ya te habías ido, pero pensé que podía esperar a hoy.
– No puede negarse que se han tomado su tiempo para elaborarlo. ¿Cuáles son los puntos más destacados?
– No hay rastro de drogas ni en los restos estomacales, ni en la sangre, ni en los órganos, aunque sí un elevado porcentaje de alcohol, más de 140 miligramos por ciento. Puesto que era bebedor habitual, no era suficiente para hacerle perder el dominio de los movimientos, aunque sí para achisparle considerablemente.
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