David Serafín - Golpe de Reyes
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– Bueno, me había olvidado de éstas -dijo Bernal-. Consulta las direcciones ministeriales.
– Tienes toda la razón, jefe; el nuestro es el único situado en un lugar cuyo nombre comienza por Pue.
– Lástima que no dispongamos de una parte mayor del texto -dijo Bernal con un suspiro-. Pero está claro que la carta comienza diciendo: «Excelentísimo Señor», para continuar con alguna información de carácter apremiante: «Comunico a S. E… con urgencia…» ¿No pensáis lo mismo? Lo malo viene después. ¿Qué es «la Op»? Cierto que es un comienzo que podría completarse de muchas maneras, pero fijaos en la o mayúscula. No es probable se refiera a «la ópera», ya que a duras penas resulta verosímil que nadie se dirija al Ministerio del Interior para hablarle urgentemente de la ópera o de la plaza de la ópera. Podría tratarse de «la oposición», pero aquí no se justifican ni la urgencia ni la o mayúscula. Es mucho más plausible que se trate de «la Operación» -sentenció. Luego se volvió a Varga y le preguntó: -¿Había algo escrito al dorso?
– Muy poco, jefe, sólo unas cuantas letras. Aquí tienes la otra foto con rayos infrarrojos.
Bernal observó con atención la foto ampliada:
…ención.
…nción.
…isos.
…ta.
…ón.
…ción.
…n.
– Aunque esto no aclara gran cosa, se ve que es una especie de lista en que cada uno de los elementos catalogados ocupa la mayor parte de la línea y termina en punto, pero el final de las palabras es tan corriente que no hay forma de saber cuáles son. ¿Qué me dices de la caligrafía, Varga? A mí me parece letra bastardilla.
– No es exactamente así, jefe. Es de esa florida letra inglesa que ya no suele verse mucho, pero de lo que no hay duda es de que se ha escrito con estilográfica y tinta azul marino permanente.
– Cosa notable, ¿no?, en estos días en que casi todo el mundo escribe con bolígrafo, con grave detrimento de la legibilidad, por cierto.
– El experto en caligrafía dice que el autor debe de tener unos cincuenta años o más, que ha escrito este texto mientras temblaba y bajo la presión de impulsos muy desiguales, lo cual indica que se hallaba sometido a una fuerte tensión emocional y quizá también que sufría algún desarreglo del sistema nervioso.
– ¡Pues vaya imaginación la de esos expertos! -exclamó Bernal-. Con razón miran siempre los magistrados sus testimonios con cierto recelo.
– A mí, jefe -comentó Miranda-, me parece caligrafía de cura. Cuando yo era un chaval, había en mi escuela un cura que escribía en la pizarra de una manera muy parecida, con muchos ringorrangos y gavilanes.
– Tienes razón, Carlos, también a mí me recuerda a eso -dijo Bernal-. Es una antigua caligrafía eclesiástica.
– ¿Y qué hacemos ahora, jefe? -preguntó Lista.
– Sugiero un plan de acción con dos direcciones -dijo Bernal-. Primera, hay que dragar el Tajo desde el embarcadero hasta donde se encontró el cadáver e incluso hasta un punto posterior si es posible. El objeto principal será buscar el arma homicida, posiblemente un fusil, así como los zapatos del muerto y demás prendas de vestir, por ejemplo el cinturón. Segunda, hay que identificar al difunto. Habrá que investigar en las casas religiosas e iglesias de Aranjuez para ver si se ha echado en falta a algún clérigo; habrá que enseñar a los dentistas locales la radiografía de la dentadura del muerto y sería conveniente preguntar a los lenceros y vendedores de prendas religiosas por la ropa interior anticuada y el hábito que parece una sotana.
– Yo organizaré el dragado, jefe -dijo Varga.
– Juan y yo -añadió Miranda- podríamos encargarnos de las restantes pesquisas.
– Yo iré con vosotros -dijo Bernal-, pero tú, Paco, será mejor que te quedes aquí para coordinar nuestros pasos. Me preocupa el móvil de este asesinato. No puede haber sido el robo, porque el anillo, la cadena y la cruz, todos de oro, seguían en el cuerpo cuando lo arrojaron al agua. Por lo demás, es improbable que un sacerdote llevase encima una gran cantidad de dinero, en particular a la hora de la noche en que ocurrió el crimen. Creo que habría que preguntar en los bares de la localidad si venden sellos de correos; suele hacerse en bastantes pueblos.
– ¿Qué te hace creer que el muerto iba a comprar un sello? -preguntó Navarro.
– Paco, eso es que no has leído el informe de Varga sobre el contenido de los bolsillos. La víctima llevaba encima unos cuantos terrones de azúcar envueltos, un rosario y doce pesetas: el importe exacto de un sello de carta interurbana, probablemente la que le arrebataron de las manos antes de quitarle de en medio. También es posible que fuera a buscar un sobre, puesto que parece que llevaba en la mano la carta sola, sin sobre.
– Vosotros tres -dijo Navarro a Miranda, Lista y Varga- partid inmediatamente hacia Aranjuez. El jefe tiene que hacer antes otra cosa.
Cuando los aludidos se hubieron marchado, Bernal preguntó a Navarro a qué otra cosa se refería.
– El secretario del Rey quiere verte en seguida. Telefoneó poco antes de que llegara Varga. Le dije que estarías aquí dentro de media hora. Dice que ha habido un pequeño problema.
– Iré en taxi, pero para dentro de una hora más o menos tenme un coche oficial preparado para llevarme a Aranjuez.
Tras detener, no el primero, ni el segundo, sino el tercer taxi que pasó ante la puerta de Gobernación, Bernal lo ocupó, con la mala suerte de que el vehículo resultó ser uno de esos que, con frecuencia cada vez mayor, ostentaban junto al cenicero el rótulo de: «En beneficio de todos, se ruega no fumar»; de modo que devolvió la cajetilla de Káiser al bolsillo con cierto mal humor. ¿Por qué le entrarían unas ganas espantosas de fumar precisamente cuando no podía hacerlo?
Mientras el taxista se saltaba las normas de tráfico y giraba en la misma Puerta del Sol para enfilar por Arenal, Luis advirtió que en los macizos de alrededor de la fuente de la plaza se había instalado una alta escalera para colocar ristras de bombillas de colores y otros adornos en el árbol de Navidad. Era curioso ver de qué modo aquella tradición alemana y escandinava se había introducido en España e injertado en el repertorio de la ornamentación navideña nacional, por no hablar ya de la introducción comercial de Papá Noel en los grandes almacenes, a modo de preludio o acompañamiento de la tradición ibérica, mucho más antigua, de los Reyes Magos cargados de juguetes para los niños y regalos para todos en general.
Bernal se había percatado de que el taxista le había dirigido la típica mirada inquisitiva al pedirle que le llevara al palacio de la Zarzuela, pero por aquella vez decidió no añadir ni una palabra más. Una vez que se hubo identificado ante la Guardia Real, reforzada, según advirtió, con cuatro policías nacionales armados de subfusil ametrallador, le salió al encuentro el secretario del Rey y le condujo al pequeño Fiat blanco.
Mientras llevaba a Bernal por el largo paseo empedrado que conducía a palacio, el funcionario le explicó en pocas palabras en qué había consistido el problema mencionado por Paco Navarro.
– Desde primera hora de la mañana hemos venido enterándonos de que se ha ordenado el acuartelamiento de determinados contingentes en cuatro de las nueve capitanías peninsulares, sin que el jefe de la JUJEM haya dado ninguna orden en ese sentido. El Rey en persona ha solicitado se abra una rápida investigación.
– ¿De dónde procedían los primeros informes? -preguntó Bernal.
– De El Pardo, y luego de Segovia y Valladolid. Más tarde recibimos informes parecidos de Sevilla y Valencia.
– Conque El Pardo fue la primera, ¿eh? -apuntó Bernal con su poquito de ufanía; es posible que, pese a todo, se decidiera a revelar al secretario del Rey su interpretación provisional del código cromático de los mensajes Magos.
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